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25 años de la guerra del Golfo: cómo la intervención de EEUU arruinó a una región entera

En 1991 la coalición liderada por Estados Unidos declaró la guerra a Irak y ganó el conflicto sin despeinarse. En 2016 EEUU lleva ya dos años de guerra declarada contra Estado Islámico. Y nada invita a pensar que se encuentre cerca de la victoria.
Kuwaitíes aplauden mientras una camión de la Fuerzas Especiales estadounidenses se adentra en la ciudad de Kuwait recién liberada, el 27 de febrero de 1991. Imagen por Laurent Rebours / AP
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El viernes pasado se cumplieron 25 años del final de la primera guerra del Golfo Pérsico. Hoy, en plena era de conflictos asimétricos y de luchas abiertas contra enemigos atomizados, aquella operación parece la memoria de otra vida.

Por mucho que la guerra del Golfo surgiera de un dilatado preámbulo bélico, lo cierto es que el conflicto armado apenas duró un mes y medio. Básicamente se extendió hasta el momento en que las tropas de la coalición liderada por Estados Unidos, entraron en Kuwait, tal día como un 27 de febrero de 1991. La diferencia horaria quiso que aquel día sea recordado como un 26 de febrero en Estados Unidos.

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En un primer momento, la maniobra estadounidense de sacar al ejército iraquí de Kuwait, pareció desatar una victoria tan fulminante como definitiva. De alguna manera Estados Unidos logró redimirse del fantasma del Vietnam y demostrar su potencia tecnológica.

"Esta noche, en Irak, Saddam camina entre los escombros". Tal fue lo que proclamó George H.W Bush ante su congreso el 6 de marzo de 1991. "Su maquinaria de guerra ha sido aplastada. Y la amenaza de la destrucción masiva ha sido destruida".

El tono triunfalista que caracterizó los discursos del ex presidente se reprodujo de manera casi calcada después de que el Bush concibiera y ejecutara la desastrosa campaña Tormenta del desierto, que fue el nombre en código de la guerra contra Irak que se sacó de la manga poco después. "A pesar de que Saddam se quedó en el poder" — escribió Lawrence Wright en La tormenta amenazante, el ensayo sobre la formación y el alzamiento de Al-Qaeda que fue distinguido con un premio Pulitzer — "ese tan fue solo la nota a pie de página al alucinante despliegue del ejército estadounidense y de las fuerzas de la coalición liderada por Bush".

'De repente, tras la guerra del Golfo, todos los militares se convirtieron en superhéroes y el prestigio de las Fuerzas Armadas subió como la espuma'.

Claro que aquellas victorias palidecen a la luz de 2016. El tiempo ha reescrito el carácter triunfalista de aquel triunfo; ahora es poco menos que el prólogo a la interminable carnicería en que Estados Unidos ha convertido Oriente Medio. Como apunta el periodista Rick Atkinson en Crusade, su extensa crónica sobre lo sucedido en 1991, "se demostró que la idea de que aquella guerra supuso un punto de inflexión era completamente efímera".

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"Puede que entonces la guerra pareciera algo simple, una manera limpia de revertir una agresión", comenta el doctor Richard Lacquement, decano de Operaciones Estratégicas en la academia militar nacional de Estados Unidos. "Nuestro principal objetivo era liberar Kuwait y eludir cualquier represalia… Y eso es algo que ilustra limpiamente lo que sucedió".

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Claro que la primera guerra del Golfo no fue tan limpia ni tan sencilla como algunos creen. A día de hoy, los pensadores estratégicos estadounidenses han calibrado las profundas implicaciones de aquel conflicto — y así se lo enseñan a los futuros oficiales del ejército.

"Tuvimos suerte de padecer muchas menos bajas de las que todo el mundo anticipó. De ahí, que quizá, pudiera verse como un conflicto más limpio y sencillo de lo que fue realmente", explica Lacquement. "Claro que no es tan sencillo. Todo tiene un precio. Y las invasiones acostumbran a traer cola. Nunca se cierran limpiamente".

Tal es una de las lecciones que los profesores de la academia militar de Estados Unidos pretenden transmitir a sus estudiantes. Una de sus ocupaciones durante el arranque de su andadura académica consiste en estudiar durante cuatro días algún episodio de la guerra en el Golfo. "Existe una lección estratégica mucho más amplia", cuenta Lacquement. "Especialmente la idea de que la interacción entre estados es siempre un continuo devenir, que nuestra política en seguridad nacional está moldeada por nuestra propia historia, que la manera en que nos comunicamos con otros estados y la manera en que se escribe la historia militar de un país siempre representan un legado".

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"Queríamos dar con un caso histórico que permitiera que los estudiantes más tempranos puedan aprender a cómo pensar cuestiones fundamentales de seguridad nacional en el contexto de una guerra a nivel estratégico", dice.

Los efectos secundarios de la operación Tormenta del Desierto son palpables a día de hoy. A pesar de que la victoria de la coalición fue fulminante, la retirada de las tropas iraquíes no significó el final del conflicto; sino, más bien, el principio de la implicación estadounidense. Nuestro país no se ha movido de allí desde entonces, ha preservado sus bases militares en Arabia Saudí y en los países vecinos, incluso desde antes a la invasión de Irak de 2003.

De hecho, el simbolismo de la presencia estadounidense en el Golfo desde los 90 es uno de los motivos fundacionales para sembrar la semilla del odio y de la amenaza mundial difundida por Al-Qaeda.

La presencia de los "cruzados" estadounidenses fue el motivo de la guerra santa declarada por Osama bin Laden en 1996. A día de hoy, nadie cuestiona que el terrorismo islamista nació con la vocación fundamental de enarbolar la guerra contra Estados Unidos, tal y como contempla el fetua redactado por Bin Laden aquel mismo año, y que serviría de manifiesto ideológico y fundacional del terrorismo yihadista.

Dos años después, Ayman al-Zawahiri — el actual líder de Al-Qaeda — rescató las palabras del fundador y proclamó que "Estados Unidos lleva siete años ocupando el lugar más sagrado de todo el Islam, la península árabe. Ha saqueado sus riquezas, ha sembrado su dictadura política e ideológica, ha humillado a sus gentes, aterrorizado a sus vecinos, y ha reconvertido sus bases militares en la península en la punta de lanza de su agresión contra los países musulmanes vecinos".

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Claro que en las semanas posteriores a la liberación de Kuwait, después de que el reino petrolífero fuese invadido durante seis meses por Irak, la semilla de Al-Qaeda apenas había sido engendrada, y todavía no estaba preñada por el odio que le inocularían las tropas estadounidenses. Sucedió que la brevedad y el aparente irrisorio coste de la operación Tormenta del Desierto sirvió como acicate para apuntalar la proverbial omnipotencia de Estados Unidos en una de las regiones más delicadas del planeta.

"De repente, tras la guerra del Golfo, todos los militares se convirtieron en superhéroes y el prestigio del ejército subió como la espuma", relata el doctor Ronald Spector, profesor de historia militar en el departamento de Relaciones Internacionales de la universidad George Washington. "Antes de la guerra del Golfo el ejército era percibido como una institución incapaz de hacer nada bueno. Sin embargo, tras la guerra, muchos se creyeron que el ejército se había convertido en un estamento capaz de conseguir todo lo que se propusiera".

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Un soldado estadounidense encaramado a lo alto de un Humvee, protege el recinto en el que se levantaba la embajada de su país en la ciudad de Kuwait, el 28 de febrero de 1991. Imagen por David Longstreath/AP).

Tan solo habían pasado 16 años de la humillación de Vietnam y la carnicería en que se convirtió Saigón para las tropas estadounidenses, incapaces de evitar que los comunistas del norte del país penetraran en el sur. Así que la victoria en Kuwait enterró la memoria de la vergüenza y sirvió, de nuevo, para sacar pecho.

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"Por Dios", se regodeó entonces un temerario George H.W. Bush. "Nos hemos deshecho del síndrome de Vietnam de una vez por todas".

Sin embargo, durante todos estos años de intervención, el saldo estratégico de la operación Tormenta del Desierto ha dado un giro de 180 grados. Muchas de las lecciones más tempranas "fueron erróneas o probaron no ser aplicables en otras situaciones", recuerda Spector. "La rotunda superioridad tecnológica del ejército de Estados Unidos, especialmente a nivel aéreo, provocaron una oleada de pensamiento eufórico que se convenció de que la tecnología aérea estadounidense era invencible".

"Algunos observadores concluyeron", cuenta Spector, "que finalmente habíamos alcanzado un punto en que el poder aéreo podía destruir por si solo a cualquier enemigo. Y, como es normal, el alarde de potencia de Estados Unidos y de las fuerzas de la coalición resultó de lo más impresionante para muchos observadores internacionales, convencidos de que Kuwait significaría la primera de otras muchas revoluciones militares venideras".

El entendimiento de lo que supone la superioridad tecnológica provocó un cambio profundo y radical en la noción moderna de lo que es una guerra. La insultante velocidad con la que Estados Unidos aplastó a Irak, que entonces era el cuarto ejército más grande del mundo, fue la prueba de que había arrancado una nueva era.

Muchos analistas creyeron que "a través del uso de varios recursos electrónicos y técnicos sería posible a día de hoy tener un control absoluto del campo de batalla, y que los combates, a consecuencia de ello, podrían diseñarse de antemano, de modo que la tecnología significaría una ventaja irresistible para el adversario", comenta Spector.

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"Y, evidentemente", añade, "la cosa dista mucho de ser así".

El adversario que mejor está probando la esterilidad de la omnipotencia tecnológica de Estados Unidos se llama Estado Islámico. Los yihadistas son la irónica prueba de que las guerras ya no solo se ganan con tecnología. La organización yihadista asentada en Siria e Irak, aprendió muchísimo de los ex oficiales de Saddam Hussein, y recibieron una impagable educación en cómo tramar rutas clandestinas de contrabando para eludir los boicots, algo en lo que las tropas de Saddam se doctoraron después de Irak.

En 1991, la coalición liderada por Estados Unidos dirigió una ofensiva militar contra las tropas de Saddam Hussein y ganó sin despeinarse. En 2016, la coalición liderada por Estados Unidos lleva dos años liderando una guerra contra Estado Islámico en el mismo rincón del planeta. Y nada apunta a que vaya a ganar. Y mucho menos que lo vaya a hacer a corto plazo.

Lo cual sirve como excelente ejemplo para probar la longeva influencia que los conflictos armados pueden provocar, incluso mucho después de haber concluido. Y lo cual, prueba, además, que, a menudo, la semilla de los conflictos del futuro está plantada en los del pretérito. Un cuarto siglo después de la última victoria militar de Estados Unidos, tal es la lección más valiosa que tanto el público del país, como sus aulas, donde estudian los futuros oficiales y expertos en seguridad, pueden aprender.

El general H. Norman Schwarzkopf, comandante de las tropas estadounidenses en el Golfo, mira por la pequeña ventana de un jet, de camino a visitar a sus tropas en el desierto de Arabia Saudí. La imagen fue tomada un 13 de enero de 1991, cuatro días antes del principio de la ofensiva aérea que inauguró la guerra del Golfo. Imagen por Bob Doherty/AP

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