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'Ahora mismo se están midiendo los miembros, ¡qué peligro!’: batalla Putin vs Erdogan

He aquí dos hombres como dos gotas de agua. Comparten desde la destreza deportiva hasta la abnegación religiosa. Sin embargo, lo que les unió en el pretérito, se ha convertido ahora en una amenaza contra la seguridad global.
Imagen por Ivan Sekratarev/AP/EPA
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La crisis diplomática desatada después de que Turquía abatiera un caza ruso, se está transformando, paulatinamente, en una batalla de egos entre Vladimir Putin, presidente de Rusia, y Recep Tayyip Erdogan, su homónimo turco. Ambos líderes son proverbialmente conocidos por sus ínfulas machistas y su debilidad por las revanchas militares. El inequívoco parecido de su estilo político motivó en su día que ambos se acercaran; sin embargo, ahora las mismas similitudes están cifrando un exacerbado alejamiento, pues ninguno de los dos tiene intención alguna de recular públicamente.

Putin respondió el pasado martes al derribo del caza ruso Su-24 por parte de un F-16 de las fuerzas turcas con su habitual bravuconería. El presidente ruso se despachó a gusto y proclamó que el ataque ha sido "un apuñalamiento por la espalda, infligido por un país que es cómplice de terrorismo". Y, como no, exigió una disculpa.

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Erdogan salió ayer al paso de las declaraciones de Putin. Lo hizo a través de la CNN. "Quienes necesitan disculparse son quienes han violado nuestro espacio aéreo". Erdogan se dirigió también a los micrófonos de France 24 para asegurar que Rusia no está luchando contra Estado Islámico (EI), que solo lo está simulando, a pesar de que Putin se ha cansado de repetir que sus Su-24 surcan el cielo sirio con el único objetivo de atacar a los combatientes yihadistas.

Así es cómo Occidente puede acabar con Estado Islámico — aunque no será fácil. Leer más aquí.

En vista de la situación, Putin ha decidido dar un paso al frente más propio de portero de discoteca que de negociador — según Erdogan el presidente ruso nunca le llamó de vuelta después del incidente — y ha redoblado su presencia militar en la zona. El ataque turco ha sido ampliamente interpretado como una advertencia a Rusia para que deje de bombardear a los rebeldes turcomanos que combaten cerca de la frontera de su estado con el noroeste de Siria. Pese a ello, tanto los bombarderos rusos como la artillería de misiles siria "desplegaron una masiva ofensiva aérea en la zona durante largo rato", tan pronto como los pilotos de los cazas fueron rescatados. Así lo expresó ayer un representante del ministerio de Defensa turco. Al menos una docena de bombardeos aéreos rusos alcanzaron posiciones de las montañas turcomanas. Allí se concentran la mayoría de turcomanos, cuyas fuerzas están combatiendo contra las del presidente sirio Bashar al-Assad, y baluarte de la intervención rusa.

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Rusia también ha destinado un buque de guerra provisto de misiles teledirigidos al Mediterráneo, y una flota de misiles antiaéreos S-400 a su base área en Siria, situada en Latakia. El movimiento delata un inequívoco intento por extender su arsenal de misiles de tierra a aire en el interior del territorio turco. El analista en sistemas de defensa independiente Alexander Goits, ha expresado su temor a que Rusia "derribe un avión turco", solo para "igualar el resultado y quedar así en paces".

Además de su descarado despliegue militar, Moscú también amenaza con infligir sanciones económicas. Paralelamente, los expertos temen que Ankara decida elevar su apuesta inicial y opte por cerrar el estrecho del Bósforo (una ruta fluvial que discurre hasta el centro de Turquía). Si lo hiciera, conseguiría cortar de cuajo el principal canal de suministro entre Rusia y Siria.

'Se trata de algo personal tanto para Putin como para Erdogan'.

Sin embargo, a Erdogan no debería de extrañarle demasiado la fría reacción de Putin. A fin de cuentas, ambos se han esforzado todo lo que han podio y más para ser percibidos globalmente como líderes inquebrantables, tan capaces de hacer frente a otros poderes mundiales, como de reverdecer las glorias del pasado. Ambos han conseguido aumentar su popularidad entre los suyos gracias a su implacable política exterior. Ambos se han convertido en esclavos de su imagen hasta tal punto, que ninguno se siente capaz de recular. Se trata de una cuestión de orgullo que, según los analistas, está multiplicando el riesgo de conflicto y cuestionando los intereses de ambos países en la zona.

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"Para ambos (tanto para Erdogan como para Putin), la imagen es más importante que los asuntos de estado. Y tal es el auténtico problema. No pueden ponerse de acuerdo", explica Leonid Isayev, experto en políticas de Oriente Medio en la escuela de Estudios Superiores Económicos de Moscú. "Ambos han decidido invertir gran parte de su reputación en el conflicto sirio. Se trata de algo personal para los dos, de manera que ambos se oponen igualmente a hacer concesión alguna, lo cual incumbe tanto a Estado Islámico como al resto de grupos terroristas".

Pavel Felgenhauer, un analista de defensa alineado con la oposición, es todavía más crudo.

"Ahora mismo se están midiendo los miembros, lo cual es extremadamente peligroso", ha relatado. "Es evidente que el conflicto sirio está lleno de conflictos mucho más graves, sin embargo, la naturaleza personal de su enfrentamiento invita a pensar que la rivalidad entre ambos seguirá escalando".

Las trayectorias de ambos líderes han discurrido de forma similar desde que asumieron el poder. Ambos han dirigido a sus respectivas naciones durante una época de crecimiento económico sin precedente. Y ambos se han consolidado en el poder mientras muchos condenaban sus tendencias autoritarias. Ambas quedaron igualmente demostradas en la forma en que se ha reprimido a la disidencia tanto en Moscú como en Estambul".

'Son dos hombres poderosos y brutales, que buscan subrayar su masculinidad'.

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Ambos han multiplicado su influencia en los medios de comunicación y sobre las políticas electorales, y han personalizado el poder hasta el punto de que su título oficial cada vez se ha convertido en algo más irrelevante. De hecho, ambos han encontrado la manera de incumplir con los límites de sus respectivos mandatos. El primero en hacerlo fue Putin tras sus primeros cuatro años en el poder, de 2008 a 2012. Erdogan le emuló poco después y se convirtió de nuevo en presidente sin perjuicio de violar la duración de las legislaturas que contempla su propia formación política.

A Putin se le ha acusado varias veces de ser un zar moderno. Y a Erdogan le han tachado de sultán. Y el hecho es que ambos se han construido sendos palacios para honrar sus credenciales.

Sus competitivas personalidades y un alarde de masculinidad enraizado en lo atlético, también son marca de la casa: Putin se ha dedicado a proclamar a los cuatro vientos su amor por el judo y por el hockey, mientras que Erdogan llegó a ser futbolista semi-profesional. Igualmente, ambos han cultivado sendas imágenes de tipos tan devotos como obstinados y decisivos. De hecho, Putin se refirió una vez a Erdogan como "a un hombre de fuerte carácter". La cálida relación que ambos habían construido en los últimos años había sido, igualmente, achacada a sus afinidades personales.

"La alianza entre Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan descansaba en gran parte en su similitudes psicológicas y en los intentos de Putin por contemplar a Erdogan como a un espejo de sí mismo", ha asegurado esta semana el analista Stanislav Belkovsky ante los micrófonos de la emisora de radio Ekho Moskvy. "Él se pensaba que estaban muy unidos. Dos hombres poderosos, brutales y súper masculinos que, efectivamente, han impuesto el autoritarismo en sus países, y que siempre van a la suya, ignorando todo lo que les da la gana ignorar, acusaciones de corrupción incluidas".

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Y lo que es más importante, tanto Putin como Erdogan han apuntalado una política exterior cada vez más implacable en los últimos años. Sus detractores están convencidos de que se trata de una burda estrategia para distraer a los suyos de los conflictos que se les acumulan en casa. Además, la actitud desafiante para con Occidente, se ha convertido en su particular manera de reivindicar la fortaleza de sus respectivas naciones, su independencia, y su dimensión de potencia mundial.

Putin ha apelado a la nostalgia de la Unión Soviética como superpotencia. Un pasado glorioso cuyo aparatoso derrumbamiento describió una vez como "la mayor catástrofe geopolítica del siglo". Por su parte, Erdogan ha intentado reverdecer la memoria del imperio otomano, al tiempo que intenta recuperar el estatus de Turquía tanto en la región como en el mundo islámico suní. Lo cual ha incluido el apoyo a los rebeldes de la vecina Siria.

"Es una situación completamente idéntica. Se trata de dos líderes muy populares. Líderes autoritarios, duros, que gozan de un apoyo significativo, un apoyo que aumenta a cada año, especialmente gracias a la política exterior, nunca a la doméstica", concluye Isayev. "Ambos son bastante agresivos. Tanto Rusia como Turquía. Está de moda. La gente lo pide".

'Ambas partes están en la misma encrucijada: se han quedado sin espacio para maniobrar'.

Sin embargo la intervención de Rusia en Siria ha cambiado las reglas del juego. Putin ha entrado con todo, deseoso de reforzar su alianza con el presidente Bashar al-Assad, y subrayar su influencia en una región clave a nivel geopolítico. Sin embargo, su aparatosa intervención ha provocado que las doctrinas de los dos mandatarios hayan enfilado un rumbo destinado a la colisión. Erdogan ha decidido desafiar ahora a Rusia en nombre de los turcomanos. A fin de cuentas hablan turco. Y viven en una parcela de Siria, que despierta en Turquía la melancolía de la tierra histórica. Exactamente lo mismo que le ha sucedido a Putin con Ucrania. Cuando Putin anexionó Crimea en 2014, se justificó diciendo que lo hacía para proteger a los ruso parlantes del extranjero. Y aprovechó para recordar que Crimea era una tierra histórica. Entonces, inspirado por la misma ideología melancólica, decidió respaldar a los rebeldes ucranianos. De hecho, en una de sus memorables intervenciones para explicar los pormenores de su invasión, llegó a referirse a la zona empleando el mismo nombre que recibía en tiempos del imperio zarista.

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Rusia y Turquía se juegan ahora sus respectivas reputaciones. La colisión entre las políticas de poder de Putin y Erdogan ha desembocado en un distanciamiento que la testosterona de ambos promete hacer escalar.

Los rusos están enfadados y están invocando a una respuesta contundente ante lo que consideran que ha sido un atropello turco. Por su parte, los medios nacionalistas turcos se han deleitado en lo que han entendido como una ejemplar reprimenda a Putin por parte de Erdogan.

"Ambas partes están en la misma encrucijada: se han quedado sin espacio para maniobrar y no pueden dar marcha atrás", cuenta Felgenhauer. "Seguirán sacando pecho y desafiándose, de manera que no me extrañaría nada que la tensión actual traduzca en algún tipo de enfrentamiento militar".

Los analistas esgrimen que, llegados a este punto, solo un tercero neutral, como la Unión Europea o la OTAN, de la que Turquía es país miembro, sería capaz de evitar el distanciamiento. Claro que ese tercero deberá de ser lo suficientemente habilidoso como para conseguir que tanto Putin como Erdogan reculen sin sentir que, al hacerlo, su pecho se encoge o su altura disminuye.

"Es muy arriesgado", explica Golts. "La OTAN tendrá que hacer algo para rescatar a Erdogan. Claro que no tengo muy claro cómo verá él esa situación".

"Se trata de una disputa entre dos tipos completamente intransigentes. Les gusta jugar duro a los dos, y no hay nadie que pueda hacer nada al respecto. Es un callejón sin salida", sentencia Isayev.

De repente Turquía recuerda que es miembro de la OTAN y frena la compra de armas a China. Leer más aquí.

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