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especial 10 años de la guerra contra el narco

Bailar entre alacranes: cómo la trata de personas se transformó en un 'narconegocio'

Esther estuvo seis años atrapada en redes de explotación sexual, controladas por grupos criminales de México, un país donde 47 organizaciones están involucradas en el negocio de la prostitución forzada.
Imagen vía Cuartoscuro.com
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Si le preguntas a Esther cuál es el peor recuerdo que tiene de los años en los que estuvo secuestrada, ella te dirá que los alacranes.

Ella bajará la mirada, apretará los ojos y confesará que incluso ahora, cinco años después de su rescate, hay noches en las que despierta con la sensación de que algo camina por sus tobillos y escala sus piernas desnudas.

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Te dirá que hay noches con pesadillas tan vívidas que casi puede jurar que, otra vez, hay animales rozándole los bordes de los pies. Que cuando eso sucede tarda horas en volver a dormir. O que, a veces, le llega el amanecer y debe irse en vela a su trabajo. Porque acordarse de esos animales es recordar a otros: los narcotraficantes que la tenían capturada en la ciudad desértica de Nogales, en Sonora, la puerta de la droga que llega a Estados Unidos por Arizona.

Te contará, conteniendo las náuseas, que así se divertían "los señores": llegaban al tabledance que el cártel usaba como casa de seguridad para forzarla a tener relaciones sexuales con los clientes, cerraban el lugar para ellos, exigían las mejores botellas y cuando el alcohol los embrutecía, ordenaban a los dueños —sus amigos— que sacaran a las muchachas de los vestidores y las llamaran a bailar. Sonaba la música y ellas, agotadas, apenas se contoneaban. Hasta que alguien se acercaba a las mujeres con una bolsa y tiraba decenas de alacranes en la pista de baile.

Esther fue explotada sexualmente durante seis años, en los cuales conoció cómo se mezcla el narco con la trata. (Imagen por Iván Alamillo/VICE News)

Te describirá la risa de sus captores, cavernosa e idiota, después de tanta marihuana. También el llanto agudo de las bailarinas, que sabían que una picadura de esos escorpiones "güeros", típicos del desierto de Sonora, las podría matar en unas horas sin atención médica. Que entre más lloraran ellas, más se carcajeaban ellos. Y que todas bailaban, aunque murieran de miedo. Porque no tenían permiso para bajarse de la pista.

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—¿Qué pasaba si abandonabas la pista?— podrás preguntarle y ella hará una mueca, como si no supieras lo que le pasa en México a la gente que se rebela a los narcotraficantes.
—Ellos sacaban sus pistolas. Las ponían en la pista. Amenazando.
—¿Supiste de alguien a quien le hicieran algo por huir de los alacranes?
—Sí, se las llevaban— dirá Esther.

Y cuando pases saliva, ella te dirá que no te angusties. Que estará bien, porque algún día se irán las pesadillas. Que mejor pienses en todas aquellas personas que hoy están como ella estuvo, atrapadas en una red con doble fondo: la trata de personas y el narcotráfico en México.

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La historia que contó Esther —y lo que está por contarte— está en una denuncia que conocen las autoridades federales desde el 5 de septiembre de 2012, cuando la Procuraduría General de la República se declaró competente para investigar su caso, el expediente FDS/FDS-6/T1/545/12-06, que originalmente habían iniciado las autoridades de la Ciudad de México.

Ese legajo de documentos oficiales es una muestra de hasta dónde ha llegado la violencia en la trata de personas en México y cómo la "guerra contra el narco", declarada hace una década por el entonces presidente Felipe Calderón, avivó este delito que transforma el dolor de miles de víctimas en 300 millones de dólares anuales para el crimen organizado, según la ONG Polaris Project.

Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la trata de personas no estaba ligada a los cárteles. Y la violencia no era tan extrema.

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Para entenderlo, hay que volver al origen de los tratantes, es decir, la versión extrema de los "machos" en comunidades rurales. Para el investigador Óscar Montiel, la idea arraigada en pueblos indígenas de que la mujer es un objeto de intercambio provocó que algunos varones creyeran que podían prostituirlas, si así la familia se beneficiaba económicamente. Aunque ellas hagan el trabajo sexual, ellos son las cabezas del "negocio" porque cumplen con la labor de "protegerlas".

Así, los primeros tratantes explotaron a sus esposas e hijas. Luego, a sus sobrinas, primas, amigas, vecinas. Pero las secuelas familiares y vecinales hicieron que los tratantes se alejaran de las mujeres de su comunidad y eligieran captarlas en otros lugares. Aprendieron a "cazar" a sus víctimas enamorándolas para luego convencerlas de prostituirse y que les enviaran el dinero. A esa primera generación de padrotes, la violencia les pareció un recurso torpe y de novatos. Su éxito en el "negocio" hizo que incorporan a sus hijos, hermanos, padres, y las bandas se volvieron familiares.

En aquellos años —80, 90 y principios de este siglo— la trata de personas en México era conocida por apellidos. Los Granados, los Prieto, los Romero, eran las bandas más conocidas. Aunque éstas bandas ya fueron desmanteladas, algunos de sus integrantes siguen prófugos e, incluso, hoy están en la lista de los criminales más buscados de Estados Unidos, como Eugenio Hernández Prieto, 'El Jarocho' o 'El Enamorador'.

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La mayoría tenía sus raíces en el de municipio Tenancigo, en el estado de Tlaxcala, un pueblo sin tabledance ni casas de citas, pero que paradójicamente es considerado el principal semillero de padrotes en el país, donde los niños no quieren ser policías ni jugadores de futbol, sino seguir el ejemplo de los adultos de su familia y ser millonarios explotadores de mujeres.

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Instantánea del pueblo Tenancingo, Tlaxcala, considerado 'el semillero de los padrotes' en México. (Imagen tomada de Youtube/Rosi Orozco)

El desempleo en el campo provocó que los tratantes necesitaran cada vez más mujeres en las ciudades. Si querían tener veinte, en lugar de tres, enamorar ya no era suficiente. Así que empezaron lo que ellos llamaron "la nueva escuela", es decir, la era de las capturas con base en engaños de trabajos, golpes, amenazas y secuestros.

Aquella debió ser una primera alerta: los tratantes pasaban de robar besos a robar niñas.

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Esther te hablará de más recuerdos. Hablarlo, dice, le ayuda. Le desendemonia las noches. Por ejemplo, te contará del "show de las payasitas" que se hacía en las costas del paradisiaco Mazatlán, Sinaloa. Ahí, el grupo que la raptó había "comprado" a niñas de entre 11 y 15 años para montar un espectáculo erótico en los tabledance, que según ella operaban con el consentimiento de cártel local. A ellas, caracterizadas como payasas, les ponían peluca y maquillaje, y las hacían desfilar sin ropa por la pista.

—Eran niñas, no tenían senos— te dirá Esther. —Una vez me acerqué a una. Le pregunté qué hacía allá. Me dijo 'actúo en una obra de teatro. Mis papás saben'. También las vestían como princesas, así como Blancanieves.

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Te contará que en Guadalajara, a las mujeres las hacían tener relaciones sexuales hasta por 15 horas seguidas y si no obedecían, las desaparecían y sus captores decían, a manera de amenaza, que "las habían degollado" por rebeldes. Que en Torreón o Monclova escuchó a una joven preguntar por su hermana desaparecida y el gerente le dijo que jamás la había visto, cuando todas sabían que hace unos meses ahí estuvo capturada. Que en Ciudad Juárez violaban en grupo a las bailarinas que no hacían suficientes bailes privados o no tenían relaciones sexuales con los clientes. Que en Tijuana vio cómo adolescentes, casi niños, entraban a los tabledance armados, se llevaban a mujeres que nunca más volvían, y los "señores" decían que las habían vendido para que las mataran.

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En cada tabledance, Esther observó menores de edad o adultas forzadas a tener relaciones sexuales (Imagen por Rodolfo Angulo/Cuartoscuro.com)

—En Chihuahua era muy feo. Ni a un animal lo tratas así. Les quitaban la comida y dejaban que casi de desmayaran de sed y calor en unos cuartos pequeñitos—.

Y que la violencia del norte puede ser tan descarnada como la de la Ciudad de México. Lo sabe porque también estuvo cautiva en el Solid Gold, un exclusivo tabledance, donde los clientes pagaban por botellas de hasta 7.000 pesos, mientras las bailarinas eran golpeadas con cables y violadas por turnos por los gerentes y meseros para "motivarlas" a exprimir las carteras de los clientes con relaciones sexuales en cuartos escondidos, según las propias denunciantes mexicanas y extranjeras.

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Hoy, ese lugar está clausurado por el delito de trata de personas y los sellos los pusieron decenas de víctimas que testificaron contra ese lugar pintado de oro falso. 'El Solid' operaba a menos de 3 kilómetros de distancia de las oficinas de la Procuraduría General de la República.

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Cuando los tratantes empezaron a secuestrar personas, crecieron sus ganancias, pero también sus riesgos, por lo que debieron crear redes de complicidad con servidores públicos, similares a las que tiene el narcotráfico.

Con la la migración masiva hacia Estados Unidos, se abrió una nueva oportunidad para que los tratantes expandieran su negocio a una escala internacional. Entre las familias más famosas de ese periodo están los Flores Carreto, liderada por los hermanos Josué y Gerardo, que mantenían una red de secuestros que iniciaba en México y finalizaba en los burdeles de Nueva York.

Su arresto en 2004 y posterior juicio exhibió sus técnicas de horror: ofrecían empleos inexistentes en el extranjero y una vez ahí, vendían a las mujeres. Si se rebelaban, cortaban a sus víctimas con botellas de vidrio, les quemaban los genitales con aceite hirviendo, las encerraban en un baño durante días sin comida, amenazaban con enviar sicarios a México para matar a sus familias, si no ayudaban a reclutar a sus hermanas o vecinas, según las denunciantes del caso 06-2295-cr abierto en primera instancia en el Distrito Este de Nueva York.

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Aquella sería otra alerta: el encarcelamiento de los Flores Carreto dejó un vacío en un millonario negocio, que pronto fue ocupado por otras bandas que se volcaron a más rutas de trasiego hacia Estados Unidos. Y que surcaron caminos para atraer a mujeres desde Sudamérica, El Caribe y hasta de Europa del Este. En su afán de crecer, debieron usar las rutas del narcotráfico e instalarse en las ciudades que controlaban los cárteles.

Los tratantes tenían experiencia criminal, pero su currículum era de novatos frente a los grandes capos de la droga, que desde muchos años antes ya se habían dividido al país. Los primeros debieron coexistir en los territorios de los segundos: en Tijuana, bastión de los Arellano Félix, se crearon numerosos tabledance y casas de cita liderados por padrotes. Lo mismo en Sinaloa, fortaleza de 'El Chapo' Guzmán. O en Tamaulipas, enclave del Cártel del Golfo. Años más tarde, en Chiapas, con Los Zetas.

La convivencia provocó que los tratantes aprendieran a operar como narcos. A tener halcones (vigilantes en las calles), lavar dinero, comprar armas, torturar, asesinar. Se hicieron tan poderosos que también comenzaron a eliminar a altos funcionarios del gobierno: a principios de 2007, José Nemesio Lugo Félix, quien era secretario técnico de la Comisión Interinstitucional para Prevenir y Sancionar el Tráfico y Trata de Personas, había anticipado a su círculo cercano y medios de comunicación que se encontraba muy cerca de "golpear fuertemente" a una organización conocida como Divas que proveía de mujeres extranjeras a tabledance y centros de prostitución, de acuerdo con una información del diario La Jornada. La investigación de Lugo Félix quedó trunca el 14 de mayo de ese año, cuando un comando armado lo asesinó con ocho balazos a unos metros de la sede de la PGR.

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Así fue como asesinaron a Nemesio Lugo Félix, quien investigaba una red de trata de personas de alto nivel en el país (Imagen por Mario Guzmán/EPA)

Esos padrotes ya no tenían nada que ver con las bandas familiares. Se despojaron de los apellidos y adoptaron alias con el estilo de la mafia: 'El Bufón', 'El Rambo', 'El Bombacho' y 'El Osito', quien incluso era buscado por el FBI.

Una última alerta se debió prender con la 'Guerra contra el narco', iniciada en el año 2006: la posibilidad de que la ofensiva del gobierno cortara esa coexistencia pacífica. La estrategia del gobierno de Felipe Calderón mermó en algún punto las finanzas de los cárteles con los decomisos y buscaron nivelar sus pérdidas aumentando su participación en otros delitos, como la trata.

El investigador Guillermo Pereyra, autor de la investigación México: violencia criminal y guerra contra el narcotráfico, lo explica así: frente al incremento de los decomisos (de droga) en los últimos años, "los grupos criminales aceptan negocios más riesgosos y violentos, como lo atestigua el avance formidable de la industria del secuestro y la trata de personas".

Hoy, el país tiene, al menos, 47 grupos de delincuencia organizada involucrados en la trata de personas y su presencia más fuerte está en el norte y centro del país, según un informe de Naciones Unidas.

De este modo, se vio el ascenso y consolidación de una nueva generación criminal. Los hombres que causan pesadillas a Esther.

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Esther te contará que todo esto comenzó porque quería una computadora. Sólo eso: una laptop para empezar sus estudios de Diseño.

Te relatará que su familia no tenía dinero para comprársela ni ella pudo hallar un empleo bien pagado en la Ciudad de México a sus 16 años. Por eso, aceptó trabajar con el hermano de una amiga que le había prometido 30.000 pesos al mes (1.500 dólares) por vender productos de limpieza en la norteña ciudad de Monterrey, Nuevo León. Cuando te lo cuente, su inocencia adolescente le seguirá doliendo, especialmente cuando recuerde que se dejó tomar fotografías en traje de baño para una "solicitud de empleo" y creyó que la empresa le pagaría avión, comidas y hospedaje para llevarla a trabajar.

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Te hablará del dolor que sintió cuando la camioneta que la recogió en el aeropuerto fronterizo se detuvo en un tabledance y le dijeron que había un cambio de planes. No sería edecán, sino bailarina y debía "coquetearle" a los clientes. Y un "detalle" más: que seguramente entendió mal lo del avión, comidas y hospedaje, porque a partir de ese momento ya debía 30.000 pesos y no la dejarían ir ni comunicarse con su familia hasta que pagara la deuda con la empresa. Sólo después, empezaría a ver un pago que nunca llegó.

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Aquel primer lugar se llamaba El Colorado, y hoy aún está abierto. Ella no lo sabría hasta mucho después, pero uno de los socios de ese tabledance era 'El Diablo', el alias de Rogelio Garza Cantú, un oscuro empresario de tabledance asesinado el 26 de junio de 2009 por un comando armado. De acuerdo con el libro Esclavas del poder, 'El Diablo' trabajaba de la mano con un prominente abogado que corrompía a agentes del Instituto Nacional de Migración para que les facilitaran trámites migratorios para extranjeras engañadas. Ese abogado, según el libro, era Luis González Parás, hermano de José Natividad, el gobernador priista de Nuevo León entre los años 2003 y 2009.

Aquella fue la primera parada de Esther en la red de trata de personas que marcaría un viaje por unas 10 ciudades del país. Un viaje de seis años, del 2006 al 2012. Desde el principio, su cautiverio estuvo ligado al crimen organizado.

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Este es el tamaño del interés del gobierno mexicano en la trata de personas.

Hoy no hay un zar antitrata para atender la epidemia de víctimas. El Sistema Nacional de Seguridad Pública no registra las denuncias de trata de personas. La Comisión que existe en la Cámara de Diputados es "especial", y no "ordinaria", lo que hace que no tenga presupuesto.

También resulta complicado analizar cómo creció la trata de personas en México desde que inició la guerra contra el narcotráfico, porque en 2006, ni siquiera se había tipificado ese delito y sólo se abrían investigaciones por "violación" o "secuestro". Hasta 2007 se creó la primera ley federal y las primeras denuncias se contabilizaron hasta 2009, cuando conteo llegó apenas a 66 anuales.

Hasta 2012, entró en vigor la actual ley general que castiga a victimarios y protege a las víctimas, lo que motivó el crecimiento de denuncias hasta 360 en el año. En 2013 aumentó a 535. En 2014, ya había un saldo anual de 808. Y hasta julio de 2016, iban ya 360.

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Se trata de uno de los delitos con menos castigos en el país: la información más actualizada de la CNDH calcula que en instancias locales sólo 18,4 por ciento de las denuncias terminan en una sentencia. Y cuando se trata de instancias federales, la cifra se desploma a sólo 1,9 por ciento.

Así la impunidad en un delito que hace metástasis en México y en el que una de cada cuatro víctimas es menor de edad.

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Si conocieras a Esther, te darías cuenta de los estragos que causan perderse en el negocio de la esclavitud sexual. Habla susurrando, como pidiendo permiso para ser escuchada. Camina lento y pausado, y es difícil escucharla reír.

Pero avanza.

Te dirá que aunque las pesadillas le provoquen insomnio, de cualquier manera se presentará a trabajar. Si los recuerdos la atormentan, irá a terapia. Si se le instala una nuble gris en el ánimo, dibujará para regresarse la calma. Y si los días malos duran más de lo previsto, esperará pacientemente que el siguiente sea mejor, junto a los miembros de la ONG Comisión Unidos contra la Trata, que preside la activista Rosi Orozco.

—¿Cómo te explicas haber sobrevivido y que puedas contarme esto?
—A veces no lo creo… suena tonto, pero a veces me siento afortunada. Sobreviví por un operativo en… en el centro del país, pon eso. Pero eso no es normal, la gente que meten en esas cosas dura muy poco. Las matan, las desaparecen, las dejan locas con tanta droga y tanta tortura.
—Ese grupo, el que te explotaba sexualmente, ¿sigue operando?
—Sí. Es muy poderoso. Te movían siempre por avión, te llevaban a lugares buenos, te presentaban gente de dinero. En ese ambiente, entre menos preguntes y menos sepas, tienes mejores posibilidades de sobrevivir, pero yo sabía que me llevaban con políticos, artistas, futbolistas…
—¿Hoy ves alguna diferencia entre narcotraficantes y tratantes?
—Ninguna. Son lo mismo. Los mismos animales…

Si tuvieras enfrente a Esther, te diría que ahora mismo debe haber miles de niñas con el destino dislocado por la trata de personas. Que no hay ciudad grande, polo turístico o campo jornalero donde los cárteles no lleguen a ofrecer sus servicios de padrote.

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Esther ahora está recuperándose de las heridas emocionales de ser víctima de trata de personas. (Imagen por Iván Alamillo/VICE News)

Te contará que a veces llevan niñas a los gerentes de tabledance para ofrecerlas gratis, como si fueran una muestra de degustación. Que ahora mismo están explotadas, en la calle o en detrás de un cuarto con una colchoneta, en Puebla, Acapulco, Mexicali, Cancún, Tuxtla Gutiérrez, Morelia. Y que la única esperanza de esas secuestradas está en una llamada anónima de algún cliente que se atreva a decir "creo que allá tienen mujeres esclavizadas". Como lo hizo aquella persona que levantó el teléfono y desató el operativo que la regresó a la libertad.

—¿Y tu crees que sirva de algo contarte mi historia?

*Esta es la décima entrega de un total de diez reportajes que conforman el Especial '10 años de la Guerra contra el narco'.

Jefa de Contenido: Laura Woldenberg. _Editora: Karla Casillas Bermúdez. _Data: Saúl Hernández.__

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