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opinión y análisis

¿Cuanto cuesta una revolución?

La revolución tecnológica permite que vivamos más años pero la crisis financiera provoca recortes de las prestaciones sociales de los mayores. El años pasado un millón ochocientos mil ancianos sufrieron soledad, abandono y malos tratos en España.
Imagen vía Flickr

En mayo del pasado año una fuerza política desconocida hasta el momento, Podemos, alcanzaba el millón doscientos mil votos para sorpresa de toda España. También en 2014, con motivo de la celebración de la Diada en Catalunya, casi dos millones de personas salieron a la calle para reclamar el derecho a decidir su propio futuro. En ambos casos la opinión pública y publicada coincidió en señalar la importancia de la cifra y la necesidad de prestar atención a sendas reivindicaciones. Hoy, Podemos y la independencia catalana siguen ocupando, día tras día, titulares en todos los medios informativos.

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Ese mismo año, un millón ochocientos mil ancianos y ancianas españoles sufrían la soledad desde su casa. Cuando el dato salió a la luz no hubo manifestaciones, muy pocos se hicieron eco de la noticia. A diferencia de los fenómenos mencionados anteriormente, no fueron demasiados los que, desde las tan cacareadas redes sociales, hicieron valer los derechos de los mayores a vivir acompañados. Así que la cuestión ha quedado silenciada. Nadie opina. Vivimos en una sociedad que mira al futuro con ojos de esperanza, pero que, a la vez, es capaz de dilapidar la vida de sus ancianos si éstos no son capaces de seguirle el ritmo. Si esto es así, cabe preguntarnos: ¿cuál es el precio de revolucionarlo todo? Pues exactamente la tercera parte de todos los ancianos y ancianas de España, en total: un millón ochocientos mil mayores.

'Las implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado son muy grandes. A la larga es muy posible que se deban recortar las prestaciones sociales para este colectivo.'

Mucho se habla del envejecimiento de Europa, en España, sin ir más lejos, se prevé que cerca de la mitad de su población alcanzará los sesenta y cinco años en 2050, pero pocos son los valientes que, en un contexto dominado por los intereses económicos, se atreven a alzar la voz reclamando una vejez en condiciones. El mismo FMI, en 2012, destacaba que las "implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes". A la larga, concluye el informe, es muy posible que se deban recortar las prestaciones sociales para este colectivo. A la vista de todos está que los efectos de esas medidas se han adelantado.

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Pero la cosa no acaba ahí. De todos los mayores españoles, tan sólo un 3,3% son atendidos en alguna de las 350.000 plazas de residencia geriátrica que posee este país. Apuntan los estudios que las familias, núcleos muy mermados a causa de la crisis económica, han preferido mantener a sus mayores en casa para, al menos, cobrar una mínima pensión. La prueba: por pocas que sean las plazas actualmente ofertadas, un 20% no están ocupadas. Conclusión: no solo no somos capaces de atender correctamente la vulnerabilidad a la que está expuesto cualquier mayor, sino que, además, utilizamos los pocos recursos que les quedan para sostener, de nuevo, a la familia depauperada.

Dicho esto, por si fuera poco, según la Organización Mundial de la Salud, España se sitúa perfectamente en el centro de la media en lo que se refiere al maltrato de sus mayores. Según los Servicios Sociales del Gobierno Vasco, las denuncias por maltrato España alcanzan, teniendo en cuenta la reticencia a denunciar por parte de las personas mayores, cerca del 4% de los que residen en el domicilio familiar y aproximadamente el 13% de aquellos que viven en instituciones. Esto nos aboca a una ratio del 4,6% de mayores demostradamente maltratados.

Cuando hablamos de maltrato a los mayores hablamos de la negligencia en el cuidado, el abandono familiar y el abuso psicológico, a los que hay que sumar el maltrato físico y sexual y la explotación económica. Aún cuando no nos extrañe, es obligado mencionar que, de todos ellos, la inmensa mayoría fueron mujeres. También aquí, la cultura machista persiste en el conjunto del territorio español. Sin embargo, la cifra realmente estremecedora, aquella que no deja lugar a duda de la altura moral de nuestra calidad asistencial, no es ésta, sino que, precisamente, cuanto mayor es el grado de dependencia del mayor al que nos referimos, mayor es el riesgo de maltrato al que está sujeto. A más vulnerabilidad más abuso, esta es la fórmula y la realidad a la que debemos atenernos.

Ahora bien, no sería justo mostrar tan solo la cara oscura de este gran problema. De entre los numerosos profesionales dedicados a la gerontología surgen iniciativas que también cabe destacar. Por ejemplo, la del Comité de Ética de Servicios Sociales de Catalunya, institución a través de la cual se está promoviendo una iniciativa, la creación de espacios de reflexión ética, destinada a revolucionar la práctica de nuestras residencias. Ofrecer herramientas para la consecución de una nueva cultura del cuidado es una tarea urgente si no queremos seguir dejando en manos de la rutina y la economía lo que debería ser tratado humanamente. Y lo mismo desde el País Vasco, donde la Dra. Ana Urrutia, desde su Fundación Cuidados Dignos, se dedica promover una innovadora metodología que permita "desatar al anciano", esto es, eliminar paulatinamente las sujeciones físicas y químicas que actualmente son el día a día de nuestros centros de atención sociosanitaria.

Queda claro, pues, que queda mucho trabajo por hacer. Hasta ahora, la nuestra ha sido una sociedad profundamente edaísta, que consideraba a los ancianos y ancianas como un grupo homogéneo desde un paternalismo digno de épocas anteriores, sin embargo ambos ejemplos nos muestran que existe un cambio de tendencia. Después de años de mirar hacia otro lado, la ética vuelve a estar en boca de todos. Llama la atención, en este sentido, el premio del público alcanzado en el último festival de Sundance por "Alive Inside", un documental apoyado por Oliver Sacks que explora las posibilidades terapéuticas de la música en la recuperación de la capacidad cognitiva de los mayores y, con ello, el restablecimiento de su intrínseca dignidad tristemente olvidada. ¡Si es neurocientífica es nuestra revolución!, gritan los hipsters a lado y lado del océano.

Esos mismos hipsters deberían hacerse con nosotros la pregunta con la que empezábamos: ¿cuál es el precio de revolucionarlo todo? ¿Es necesario hacer borrón y cuenta nueva al precio de abandonar a nuestros mayores? Existen iniciativas concretas, hemos mencionado algunas, que nos permiten tener esperanza, pero no es esperanza lo que necesitamos, nos hace falta cuidado, respeto y diálogo. No fuera a ser que entre tanta innovación y ansias de originalidad olvidáramos la correa de transmisión que nos precede y nos permite, hoy, pensar el futuro con esperanza de cambio.

Sigue a Cristian Palazzi en Twitter: @C_Palazzi