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ESPAÑA

En imágenes: la historia de La Mina, el barrio barcelonés donde impera la Ley Gitana

La Mina sigue controlada por los clanes gitanos que expandieron el mercado de la droga a partir de principios de los 80. El asesinato de uno de sus miembros ha provocado la huida de 400 persones y mantiene el barrio en vilo por miedo a represalias.
En un edificio en construcción de la calle Mercè Rodoreda un cartel indica que la seguridad corre a cargo de Los Manolos. (Imagen por Maria Altimira/VICE News)
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Ya no hay niños merodeando por las calles de La Mina. Hay silencio. En este barrio de Sant Adrià del Besòs, que linda con Barcelona y que constituye uno de los mayores epicentros del menudeo de drogas de la provincia barcelonesa, se ha impuesto la omertá.

Aquí nadie quiere hablar del episodio que desde el pasado 23 de enero mantiene a todos los vecinos en vilo: el asesinato de un miembro del clan gitano de Los Baltasares en el Port Olímpic de Barcelona. Un capítulo que ha obligado a 400 miembros de las familias de los presuntos autores del crimen, Los Pelúos y Los Zorros, a abandonar sus casas para preservar su vida.

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Pero la historia de La Mina no es sólo la de las mediáticas riñas entre clanes gitanos y las publicitadas operaciones policiales antidroga. La Mina es, ante todo, una historia de olvido por parte de la administración. Donde conviven gitanos, un tercio del total de la población, con payos y en el que los vecinos que tratan de luchar contra la estigmatización que confunde la parte con el todo, tienen aún un arduo camino por delante.

Nacida para acoger a los habitantes de los asentamientos de barracas diseminados por la Barcelona franquista, con una históricamente anémica red social y de servicios para atender los graves problemas que azotaban a sus vecinos y un urbanismo que parece diseñado para esconder la miseria, la mafia nació y ha crecido al albur de una administración a veces ausente y otras, pretendida o accidentalmente, distraída.

Hoy, reconocen fuentes policiales a VICE News, la economía del barrio entero depende de 5 clanes gitanos dedicados al tráfico de drogas y a todo un elenco de actividades ilícitas como la venta de productos robados que encuentran salida en los mercadillos de la zona. Y aunque, ante eventos internacionales como los Juegos Olímpicos y el Fòrum de les Cultures, Barcelona volvió a mirar con atención esta depauperada barriada, las mejoras siempre vinieron de la mano de intereses urbanísticos asociados a estos grandes eventos que, pese a todo, se tradujeron en avances sociales. El resto han sido siempre logros alcanzados gracias a la lucha vecinal.

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La introducción del negocio de las drogas, explica a VICE News Josep Maria Monferrer, educador, activista social, presidente del Archivo Histórico de la Mina y autor de Historia del barrio de La Mina 1969-2000, tomó impulso a principios de los 80, cuando un conocido clan gitano consiguió hacerse con el servicio de la limpieza y recogida de chatarra del barrio. Algo que les dio el control de la zona y les allanó el camino para desarrollar otro tipo de negocios bajo mano. Otros clanes seguirían caminos paralelos.

El precio de asesinar a un miembro de un clan gitano según su 'ley'. Leer más aquí. 

Hoy, La Mina, tiene escuelas, guarderías, ambulatorio, biblioteca y muchos otros servicios, herencia de los distintos planes públicos de mejora, pero la fractura social sigue siendo enorme. "Todo se ha hecho siempre a medias, a la luz de la oportunidad económica y con el objetivo de esconder las vergüenzas pero no de abordar los problemas de fondo", asegura Monferrer.

Actualmente, las familias que quieren huir del ambiente de la delincuencia llevan a sus hijos a escuelas de otro barrio, mientras que en los centros educativos de primaria de La Mina el absentismo escolar es del 40 por ciento y en la secundaria supera el 60 por ciento. "Unos hacen, otros ven y callan", resume este activista.

En este escenario donde la delincuencia y el narcotráfico perviven, resulta fácil confirmar que hay cosas que no ha cambiado. Basta un paseo para darse cuenta de quienes continúan marcando el ritmo de las vidas de las cerca de 15.000 almas que habitan en este suburbio. "Controlado por Los Manolos", se puede leer en un cartel de un edificio en su última fase de construcción en la calle Mercè Rodoreda Se trata de la titularidad de los servicios de seguridad del bloque.

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El nombre propio estampado en este epígrafe basta para alejar a maleantes ocasionales, responde un vecino preguntado al respecto: "saben quienes son Los Manolos, saben a qué se exponen". Manuel Sargero Alunda, miembro del clan de Los Manolos, vinculado históricamente al narcotráfico, cayó el pasado 1 de febrero en una operación del cuerpo policial autonómico de los Mossos d'Esquadra contra la distribución de droga. No es la única familia que ha marcado la fachada de un inmueble en obras con el denominativo de su clan. En La Mina todo es oscuro y evidente a la vez.

De la mano de su archivo histórico, Monferrer nos invita a descifrar con una mirada crítica los claroscuros de este barrio que se inauguró en 1969, pasando de 700 habitantes a unos 15.000 en menos de diez años. La consigna de los planes de construcción era clara: cuanto más se construya mejor será el aprovechamiento de su zona y menor su coste.

Barcelona, que en las postrimetrías de la dictadura empezaba abrirse a la inversión extranjera, se libraba así de la imagen del barraquismo que moteaba la ciudad. El barrio de La Mina pertenecía a Sant Adrià, población desaparecida y recuperada gracias al empecinamiento de Franco por limitar el crecimiento de Barcelona, histórico foco de resistencia. Sin embargo, el Patronat Municipal de l'Habitatge de Barcelona adquirió los terrenos de La Mina.

Todas las imágenes son del Archivo Histórico de La Mina.

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Dibujo de una campesina y fotografía de una parte de La Mina rural donde más tarde se edificaría el barrio. Casi todas las casas fueron derrocadas para albergar los edificios donde reubicaron a los barraquistas de los asentamientos de Barcelona y del municipio de Sant Adrià conocidos como el Camp de la Bota, Pequín, Parapeto, Perona y Can Tunis, entre otros. Los barrios de barracas aparecieron a raíz de la masiva inmigración procedente de otras comunidades autónomas españolas como Andalucía, Murcia, Valencia, Galicia, Aragón y Extremadura.

La Mina rural fue arrasada para proceder a su posterior construcción con contadas excepciones. Una de ellas fue Can Co, propiedad de una familia católica y bien relacionada con el régimen franquista, y las naves de La Mina industrial — ya inexistente — situadas más cerca del mar.

La Mina vieja y La Mina nueva aún en construcción. Los nuevos edificios eran menos resistentes y además de triplicar la altura de los primeros comprendían mucho menos espacio circundante. Había que albergar a muchos más habitantes de los estimados inicialmente. 

La huelga general que se inició el 22 de marzo de 1977 duró tres días y el barrio se cerró a cal y canto para reivindicar las necesidades de los vecinos de La Mina. El detonante fue la falta de especialistas médicos en el centro sanitario del barrio. Sólo abrieron las farmacias y los hornos de 7 a 9 horas de la mañana en un barrio en el que, por aquel entonces, 300 niños sufrían de malnutrición. Un año antes los vecinos decidieron no pagar las cuotas municipales por un servicio de recogida de basura que no recibían. Además, los vecinos reclamaban presencia policial, un servicio de correos y espacios culturales y recreativos. 

Tras la huelga general, se estableció un diálogo con el Ayuntamiento de Sant Adrià y el Patronat Municipal de l'Habitatge de Barcelona que, recuerda Monferrer, siempre se acusaban mutuamente del abandono y el déficit del barrio. Sin embargo, las movilizaciones siguieron y forzaron la dimisión del alcalde de Sant Adrià. Después de un mes de espera, la inacción de las administraciones llevó a los vecinos a ocupar los locales del patronato de Barcelona para denunciar que mientras diversas familias vivían amontonadas en un solo piso, había diversas viviendas que continuaban vacías. 

En el mural a imagen y semejanza de la "Piedad", una madre sostiene a el cuerpo inerte de su hijo drogadicto. El problema del mercado de las drogas salió a la luz pública en 1978, cuando un adolescente de una familia muy conocida en el barrio entró en estado de coma debido al consumo de heroína. "El mercado se creó por la demanda que venía de fuera pero acabó haciendo estragos en el barrio", asegura Monferrer.  

La Coordinadora de Joventut jugó un papel destacado en el barrio. En la imagen, de finales de los 70, algunos de sus miembros acampan en la rambla de Camarón para exigir la construcción de un Casal Infantil y Juvenil.  

Las rivalidades entre clanes gitanos debido al control de la recogida de chatarra y la limpieza en el barrio se saldaban con el asesinato de los caballos o burros de los clanes "enemigos". Este caballo se encontró en la entrada de La Mina en 1983. 

Entre los avances de finales de los 80 se cuentan la reconstrucción del casal cívico que aparece en la imagen y la revitalización del movimiento vecinal que permitió la celebración de las primeras semanas culturales de La Mina, de acuerdo con Monferrer, el único evento que vertebra un barrio que sigue fracturado en un puzzle imposible de rivalidades, delincuencia y silencios e intereses económicos contrapuestos. También en estos años se conecta Barcelona y la zona industrial de la vecina población de Badalona a través de Sant Adrià. Sin embargo, el paro llegó a cotas del 80 por ciento y el proyecto "La Mina, ara sí" [La Mina, ahora sí] para mejorar el barrio, quedó en agua de borrajas.

El poema visual del célebre artista Joan Brossa fue realizado tras su visita a La Mina en 1989 en el marco de la conmemoración del antiguo alcalde de Barcelona, José María Porcioles, considerado el artífice del barrio de La Mina. 

La impresión del mal estado del barrio y del urbanismo antisocial que allí se practicó motivó la creación de esta obra que, de acuerdo con las palabras de su autor, pretendía ser una pieza "anticonmemorativa, condenatoria y recriminatoria". Por aquel entonces, las consecuencias de la droga se hicieron evidentes en el barrio. Muchos murieron de sobredosis o de VHI y otros muchos ingresaron en prisión. Monferrer cuenta más de 40 muertos entre sus alumnos del barrio. En este contexto, cuatro años antes de la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992 trascendió el proyecto Regesa, que se llevó en secreto y que pretendía tirar abajo La Mina y dispersar a sus vecinos por toda la geografía española dadas las oportunidades urbanísticas y económicas que ofrecía el espacio ante la celebración del evento internacional. Debido a la beligerante oposición de los vecinos, las autoridades optaron por negar la mayor y defender el ya exsangüe proyecto de "La Mina, ara sí".

El abandono se instaló durante y después de los Juegos Olímpicos, dice Monferrer, "fue como un castigo por el tema de Regesa". El nuevo y último gran proyecto impulsado por la administración bajo el paraguas de los ayuntamientos, diputaciones y gobiernos implicados y con una gran parte de recursos europeos ha sido el Plan de Transformación de La Mina (PTM) 2000-2015. En la imagen, aparece la división social de La Mina que, de acuerdo con el análisis del activista, ha resultado de las actuaciones urbanísticas del mismo dando la espalda a la zona más conflictiva y fortaleciendo la fragmentación. La construcción de edificios de lujo a primera línea del mar (pintados en verde) y enfrente de nuevos edificios universitarios, una zona comodín donde convive la vivienda social con pisos vacíos que no consiguen venderse en el mercado ordinario (de color amarillo) y las dos Minas de siempre (de rosa), la nueva y la vieja, donde sigue concentrándose la mayor problemática social.

Este educador considera que, con todo, el Plan de Transformación de La Mina ha traído iniciativas muy positivas como la inauguración de la Biblioteca de La Mina o la incorporación de ascensores en algunos edificios. En la imagen, la rambla de Camarón, una de las zonas más transitadas y populares del barrio. La rambla está, desde el 23 de enero, cuando se produjo el asesinato de un miembro de los Baltasares, más vacía y silenciosa.

En la imagen un cartel pegado al muro de un edificio de nueva construcción pendiente de terminar avisa de que la vigilancia de las obras del mismo corren a cargo del clan de los Manolos.

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