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Este hospital de Uruguay ha perdido el rumbo: ¿psiquiátrico o prisión?

En el hospital de Vilardebó conviven dos tipos de pacientes: los psiquiátricos y los enfermos llamados "judiciales", que son quienes han cometido algún delito. Esta situación genera disturbios internos y motines graves; el último se dio en abril.
Imagen por Alessandro Maradei / VICE News).

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La discusión subió de tono, los vecinos se percataron. El padre tomaba mate y por ahí había un cenicero de madera; no un arma de fuego, ni un cuchillo. Con ese cenicero Jorge golpeó tanto la cabeza de su padre, que cayó muerto. La yerba quedó desparramada por el piso. Diagnóstico: esquizofrenia.

El escenario fue el Borro, uno de los barrios más pobres y estigmatizados de Montevideo. Jorge era un futbolista reconocido, una promesa de ese deporte en Uruguay. Jugó en los clubes de fútbol locales Danubio y Cerro. Hasta el Chelsea Football Club lo solicitó. Viajó a Londres a probar suerte, pero no la tuvo. El día de la discusión su vida cambiaría por completo. Corría el mes de marzo de 2014 cuando Jorge fue internado en el Hospital Vilardebó. La noticia salió en todos los periódicos locales.

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El edificio del Hospital Vilardebó no pasa desapercibido en la calle Millán del barrio Reducto en Montevideo. Es una mole de la que no para de entrar y salir gente durante todo el día. Este es el único hospital psiquiátrico para pacientes agudos del Uruguay y funciona en un edificio viejo y de aspecto lúgubre. El predio es enorme, ocupa cerca de tres manzanas enteras.

El Hospital Vilardebó se fundó el 21 de mayo de 1880. Se llamaba Manicomio Nacional. En sus comienzos fue el mejor de América Latina y el edificio era hermoso. Ya de eso queda poco: ahora predominan el gris, las paredes descascaradas, las habitaciones clausuradas, la humedad y las malas condiciones. Los largos pasillos dan paso a numerosas salas y diversos patios internos. Los perros deambulan por el patio, al igual que los pacientes, que se abrazan, caminan, gritan y fuman. Algunos van errantes por los pasillos. Sobreviven.

En 1915, el Vilardebó llegó a tener 1.500 pacientes internados. Actualmente cuenta con 320, mayores de 15 años y procedentes de todo el país. Tiene servicios de atención ambulatoria, internación, emergencia y rehabilitación. El edificio se divide en dos: el sector de las mujeres y el de los hombres.

'Hay tanta demanda que no se da abasto y los mandan al hospital, donde no se rehabilitan porque no es el lugar adecuado'.

Pero en el Vilardebó no todos los pacientes son iguales. El 47 por ciento son "pacientes judiciales", enfermos psiquiátricos enviados ahí por disposición de un juez debido a que cometieron un delito, desde robos hasta homicidios. De esta manera, en un mismo espacio conviven dos poblaciones que tienen distintas necesidades y tratamientos psiquiátricos. Esta situación genera todo tipo de conflictos internos, que según los expertos, tendrían solución si se llevara a los pacientes judiciales en tiempo y forma a otra dependencia que cuenta con las condiciones para atenderlos, como la Cárcel Central.

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Horacio Porciúncula, director de Salud Mental de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (Asse), dijo en entrevista con VICE NEWS, que aunque históricamente los pacientes judiciales fueron más de la mitad, la reciente baja se debe a que algunos ya fueron derivados a Cárcel Central. En el Vilardebó, para estos pacientes están destinadas las salas 10 y 11 del sector de hombres, y la 16 del sector femenino, que cuentan con amplias medidas de seguridad.

La presencia de los pacientes judiciales en el Vilardebó ha generado problemas de convivencia, robos y motines, dice Martín Pereyra, presidente de la Federación de Funcionarios de Salud Pública (FFSP). Según él, algunos no tienen una patología psiquiátrica, sino más bien problemas de adicción, y roban para vender afuera y poder consumir. Ellos deberían estar en un centro de rehabilitación de drogas. "Hay tanta demanda que no se da abasto y los mandan al hospital, donde no se rehabilitan porque no es el lugar adecuado", explicó.

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Vilardebó es el único hospital psiquiátrico para pacientes agudos del Uruguay y está en el barrio Reducto. (Imagen por Alessandro Maradei/VICE News).

Los pacientes judiciales del Vilardebó se dividen en dos grupos. El primero son los "inimputables", aquellos que cometieron el delito durante un episodio delirante agudo, por lo que no fueron conscientes de sus actos. Y el segundo, son los "imputables", a quienes no se comprobó que hayan estado delirando en el momento del delito, o la enfermedad les despertó a posteriori, en la cárcel, explica Selva Tabeira, enfermera del Hospital.

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Su estadía en el Vilardebó depende de la gravedad del delito que cometieron, de su evolución psquiátrica, y la disposición del juez. Hay quienes están unos meses, hay quienes están 20 años. De manera formal, los pacientes inimputables tienen sentencia con medidas curativas, o sea, en vez de enviarlos a la cárcel, se internan en un hospital psiquiátrico para tratamiento y rehabilitación.

En el Vilardebó coexisten dos hospitales: el hospital psiquiátrico y el judicial. Una vez que los pacientes judiciales pasan la primera estadía de máxima seguridad, cuando se compensan, se distribuyen por el resto de las salas del hospital, compartiendo espacio con los pacientes psiquiátricos; es decir, quienes no han cometido delito alguno.

El Vilardebó es un sitio convulso. Apenas el 25 de abril del 2016 registró su último motín. Ocurrió en la sala 11, de máxima seguridad. Fueron cerca de 30 internos los que generaron el incidente: rompieron el piso de un patio, quemaron madera, papeles, basura y colchones; arrancaron puertas y ventanas; y tomaron de rehenes a otros pacientes, algunos de los cuales salieron heridos. Este no fue un hecho aislado, y fue calificado como "el motín más grande de estos tiempos", aseguraron en su momento funcionarios del hospital a los medios. En cada hecho violento de este tipo, corren peligro pacientes y funcionarios. Luego de lo ocurrido, las autoridades comenzaron reformas en la sala 11 para mejorarla.

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'En abril se dio el motín más grande de estos tiempos'.

Beatriz Fajián trabaja desde hace 30 años como administrativa en el hospital y es integrante de la FFSP. Según ella, en el último tiempo le han hecho algunas mejoras al Vilardebó pero siempre son parciales. "Se mejora un sector, y cuando se consigue dinero para otro, el primero ya está hecho pedazos. El edificio ya no es funcional. Se debería hacer uno nuevo y más moderno, uno donde la gente vaya y ya no se quede por años", insistió Fajián. La administrativa confesó que las ratas y la humedad son un problema en el Vilardebó. "Se fumiga hasta dos veces por semana", pero "habría que cambiar toda la sanitaria y hacerla de vuelta" para solucionar el problema. También considera que las salas no pueden tener más de seis pacientes, y no 30 como tienen algunas ahora.

A raíz del último motín, a los pacientes imputables se los envía a una sala de psiquiatría de la Cárcel Central (centro carcelario en Montevideo), lo que para Fajián es muy positivo porque "mejoró la situación de los presos; ahora están en condiciones humanas, que no son las que tenían en el Vilardebó". También está en construcción un Hospital Penitenciario en el Complejo Carcelario Santiago Vázquez (COMCAR). Porciúncula declaró que no estará listo para este año, pero será otra salida para los pacientes judiciales imputables.

Desde la FFSP se le hace un reclamo urgente a la Suprema Corte de Justicia: que acelere las pericias psiquiátricas que realiza el Instituto Forense para que pacientes que no deberían estar más de 15 días y están hasta seis meses, sean llevados lo antes posible a Cárcel Central, dijo Pereyra.

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En 1915, el Vilardebó llegó a tener 1.500 pacientes internados; actualmente cuenta con 320 (Imagen por Alessandro Maradei/VICE News).

Cada fecha es clave. El día que cayeron, el día que llegaron al Vilardebó, el día que entraron a la casa. El seis de noviembre de 2015, a las seis de la tarde, el juez le dio el alta a Marcelo. Luego de nueve años se iba del Vilardebó. Su destino era la casa asistida El Trébol, un espacio de rehabilitación sólo para pacientes judiciales.

Mientras el resto conversa, Marcelo está cruzado de brazos en el sillón de El Trébol. Viste un mameluco azul oscuro manchado con pintura. Habla lento y suave, con mucho respeto. Tiene ojos y cabello negros. Por momentos parece un niño acorralado por su pasado. Nació en Montevideo y a los 12 años se mudó a Las Piedras, departamento de Canelones, a 24 kilómetros de distancia de Montevideo. Allí trabajaba haciendo "changas" [trabajo eventual en albañilería, construcción, jardinería, etc.]. Tenía una vida normal, hasta que un día se despertó con la enfermedad: "esto de estar enfermo mentalmente es un abrir y cerrar de ojos". Por la esquizofrenia cometió un doble homicidio.

'Esto de estar enfermo mentalmente es un abrir y cerrar de ojos'

Su paso por el Vilardebó lo considera la "etapa negra de su vida". "Lo único que pensaba era cuándo iba a salir". Estuvo dos meses internado en la sala 11. Allí otro "preso" le explicó "las reglas". "Si las seguís no hay problema, si no, tenés lío en puerta", contó Marcelo. Parte de las reglas de convivencia es la de no mirar a la visita de otro preso, a menos que él acceda.

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En esos dos meses Marcelo nunca vio un motín y siempre se llevó bien con todos. "Los presos viejos se hacían respetar", dice. Lo más difícil para él, era cuando un paciente se descompensaba. "Eso te altera porque lo atan y lo sedan para que se tranquilice, pero a medianoche se despierta gritando y no deja dormir a nadie. No siempre podés dormir", contó. Para los pacientes, la vida en la sala 11 se restringe a caminar por un patio de asfalto cerrado o tomar mate.

Luego lo trasladaron a la sala 10. "Ahí tenés otro ambiente. Te daban permiso para salir a la huerta, pero cuando yo estaba a las siete de la tarde cerraban la sala y te quedabas encerrado. Ahora sé que tienen más libertades". Cuando recuerda su mayor sufrimiento se le llenan los ojos de lágrimas: "mentirle a mi madre y después haberla perdido. No la pude ir a ver". Actualmente, él está contento con su nueva vida, tranquila y en familia.

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El Vilardebó es un sitio convulso: en abril del 2016 registró su último motín. (Imagen por Alessandro Maradei/VICE News).

El debate sobre el cierre del Hospital Vilardebó está cada vez más presente, sobre todo con la sentencia de la Organización Mundial de la Salud de que se cierren los "manicomios" para el 2020.

A pesar de que el proyecto de Ley de Salud Mental, que prevé crear un nuevo modelo de atención en salud mental, se está discutiendo en el Parlamento uruguayo, Beatriz Fajián consideró que son procesos tan largos que los cambios se verán dentro de varios años. La integrante de la FFSP explicó que "el Estado no da el dinero suficiente para reparar lo que está deteriorado".

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"Si privás de libertad a una persona vos tenés que darle todo". Selva Tabeira, enfermera del hospital lo tiene muy claro, ella vio cómo un paciente que estuvo 24 años internado en el Vilardebó, salió con 120 kilos de peso y la costumbre de estar acostado todo el día en una cama. "¿A vos te parece que en 24 años no se haya hecho nada por él?", se cuestiona.

Con sus años de experiencia, está cansada de ver cómo la mayoría de los pacientes hacen "la calesita". Llegan al hospital, se compensan, les dan el alta, dejan la medicación, y vuelven a ingresar. "Son muy pocas las personas que salen de acá y no vuelven", dijo y se hizo el silencio.

En el Vilardebó se vive en condiciones tan difíciles que Selva impulsó la creación del Taller Sala 12 y de El Trébol, dos espacios de rehabilitación dedicados exclusivamente para los pacientes judiciales. El taller, fundado en el 2008 y ubicado dentro del hospital, brinda a 14 pacientes talleres de serigrafía, carpintería, herrería, tallado en mármol y madera.

En cambio, la casa asistida, que es estatal, comenzó a funcionar en octubre de 2015 con el fin de darle una "casa digna" a algunos de los pacientes judiciales del Vilardebó. Una de las pocas alternativas cuando sus familiares no les pueden dar acogida una vez que tienen el alta. Poco a poco, estos proyectos le devuelven a algunos pacientes la oportunidad de vivir.

*Florencia Pagola (1988) periodista uruguaya. Es editora y reportera de Distintas Latitudes para el Cono Sur.

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