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El número de perder los estribos

Reinas de la belleza y arpías en el crimen organizado

Las mujeres tienen un papel importante, aunque complejo, en las organizaciones criminales italianas.

Cuando la gente se entera de a qué me dedico, a menudo asumen que escribo historias exclusivamente sobre hombres, pero las mujeres desempeñan un rol importante, aunque complejo, en las organizaciones criminales italianas, un rol que un reality como Mob Wives no puede ni mucho menos describir. Las mujeres de la mafia se ven sometidas a unas reglas arcanas, rituales rigurosos y compromisos inquebrantables. Atrapadas en una tierra de nadie entre la modernidad y la tradición, pueden dictar sentencias de muerte pero no pueden echarse amantes ni dejar a sus maridos. Pueden decidir invertir en sectores enteros del mercado pero no pueden maquillarse cuando sus maridos están en la cárcel; algo que equivaldría a confesar una infidelidad, como si fueran por ahí buscando echar un polvo.

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Salvo algunas excepciones, la mujer mafiosa existe únicamente en relación a su marido. Sin él, la mujer es como un ser inanimado; media persona. Es por eso que las esposas de la mafia van tan despeinadas y desarregladas cuando acompañan a sus maridos en los juicios; es un look cultivado destinado a enfatizar su fidelidad. Cuando se engalanan y van bien acicaladas, es porque sus maridos están en libertad y, es más, andan por ahí cerca. El hombre manda, y cuando manda, su poder se refleja en su mujer y se comunica a través de la imagen de ella. Así ocurre en la Camorra napolitana, en la 'Ndrangheta calabresa y en algunas familias de la Cosa Nostra.

Es el caso, también, de los cárteles mexicanos, donde la mujer está considerada como una especie de trofeo de los traficantes de droga, un reflejo de su virilidad y de su poder. Cuanto más despampanante sea la mujer que lleve colgando del brazo, mayor es la autoridad que proyecta. No es de extrañar que los concursos de belleza sean tan populares en México y en toda Latinoamérica en general. Es la mejor manera que tienen las mujeres para desplegar sus encantos y cazar un traficante de drogas; lo que, para algunas, puede significar una vía de escape de una vida de miseria hacia un mundo de lujo. En algunos estados, como Sinaloa, por ejemplo, las jóvenes disponen de muy pocas opciones de catar la riqueza y el poder que no sean casándose con un narco. Es cuestión de contraprestaciones: los traficantes les ofrecen a estas chicas dinero y una vida de comodidades, mientras ellas, con su belleza, les proporcionan a ellos placer y prestigio. Las mujeres son un activo tan valioso en el currículo de los traficantes de drogas que algunos narcos amañan los concursos de belleza en el que participan sus chicas. Con la ayuda del cartel, se llevan el premio y el traficante gana en prestigio al tenerla a su lado. Por este motivo muchas chicas de Sinaloa invierten en cirugía estética desde muy jóvenes: se colocan implantes de pecho y reafirmantes de glúteos para resultar más atractivas a los miembros de los carteles y poder cambiar así sus vidas.

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A pesar de que la mentalidad no es muy diferente, las mujeres de los carteles mexicanos tienden a ser más modernas y desinhibidas que las de las mafias italianas. Aun así, el que se espere de la esposas de los mafiosos que vayan desarregladas y que sean prácticamente invisibles no significa que no gocen de libertad alguna; de hecho, a menudo son ellas las que toman el mando mientras sus maridos están en prisión.

Independientemente de dónde vengan, las mujeres del crimen organizado tienden a compartir unas historias similares. Marido y mujer suelen conocerse de adolescentes y se casan con 20 o 25 años. Es muy habitual que los hombres se casen "con la chica de al lado", a quien conocen desde la infancia y pueden estar seguros de su virginidad. En cambio, se acepta que él tenga amantes, tanto antes como después del matrimonio. Últimamente, sin embargo, las mujeres de los mafiosi están comenzando a exigir que las amantes de sus maridos sean extranjeras –rusas, polacas, rumanas, moldavas–, a quienes consideran socialmente inferiores e incapaces de formar una familia y educar hijos como es debido. Tener una amante italiana o, peor aún, de la propia comunidad, es perjudicial porque desestabiliza el equilibrio familiar; y no solo en el sentido tradicional de familia nuclear, sino también a las relaciones dentro del clan. Un hombre no puede arriesgarse a robarle la amante a otro jefe mafioso, engañar a la hermana de un miembro del propio clan, o avergonzar a su propia mujer delante de todo su comunidad. Esta clase de actos crearía conflictos y enfrentamientos y pondría en peligro la supervivencia del clan. Es un tipo de comportamiento que viola el código de honor, el cimiento sobre el que se sustenta la mafia, por lo que puede ser castigado con la muerte.

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La sombra de la muerte persigue constantemente a los matrimonios de la mafia y, en los territorios que controla, muchas mujeres visten exclusivamente de negro. Es una señal de luto. De luto por la muerte violenta del marido o de un hijo. Luto porque le asesinaron a un hermano, un sobrino o un vecino. Luto porque el marido de una compañera de trabajo ha desparecido o porque el hijo de un pariente lejano fue asesinado. Siempre hay un motivo para ir de luto. Y bajo el color negro, visten de rojo. Antiguamente, la mujeres se ponían enaguas rojas para recordar toda la sangre que debía ser vengada; hoy a menudo llevan lencería roja, sobre todo las más jóvenes. Es un recordatorio constante de toda la sangre que su propio dolor no les permitiré olvidar, y el contraste con el negro hace aún más intenso el color terriblemente íntimo de la venganza. Ser viuda en los territorios dominados por el crimen significa perder casi por completo la propia identidad como mujer y reducirla únicamente a la de madre. Una viuda solamente podrá volverse a casar si cumple una serie de condiciones: los propios hijos deben aceptar el nuevo matrimonio, el novio debe pertenecer al mismo rango que el marido muerto y, lo más importante, deberá haber guardado luto durante el tiempo que dicte el clan, periodo durante el cual debe permanecer en abstinencia.

Una jefa que recuerdo bien porque fui testigo de su ascenso al poder en la región de la que provengo es Immacolata Capone. Era una mujer de negocios, pero, según la Fiscalía Nacional Antimafia de Nápoles, era también la madrina de la Camorra. Integrante del clan Moccia, Capone jugó un papel decisivo en la gestión de obras públicas para el clan Zagaria de Casal di Principe, una de las familias más poderosas de la región. Una de sus funciones más importantes y delicadas consistía en obtener el "certificado anti-Mafia" (un documento que garantiza que un negocio está limpio y exento de vínculos criminales) para los negocios del clan. Sin este certificado, los camorristi no podían participar en licitaciones para contratos públicos.

Un día, a principios de la década pasada, Capone se topó con el camorrista Michele Fontana, más conocido como el "Sheriff", que le dijo que tenía una sorpresa para ella y la hizo subir al asiento del pasajero de su coche, donde de inmediato comenzó a oír ruidos procedentes del maletero. Cuando Capone le pidió explicaciones, el Sheriff le dijo que no se preocupara. La llevó hasta una villa palaciega en la campiña, a las afueras de Caserta, a algo más de 30 kilómetros al norte de Nápoles. Entonces, Michele Zagaria—uno de los capos más poderosos del clan Casalese, condenado a cadena perpetua y que finalmente sería detenido en diciembre de 2011 después de 16 años viviendo a la fuga– salió del interior del maletero y entró en la finca. Atónita ante la presencia del jefe, Capone se sentía incapaz de dirigirle la palabra a pesar de que habían sido socios durante años en varios y muy provechosos negocios. Según cuentan algunas fuentes, el jefe tomó su lugar en el centro del salón de la que era tan solo una de las muchas fincas que poseía. En aquella estancia cubierta del mármol más exclusivo comenzó a hablar de contratos, cemento, construcción y tierras, mientras acariciaba un tigre atado con una correa. Fue una escena sacada de una película, de connotaciones casi míticas, que remite al tipo de imaginería que las familias del crimen organizado usan para afianzar su poder.

Criada en el entorno de la Camorra, Capone era una mujer menuda de fuerte carácter, muy capaz de intimidar a cualquiera cuando se trataba de hacer negocios. Creció bajo la tutela de Anna Mazza, esposa del jefe del clan Moccia y la primera mujer en Italia en ser condenada por delitos relacionados con la mafia por su papel como dirigente de una de las asociaciones empresariales y criminales más poderosas del sur del país. Mazza –aprovechándose al principio de la reputación de su marido, Gennaro Moccia, asesinado en los años 70– pronto se hizo con el liderazgo dentro del clan. Conocida como la viuda de la Camorra, ella fue el cerebro de la familia Moccia durante más de veinte años. Mazza instauró una suerte de matriarcado dentro de la Camorra. Pretendía que las posiciones de prestigio estuvieran ocupadas exclusivamente por mujeres porque, según ella, están menos obsesionadas con el poder militar y son mejores mediadoras. Tal era su manera de dirigir la organización.

Capone aprendió de Mazza, de modo que supo construir una red de negocios e influencia política de mucho peso. Muchos camorristi la cortejaban con la esperanza de convertirse en consortes de una jefa de alto rango, y compartir así tanto cama como negocios. Pero fue el propio talento de Capone lo que provocó su caída. En noviembre de 2004, pocos meses después de que la mafia ejecutara a su marido, la asesinaron en una carnicería en Sant'Antimo, en la provincia de Nápoles. Tenía solo 37 años. La policía nunca descubrió el móvil del asesinato, pero es probable que a los clanes no les sentarán bien sus intentos por ascender en el escalafón. Puede que tuvieran miedo de su feroz ambición, y teniendo en cuenta su habilidad con los negocios, puede incluso que ella intentara realizar algún acuerdo por su cuenta, sin el conocimiento de la familia Casalese. Lo único que sabemos del cierto es que Capone había sabido abrirse camino entre las presiones, limitaciones y expectativas que se les imponen a las mujeres, dejando su marca en la historia de la mafia.