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Generación perdida: los niños robados durante la dictadura argentina descubren su verdadera identidad

Los hijos perdidos de Argentina descubren su verdadera identidad como adultos: sus padres biológicos fueron asesinados y sus adoptivos... ¿Se apropiaron de ellos sabiendo de dónde venían? Varias personas ofrecen su testimonio.

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La organización humanitaria Abuelas de la Plaza de Mayo ha anunciado con orgullo que ha rastreado a un nuevo nieto arrebatado por la dictadura militar de Videla, a otro descendiente de un padre y de una madre que fueron ejecutados a finales de los 70 en el país sudamericano. El nuevo nieto es el número 121 al que la organización ha rescatado del olvido. La búsqueda de las abuelas no descansa.

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Hasta ahora las abuelas habían celebrado cada descubrimiento como una victoria. Claro que para los nietos, descubrir su nueva situación siempre supone una conmoción irreparable. Así, Maximiliano, el hombre que ha dado lugar a estas últimas celebraciones, ha preferido mantenerse en el anonimato, por mucho que su auténtica familia, aquella de la que fue arrebatado y de la que nunca supo nada, arda en deseos de acogerle de nuevo.

"Queremos contarte que aquí tenés una familia con 40 años de amor acumulado que ofrecerte", proclamó el hermano del nieto 121, Ramiro Menna, durante una conferencia de prensa organizada por las Abuelas la semana pasada. "Queremos abrazarte y te esperaremos cuando quiera que estés preparado, porque sabemos por lo que estás pasando y sabemos que no es fácil". Ramiro Menna llevaba buscando a su hermano desde principios de los noventa.

La desaparición sistemática de activistas de izquierdas y de las guerrillas de la resistencia fue uno de los rasgos más deleznables de las violentísimas dictaduras militares que coparon los palacios de gobierno de muchos países latinoamericanos durante las décadas de los 70 y de los 80. Claro que ninguna fue tan quirúrgica ni tan escabrosa en el tratamiento de las mujeres embarazadas como lo fue la dictadura argentina, encabezada por el genocida Jorge Rafael Videla, entre 1976 y 1983. Bajo el comando del general, los soldados del dictador se convirtieron en las inquietantes comadronas de las activistas embarazadas detenidas. Una vez daban a luz, las madres eran ejecutadas y los vástagos repartidos entre fascistas y familias afines al régimen.

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En los años que han seguido a la caída de aquella junta, se ha emprendido la búsqueda de 500 de aquellos bebés arrebatados, hoy convertidos en hombres y mujeres entrados ya en la década de los 40. Y a lo largo de todo este tiempo, la lucha de las abuelas las ha convertido en heroínas nacionales y a sus nietos en auténticas celebridades.

El nieto 114, Ignacio Guido Montoya, lo sabe bien. Él pareció dejarse absorber por el frenesí mediático que siguió a su identificación como nieto de la presidenta de las Abuelas, Estela de Carlotto, en agosto de 2014. "Todo lo que está pasando es mágico y maravilloso", comentó en su día Montoya a los periodistas.

Dos años después, Montoya, un músico popular, asegura que el descubrimiento está siendo más duro de lo que había pensado en un principio.

"La persona encontrada no comparte necesariamente la felicidad de la familia que lleva buscándote toda su vida", explica a VICE News por teléfono. "Conocer a la familia expone algo que está perdido, algo que se ha perdido durante la vida entera del nieto, algo que los nietos nunca supieron. Y eso genera un dolor increíble".

Ignacio Guido Montoyo Carlotto abraza a su abuela, Estela de Carlotto, durante la conferencia de prensa posterior a su hallazgo.

La madre de Montoya, Laura de Carlotto, estaba embarazada de dos meses cuando fue secuestrada por los militares en 1977. Un testigo asegura que dio a luz esposada y encapuchada y que se le permitieron pasar unas pocas horas con su recién nacido antes de que se la llevaran. Su cuerpo fue devuelto a su familia con la cara destrozada. El padre de Montoya también sería asesinado. Ambos eran miembros de la organización guerrillera de la izquierda peronista de los Montoneros.

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Montoya cree que sus padres adoptivos no tenían idea de su escabrosa procedencia. Según cuenta, él solo descubrió que no era el hijo biológico de sus padres después de que su jefe, que tenía contactos militares, muriera en marzo de 2014. Unos meses después, visitó una de las oficinas que las abuelas tienen repartidas por el país. Allí dejó la muestra de sangre que iba a cambiar su vida.

'Conocer a la familia expone algo que está perdido, algo que se ha perdido durante la vida entera del nieto y de lo que nunca supieron. Y eso genera un dolor increíble'.

Montoya mantiene su apoyo al trabajo de las Abuelas y asegura que le hace feliz descubrir el descubrimiento de nuevos nietos. Claro que también reconoce que el peaje siempre es duro. "Yo siento que a veces la restitución histórica del país pasa por encima de nuestras vidas, del mismo modo en que las vidas de nuestros padres también fueron sepultadas antes que las nuestras".

La mayoría de los nietos han sido identificados porque, al igual que Montoya, tenían dudas sobre su identidad y decidieron acudir a las Abuelas en busca de ayuda. A algunos de ellos se les exige que suministren muestras de ADN, gracias a una ley que ha sido instrumental para abrir una investigación sobre los casos de desaparecidos.

Ya sea voluntaria o compulsoria, la identificación de un nieto puede desembocar en un juicio a la familia adoptiva por "apropiación indebida", especialmente cuando se demuestra que la familia en cuestión conocía el origen del bebé.

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El nieto 95 es Hilario Bacca. Él asegura que el descubrimiento de su identidad y el posterior juicio a su familia adoptiva estuvo cerca de arruinar su vida.

"Yo no tenía curiosidad por averiguar mi identidad, ni siquiera lo buscaba", declaró a la emisora de televisión Mar Chiquita a finales de 2015. "El estado es responsable de mi nacimiento en cautividad y de 30.000 desapariciones. Ahora el estado me quiere robar de nuevo la identidad. Y estamos en tiempos de democracia".

Por mucho que Bacca eludiera la atención pública, siento el impulso inicial de conocer a su familia biológica. Claro que aquella conexión se enturbió después de que se abriera un juicio contra sus padres adoptivos por "expropiación" y se les sentenciara a seis años de cárcel en 2013. Bacca emprendió entonces su personal batalla legal para defender el único nombre que conocía, después de que un tribunal ordenara que se restituyera la identidad que tenía al nacer, Pereyra Congola.

"Yo no tenía curiosidad por averiguar mi identidad, ni siquiera lo buscaba".

En la misma entrevista televisiva de 2015, Bacca aseguró que su caso ofrecía una clave para explicar por qué la mayoría de los nietos siguen sin ser identificados más de tres décadas después.

"De repente descubres tu historia y es horrible porque es una historia entera de muerte. Y luego otras personas a las que quieres son encarceladas. Y, por si fuera poco, van y te cambian el nombre", explicaba. "¿Cómo se supone que eso vaya a motivar a nadie que tenga dudas sobre su identidad para averiguarla?"

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El nieto 75 es Horacio Pietragalla y no lo ve igual. Pietragalla relata a VICE News que él tenía sus sospechas sobre los orígenes de su familia desde muy temprano porque no se parecía en nada a ninguno de sus familiares. Tampoco había entendido nunca porque su abuelo era un teniente coronel. En 2002 Argentina padeció su enésimo y devastador corralito, un nuevo periodo de tinieblas políticas y económicas que despertó un proceso de revisión y saneamiento. Entonces Pietragralla decidió acudir a las Abuelas en busca de ayuda.

Horacio Pietragalla dice che la scoperta di essere un nieto ha cambiato quasi ogni aspetto della sua vita.

Cuenta que la verdad le cambió la vida por completo. Abrazó su nueva identidad y terminó convertido en diputado del Congreso con la ayuda de las Abuelas. Hoy trabaja como defensor de los Derechos Humanos.

"Te sientes culpable cuando ves que aquellos que se apropiaron de ti son juzgados", relata. "Pero tienen que enfrentarse a la justicia porque fueron cómplices de una adopción ilegal, por quedarse con un hijo que no les pertenecía".

Ramiro Menna era un niño chiquito cuando su madre embarazada desapareció. Él llevaba buscando a su hermano desde principios de los 90. Después de muchas pistas falsas y de llegar a varios callejones sin salida, ahora revela que él y su hermano Maximiliano, que sigue alejado de los focos, se parecen físicamente: ambos son calvos y lucen barba. Menna sabe bien que de la misma forma que ha tardado más de 20 años en encontrar a su hermano, tendrá que esperar también para comprobar si tantos años después será posible restituir un vínculo seccionado por la fría espada de la dictadura.

"Nuestro amor es incondicional. No le estamos exigiendo que se saque un carné de socio ni nada parecido", ha contado al periódico La Nación. "Pero sí espero que un día mi hermano pueda sentir el mismo orgullo por sus padres que el que siento yo. Yo sueño con que algún día se enamore de ellos y de su historia".

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