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Golpeado, robado y atacado por los perros: bienvenido a Europa

VICE News habla con víctimas de brutales maltratos y violaciones de derechos humanos perpetrados por la policía búlgara contra migrantes y refugiados que intentan llegar a Europa.
Imagen por Oscar Webb
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Nos golpearon brutalmente con ramas arrancadas de árboles… y nos robaron. Lo recuerdo claramente.

El afgano Khalid Ahmadi se acuerda con todo lujo de detalles del momento en que la policía búlgara le interceptó. En realidad, no cayó solo. Fue una emboscada, en mitad de la noche, en el bosque. Los policías les golpearon, les sustrajeron los móviles y les robaron todo el dinero.

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"Tengo flashbacks todo el tiempo", explica conteniéndose las lágrimas. "Cuando nos atacaron estaba tan asustado que casi asumí mi propia muerte. Hubiese sido mejor que haber sobrevivido".

Khalid es uno más de los alrededor de 100 migrantes que cruzan a diario la frontera entre Turquía y Bulgaria para entrar en Europa.

Llegar hasta allí es un viaje duro, largo y peligroso. Sin embargo, para la gran mayoría, Europa no tiene nada que ver con el refugio con que soñaban.

El mes pasado, la ONG Oxfam publicó un informe en que se documenta la violencia extrema y la extorsión que padecen los refugiados que han desfilado por el mismo cruce fronterizo por el que pasó Khaled. Allí, la policía búlgara es implacable.

Oxfam se entrevistó con 100 refugiados que habían pasado por el cruce fronterizo. Y sus conclusiones son incontestables: los abusos de los derechos humanos son sistemáticos — los robos, las palizas y las cargas ilegales para hacerles retroceder y deportarles a Turquía — son una práctica habitual y que la policía búlgara los inflige a diario. "Todos los entrevistados, excepto aquellos que no han tenido ningún contacto con la policía, han denunciado haber sido maltratados en Bulgaria", concluye el informe.

La semana pasada el primer ministro británico David Cameron elogió las "poderosas fronteras exteriores" del país, durante una visita oficial.

"Disponen de un paso fronterizo por tierra con Turquía. Creo que tenemos mucho que aprender de ellos. Nos han demostrado que si priorizas algo, puedes conseguir los resultados que buscas", aseguró el líder británico mientras inspeccionaba parte de la valla que se interpone entre Turquía y Bulgaria. "Tenemos que seguir apoyándoles para que sigan desempeñando el importante trabajo que están llevando a cabo".

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El mismo día en que Cameron proclamaba su laudatorio discurso, VICE News se entrevistó con refugiados que han conocido la violencia búlgara de primera mano.

Dimitrogravd, una aldea serbia que comparte frontera con Bulgaria, es uno de los destinos en que desembocan muchos de los que han conseguido atravesar Bulgaria. Allí los refugiados relatan con todo lujo de detalles los escabrosos episodios de violencia, hurtos y abusos infligidos por las fuerzas de seguridad búlgaras. Los refugiados deambulan por la pequeña ciudad serbia con los ojos morados, rasguños y cardenales por todo el cuerpo, y con las dentelladas de los perros de la policía vecina, todavía clavadas en su piel.

Algunos nos muestran las escalofriantes fotografías de amigos suyos después de haber sido interceptados por la implacable policía búlgara: se ven ojos negros, mordeduras de perro infectadas, narices rotas… Mientras Cameron reparte elogios y sueña con emular la fortaleza búlgara, aquí quedan los relatos de tres supervivientes.

Denuncian que Francia envía los migrantes de Calais a centros de detención. Leer más aquí.

* * *

Hamidollah Mohammad Ghaher. 25 años. Policía en la provincia de Kapisa, en Afganistán.

Imagen por Oscar Webb

La primera vez que intenté entrar en Bulgaria fue a principios de noviembre. Éramos unos 30. Un contrabandista nos metió en un furgoneta para cruzar la frontera búlgara desde Turquía. Partimos desde Estambul. Caminamos a través de los bosques búlgaros durante medio día. Hacía mucho frío y el terreno era de lo más escarpado.

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Estábamos caminando, de noche, cuando escuchamos a alguien gritar la palabra "¡Policía!". Entonces nos pusimos a correr. No sabíamos si se trataba de policías o de ladrones. Algunos desenfundaron sus pistolas. Soltaron a sus perros para que nos cazaran. Muchos de los que me acompañaban fueron mordidos en las piernas y neutralizados por los animales. Oí cómo gritaban "¡Basta, basta!", aunque no entendí nada más de lo que dijeron.

Yo me arrodillé sobre el suelo para entregarme. Tenía a los perros y a la policía demasiado cerca como para seguir huyendo. Otros compañeros se metieron en el bosque pero la policía terminó dándoles caza. Yo estaba de rodillas, rendido, en el suelo. Muchos de mis acompañantes se quedaron en la misma posición. Entonces los policías se nos acercaron y empezaron a patearnos. Acto seguido nos arrancaron la ropa y nos registraron. Nos robaron todo lo que encontraron durante su registro. A mí me sustrajeron el móvil y los 300 euros que llevaba encima. Además de mis zapatillas y de mi jersey. Me dejaron en camiseta y calzoncillos. Entonces los policías llamaron a una furgón para que nos recogiera y nos embutieron a golpes en su interior — condujeron durante dos o tres horas hasta que nos ordenaron que nos bajáramos y nos señalaron el rumbo hacia el que dirigirnos — caminamos durante dos o tres horas más en la dirección señalada y nos encontramos de nuevo con la frontera turca.

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Al cabo de poco tiempo volvimos a intentarlo. Caminamos durante dos días y dos noches hasta que la policía nos interceptó de nuevo. Creo que fueron tres o cuatro agentes los que nos vieron. No había ninguna forma de escapar. Los policías iban acompañados por sus perros, así que nos rendimos otra vez. Nos rodearon, nos empujaron contra el suelo y empezaron a pegarnos patadas. Nos gritaron, pero no entendí lo que decían. Llevaban palos consigo y nos golpearon con ellos. Después de la paliza, se dedicaron a robarnos de nuevo todo lo que llevábamos encima. La primera vez intenté esconder mis posesiones. Pero, a la segunda, se las entregué sin rechistar — esta vez fueron unos 100 euros y mi teléfono de nuevo. Otros llevaban entre 200 y 300 euros, que también les fueron arrebatados.

La tercera vez que lo intentamos caminamos a través del bosque durante dos noches y un día; nos encontramos con nuestro conductor en una carretera del bosque y nos condujo hasta Sofía.

Ha sido un viaje durísimo. Ninguno sabíamos lo que nos esperaba. Ahora lo tengo claro: de haberlo sabido, no lo hubiera intentado.

Farman Straz. 18 años. Estudiante de Jalalabad, Afganistán.

Imagen por Oscar Webb

Huí de Afganistán hace un mes. Intenté cruzar de Turquía a Bulgaria en dos ocasiones. La segunda, lo conseguí.

La primera vez que intentamos llegar a Bulgaria fuimos en coche de Estambul hasta la frontera. Atravesamos los bosques durante cuatro noches y cinco días. Hacía mucho frío. Tuvimos que dormir al raso porque no teníamos tiendas. Éramos 35.

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Después de cinco días encontramos un sendero en el bosque y empezamos a caminarlo. Hasta que nos interceptó la policía. Eran uatro policías en un coche. Nos gritaron para que nos detuviéramos: "¡Alto! ¡Sentaos aquí!", exclamaron. Nos sentamos todos en el suelo y entonces empezaron a llamarnos de uno en uno. "Ven aquí", me dijeron. Yo me incorporé y caminé hacia ellos. Y entonces uno me soltó: "dame tu dinero y tu teléfono". Yo me resistí y el policía me golpeó con su porra. Entonces procedieron a desvestirnos y a registrarnos. Nos quitaron todo lo que teníamos. Los teléfonos, el dinero y hasta la comida y las bebidas que llevábamos. A mi me robaron 50 euros. A otros compañeros les robaron cantidades que oscilaban entre los 100 y los 200 euros. Después de registrarnos nos metieron en un furgón policial y nos condujeron de nuevo hasta la frontera con Turquía. Cuando estábamos cerca nos sacaron del furgón y nos señalaron la dirección en la que debíamos caminar.

Lo intentamos de nuevo cinco días después. Caminamos durante cuatro días más. Esta vez logramos eludir a los policías y reunirnos con el conductor que nos condujo hasta Sofía. Fue un viaje muy triste.

Khalid Ahmadi. 24 años. Profesión: Obrero de la construcción de la provincia de Maidán Wardak, Afganistán.

Imagen por Oscar Webb

Una noche de hace una semana nos metimos en un coche para conducir hasta la frontera búlgara desde Estambul. Éramos 18. Llegamos a medianoche y nos pusimos a caminar por un sendero muy duro. Después de seis horas descubrimos un camino que atravesaba el bosque. Al cabo de un rato escuchamos el sonido de disparos muy cerca de donde estábamos. Nos quedamos paralizados del miedo y dejamos de caminar. Los policías nos esperaban escondidos. De pronto, aparecieron de detrás de los árboles con linternas. Nos gritaban cosas que no entendíamos. Corrieron hacia nosotros y nos atacaron. Nos golpearon brutalmente con ramas arrancadas de los árboles — ramas gruesas, de casi un metro de diámetro. Nos obligaron a desvestirnos y a estirarnos en el suelo. Acto seguido nos obligaron a incorporarnos de uno en uno para registrarnos. Entonces empezaron a sustraernos el dinero. A mí me arrebataron casi 400 euros — además del móvil y de todo lo demás que fueron encontrando. Después de registrarme me patearon y me tumbaron de nuevo en el suelo. Me golpeé la cabeza contra una roca y me quedé con toda la cara magullada. Los policías siguieron golpeándonos después de habernos registrado y robado. Nos golpeaban mientras estábamos tumbados en el suelo. A mi me dieron en las piernas y en la espalda. Me puse a llorar. Todos estábamos llorando. Había dos furgones policiales y una docena de agentes.

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Después de la paliza, nos devolvieron la ropa y nos ordenaron que nos metiéramos en sus furgonetas y nos condujeron de nuevo hasta las inmediaciones de la frontera turca. Nos arrancaron del furgón a patadas y empellones, nos dejaron a 100 metros de distancia de la frontera con Turquía y nos ordenaron caminar en esa dirección. Estuvimos andando durante 15 minutos hasta que llegamos a un pequeño pueblo turco. Allí agarramos un taxi rumbo a Estambul.

Dos días después volvimos a conducir hacia la frontera. Tardamos unas seis horas. Caminamos una noche entera. Al día siguiente nos quedamos descansando hasta las 4 de la tarde. Entonces reemprendimos la marcha. Seguimos caminando hasta medianoche, hasta que nos encontramos con la furgoneta que nos condujo hasta Sofía. Llegué a Serbia ayer mismo.

"A menudo tengo flashbacks. Mientras me golpeaban pasé muchísimo miedo. Tanto, de hecho, que decidí rendirme. Hubiese preferido morir".

Sigue a Oscar Webb en Twitter: @owebb

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