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ESPAÑA

Hablamos con uno de los últimos voluntarios españoles en la División Azul

Francisco Armengou explica a VICE News su historia: la de un combatiente idealista que no se presta a simplificaciones ni estereotipos.
Francisco Armengou ante un cuadro de la Rendición de Granada, de Francisco Pradilla. (Imagen por Quique Badia/VICE News)

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Un día antes de la entrevista atiende el teléfono en su domicilio en la parte alta de Barcelona María Magdalena, la esposa de Francisco Armengou, uno de los últimos combatientes que permanecen con vida de la División 250 de Infantería del ejército de Hitler, la División de Voluntarios Españoles. Esta unidad combatió en el frente soviético en varias oleadas durante casi un tercio de la década de 1940.

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Asegura que a la emoción de la entrevista se añaden los sentimientos que desencadena en él una fecha tan señalada: se cumplen 80 años de la sublevación militar contra el gobierno republicano, un 18 de julio de 1936. Él y muchos de aquellos con los que combatió se sienten unos apestados, pues consideran que su gesta no obtuvo el reconocimiento que merece, y que hoy hasta están denostados.

"Esto me emociona más, porque todos los medios de comunicación nos olvidan, sólo hablan los demás", dice a VICE News Armengou, de 93 años, en relación a la efeméride. En aquel entonces el protagonista de esta historia no tenía edad para combatir, y fue este, precisamente, el motivo por el que se alistó a la también llamada División Azul.

A la mañana siguiente de concertar el encuentro recibe a este medio en su casa, un verdadero santuario de su experiencia vital: hay una enorme cantidad de placas conmemorativas de su aportación al frente contra los soviéticos, rojigualdas y muchos cuadros. Presidiendo el comedor, una réplica inmensa de la Rendición de Granada, flanqueada por tres pequeñas banderas: una española, una alemana y una de Venezuela, de dónde es su mujer. "Yo fui a combatir a Rusia porque me avergonzaba de no haber podido combatir en España", empieza a recordar el nonagenario.

En imágenes: un día con exmiembros de la Legión española en su manifestación más desacomplejada. Leer más aquí.

Hijo de una familia católica y de orden, nacido en la Cataluña interior en 1922, en Manresa, y crecido en Tárrega, la respuesta republicana y anarquista al golpe del 19 de julio de 1936 le sorprendió con 14 años. El fracaso del levantamiento militar en Barcelona el día anterior empujó a las milicias de izquierdas a tomar las calles de su pueblo. Francisco Armengou afirma que los asesinatos eran habituales, y que no siempre tenían motivaciones políticas: los achacaba a "los excesos de la falta de gobierno".

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De acuerdo a Armengou "las patrullas de control estaban descontroladas" y la izquierda impedía las reuniones consistoriales de su localidad, mayormente conservadora. La muerte de un religioso que también fue su mentor acabó de convencerlo. Por la noche escuchaba a escondidas por la radio a Queipo de Llano, un general del ejército franquista que llamaba a los defensores de la República y a los revolucionarios a deponer las armas. "Sus proclamas patrióticas me inflamaban", rememora este excombatiente.

Francisco Armengou no esconde su adhesión al franquismo ni sus adscripciones políticas. Semanas antes de la entrevista alquiló dos sillas de ruedas y a dos porteadores para asistir a la manifestación convocada por varias hermandades de antiguos caballeros legionarios del ejército español en defensa de las fuerzas y cuerpos de seguridad junto su mujer, a la que se refiere como "rojilla" en broma, por las inclinaciones socialcristianas que profesaba cuando se conocieron en 1980. En la marcha del pasado mayo Armengou gritaba "Vivas" a pleno pulmón con sus más de 90 años.

Aunque cabe decir que su anticomunismo manifiesto no le lleva a adherirse a las teorías racialistas del III Reich. Francisco Armengou recuerda junto a Ligia, el nombre de la mitología griega con el que aquellos que le son familiares refieren a María Magdalena, el rechazo y los desplantes racistas que ha sufrido su mujer por parte de algunos vecinos y como, de manera educada, han dado respuesta a ellos.

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Según él, la entrada de las tropas franquistas, acabado el conflicto, desata la euforia en su pueblo. La gente estaba hastiada de la contienda. Tras el fin de lo que Armengou denomina La Guerra de España entró a estudiar bachillerato y empezó a trabajar. Cuando Alemania entró en combate con la Unión Soviética su conciencia prendió otra vez: "Entonces sentía remordimientos por no haber podido luchar con Franco", explica.

No tener la edad requerida para alistarse no iba a ser un impedimento para él. Era un joven impetuoso y convencido, hecho que le llevó a falsificar su partida de nacimiento. Después contaría con el consentimiento de su madre. El primer contingente era el más ideologizado: de este participaron unos 10.000 hombres, muchos de ellos requetés, de Renovación Española o falangistas, como el mismo Armengou. En total fueron 45.000 los españoles que vestirían el uniforme del ejército alemán en las idas y venidas a la primera línea de combate con los soviéticos. El suyo fue el batallón 253 de la División 250 de Infantería de la Wermacht.

La ciudad alemana de Karlsruhe sería el primer lugar en el que vería a teutones uniformados, y mucho mejor equipados que ellos. En Grafenwöhr empezaron un entrenamiento que él califica de "muy intenso pero poco eficiente". Su militancia falangista ya le había familiarizado con la instrucción, él era jefe de cadetes en su localidad, pero reconoce que iban faltos de conocimientos sobre el uso de armas.

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Los alemanes se comunicaban con ellos mediante signos ya que tampoco sobraban intérpretes. Fueron al frente del Volkhov, cerca de San Petersburgo. Francisco Armengou llegó allí tras 900 kilómetros a pie y con un trípode de ametralladora de 25 kilos a sus espaldas. A él le parecieron 2.000.

No se siente un héroe. "Yo era un soldado de segunda, ¡Y porque no existía una categoría de tercera!". Se refiere a él y a muchos de los suyos como "idealizados, jóvenes e irresponsables". Sostiene que en la primera oleada de combatientes había médicos o empleados de la banca, que en aquellos años eran verdaderos privilegiados. Pero a medida que fueron volviendo los combatientes y las expectativas de victoria se desinchaban el gobierno español de Francisco Franco tuvo que recurrir a otros métodos.

Francisco Armengou ha borrado de su memoria los combates con las tropas enemigas. No consigue recordar ninguno de esos episodios. Él mismo reconoce que llena sus lagunas con obras como la del historiador Xavier Moreno, autor de La División Azul, sangre española en Rusia. En el libro, Moreno segrega las oleadas de combatientes de la división en tres etapas.

La primera fue la más azul de todas, según él mismo. Personas como Armengou fueron paradigma del tipo de inquietudes que llevaban a alguien a enrolarse en semejante empresa. En la segunda seguía habiendo individuos ideologizados, pero también algunos que lo veían como un trabajo. El historiador señala que el sueldo de los divisionarios triplicaba los ingresos medios de la España de posguerra, yendo una parte de estos a las familias. Alemania costeaba algunos gastos y aún hoy paga pensiones a divisionarios. Y la tercera venía directamente de los barracones, donde se forzó a muchos militares a unirse al ejército alemán.

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El hecho de que aquellos que fueran a combatir junto a los nazis se les reconociera el estatus de excombatientes llevó a muchos simpatizantes de la República a participar de esta contienda para limpiar su nombre ante el régimen. Este es uno de los pocos reconocimientos de los que gozaron los divisionarios con Franco.

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Con la caída del fascismo en Italia y del nacional-socialismo en Alemania, Franco se las apañó para pasar desapercibido ante los aliados vencedores corriendo un tupido velo sobre la División Azul. Una de las escasas contraprestaciones que recibieron excombatientes como Armengou fue la de no pagar derecho de matrícula para cursar oposiciones. Lo aprovechó inscribiéndose a las pruebas para acceder al Cuerpo Nacional de Policía. Consiguió un puesto de los 500 que se ofrecían frente a 10.000 candidatos.

Su vida siguió sin más sobresaltos. 11 años en el cuerpo y ejerciendo luego de detective hasta su jubilación. Recuerda que en los primeros años en la policía no cenaba, compraba ropa de segunda mano y los calcetines se le desintegraban. No eran años en los que tuviera una posición desahogada, precisamente, y su participación en la división de voluntarios nunca implicó ningún reconocimiento material, más allá de una bienvenida fastuosa en Vitoria tras la vuelta del frente en 1942.

Él dio por cumplido su deber, pero otros, como Fernando Quintilla, uno de los pocos divisionarios con vida y con el que Armengou coincidió en la manifestación de mayo, volvieron al frente una vez les dieron el alta. El de Tárrega sólo tiene palabras de elogio para su camarada.

No es hasta varias décadas después que se plantea volver a Rusia. En 2011 contacta la embajada española en San Petersburgo, donde los servicios consulares ya habían facilitado a antiguos combatientes de la División Azul el viaje al frente en el que combatieron. Francisco Armengou asegura que los rusos los recibieron mejor que los españoles: varias televisiones locales contaron su historia. Lo cierto es que la historiografía rusa documenta episodios en los que las tropas españolas se liaron a puñetazos con unos militares nazis que maltrataron a unos chiquillos en una localidad del Volkhov. Esta aventura militar costó casi 5.000 vidas, 8.700 heridos y 2.137 mutilados.

"Fuimos a la Unión Soviética con odio y volvemos a Rusia con amor", recuerda Armengou que le dijo al funcionario ruso de la embajada que les acompañó.

Sigue a Quique Badia en Twitter: @qbadiamasoni

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