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Invisibles y explotados: los hijos desaparecidos de los refugiados en Europa

Más de 10.000 niños han desaparecido desde que llegaran a Europa en el último año. Son las víctimas más jóvenes de la brutal crisis humanitaria que ha puesto al descubierto las vergüenzas políticas, sociales y morales del Viejo Continente.
Un niño refugiado en un campamento de refugiados improvisado cerca de Atenas, Grecia, el 30 de abril de 2016. (Imagen por Yannis Kolesidis/EPA)
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Mohamed Keita empezó a sacar fotos de la estación de Termini, en Roma, con su cámara desechable. Hizo fotografías de sus vecinos, los mismos junto a quienes había dormido al raso durante los meses que se pasaron viviendo en las calles de la capital italiana.

Una fotografía tomada en 2010 informa de sus frugales posesiones — una pequeña mochila y una enorme bolsa de plástico que cubre un montón de cartones — a la que Keita tituló: Yo vivo en Termini. La imagen se convertiría en una de las instantáneas que han apuntalado el brillante porvenir cómo fotógrafo de este refugiado. Hoy tiene 23 años y ha expuesto su obra por varias ciudades de toda Italia.

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Keita perdió a sus padres durante la guerra civil de Costa de Marfil, su país de origen, cuando tenía 14 años. No tardaría mucho en escapar. Se unió a un grupo de huérfanos y se embarcó junto a ellos en una peligrosa odisea que les llevaría por Guinea, Malí, el desierto del Sahara, Argelia y Libia, donde Keita fue encarcelado durante meses. Al poco de ser liberado, se embarcó en la diabólica ruta que une el Mediterráneo africano con Italia.

Sobrevivió al viaje, que ya es algo, claro que el traficante que le llevaba apuntó mal su brújula y le dejó en Malta en lugar de hacerlo en Sicilia. Keita se pasó un año viviendo en un centro de refugiados. Así que tendrían que pasar tres años para que llegara a la orilla de la Europa occidental. Allí, en Malta, conoció a un grupo de migrantes africanos atrapados como él, y juntos se embarcaron en el viaje de 100 kilómetros que les separaba de Sicilia.

"Nunca me imaginé que terminaría viviendo en la calle", explica a VICE News. "Cuando era niño, ni siquiera pensé que dejaría mi país algún día. Pero me encontré en una situación que no me esperaba. Y entonces tuve que huir de mi casa".

Keita relata que, más allá de los peligros del camino, una ruta plagada de delincuentes, de policía corrupta, de traficantes y de caminos ultra peligrosos, el mayor obstáculo que se ha visto obligado a superar ha sido el de su irreparable soledad.

"A la muerte de mis padres me quedé completamente solo. Y seguí estando profundamente solo durante mi camino por todos los países por los que viajado. Y también estaba solo durante mis primeros meses aquí, en Italia", explica. "Claro que últimamente he conocido a gente muy copada. Cada vez amo más esta ciudad: Roma"

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* * *

Las masiva llegada de migrantes y de refugiados a las fronteras del sur de Europa no se ha detenido en 2016. Según la cifras de la Organización Internacional para la Migración (OIM), en lo que llevamos de año ya son 154.000 personas las que han llegado a Grecia, mientras que, un total de 28.583 lo han hecho a través de Italia. Una tercera parte de todos los ingresos registrados en enero lo formaron menores de edad que viajaban solos.

Cifras recientes publicadas por la agencia de estadística de la Comisión Europea señalan que en 2015 cerca de 90.000 solicitudes de asilo fueron formuladas por niños refugiados que viajaban solos — una cifra que cuadriplicaba a la del año anterior.

El país que recibió a un mayor número de niños refugiados en 2015 fue Italia: allí, el 56.6 por ciento de los menores que solicitaron asilo habían llegado solos.

En algunos casos se trata de huérfanos como Keita que buscan alcanzar la orilla europea, convencidos de que será más segura que ninguna de las que han conocido hasta entonces. En otros casos, sus padres han pagado miles de dólares a traficantes para intentar que sus hijos crezcan en el norte, donde, creen que les espera una vida mejor.

Un informe de la organización humanitaria de ayuda al menor Save the Children concluye que solo en 2015, más de 16.000 niños habrían llegado a Italia por mar — una cifra que supone más de un 10 por ciento del total de desembarcos en el país. De esos 16.000, 12.000 viajaban solos, en su mayoría procedentes de Eritrea, de Egipto y de Somalia.

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La mayoría de los menores no acompañados que llegan a Italia tienen entre 15 y 17 años. Claro que, a menudo, los hay de 11 y de 12 años. Casi siempre son chicos.

Sin embargo, no todos ellos reclaman asilo. Según determina la estadística europea, en Italia, en 2015 fueron 4.070 los niños que pidieron asilo — lo que apenas sumaría una tercera parte del número total de niños que viajaban solos que alcanzaron la orilla italiana el año pasado.

Según las cifras del ministerio italiano de Trabajo y Políticas Sociales, solo entre julio y diciembre de 2015 se denunció la desaparición de 5.000 menores que viajaban solos. Las denuncias fueron emitidas, en su mayoría desde los refugios o desde las mismas familias de acogida. En enero de este año, el jefe de personal de la Europol, Brian Donald, declaró en las páginas del periódico The Observer, la edición dominical del rotativo británico The Guardian, que al menos 10.000 niños migrantes habrían desaparecido en Europa en 2015. Y que, de hecho, tal era una estimación muy baja.

La auténtica cifra, tanto en Italia como en el resto del continente es probablemente mucho mayor, según han concluido Donald y otros analistas, puesto que miles de niños ni siquiera se registran al llegar, de manera que las autoridades no saben de su existencia.

Antes de llegar a Europa, los niños han soportado trayectos largos y peligrosos, cuajados de traficantes y de contrabandistas, que manejan el destino de las víctimas desde el principio hasta después de su llegada: les embarcan en viajes donde pueden morir sin problema, claro que si sobreviven se pasan años cobrándoles sus obscenos honorarios, como una suerte de Troika del underground.

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Las rutas de los traficantes son variadas y cambian con frecuencia, en función de cómo Europa selle sus fronteras o de los acuerdos de deportación que haya suscrito, como el último, firmado en cooperación con el turbio régimen turco y que dispone que todos los migrantes que alcancen las costas europeas, serán deportados rumbo a Turquía, un país que ha pisoteado proverbialmente sus derechos.

Los traficantes que llegan de Oriente Medio parten a menudo de Afganistán y atraviesan Irán y Turquía antes de llegar a Grecia o a los Balcanes. Otros, como Mohamed, huyen de países del África Central o del África Occidental y atraviesan la mitad del continente por Guinea, Mali y el Sahel, antes de subirse a precarias embarcaciones que deberían de llevarles, en el mejor de los casos, hasta la orilla italiana.

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Una vez los menores llegan a Italia, tienen que pasar por un proceso de preidentificación en el que informan de sus datos personales a las fuerzas de seguridad y a las autoridades italianas. Entonces tienen que declarar su nacionalidad, su país de procedencia, su nombre y su apellido — y, menudo, también son fotografiados.

Llegados a este punto, los niños migrantes registrados deberían de ser trasladados a centros de recepción permanentes o a familias de acogida ubicadas a lo largo y ancho del territorio italiano. Sin embargo, muchos se escurren rápidamente en ese momento.

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Según el periodista italiano Luca Attanasio, sucede que, a menudo, los pequeños se quedan atrapados en los centros de reclusión temporales que les reciben en primer lugar, y entonces les lleva meses ser transferidos hasta un lugar permanente. Attanasio publicó hace poco el libro Il Bagaglio (La maleta), que relata la historia de 30 refugiados menores que viajaban solos. En el libro también se transcriben varias entrevistas con agentes de policía y con las autoridades del gobierno que se encargan de recabar datos sobre la tragedia.

"En teoría, los menores deberían de quedarse en los centros de acogida a los que llegan en primer lugar durante unas horas o unos días como máximo", explica. "Sin embargo, existen distintos lugares del país, especialmente en Sicilia y especialmente en 2014, donde el trabajo de registro se acumuló de tal manera, que los niños se quedaron atrapados".

Y tener a miles de niños atrapados significa que esos niños no pueden empezar su nueva vida, ni asistir a la escuela ni hacer absolutamente nada: se quedan sin nada que hacer. Y entonces les empieza a corroer el aburrimiento, entonces se sienten inútiles y la única opción que contemplan para mejorar es escapar.

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Existe un gran número de migrantes menores que no quiere quedarse en Italia, sino que desean alcanzar países más nórdicos como Suecia, Alemania o el Reino Unido. En muchos casos, los jóvenes viajan para unirse a parientes o familiares que ya viven en otros países de Europa; en otros casos, prefieren viajar rumbo al norte, a la espera de encontrarse con una nación con una economía más próspera que la italiana, en la que tendrán mayor oportunidad de acudir a la escuela y, eventualmente, también de encontrar un trabajo. Lugares donde la integración es más sencilla y más probable.

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"Muchos descartan quedarse en Italia y los pocos que se quedan son una excepción", comenta Michele Prosperi, portavoz de Save the Children en Italia.

"Lo que quieren los menores es ser invisibles, no quieren que se les identifique ni desean dejar sus huellas dactilares estampadas. No quieren que se les introduzca en el sistema porque quieren continuar rumbo al país al que quieren viajar. Y temen que si se avienen a ser registrados, serán mandados de vuelta a sus países de origen", cuenta.

La invisibilidad, sumada a su temprana edad, les convierte en carne de cañón para los traficantes y las mafias locales. Así lo corroboran las ONG y la Europol. Las organizaciones criminales pueden cobrarles precios realmente exorbitantes por el viaje que tiene delante; o, directamente, les explotan laboralmente sin tener el menor miedo a las repercusiones — a fin de cuentas los niños no tienen a nadie que les proteja, de manera que se convierten en presa fácil.

* * *

Uno de los casos más específicos lo componen las hordas de migrantes menores llegados desde Egipto. Según Save the children, se trata de menores que provienen de familias extremadamente pobres. Y son las mismas familia las que les ponen rumbo a Europa para que, una vez allí, se dediquen a enviar dinero a casa.

VICE News conoce a Momen en un pequeño y sucio parque en las inmediaciones de la estación de trenes de Termini, en Roma. El joven de 16 años, está sentado solo, en un banco, y escucha música egipcia en su teléfono. Ha quedado aquí con unos amigos. Nos cuenta que decidió irse de Alejandría cuando tenía 13 años. Entonces dejó la escuela. Trabajó de mecánico y de pescador. Incluso llegó a ayudar a su padre, que es electricista.

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"Me fui de Egipto en busca de un futuro mejor y para poder ayudar a mi familia", cuenta.

Sus padres apoyan su decisión. Les pareció bien que se aventurara, que se jugara la vida en el Mediterráneo.

"En el barco al que me subí yo había algún que otro egipcio, aunque la mayoría de los que viajaban eran sirios", recuerda. "El bote en el que salimos no estaba en condiciones. Los traficantes trabajan así: saben que van a perder el bote, así que no se molestan en utilizar embarcaciones en condiciones. Así que naufragamos y los italianos tuvieron que venir a rescatarnos".

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Muchos otros egipcios huyen despavoridos tan pronto como ponen un pie en los centros de identificación con que se encuentran solo pisar suelo italiano: quieren llegar a Roma o a Milán, dos ciudades en las que la comunidad egipcia es especialmente fuerte. Una vez alcanzan alguna de las dos metrópolis, muchos terminan siendo explotados en su intento por conseguir algún trabajo. Claro que a menudo tienen que mandar dinero a sus familias y pagar sus deudas con los traficantes, de modo que no se atreven a decir que no.

"Están obligados a empezar a ahorrar deprisa para saldar las deudas que han contraído durante su viaje. Y esa es una de las razones que explican por qué son explotados con tanta facilidad. O por qué asumen ocupaciones ilegales o deciden meterse en el mercado del trabajo sexual — se trata de algo que hemos corroborado", explica Prosperi. Los menores egipcios son explotados, a menudo, por otros egipcios; o, en algunos casos, por aquellos a quienes se encomendó su custodia.

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La comunidad egipcia es particularmente activa en determinados sectores del mercado laboral: como el lavado de coches, las tiendas de kebabs, la construcción, en el negocio de armar los andamios de las construcciones, o en el de la venta de frutas y verduras. Según Save the children, los menores que trabajan en el negocio de la venta al por mayor de frutas y verduras entran a trabajar "ilegalmente" a las 8 de la mañana, e intentan encontrar alguna ocupación durante el día. Les pagan 10 euros por cargar un camión entero, una actividad que acostumbra a llevarles 2 horas. A veces también tienen que descargar el camión. Y en tal caso trabajan durante 5 horas, claro que cobran lo mismo: 10 euros. Y cobran 50 céntimos por cada caja que consiguen rellenar".

Los que trabajan en servicios de lavados de automóviles "trabajan sin descanso durante 12 horas, y cobran dos o tres euros la hora". La situación es parecida en los restaurantes o en las verdulerías, mientras que los menores que trabajan en puestos de venta de kebabs acostumbran a ganar a razón de 50 céntimos la hora. Y en todos esos casos, existe un elevado riesgo de que los niños terminen implicados en actividades ilegales, como el tráfico de estupefacientes a pequeña escala.

Si bien la abrumadora mayoría de menores que llegan a Italia son niños, existe una excepción entre las chicas. Es el caso de las jóvenes nigerianas, que se han convertido en el principal objetivo de los traficantes en el negocio de la explotación sexual. Nigeria es el único país en el que el número de chicas menores rebasa al de chicos, según Save the Children.

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Según cuenta Prosperi las jóvenes nigerianas llegan a Europa como parte de un "negocio organizado" cuyas raíces están en Nigeria y que se propaga por toda Europa.

Por lo general las chicas tienen entre 15 y 17 años. Los traficantes siempre les dicen que pretendan tener más de 18 para así eludir los sistemas de custodia de menores, debido a que una vez son custodiadas, entonces sus posibilidades de contactar con sus futuros explotadores caen en picado. A menudo las chicas escapan de los centros de bienvenida después de un par de meses. A partir de ahí contactan a los traficantes, que las ponen a trabajar en sus organizaciones criminales en un abrir y cerrar de ojos.

A las nigerianas se las llevan a menudo a Nápoles, una de las centrales de reclutamiento europeas. Una vez allí se decide cuál será su próximo destino, casi siempre lugares del mapa italiano. Las jóvenes se ven obligadas a prostituirse durante años para pagar las deudas que han contraído con sus captores y proxenetas, cifras obscenas, que oscilan entre los 30.000 y los 60.000 euros.

El grave problema de los refugiados menores desaparecidos y explotados no se circunscribe solo a Italia, ni es un fenómeno nuevo en absoluto. En octubre del año pasado, la ciudad sueca de Trelleborg denunció que 1.000 refugiadas menores habían desaparecido de la ciudad. Y en 2010 la unidad de británica destinada al control de los refugiados denunció que alrededor del 60 por ciento de los menores que llegan solos a los centros de bienvenida del Reino Unido, desaparecen. Según la ONG Terres Des Hommes, detectó que durante aquel mismo año, 2010, una cantidad proporcional de menores llegados a centros de recepción en Bélgica, Francia, España y Suiza desaparecen durante las primeras 48 horas de su llegada — y en algunos casos estaríamos hablando del 50 por ciento de ellos.

Se trata de jóvenes que quizá desaparezcan del cuidado del gobierno, pero que no desaparecen de vista, señala Donald. "Si se está abusando sexualmente de ellos, se está haciendo en el mismo vecindario al que han llegado", cuentan. "No estamos hablando de que les secuestren y de que aparezcan en la espesura de ningún bosque, aunque imagino que, algunos de ellos correrán esa suerte. Sin embargo la mayoría se quedan allí, en el mismo vecindario que les ha acogido — y se quedan a la vista". Donald ha hecho un llamamiento tanto a la población general como a las autoridades para que estén más atentos a lo que pasa.

Si conseguimos mejorar el trato que deparamos a los menores refugiados seremos todos quienes nos beneficiemos de ello", explica Attanasio, el periodista. "Las historias que me han contado esos niñas y esas niñas a lo largo de los dos últimos años me han dejado profundamente triste y angustiado. Tengo dos hijos que tienen esas edades, Me parte el corazón", confiesa.

"Claro que también tengo muchas esperanzas puestas en ello, porque estos chicos y estas chicas han vivido lo que no está escrito. Si reciben la atención que necesitan, si se les brinda la oportunidad de que puedan consumar su planes… entonces se convertirán en un enorme recurso humano y económico para nuestro país".

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