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Clínicas secretas y corrupción en Kilis, la ciudad turca que recibe a los refugiados sirios

VICE News asiste a las caóticas escenas que se viven en la ciudad turca Kilis, que se ha convertido en el primer destino al que llegan la mayoría de los cientos de miles de refugiados sirios y los combatientes rebeldes heridos.
Un hombre herido se prepara para ser transportado de Kilos a Gaziantep. (Peter Shelamovskiy/VICE News)
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La ciudad turca de Kilis ha pasado de tener 90.000 a 210.000 habitantes en los últimos cuatro años. La masiva llegada de sirios que huyen de sus ciudades natales se despliega 10 kilómetros más allá de su frontera. Sin embargo, miles de refugiados más siguen atrapados en campamentos improvisados en plena frontera. A día de hoy las autoridades turcas solo permite que las ambulancias y un limitado número de personas crucen la línea que divide a ambos países.

VICE News viajó a Kilis el mes pasado para visitar a las personas atrapadas en sus campamentos. Son cada vez más, en especial desde que los implacables bombarderos rusos arrancaran su ofensiva aérea en septiembre. Nuestra visita fue programada en un momento en que circulaban rumores, de que Turquía pronto abriría sus fronteras para permitir la entrada de más refugiados. Sin embargo, los planes se suspendieron el pasado 15 de febrero cuando dos hospitales y una escuela de la ciudad siria de Azaz, no muy lejos de allí, se convirtieron en las últimas instalaciones civiles en ser dinamitadas. Y, como no, Vladimir Putin estaba detrás de la matanza.

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Durante aquella misma nefasta jornada, a 100 kilómetros de allí, otros dos hospitales fueron alcanzadas por la artillería rusa en la ciudad de Idlib. Uno de ellos había sido auspiciado por la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras (MSF) — lo que lo convirtió en el segundo recinto de MSF en Siria en ser alcanzado por los bombarderos en menos de dos semanas. El caos y la falta de recursos parecían imposibilitar la tarea de descubrir quién había disparado los misiles. Hasta que un oficial turco aseguró que los destrozos de Azaz habían sido provocados por misiles rusos.

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VICE News presenció excepcionalmente el caos que se declaró en la frontera turca el día después de los ataques. Las ambulancias turcas se relevaban para trasladar a montones de heridos rumbo a los hospitales más cercanos. Los periodistas de Kilis se encontraron con que los celadores hospitalarios que, normalmente, les barraban el paso, estaban tan desbordados trasladando a los heridos, que no pudieron impedir que los periodistas presenciaran las dantescas escenas que allí se estaban viviendo. Sucedió que el principal hospital de la zona se quedó pequeño enseguida. La magnitud de la carnicería sobrepasó sus recursos en pocas horas, de manera que los heridos más graves tuvieron que ser trasladados a la siguiente ciudad de mayor envergadura, la pequeña Gaziantep, a 40 kilómetros de distancia.

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Las ambulancias son uno de los pocos vehículos a los que se les permite el paso en la ciudad de Kilis. (Todas las imágenes por Peter Shelamovskly/VICE News).

Las víctimas siguieron llegando durante dos días. Aquellos que no presentaban heridas mortales, fueron obligados a esperar hasta el día 17 para ser atendidos. Fue durante aquella larga madrugada cuando VICE News conoció al joven Osman en uno de los hospitales de Kilis. Osman le estaba mostrando a su hermano algunas de las fotos que había capturado con su móvil del bombardeo aéreo. Fumaba con ansiedad, mientras sus dedos se deslizaban entre fotos de muertos. Eran todos familiares de mabos.

"Nos desplazamos hasta la escuela porque nos daba miedo quedarnos en casa. Una vez los rusos empezaron a bombardear, nos dimos cuenta que les daba igual dirigir sus misiles contra civiles. En vista de la situación, pensamos que el único lugar donde no bombardearían sería una escuela. ¿Quién demonios haría eso?", se pregunta.

Osman se encontraba a la salida de la escuela cuando las bombas empezaron a caer. Se esperó a entrar hasta que ya era seguro, y cuando lo hizo se encontró con de sus 16 familiares solo habían sobrevivido cinco niños. En mitad del caos, de la polvareda y de los escombros, Osmar perdió a uno de ellos, una niña de cinco años. Osman está convencido de que sigue atrapada en Siria. El joven sí consiguió sacar al resto de los 4 niños, que habían sido alcanzados por la artillería del Kremlin. Todos ellos tuvieron que pasar por el quirófano para ser tratados de heridas graves.

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Uno de los niños se llama Maher y tiene 4 años. Las aglomeraciones en el hospital impidieron que pudiera cumplir con la convalecencia que requerían sus heridas. Pero al menos tuvo la suerte de que alguien localizara a su madre, Raqhad, y que a esta le fuera concedido el permiso necesario para visitarle. Además, le han dado permiso para someterle a puntuales revisiones. Raqhad comenta que ambos se quedarán en la casa de Mohammed, que lleva 18 meses viviendo en Kilis, después de huir de la carnicería diaria en que Putin había convertido el otro lado de la frontera.

Mohammed ha invitado a VICE News a que conozca la casa que dice haber compartido con más de 20 familiares desde que llegó. Mohammed nos muestra las fotos de sus familiares repleto de orgullo. Claro que este no es un álbum de fotografías familiares al uso; aquí las fotografía vienen pegadas al dorso de los visados de refugiados; se trata de los permisos que les han sido dispensados a sus familiares después de que huyeran de Siria rumbo a Turquía.

Mohammed y Osman sentados en el lugar que Mohammed reconoce como su hogar durante los últimos 18 meses.

Mohammed dice que antes de la guerra trabajaba de agricultor en Siria. Dice que añora el olor de su tierra. Y que la vida en Turquía es muy cara. A día de hoy se las ha ingeniado para ejercer una pintoresca variedad de trabajos — cualquier cosa que le permita ahorrar un poco de plata — especialmente ahora que la mitad de lo que gana se le va en el elevado precio del alquiler. Mohammed dice que Osman es un arquitecto cualificado y talentoso, pero que ahora mismo trabajaba como paleta para llegar a fin de mes.

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En el camino de regreso, Mohammed se detiene en un hospital cercano a su casa donde se reparte comida gratuita para los que así lo necesitan. Solo se permite que sean las mujeres quienes recojan los alimentos. La mujer de Mohammed se encarga de hacerlo habitualmente, pero hoy se ha quedado atrapada en el hospital. Allí se dedica a cuidar al resto de niños de su familia, aquellos niños a cuyos padres todavía no les ha sido concedido el visado para entrar en Siria. Uno se pregunta qué necesidad es más acuciante que tener a un hijo en el hospital para que te concedan un permiso. Sin embargo, el sentido común y la misericordia humanitaria casi nunca van de la mano. La cola que se ha formado a la salida del hospital para recoger comida es tan larga como la calle. Al principio las mujeres que la forman prefieren no hablar y se cubren los rostros. Sin embargo, tan pronto como la primera empiece a expresarse, el resto se le sumarán en tropel.

"En Kilis estamos mejor porque es más seguro para mis hijos", cuenta Mariam, que trabaja en la cocina de un restaurante. Dice que tiene turnos de trabajo muy duros, pero que está contenta, porque, al menos, tiene trabajo.

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Sin embargo, a muchas les cuesta sobrevivir, especialmente debido a los elevados precios de los productos más básicos — que según cuentan las mujeres están hinchados por culpa de la corrupción. Muchos vendedores se estarían embolsando parte de las ayudas prestadas por las organizaciones humanitarias internacionales. Las prestaciones deberían de servir para financiar el periplo de los miles de sirios que han abandonado la guerra. "Los vendedores nos están robando el dinero", denuncia Nadra. "La comida que nos están dando cuesta solo una fracción del dinero que reciben de las organizaciones que nos están intentando ayudar".

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Tan pronto como la cámara es desenchufada, uno de los trabajadores del restaurante se enfrenta a Nadra. La amenaza con dejarla sin comida gratuita si sigue hablando con los periodistas. Nadra se pone a gritarle. Le exige que le trate con el mínimo respeto humano. El resto de las mujeres concentradas en la cola, aplauden las palabras de Nadra.

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De regreso al hospital, los traductores de árabe facilitan la llegada a los sirios que van llegando a las instalaciones. Los traductores han sido destacados por una ONG que prefiere no revelar su nombre, debido a que también presta atención médica en otro hospital para todos aquellos que no han podido conseguir ninguna asistencia. El director del hospital clandestino cuenta a VICE News que la única manera que han encontrado de sobrevivir durante los dos últimos años ha sido ampararse en el anonimato.

El hospital está ubicado en un edificio franco de oficinas. Normalmente no hay nada que invite a pensar que se trata de un hospital, excepto por la gente en silla de ruedas que atraviesa sus puertas. Una vez atraviesas su entrada principal, te encuentras con un logo de la coalición rebelde Ejército Libre Sirio (FSA en sus siglas inglesas). Además se distinguen varios pares de botas militares alineadas junto sus paredes.

Un paciente de Homs lleva 5 meses recuperándose en uno hospital clandestino.

La mayoría de pacientes son hombres, casi todos exsoldados del FSA. El día que VICE News visitó el hospital había 30 personas en tratamiento. Los soldados con heridas más graves están tendidos sobre hileras de camas. Su presencia y su disposición confiere a las habitaciones cierto aspecto de barracones. La mayoría se recupera de heridas provocadas por la metralla de las bombas. El director del hospital asegura que muchos de ellos no volverán a caminar nunca más. Según cuenta, el número de heridos que llegan con extremidades seccionadas se ha disparado desde que la diabólica flota de bombarderos de Putin entró en la guerra.

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El último en llegar se llama Abu Bashir. Lo hizo hace 25 días, procedente de Alepo. Le falta un pedazo de su pierna derecha y dice que ignora cuánto tiempo le llevará recuperarse. El día que fue alcanzado por el fuego estaba llevando pan a todos aquellos que no tenían acceso a la panadería. Abu dice que fue herido por la artillería de un bombardero ruso, cuyo misil alcanzó de pleno la panadería en cuestión, de la que, en ese momento, salía una cola.

Según relata, desde que los rusos decidieron intervenir, la incertidumbre sobre el destino de todos los que se habían quedado atrapados aquí, se ha multiplicado. Bashir explica que los cazas rusos vuelan mucho más alto que el resto, de manera que cuesta más advertirlos.. Además, las únicas advertencias de la inmediatez de sus bombardeos solo llegan en forma de bombas arrojadas. "Nunca les ves, simplemente escuchas el sonido cuando ya es demasiado tarde", cuenta a VICE News.

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Un combatiente herido espera a que le den su papeleo a la salida de la estación de ambulancias de Kilis.

Mientras Abu cuenta su historia, el resto de combatientes, los mismos que antes han preferido no hablar con la prensa, empiezan a concentrarse a nuestro alrededor. Pronto intervienen todos a la vez y se pisan los unos a los otros a la hora de sumarse a la discusión.

Según Mohammed, un joven de 20 años que ha sido el primero en reconocer que ha estado luchando para el Ejército Libre Sirio en Alepo, la intervención rusa en Siria fue el preámbulo de una oleada de ataques contra civiles que no se había visto hasta entonces. "¿Sabías que nunca bombardean a soldados? ¿Qué nunca han dirigido ninguno de sus ataques contra una base militar? Jamás", cuenta. "No recuerdo ni un solo ataque contra nuestras bases. Ahora, hospitales y colegios, sin problema".

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