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opinión y análisis

La reforma comunitaria sobre cultivos transgénicos intensifica el debate sobre su inocuidad

La reforma de la legislación comunitaria sobre cultivos transgénicos intensifica el debate referente a su seguridad.
Imagen por David Blackwell, creada para el DOCMA Award 2012 Competition. Vía Flickr.

En medio de la falta de consenso entre la comunidad científica sobre la seguridad de los transgénicos u organismos genéticamente modificados (OGM), el marco legal europeo acaba de dar un importante giro por lo que se refiere a las políticas reguladoras de este tipo de cultivos. Tras casi cuatro años de intensas negociaciones, el Parlamento Europeo aprobó el pasado 13 de enero, una nueva normativa que permitirá a los Estados miembro de la UE restringir o vetar de forma unilateral la siembra y el cultivo de los OGM en la totalidad o en parte de su territorio aunque estos hayan sido aprobados antes por la UE. Para lograr el permiso de la Comisión Europea, los Estados deberán alegar razones de impacto ambiental, agrícola, socioeconómico o de gestión del territorio.

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A pesar de tratarse de una normativa inicialmente impulsada por los países más contrarios al uso de transgénicos, asociaciones ecologistas como Friends of the Earth, han han advertido que la nueva regulación podría tener efectos contraproducentes que la nueva regulación podría tener efectos contraproducentes ya que permite "agilizar la tramitación de nuevos transgénicos" cuyo beneficio recaería en las empresas, y "puede suponer una entrada masiva de transgénicos en España". El director general de Producciones y Mercados Agrarios del Ministerio de Agricultura español, Fernando Miranda, se ha mostrado reacio a la reforma en cuestión y declara no estar satisfecho con los cambios. "El problema es que no se ha establecido que los países que se auto-excluyan queden fuera de las votaciones sobre nuevos permisos", sostiene Miranda.

Desde que se autorizara su implementación a gran escala por parte de las multinacionales biotecnológicas, el debate mediático referente a los aspectos socioeconómicos, políticos y sanitarios sobre su seguridad se ha ido intensificando notablemente, debate que vuelve a tomar especial relevancia tras la aprobación de la nueva normativa en el marco europeo.

La superficie mundial de cultivos transgénicos superó en 2013 los 175,2 millones de hectáreas, así lo demuestra el 'Informe Anual sobre la situación mundial de la comercialización de cultivos modificados genéticamente en 2013', cifra que supone un incremento del 2,7% respecto al año anterior.Estados Unidos se mantiene como el principal productor de cultivos transgénicos del mundo, seguido de Brasil, Argentina, India y Canadá.Los cuatro tipos de transgénicos utilizados actualmente son la soja, el maíz, el algodón y la colza, en su mayor parte destinados a la producción de piensos compuestos para la ganadería intensiva y otros usos industriales. De estos 4 cultivos, el único autorizado en la UE es el maíz Mon810, patentado por la multinacional Monsanto y comercializado por varias empresas. España en particular es el país europeo con mayor porcentaje de superficie de estos cultivos, destinando, según datos de la Comisión Europea, unas 137.000 hectáreas al cultivo de maíz transgénico, lo que representa más del 80% de la producción europea. Cabe señalar que países como Alemania, Francia, Italia, Grecia, Hungría, Polonia y Luxemburgo están marcando una tendencia a nivel europeo contra este tipo de cultivos, y ya han adoptado iniciativas para frenar el cultivo de transgénicos.

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La superficie mundial de cultivos transgénicos superó en 2013 los 175,2 millones de hectáreas, así lo demuestra el 'Informe Anual sobre la situación mundial de la comercialización de cultivos modificados genéticamente en 2013', cifra que supone un incremento del 2,7% respecto al año anterior.Estados Unidos se mantiene como el principal productor de cultivos transgénicos del mundo, seguido de Brasil, Argentina, India y Canadá. Los cuatro tipos de transgénicos utilizados actualmente son la soja, el maíz, el algodón y la colza, en su mayor parte destinados a la producción de piensos compuestos para la ganadería intensiva y otros usos industriales. De estos 4 cultivos, el único autorizado en la UE es el maíz Mon810, patentado por la multinacional Monsanto y comercializado por varias empresas. España en particular es el país europeo con mayor porcentaje de superficie de estos cultivos, destinando, según datos de la Comisión Europea, unas 137.000 hectáreas al cultivo de maíz transgénico, lo que representa más del 80% de la producción europea. Cabe señalar que países como Alemania, Francia, Italia, Grecia, Hungría, Polonia y Luxemburgo están marcando una tendencia a nivel europeo contra este tipo de cultivos, y ya han adoptado iniciativas para frenar el cultivo de transgénicos.

Greenpeace Greenpeace afirma que los transgénicos suponen un incremento del uso de tóxicos, de contaminación genética y del suelo, la pérdida de biodiversidad y que además su utilización no favorece a los pequeños agricultores ya que "concentra el control de la agricultura y la alimentación en unas pocas manos, exacerbando los efectos perniciosos de una producción industrializada e insostenible". La organización también alerta también del impacto negativo de los OGM en la salud humana, alegando que potencialmente pueden provocar nuevas alergias, aparición de nuevos tóxicos, contaminación de alimentos y problemas en órganos internos, entre otros.

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El director del laboratorio de neurobiología celular del Salk Institute en San Diego, California, Dr. David R.Schubert, señala que actualmente no existe consenso entre la comunidad científica sobre la seguridad de los OGM. En palabras de Schubert, "Es lógicamente falso afirmar que porque no haya evidencia de enfermedad posterior a la ingesta de un OGM, signifique necesariamente que el producto sea seguro para ingerir." Su mayor preocupación entorno a cualquier OGM es que "incluso en el caso de que causara efectos perjudiciales para la salud, no podrían ser detectados debido a la falta de estudios epidemiológicos y a las limitaciones técnicas para la detección de dicha enfermedad."

Imagen por Jimmy Brown, vía Flickr.

El Dr. Gilles-Eric Séralini, profesor de biología molecular de la Universidad de Caen, lideró una de las investigaciones críticas sobre los transgénicos de mayor repercusión mediática a nivel internacional. Su equipo de investigación publicó un estudio en septiembre de 2012, en el que ponía en evidencia la toxicidad y los efectos nocivos a largo plazo del herbicida Roundup y el maíz transgénico NK603 tolerante a este agroquímico (el más utilizado en el mundo) en experimentos con ratas, las cuales acabaron por desarrollar tumores galopantes, daño severo en el hígado y el riñón y desórdenes hormonales. Pero un año después, en noviembre de 2013, tras recibir duras críticas por parte de científicos defensores de los OGM — incluso la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) se posicionó en su contra —, la revista Food and Chemical Toxicology, que había divulgado dicho informe, se retractó de su publicación, afirmando que el estudio carecía de bases sólidas. En junio de 2014 la revista Environmental Sciences Europe. republicó una versión revisada del estudio de Seralini con material extra abordando las críticas de la publicación original.

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Por otro lado, un grupo de investigadores liderado por el Dr. Danieli Benedetti, demostró en un estudio publicado en 2013 en la revista científica Elsevier, que los herbicidas de Monsanto usados en los campos de soja transgénica dañan el ADN, según pudieron comprobar en los ensayos realizados a los trabajadores en el estado brasileño de Río Grande do Sul.

No obstante, continúan siendo muchos los expertos que avalan la seguridad de los OGM, como el investigador del instituto de Biología Molecular y Celular de las Plantas (IBMCP), José Miguel Mulet, quien ha asegurado a VICE News que "consumir OGM no tiene ningún riesgo para la salud, ya que antes de sacar cualquier producto al mercado se hacen pruebas muy estrictas para verificar que no es tóxico ni para animales ni para los seres humanos, y en el caso del maíz por ejemplo, con los kilos y toneladas que se han llegado a consumir en los últimos 20 años, si provocara algún tipo de problema o toxicidad se hubiera detectado y en cambio, no ha habido ningún tipo de alerta alimentaria."

Por su parte, el premio nobel de Medicina Richard J. Roberts, convencido de que en Europa se ha estado llevando a cabo una campaña política para prohibir los OGM desde los 90s, acusó recientemente a los intereses de algunos partidos, sobre todo ecologistas, de «satanizar» los alimentos transgénicos, cuando aún no existen pruebas científicas sobre sus perjuicios para la salud y «son una solución para combatir el hambre en el mundo".

La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, agencia que evalúa los riesgos asociados a los transgénicos en términos de su inocuidad en los alimentos para consumo humano y animal, ha recibido duras críticas por no tener en cuenta los argumentos acerca de los posibles riesgos derivados del cultivo de OMG, así como por basar la autorización de los OMG en estudios científicos realizados por las mismas empresas biotecnológicas responsables de los propios cultivos, sin contar con la verificación de organismos públicos e independientes que abalen dichos resultados. De hecho, los estudios disponibles sobre los efectos e idoneidad o no de los transgénicos provienen, en su mayoría, de investigaciones privadas financiadas por empresas biotecnológicas o farmacéuticas como Monsanto, Singenta-Novartis, Bayer o Basf.

Es tanto el peso de las compañías multinacionales que controlan la producción de transgénicos, que, tal como advierte la galardonada periodista y documentalista Marie-Monique Robin en el libro y documental El mundo según Monsanto (The New Press), se ha llegado a condicionar incluso a la opinión científica. Sin embargo, en los últimos años un notable incremento de voces autorizadas está abriendo una línea crítica sobre la opinión tradicional que se ha venido dando sobre los transgénicos, voces que aportan nuevos datos sobre sus efectos perniciosos en la salud pública y nuestro medio ambiente, contribuyendo así a un debate que permanece al orden del día.

Sigue a Alexandra Carrera en Twitter: @AlexndraCarrera

Imágenes vía Flickr