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Secuestros, torturas y tráfico de migrantes africanos en Libia en su camino hacia Europa

Durante los últimos 5 años, varios grupos armados se han hecho fuertes en las depauperadas fronteras de Libia, un país en el que el vacío de poder y la crisis de sus servicios de seguridad ha convertido sus límites territoriales en un lugar sin ley.
Migranti africani in un centro di detenzione a est di Tripoli, in Libia, il 9 maggio 2015. (Stringer/EPA)
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En un barrio pobre y violento situado en el límite de Sebha, en el desierto del sur de Libia, Ibrhahim, un joven de 30 años que procede de Burkina Faso, lucha por sobrevivir — y por salir adelante.

Ibrahim está atrapado aquí. Trabaja en una lavandería para hacer dinero. Necesita ahorrar para costearse el viaje hacia el norte, un viaje en el que atravesará los más de 600 kilómetros de desierto que le separan de la costa opuesta de Libia, y para pagar su lugar en el bote que le lleve de allí a Italia. Es un periplo peligroso. Especialmente para los subsaharianos. Ellos están convencidos de que en Europa les espera una vida mejor. Lo único que parece claro es que será una vida mejor que la que les espera en Libia. Claro que lo difícil es huir. Y llegar sano y salvo.

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Aquí las organizaciones criminales explotan a sus presas de manera sistemática: la amenaza contra los migrantes es una guerra diaria.

"Todas las armas se dirigen contra nosotros. A menudo nos quieren robar", señala Ibrahim, que prefiere no dar su apellido. Ibrahim señala a un puñado de hombres de Burkina Faso que discuten acaloradamente a la salida de una tienda derruida, unos metros más allá. "Hace cuatro meses un tipo me disparó", recuerda.

El año pasado algunos amigos de Ibrahim le contaron por teléfono lo bien que les estaba yendo aquí. Así que Ibrahim decidió dejar a su mujer y a su hijo recién nacido, dejar su puesto de vendedor ambulante, e invertir 300 dólares para costearse el brutal periplo por el desierto rumbo a Sebha orquestado por los traficantes de personas. Ahora trabaja para reunir la misma cantidad para llegar a Trípoli y otros 1.000 dólares para cruzar hasta el Mediterráneo. Y para un hombre de Burkina Faso, donde el promedio de ingresos brutos al año son de 700 dólares, tal es una cantidad exorbitante.

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Además, conseguir un lugar en uno de los precarios botes que parten hacia Italia no es ninguna garantía de supervivencia. Uno de cada treinta botes que zarpa termina sucumbiendo a los naufragios.

Este año son ya 28.000 los migrantes que han alcanzado las costas de Italia procedentes de Libia, según cuenta la Organización Internacional para la Migración (OIM). Se estima que unos 1.000 habrían muerto ahogados. Es, sin duda, el lugar más peligroso y el más letal de entre los múltiples trayectos que cruzan migrantes y refugiados para alcanzar Europa.

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Según el responsable de la OIM, Othman Belbeisi, se estima que actualmente hay más de 142.000 migrantes y refugiados concentrados en Libia. Claro que el país que un día gobernó Muammar Gadafi sigue desprovisto de gobierno desde el derrocamiento del dictador en 2011. De tal manera, el país africano se ha convertido en un lugar sin ley, extremadamente peligroso y nada recomendable, en el que ni siquiera es posible computar los números de la tragedia humanitaria que asola el país.

En el desbordado hospital de Sebha no quedan camas. Cada día, alrededor de 50 subsaharianos llegan aquí con heridas padecidas durante su infausta travesía por el desierto. Huyen de guerras, de sequías, del desempleo, la pobreza y de escenarios controlados por la insurgencia. Alrededor del hospital, los trabajadores de la ciudad de Misrata hacen guardia contra las frecuentes y, a menudo, letales escaramuzas de los guerrilleros locales.

"Nos llegan heridos que han tenido accidentes de automóvil en el desierto, muchos deshidratados, otros con heridas de bala, secuestrados", relata Mahdi Mohamed Mahdi, el administrador del registro de ingresos de migrantes. "Muchos de los secuestrados son torturados durante su cautiverio", sentencia Mahdi.

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Así que no todos llegan vivos al hospital. Una de las ocupaciones de Madhi consiste en identificar los cuerpos de los que llegan sin pasaporte. O identificar a los que fallecen en el hospital. Muchos de los muertos son enterrados en tumbas musulmanas y cristianas, sin embargo la morgue está plagada de cadáveres no identificados. "Hay algunos cuerpos que llevan más de un año aquí. Desde el último Ramadán", explica.

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Escaleras arriba, en la cama de un hospital, Saedo, de Gambia, tiene 25 años y se recupera de las heridas. Tiene la pierna derecha cubierta por múltiples vendajes. Saedo dice que saltó de un coche en marcha que conducía un tipo que intentó secuestrarle. "Me recogió en la calle y me prometió que me iba a dar trabajo. Cuando vi que ponía rumbo al desierto le supliqué que me dejara ir", recuerda. "Tenía que escapar".

En los últimos 5 años son cada vez más los grupos armados que se han infiltrado en el salvaje y agujereado perímetro de Libia. La crisis política y el vacío de poder han convertido el tráfico humano en un negocio próspero y boyante.

Las luchas internas por controlar las rutas del tráfico han provocado auténticas batallas por hacerse con los mayores puntos de entrada en el sur del país, Sebha y Kufra. A día de hoy las luchas afectan ya a toda la zona y se esparcen por todo el desierto y sus fronteras. En el sudeste Argelia, del gobierno local ha reforzado significativamente su frontera con Libia, para contener el caos y la violencia que llegan desde el antiguo feudo de Gadafi. La desastrosa situación, sumada al hecho de que las patrullas francesas llevan a cabo constantes registros en busca de terrorista en la frontera con Níger, han provocado la significativa alteración de las rutas empleadas por los migrantes en los últimos años — como cruzar a Libia desde Níger a través del sur de Sebha.

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Las autoridades libias están hechas jirones y apenas se pueden responsabilizar de nada de lo que sucede.

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Mouktar Dabo, un joven policía que está al frente de un desolado puesto de control en la frontera de Libia con Argelia, asegura que aquí todo el mundo hace la vista gorda ante el cruce ilegal. De hecho, se supone que este puesto de control ni siquiera es oficial. "No podemos hacer nada, para empezar porque no tenemos dinero", explica. "Y resulta muy difícil encarcelar a nadie si no cuentas con los medios necesarios para hacerlo", añade.

El gobierno de Libia cuenta con una sola agencia para hacerse cargo de esta desastrosa situación — el llamado departamento para el Combate de la Migración Ilegal — sin embargo, a día de hoy, tan solo la mitad de sus 21 centros de detención están operativos debido a la falta de financiación. La política del gobierno consiste ahora en mandar a los migrantes detenidos en bus hasta la frontera con Níger y dejarlos tirados allí.

"No contamos con la ayuda de nadie en el extranjero y estamos completamente desbordados, puesto que no disponemos de los medios necesarios debido a la magnitud de la zona que tenemos que controlar", explica Bashir Darwish, el responsable militar en Sebha. Darwhish y sus hombres ven su papel en la zona como el de mediadores entre las organizaciones criminales y entre aquellos que abogan por cumplir la ley. "En el norte tenemos cada vez menos recursos, puesto que allí también tenemos que librar nuestra propia batalla contra los combatientes yihadistas de Estado Islámico (EI). Mientras que el sur es un caos donde reina la inestabilidad".

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Los guerrilleros que han jurado lealtad al yihadismo de EI son otro de los potenciales peligros a los que se enfrentan los migrantes, especialmente todos aquellos de confesión cristiana, como los egipcios y los etíopes asesinados por la filial libia de Estado Islámico el año pasado. Entonces los yihadistas publicaron un escabroso vídeo de las ejecuciones, que consistieron en decapitar a multitud de prisioneros. La zona que envuelve la ciudad de Sirte es la que presenta un mayor índice de combatientes yihadistas.

A pesar de todo, los organizaciones humanitarias temen que cada vez sean más los que se vean forzados a exponerse a los peligros de cruzar el mar de Libia. A fin de cuentas, tal es una de las consecuencias más siniestras del acuerdo suscrito entre la Unión Europea y Turquía hace apenas dos meses. Desde entonces los migrantes y los refugiados ya no pueden alcanzar las costas helenas legalmente, así que se han visto obligados a tomar rutas alternativas, tan peligrosas como lucrativas para el desaprensivo negocio del tráfico, al que la UE le está haciendo, de nuevo, un gran favor.

Actualmente, los estados de la UE están trabajando por suscribir un acuerdo similar con Libia, que espera ser aprobado por el gobierno local, el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA en sus siglas inglesas), cuya precaria estructura cuenta con el apoyo del ejecutivo europeo. La administración del GNA en Trípoli pretende ahora incrementar la presencia policial en sus fronteras para detener el negocio del tráfico de personas por agua. Los navíos de guerra que se han propuesto para llevar a cabo la operación no serán libios — a fin de cuentas la marina libia apenas se mantiene a flote, lo mismo que sucede con su servicio de guardacostas — sino que serán destacados por la OTAN.

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"Los rumores sobre una implicación potencial de la OTAN en Libia son muy preocupantes, especialmente después de lo vivido en las aguas del mar Egeo hace solo unos meses", asegura Stefano Argenziano, un agente humanitario de Médicos Sin Fronteras (MSF), una de las pocas asociaciones humanitarias médicas que están tratando a los refugiados y a los migrantes atrapados en el interior de Libia, así como a los concentrados en el Mediterráneo.

"Cualquier política enfocada a la disuasión solo conseguirá que las rutas cambien de lugar, pero no las erradicará, de manera que su única consecuencia será la apertura de nuevos y más peligrosos trayectos", advierte Argenziano. "Ahora mismo nadie ha sido capaz de ofrecer una alternativa a las miles de personas que se juegan la vida a diario y cruzan el desierto y el mar en su camino a Europa. La disuasión, simplemente, no funcionará".

En Sebha, a dos cuadras de la desvencijada lavandería donde trabaja Ibrahim, el refugiado de Burkina Faso, un individuo al que muchos acusan de trabajar como intermediario para los traficantes, concentra la atención en el interior de su tienda y explica lo que ha hecho:

"La gente llega en condiciones muy precarias y a mí me sabe muy mal por ellos", relata. "Me siento responsable. Normalmente se intentan poner en contacto con sus familias y regresan a casa".

Para él, los motivos del siniestro crecimiento del tráfico de humanos también hay que buscarlo en la caída del opresivo régimen que gobernó el país durante 42 nefastos años.

"Durante el mandato de Gadafi, a mucha gente le daba miedo meterse en negocios como este", explica. "Ahora, sin embargo, los gobiernos de Chad, Níger y de Argelia se han sumado a la explotación del migrante. Cuando dicen que no saben cómo ha llegado la gente hasta allí mienten. Aquí todo el mundo sabe lo que está pasando. Los franceses saben perfectamente lo que está pasando en la baste militar de Madama, en Níger".

"Solo Dios puede detener a los traficantes", se ríe. "Si intentas entrometerte en su negocio te matarán", sentencia.

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