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Los últimos refugiados sirios en cruzar a Hungría nos explican los motivos de su éxodo

Hablamos con algunos de los últimos refugiados sirios que han podido cruzar la frontera de Hungría con Serbia ahora sellada. Los motivos de su huída son múltiples, aunque todos comparten un objetivo: comenzar una nueva vida en Europa lejos de la guerra.
Refugiados caminando por la vía de ferrocarril que une Serbia y Hungría. (Imagen por Sergi Cabeza)

"Y ahora, ¿qué nos pasará?", preguntan los refugiados a periodistas, voluntarios y trabajadores de ONGs al cruzar la frontera entre Serbia y Hungría. Algunos se resisten a dar el paso, siguiendo la vía del tren, porque carecen de información y no saben si registrarse en Hungría les traerá consecuencias negativas en un futuro.

Pese a la incertidumbre, son conscientes que han tenido suerte al poder cruzar a tiempo a Hungría — país de la Unión Europea — antes que las autoridades magiares cerraran el lunes la frontera con Serbia, punto que se había convertido en el principal paso para los refugiados.

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Los refugiados están cansados, llevan días cruzando fronteras a pie o por mar, subiendo en autobuses y trenes. Los menos llegan de Somalia, Pakistán o Bangladesh, los mas de Afganistán, Iraq y, sobre todo, Siria.

No saben qué les espera en Europa, pero saben muy bien qué han dejado atrás.

El conflicto sirio ha causado la muerte a 330.000 personas, según el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos. El número de desplazados supera los 10 millones, sobre una población total de 22, y los refugiados, es decir los que han buscado cobijo fuera del país, ya son mas de cuatro millones. Estos días, decenas de miles llegan a la Unión Europea amparándose en el derecho al asilo de quienes huyen de una guerra.

"Yarmouk era la muerte, no la vida", explica a VICE News Mohamed, procedente del campo de refugiados palestinos situado en un suburbio de Damasco, mientras se calienta al lado de un pequeño fuego en la fría mañana del sur de Hungría. "Hemos estado dos años sitiados por el ejército de Assad, no teníamos comida", espeta. A Mohamed, que viaja con tres hijos, no le salen las palabras y la vista se le pierde en el vacío. De hecho, tras un largo silencio y con el rostro emocionado, decide no hablar más.

Mohamed ha pasado de la inseguridad campo de refugiados palestinos de Yarmouk a la incertidumbre de los refugiados que llegan a la población húngara de Roszke. (Imagen por Sergi Cabeza)

El caso del campo de Yarmouk ha sido uno de los más desesperantes del conflicto sirio. Tomado en su mayoría por la oposición armada al gobierno de Bashar al-Assad en 2012, Yarmuok ha permanecido sitiado desde entonces por el ejército, haciendo que las Naciones Unidas llamasen repetidamente al desbloqueo. El pasado mes de abril, el autoproclamado Estado Islámico (EI) se hizo fuerte en el campo, añadiendo dramatismo a su ya paupérrima situación. Varios de sus habitantes han muerto de hambre.

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Quien sí quiere hablar, y mucho, es Anwar Manla, un joven de Alepo de 24 años. Ya sentado en la estación de Budapest, a la espera del tren que le llevará a Austria, el chico relata que viaja solo, gracias a que familiares y amigos consiguieran reunir dinero para costearlo. "Tienen puestas muchas esperanzas en mi, esperan que consiga ganar dinero y enviárselo", cuenta el joven a VICE News. Anwar está contento, consiguió burlar a la policía en la frontera sur y no está registrado en Hungría porque quiere ir a Holanda, donde reside un familiar. Por fin ve la luz al final del túnel.

"La vida era difícil, mi padre perdió el brazo izquierdo cuando una bomba cayó en nuestro edificio", dice Anwar, que proviene de la zona de Alepo controlada por el régimen. "Sí, la bomba vino del lado controlado por los rebeldes", asegura, aunque ese fue solo uno de los motivos para emprender la aventura, hace tan solo un mes.

"Quiero acabar de estudiar, soy bueno en ello, y no quería que me llamaran para el servicio militar. Tal y como está la cosa se entra, pero no se sale vivo. Además, podrían ser años y me arruinaría la posibilidad de formar una familia". Eso y la falta de agua, electricidad y muchos servicios básicos en la castigada segunda ciudad del país.

Anwar examina una libreta donde tiene detallados todos los gastos del viaje. "Hasta aquí me he gastado 2.300 Euros", asegura. Su periplo le ha llevado de Alepo a Beirut, de allí en barco a Turquía, luego en patera hasta Grecia y hacía el norte por Macedonia, Serbia y Hungría.

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Exactamente el mismo viaje que Sabah, una damascena cristiana de 62 años que viaja con su hija discapacitada de 26. "Mi hija necesita atención especial y en Siria no hay nada", exclama a VICE News.

Sabah, una damascena cristiana de 62 años viaja con su hija discapacitada de 26. su objetivo es Alemania. (Imagen por Sergi Cabeza) 

Sabah, quien hace más preguntas que el periodista, tampoco quiere pasar por el campo de detención y registro. Acaba de cruzar desde Serbia y curiosea a lo largo de la vía del tren. Como muchos, intentará despistar a la policía escondida entre los maizales. De familia adinerada, no le importa pagar los 500 euros que le costarían dos plazas en un coche a Budapest — y es que los traficantes húngaros hacen su agosto a escasos metros de la policía, quien, cabe decir, tampoco puede ni intenta hacer nada ante la avalancha de personas que cruza diariamente la frontera —.

Sabah tiene una hija en Suiza, a quien no ve desde hace cuatro años. Su intención es ir a Alemania y esperar a que su hijo termine la carrera en Damasco para que él y su marido puedan reunirse con ella. Para entonces espera poder solicitar la reunión familiar. "Somos de Zeide, en Damasco, y aunque no hay combates sí que notamos la guerra. El ejército bombardea Daraya y otros barrios vecinos, corta calles todo el tiempo, nos roban…".

Sabah, que era profesora de hostelería en Damasco, asegura que la cotidianidad en la ciudad ha cambiado mucho. Además del ambiente de guerra, "ha subido el precio de la vida y hay constantes cortes de agua y electricidad que lo complican todo". Pese a lo malo, Sabah se siente afortunada porque los combates y los bombardeos no han llegado a su barrio y sabe que, en su país, es una excepción.

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Para quien no fue una excepción es para Amina, aunque sí le queda lejos en el tiempo. Ella huyó de Siria hace ya dos años junto a su marido y el pequeño Zacaría, que entonces tenía un año de vida. "Nos fuimos porque Daesh [Estado Islámico] y Jabhat al-Nusra [filial de al-Qaeda en Siria] nos sitiaron y bombardearon. Teníamos miedo", cuenta a VICE News esta kurda, procede de Afrin, un pueblo situado en el norte de la provincia de Alepo, cerca de Turquía.

En Turquía, Ahmed, marido de Amina, pudo trabajar como técnico de telefonía, pero le pagaban muy mal y trabajaba muchas horas, cuentan. "Además, los turcos nos odian porque somos kurdos… nos ven sucios", dice Amina con resignación. La familia, como muchos otras, ha venido "porque hemos visto que mucha gente lo hacía y porque hemos conseguido dinero de amigos y familiares, ya que el trabajo de Ahmed no nos permitía ahorrar".

Amina, Ahmed y el pequeño Zacaría no van solos. Junto a ellos, esperando a subir a uno de los autobuses que les llevará a un campo de detención y registro, del que deberían poder salir hacia Austria, va otra trentena de kurdos de Afrin, Kobane, Qamishli, Alepo… los kurdos van casi siempre en grupos grandes. "Nos gustaría quedarnos en Austria", zanja Amina. Para ella es suficiente.

Mohamed, Anwar, Sabah y Amina son solo cuatro entre decenas de miles que esperan llegar a un lugar mejor. Todos tienen un motivo. O muchos. O simplemente que la vida haya quedado reducida a un ejercicio de supervivencia en un país herido de muerte.

Tras vivir dos años en Turquía, Amina y su familia han decidido poner rumbo a Europa. (Imagen por Sergi Cabeza)

Sigue a Sergi Cabeza en Twitter: @sergicabeza