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Juegos Olímpicos

Las mascotas olímpicas simbolizan a todos los animales a los que Brasil ha desterrado

Vinicius y Tom, las mascotas olímpica y paralímpica de Brasil, son un amalgama de la abundante fauna y flora autóctona. Una diversidad contra la que el ejecutivo brasileño ha cometido toda clase de atropellos, a menudo, amparándose en los JJOO.
Imagen vía Rio 2016; Flickr/Matt Zimmerman
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Este artículo fue publicado originalmente en Motherboard.

Comparadas con las mascotas de los últimos Juegos Olímpicos de Londres, las mascotas brasileñas, Tom y Vinicius son sorprendentemente lindas.

"Yo soy la mascota olímpica, una mezcla de todos los animales de Brasil", asegura Vinicius. "Nací de la explosión de alegría que sucedió a la proclamación de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016".

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Para la mayoría de los espectadores el sentimiento que acompaña a la inmaculada concepción de Vinicius debería suponer un motivo de encariñamiento. Brasil es uno de los países con una mayor biodiversidad del planeta.

El Amazonas, donde se siguen concentrando algunas de las mayores selvas tropicales de la Tierra, es el hábitat del 10 por ciento de la especies conocidas por el ser humano. Sus junglas trepidantes, sus marismas, sabanas y desiertos convierten a Brasil en la auténtica joya natural de Sudamérica.

Imagen vía Rio 2016

Claro que existe otra manera de interpretar el simbolismo de las mascotas: desde que Río fuera proclamada anfitriona de los Juegos Olímpicos de 2016, el gobierno brasileño ha asfaltado reservas naturales, está construyendo una faraónico proyecto hidroeléctrico en el Amazonas, y no ha tenido problema en seguir exterminando a su adorado jaguar.

Vinicus y Tom son una mezcla de todas las especies repartidas por el país. Claro que también son un macabro recordatorio de los sacrificios medioambientales que el país ha cometido en su búsqueda del oro y de gloria — aspectos que es muy improbable que los millones de turistas que se han acercado para ver los JJOO lleguen a contemplar.

Las Olimpiadas han sido bautizadas como el acontecimiento deportivo más ecológico de la historia, algo que contrasta significativamente con el hecho de que las autoridades estén chapoteando en un lodazal de toxicidad, completamente sobrepasadas por la inmundicia.

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Algunos atletas han sido obligados a surcar auténticos pantanos de mierda, mientras que los expertos en higiene están pidiendo encarecidamente a la gente que no toque el agua del grifo. Solo unos días antes de la ceremonia de inauguración, salió a la luz la noticia de que las autoridades habían tergiversado deliberadamente los datos sobre la toxicidad del aire en Río, que actualmente es tres veces mayor del mínimo señalado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Así, para empezar, en noviembre del año pasado, las autoridades brasileñas destruyeron la reserva natural de Marapendi, en Barra de Tijuca, para construir un campo de golf de 18 hoyos nada menos.

Su construcción fue denunciada desesperadamente por conservacionistas y activistas, quienes denunciaron que la operación podría resultar devastadora para las especies locales. "Básicamente, el ayuntamiento de Río está cargándose a la reserva entera… ha desterrado a una reserva entera de caimanes, de serpientes y de pájaros", ha declarado el activista Lucas Duraes a la emisora brasileña NPR.

Una capibara o carpincho. Imagen vía Flickr/Dagget2

La reserva liquidada había sido en su día parte del bosque atlántico, cuya riqueza en especies es comparable a la del Amazonas. Y más allá de que el alcalde Eduardo Paes haya repetido hasta la saciedad que "no se ha cometido ningún crimen medioambiental", cientos de animales desterrados, como carpinchos, osos perezosos de tres dedos, monos y caimanes están regresando extraviados a la misma reserva en la que habían crecido. Solo que ya no queda nada del hábitat en el que un día crecieron.

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Las autoridades olímpicas han coordinado con cinco biólogos el destierro de los caimanes, puesto que se aproximan demasiado a los atletas y al público.

Paralelamente, en lo más profundo de la selva amazónica, se ha llevado a cabo uno de los atentados más flagrantes contra el medioambiente: la construcción del proyecto hidroeléctrico de Tapajós.

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Las centrales hidroeléctricas que se levantarán allí no son ni un recinto deportivo ni la villa olímpica, sino una reacción a las necesidades energéticas que exige organizar unos Juegos Olímpicos. Por mucho que la energía hidroeléctrica sea teóricamente más limpia que el petróleo o el gas natural, lo cierto es que la construcción de la central de Tapajós esta suponiendo la irreparable deforestación de extensas franjas de selva amazónica pristina.

Los conservacionistas aseguran que las centrales hidroeléctricas fulminarán el último afluente despejado del Amazonas. Miles de metros cuadrados de tierra quedarán inundadas durante la construcción, amenazando tanto a especies de animales como a tribus autóctonas.

Para cuando los faraónicos proyectos se hayan consumado, la calidad del agua habrá sido alterada, el hábitat habrá sido degradado, y la zona se convertirá en el escenario de nuevos proyectos de construcción.

Vista aérea del río Amazonas. Imagen vía Flickr

Además, a nadie se le olvida el asesinato del jaguar Juma —una mascota viva, que respiraba y que fue abatida a tiros durante la ceremonia de prendimiento de la antorcha olímpica en Manaos. Según informó el gobierno, Juma había eludido la vigilancia de sus cuidadores y fue asesinada en defensa propia.

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Sin embargo, observadores y activistas han denunciado que, de hecho, la primera ilegalidad había consistido en permitir la presencia del jaguar en la ceremonia. El jaguar es una especie animal en extinción, de manera que obligar que un animal de esta especie participe en un desfile humano supone, según atestiguan expertos y defensores, un sufrimiento innecesario y cruel para el animal.

Los portavoces olímpicos se lamentaron horas después por la muerte del animal. "Hemos cometido el error de prender la llama olímpica, un símbolo de la paz y de la unidad, junto a un animal encadenado. Se trata de una imagen contraria a nuestros valores y a nuestro espíritu y garantizamos que Río 2016 no volverá a ser escenario de ningún incidente similar".

Hasta la fecha, todo invita pensar que el ejecutivo brasileño es sobradamente consciente de sus atropellos medioambientales. Claro que parece igualmente determinado a no invertir en ningún cambio para lavar su imagen. Es posible que los Juegos Olímpicos supongan un espaldarazo para la economía del país. Pero una vez se extinga la llama y los estadios se vacíen… ¿Qué quedará de todo esto?

Lo mismo entonces la naturaleza pueda reclamar de nuevo lo que es suyo.

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