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opinión y análisis

Mosul: la victoria del capital, la derrota de lo humano

La triste realidad es que los intereses occidentales en Oriente Medio son estados débiles, corruptos, tiranos y títeres que puedan ser manejados al antojo por el poder y, también, terroristas que permitan justificar lo injustificable.
Milicianos chiíes de la brigada Abbas participan en la batalla de Mosul. (Imagen por Khider Abbas/EPA)

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La soga de Mosul se aprieta y la trampilla está a punto de ceder bajo sus pies. Ya solo queda contemplar los estertores de la agonía de la tercera ciudad por importancia de Irak y, con ello, la asfixia de Estado Islámico.

La coalición de fuerzas iraquíes y kurdas ya luchan y controlan algunos barrios de la periferia. Así pues, la derrota de los 'malos' se aproxima y el 'Bien' podrá escribir en los libros de historia su próxima gran victoria (Batalla de Mosul, 2016) y exhibirla en los telediarios.

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La guerra se ha convertido en un programa más de la televisión, un videojuego más, precisamente en Irak donde los destellos sobre fondo verdoso protagonizaron la primera guerra televisada.

Sin un plan de desarrollo regional

Mosul, cuando se consume la victoria de los 'buenos', si es que la cuestión no se complica, solo habrá sido un movimiento más de un interminable, centenario y diabólico juego que en Oriente Próximo se puede analizar con relativa sencillez desde hace un siglo: el Acuerdo Sykes-Picot de 1916.

Lo más llamativo del asunto es la ausencia de un necesario plan de desarrollo regional, tanto por parte de los gobiernos como del periodismo, pues una vez conseguida la victoria militar parece que todo habrá terminado. Mosul desaparecerá de la actualidad, del mapa y de la memoria de todos nosotros. No debería ser así.

Todo se debe al interés de presentar a Estado Islámico como un problema militar, pues es evidente que los problemas militares tienen soluciones militares: fabricar más armas, mejoras los ejércitos, modificar las estrategias y las tácticas, avanzar tecnológicamente… .

Por desgracia, Estado Islámico y todo Oriente Próximo es mucho más que un problema bélico, por lo que el dominio de este prisma es nuestra primera gran derrota y, a la vez, la gran victoria del poder y el capital.

Es obvio que lo que acontece en Oriente Próximo, desde 1916 hasta la actualidad, tiene muy poco que ver con lo militar, aunque desgraciadamente se trate de una de las más productivas fábricas de guerra del mundo.

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Civiles que huyen de territorio controlado por Estado Islámico en el distrito Intisar de Mosul llegan al checkpoint de Bartella. (Imagen por Ahmed Jalil/EPA)

Tiene poco que ver con lo militar porque la cuestión de fondo es la utilización de la región por los grandes bloques para su enfrentamiento y para el expolio de lo más valioso que poseen, ya sea petróleo, opio o mano de obra.

La constitución de estados fallidos en todos aquellos países que se enfrentan a los EE. UU. ha constituido una constante en este último siglo y, especialmente, en los últimos veinte años. Por lo tanto, no resulta muy complicado 'predecir' los países que terminarán en una guerra que los convertirá en estados deshechos, algo que hizo el general Wesley Clark al denunciar públicamente en el año 2007 la intención de intervenir militarmente —desde septiembre de 2001— en Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán.

Oriente Próximo, por lo tanto, no se solucionará con una guerra, otra más, ni tan siquiera con centenares de ellas, sino que se solucionará cuando dejemos de usarlo como un hexágono más de un enorme juego de estrategia y comencemos a invertir en desarrollo, infraestructuras, educación, sanidad y paz. Como veremos, dinero hay más que de sobra.

El plan que no debería existir

Si lo que falta en toda esta carnicería —cuatro millones de muertos desde 1991 entre Irak, Afganistán y Pakistán según Physicians for Social Responsibility— es un plan de desarrollo regional, lo que sobra es un premeditado plan de desestabilización de la región.

El 11 de septiembre de 2001, justo cuando las Torres Gemelas se desplomaban y el mundo aparentemente se derrumbaba, el padre del presidente de los EE. UU. (George Bush) y el hermano del mayor enemigo del presidente estadounidense (Shafig Bin Laden) se encontraban en una reunión del Grupo Carlyle, en cuyo imperio empresarial se engloba la división militar United Defense, fabricante del vehículo militar Bradleymás de 7.000 unidades operativas solo en la actualidad—.

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Si bien es cierto que miles de familiares asistían aterrorizados a lo que ocurría mientras fallecían en directo cerca de tres mil seres queridos y otros miles de millones estaban en estado de shock, no lo es menos que el Grupo Carlyle, con Bush y Bin Laden a la cabeza, acababan de asegurar beneficios para la unidad militar de este para las siguientes dos décadas. Hoy, el blindado Bradley es uno de los vehículos militares más utilizados en el mundo.

El lucro de la guerra y los perjuicios de la paz

La guerra es infinitamente más lucrativa para los poderosos que la paz, exactamente lo contrario que para el resto de ciudadanos. Las últimas guerras costaron casi cinco billones de dólares solo a EE. UU. —tres Irak y más de uno Afganistán— y podríamos estimar, a la baja, un coste similar al resto de países que participaron en ambas.

Por lo tanto, hablamos aproximadamente de unos diez billones de dólares (diez veces el PIB de España, por ejemplo), y solo teniendo en cuenta los gastos directos, los que habrían terminado en diferentes sectores industriales: armas, textil, automóviles, aeronáutica o petróleo.

A ello habría que restarle —porque el capitalismo salvaje suma y resta—, la ridícula cifra de 6.000 millones de euros, entregada a Turquía, para que los refugiados, la mayoría causados por ambas guerras, desaparecieran de nuestra vida. Así pues, terminado el balance contable, podemos afirmar que se trata de la carnicería más rentable del mundo.

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Peshmergas kurdos descansan en la población de Bashiqa tras su captura. (Imagen por Gailan Haji/EPA)

Por el contrario, la paz tiene enormes perjuicios. Una paz duradera junto a inversiones económicas que mejoren todos los indicadores de desarrollo de estos países supondría un duro golpe empresarial. Para empezar, la primera damnificada sería la industria militar, seguida por las petroleras, las empresas textiles o las farmacéuticas. Ello se debe a que si Irak o Afganistán no fueran países fallidos —controlarían su territorio, por tanto—, explotarían sus propios recursos y, lo que es peor, podrían nacionalizarlos.

Por ejemplo, una de las primeras medidas que se tomó al finalizar la Guerra en Irak fue que empresas internacionales explotasen directamente el petróleo iraquí como compensación por los gastos de la guerra, como si estos hubieran sido realizados por las petroleras y no por los ciudadanos. Esta es la política que Donald Trump pretende para la caída del Estado Islámico, pero de forma más abierta que los anteriores presidentes y aspirantes.

Los talibanes no fueron derrotados, difícilmente lo será el Estado Islámico

Si los talibanes no fueron derrotados después de quince años de invasión —en la actualidad controlan un territorio con dos millones de personas—, será muy difícil que Estado Islámico sea derrotado definitivamente dado que las causas que originaron su aparición no han desaparecido.

Así pues, tarde o temprano, Estado Islámico u otro ente similar, incluso peor, resurgirá. La triste realidad es que los intereses occidentales son en la actualidad los mismos que en 1916: estados débiles, corruptos, tiranos y títeres que puedan ser manejados al antojo por el poder y, también, terroristas que permitan justificar lo injustificable.

Por desgracia, el enemigo se encuentra mucho más cerca de lo que podríamos imaginar, ni mucho menos se esconde en Mosul, y no lo derrotaremos hasta que no discutamos sobre desarrollo, cultura, infraestructuras, educación o sanidad. Ahora solo hablamos de guerras, armas, cercos o combatientes. Solo hablamos de Mosul.

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