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guerras y conflictos

Nagorno Karabakh: 240 kilómetros de trincheras en el país que no aparece en el mapa

Después de seis años de guerra entre armenios y azeríes y más de 30.000 muertos, se mantiene un difícil equilibrio en la línea del frente. Vice news visita la trinchera que separa a ambos ejércitos.
Imágenes por Alberto Pradilla/VICE News

La frontera de Nagorno Karabakh no aparece en Google Maps. No lo intentes, porque no la vas a encontrar.

Según la cartografía del buscador, este territorio de 12.000 kilómetros cuadrados forma parte de Azerbaiyán. No es un capricho ni un error. Artsakh, que así se conoce en armenio al enclave donde habitan 150.000 personas, es un Estado no reconocido desde que se firmó el alto el fuego en 1994.

Nunca se dio un paso más ni se llegó a ningún acuerdo, por lo que el de Nagorno Karabakh pasó a formar parte de la larga lista de "conflictos congelados".

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Después de seis años de guerra entre armenios y azeríes y más de 30.000 muertos, se mantiene un difícil equilibrio en la línea del frente. Esta es la verdadera delimitación desde hace dos décadas. Son 240 kilómetros de trinchera en lo que se denomina la "Línea de Contacto" que separa los puestos avanzados de ambos ejércitos.

Cuatro soldados karabajos en uno de los puestos de control ubicados entre las trincheras de la línea de contacto.(Imagen por Alberto Pradilla/VICE News)

Como explica un oficial armenio que no quiere dar su nombre "por motivos de seguridad", podrías recorrer todo el contorno de Nagorno Karabakh a través de los sinuosos caminos excavados en la tierra, protegidos con madera y cemento y en los que latas colgadas sobre cuerdas en hilera ejercen de improvisada alarma.

"Estamos preparados para todo. No queremos la guerra, pero defendemos a nuestra población", asegura Bako Sahakyan, presidente del territorio, a VICE News.

Deja claro que la cuestión militar es clave. El gobierno de Stepanekert nunca informa sobre cuántos soldados tiene desplegados. Todos los jóvenes tienen la obligación de alistarse cuando cumplen 18 años y permanecen dos en el cuartel. Luego pueden profesionalizarse. También reciben voluntarios procedentes de Armenia o incluso de la diáspora. Pero nunca se publican los datos exactos porque el riesgo de rebrote del conflicto siempre está latente.

Los oficiales desplegados allí aseguran que las tropas están con la moral alta. Que están "defendiendo a sus familias".

A pesar del alto el fuego las hostilidades nunca se han detenido del todo. "Hay ataques habitualmente. Los azeríes aprovechan nuestras jornadas festivas, como año nuevo, para recordarnos que están ahí", dice un soldado mientras vigila la frontera.

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Un soldado karabajo en las trincheras de la línea de contacto, que separa Nagorno Karabakh de Azerbaiyán.(Imagen por Alberto Pradilla/VICE News)

Desde este punto, ubicado en el este del país, a una hora en coche desde la capital, los dos ejércitos pueden verse cara a cara. Apenas están separados por 400 metros. Una corta distancia aprovechada por los francotiradores. Desde una mirilla de madera se observa el puesto de control azerí. Los soldados no recomiendan permanecer mucho con la cara pegada al agujero y recuerdan que varios uniformados han perdido la vida tras ser alcanzados por un certero disparo. Como engaño para los tiradores, varios muñecos vestidos con uniforme se despliegan a través de la trinchera.

"Debemos tener en cuenta que la situación es imprevisible. Por eso nos tenemos que mantener firmes y mejorar nuestro sistema de seguridad", insiste Sahakyan en conversación con VICE News.

Afirma que su posición siempre es defensiva. Que nunca inician los tiroteos. Además, insiste en que, aunque buena parte de su población desearía integrarse en Armenia, este asunto no está en la agenda. Su objetivo ahora es constituirse como Estado independiente.

Azerbaiyán, sin embargo, se opone tajantemente. Califica de "ocupación" el actual estatus y recuerda que miles de refugiados residen en improvisadas viviendas dentro de su territorio desde que fueron expulsados. Las tensiones interétnicas durante la guerra provocaron la desaparición de localidades como Agdam, entonces habitada por azeríes y ahora reducida a escombros.

"Es el gobierno de Bakú el que no se preocupa de sus propios habitantes", argumenta Arayik Arutyunyan, primer ministro de Nagorno Karabakh y reelegido en las elecciones celebradas el 3 de mayo en una entrevista con VICE News realizada en el mismo momento en el que los karabajos acudían a las urnas.

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Han pasado 22 años desde la guerra pero las heridas todavía son visibles. En Stepanakert, la capital, la reconstrucción fue más eficaz y apenas tiene cicatrices. Otros municipios como Shushi mantienen edificios reducidos a su esqueleto y agujereados por los proyectiles. Esta localidad tenía una importante comunidad musulmana, opuesta a la mayoría armenia y, por lo tanto, cristiana. Así lo demuestran las dos mezquitas sin minarete y destrozadas por las balas que forman parte del paisaje pero que no parece que vayan a ser reparadas. Ya no queda ningún musulmán en Shushi.

Un coche pasa frente a una de las mezquitas destruidas en Shushi, donde ya no queda población musulmana desde la guerra. (Imagen por Alberto Pradilla/VICE News).

La guerra está congelada en las trincheras. Aunque las víctimas se suceden. Entre los soldados, por efecto de los francotiradores. Entre los civiles, al pisar alguna de las innumerables minas que todavía siguen enterradas. La política también está en punto muerto.

Ante este panorama podría pensarse que el país es una especie de agujero negro. Pero no es así. Pese a que su único nexo con el exterior es la pequeña y sinuosa carretera que le une con Armenia, los karabajos han dedicado las últimas dos décadas a constituirse en Estado aunque no les reconozca nadie.

Claro que a la población le gustaría que la comunidad internacional le diese el aval. Pero consideran que su desarrollo "de facto" es la mejor arma.

"Votar es lo más importante", aseguraba Lilia Pogoshyan, una maestra que cumplía con las urnas el pasado 3 de mayo en un colegio de Shushi ubicado junto a su iglesia principal. El templo forma parte de la mitología bélica. Allí se ubicaba uno de los principales arsenales azeríes.

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"Pensaban que nuestras tropas nunca atacarían aquí. Se equivocaban. Sin embargo, ningún proyectil alcanzó a la iglesia", indica Pogoshyan. Para ella el voto es importante porque implica autoorganizarse. El reconocimiento vendrá después. «Tenemos nuestra Constitución, nuestras instituciones, nuestro Estado. Esperamos que Europa sea justa», explica el primer ministro Arutyunyan, que insiste en la vía de los hechos.

Una opinión compartida por el presidente Sahakyan, que remarca el carácter democrático de sus instituciones como carta de presentación ante Europa.

  Dos niñas pasean frente a un edificio en ruinas de la localidad de Shushi, a 10 kilómetros de Stepanakert. (Imagen por Alberto Pradilla/VICE News) 

La comunidad internacional, sin embargo, sigue sin aceptar la validez del Estado y tampoco de sus comicios. Días antes de la cita con las urnas, el Grupo de Minsk (EEUU, Rusia y Francia) emitía un comunicado en el que, si bien reconocía el "rol" de los karabajos a la hora de decidir su futuro, rechazaban que los comicios tuviesen efecto sobre el futuro estatus de la región. Una calculada frase que sirvió a Stepanekert para reivindicar la validez de las elecciones y a Bakú para reafirmar su "ilegalidad". Pero lo cierto es que el gobierno que salga elegido dirigirá la política del país durante los próximos cinco años.

"Al final tienen que sentarse a hablar con algún dirigente. Y estos son aquellos que son elegidos", consideraba Arutyunyan en entrevista con VICE News. Cree que eso ya implica un reconocimiento, aunque sea "a posteriori".

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Claro que eso no sirve para solventar los problemas derivados de no ser un Estado oficial. Por ejemplo, la imposibilidad de acceder a los fondos de las instituciones internacionales. A los karabajos también les afecta. Con su pasaporte no podrían salir a ningún lado porque les darían media vuelta en las fronteras. Así que terminan por hacerse un documento armenio, una "trampa" que les permite abandonar su pequeño enclave.

Un trabajador cierra la puerta de la pista del aeropuerto de Stepanakert, en desuso por la amenaza azerí. (Imagen por Alberto Pradilla/VICE News)

El aeropuerto internacional de Stepanakert simboliza el estado de un conflicto que no avanza. Antes de la guerra operaba vuelos a Yereban, capital armenia, o Bakú, capital azerí. Ahora está completamente vacío, pese a que su interior fue renovado. Colocaron hasta las máquinas de refrescos. Sin embargo, Azerbaiyán ha advertido que todo aparato que despegue será derribado.

Un helicóptero oxidado permanece en la pista desierta. Sin moverse. Como un conflicto que afecta a una región inestable como el Cáucaso y que no tiene perspectivas de que se resuelva pronto.

Sigue a Alberto Pradilla en Twitter: @albertopradilla

Imágenes por Alberto Pradilla