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La generación perdida: los niños refugiados sirios que abandonan el colegio para sobrevivir

Son 100.000 niños sirios, son refugiados, viven en la capital de Jordania, en Amán, y no van al colegio. A muchos se les obliga a trabajar porque son los únicos que pueden hacerlo para sustentar a sus familias.
Ibrahim lavora 12 ore al giorno, 7 giorni su 7, per sostenere la propria famiglia (Foto di Mariah Quesada)
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"Estar aquí es lo peor", se lamenta Ibrahim. Ibrahim tiene 13 años y trabaja de tendero. "Mi familia está hundida. Hemos tocado fondo, aunque lo peor de todo es que debemos muchísimo más de lo que tenemos".

Ibrahim trabaja en un tienda del centro de Amán 12 horas al día, siete días a la semana desde que tiene 10 años de edad. Su familia y él huyeron entonces de la devastadora guerra civil que asolaba su país. Ibrahim tiene la mirada muerta y una expresión triste, derrotada. Es un viejo prematuro en el cuerpo de un adolescente. Nació en Alepo y ahora su padre está enfermo y su hermana necesita una operación a corazón abierto si quiere sobrevivir. Ibrahim es el único de los 9 miembros de su familia que trabaja. Claro que debido a su edad solo gana 70 dólares al mes, apenas una cuarta parte del salario mínimo en Amán.

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Su familia paga 280 dinares jordanos — alrededor de 395 dólares — al mes de alquiler por la casa donde viven en Amán. La cifra ha sumido a la familia en una espiral de deudas y de enfermedades que no parece que nadie pueda solventar. El mismo Ibrahim padece asma y está exhausto. Trabaja demasiadas horas e intenta buscar una alojamiento más barato. Mientras tanto, el peso del mundo descansa en sus jóvenes hombros.

La decisión de Ibrahim de abandonar su educación y ponerse a trabajar no es un caso único entre los refugiados sirios en el país vecino. Ni mucho menos. Se estima que ya son 100.000 los niños sirios que viven en la capital de Jordania y que no van a la escuela.

Vídeo: un combate desde la cámara frontal de un miliciano de Estado Islámico. Ver aquí.

A diferencia de los campamentos de refugiados, donde la mayoría de las cosas son gratuitas, los sirios que residen en centros urbanos tienen que pagar por comida, refugio y necesidades básicas. De hecho, actualmente los sirios que viven en Jordania necesitan un permiso de trabajo para poder trabajar, una licencia que les cuesta 1.110 dólares al año — una cifra que es nada menos que 16 veces el salario medio del refugiado — lo que obliga a niños como Ibrahim a trabajar ilegalmente.

La abundancia del trabajo infantil está exacerbada por el hecho de que los empleadores prefieren dar trabajo a menores. A fin de cuentas les sale mucho más barato y las autoridades hacen siempre la vista gorda.

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En 2015 la administración jordana se decidió a perseguir duramente el empleo de menores. La implacable iniciativa resultó en el cierre de 353 empresas y en la emisión de centenares de multas a los empresarios que tenían a jóvenes de menos de 16 años, la edad mínima legal para trabajar, empleados en sus compañías. Claro que, pese a todo, se sigue tratando de una práctica completamente generalizada.

'El mundo no se dará cuenta hasta que sea demasiado tarde'.

Se estima que, actualmente, el 46 por ciento de los niños sirios y el 14 por ciento de las chicas sirias por debajo de los 16 años están trabajando un promedio de 44 horas a la semana con contratos basura. Jordania acoge ya a más de 600.000 refugiados sirios — el 85 por ciento de los cuales vive en ciudades, según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para el Refugiado (ACNUR) — mientras que muchos adultos no pueden trabajar, ya sea porque han quedado lisiados por las heridas que padecieron mientras luchaban por su país, o por la amenaza que supondría para sus familias que fueran descubiertos. En vista de semejante situación muchas familias estarían haciendo trabajar a niños de solo 5 y 6 años de edad.

"Estamos perdiendo a generaciones enteras de sirios y el mundo no lo comprenderá hasta que sea demasiado tarde", explica el ejecutivo de ACNUR Hovig Etyemezian, especialista en trabajo de campo, que dirige el campamento de refugiados de Zaatari. Se trata de un asentamiento enclavado 60 kilómetros al noroeste de la capital, y a solo 10 kilómetros de la frontera siria.

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"Ahora mismo todavía no podemos valorar el impacto que tendrá que esos 70.000 niños sirios no estén yendo al colegio. Claro que dentro de unos años, cuando hayan cumplido los 16 y descubran que no disponen de las herramientas necesarias para lidiar con la vida, entonces sí que seremos conscientes de su mayúsculo desperdicio".

Los niños juegan en el campo de refugiados de Zaatari. (Todas las imágenes por Mariah Quesada)

En total, la cifra de niños sirios que no van a la escuela es de casi 3 millones, de los cuales, aproximadamente 2 millones seguirían viviendo en Siria, mientras que otros 700.000 lo estarían haciendo en países vecinos como el Líbano, Turquía y Jordania.

UNICEF, la agencia para los niños de Naciones Unidas, lanzó su campaña No Lost Generation en 2013 para intentar combatir la escalada del número de niños sirios que se estaban perdiendo su educación. No Lost Generation concluyó que la falta de escolarización abre el camino del aislamiento y de la depresión para jóvenes y adolescentes.

Y, en semejante tesitura, estos se quedan mucho más expuestos a caer en la delincuencia, en el mundo de las drogas y hasta en las fauces del yihadismo; a fin de cuentas, para muchos los discursos contundentes siempre fueron la mejor manera de combatir la depresión. El caso es que los jóvenes que han perdido el rumbo se estresan con mucha más facilidad y, a menudo, padecen trastornos físicos o emocionales significativos desde muy temprano.

Chaled tiene 11 años y es un buen ejemplo de lo que es un niño en situación de riesgo. Chaled huyó de Siria en compañía de sus padres y de sus hermanos hace 8 meses. Huyeron nada menos que de Raqqa — la capital del autoproclamado Estado Islámico — en mitad de la noche, hacinados en un camión junto a otras 22 personas, unas encima de las otras, todas ellas rezando desesperadamente por que no las encontraran y las degollaran. Después de avanzar por las carreteras que surcan el desierto sirio, llegaron a un refugio en la vecina Jordania.

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A pesar de que la madre de Chaled, Haila, se encuentra ahora a salvo en Amán, sus ojos todavía son arrasados por las lágrimas cada vez que rememora la angustia de aquel desplazamiento. Aquel día su vida cambió para siempre. "Vivir bajo el poder de Estado Islámico era aterrador", recuerda. Su padrastro, sin ir más lejos, fue encarcelado y torturado por los guerrilleros yihadistas, puramente por haber permitido que Haila se sentara en una silla fuera de su casa, en la calle. A ojos de Estado Islámico es intolerable consentir que ninguna mujer pueda estar sola, sin nadie que la vigile, fuera de casa. Aún cuando el fuera sea, justamente, junto a la puerta de entrada a su domicilio.

Después de soportar la brutal dictadura de Estado Islámico durante tres años, Haila decidió que ni siquiera la posibilidad de morir iba a disuadirla de intentar escapar. Haila se armó de valor y dirigió a su familia rumbo a la libertad. Hoy está sentada junto a su marido y sus 8 hijos en un apartamento de dos dormitorios que comparte con otras 28 personas en el centro de Amán. Haila quería cambiar una vida por otra, por mucho que ambas exijan un sacrificio fuera de lo común.

Haila hizo las veces de matriarca y se encargó durante años de soportar económicamente a su familia, una ocupación agotadora que ha delegado ahora en su hijo de 11 años. Chaled explica que él trabaja casi cada día. El joven sirve té sobre el suelo resquebrajado de su residencia y dice que hoy, justamente, ha decidido no ir a trabajar por el frío que hace. Chaled trabaja en la obra y su jefe es el propietario de la casa en la que vive. Chaled ayuda a renovar apartamentos, a llevar ladrillos, a mezclar la argamasa y, a menudo, manipulando maquinaria pesada y peligrosa.

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"Fui a la escuela solo para ver cómo era", relata el prematuro albañil, quien describe que cuando tenía descansos o tiempo libre, aprovechaba para caminar hasta los aledaños del colegio y para preguntarles a sus amigos cómo les iba. "Quiero ir a la escuela", asegura. "Pero no puedo".

Después de haber abandonado su educación hace cuatro meses, Chaled se ha convertido en el único miembro de su familia que tiene ingresos. En los meses que más trabaja Chaled se pasa 15 horas diarias en la obra. Es decir, 15 horas, durante 7 días. Y después de partirse el lomo durante 105 horas apenas cobra 70 dólares.

"Me encantaría que pudiera estudiar como el resto de niños" cuenta Haila. "El problema es que no tenemos dinero para pagar su educación. Y que ni yo ni mi marido podemos trabajar. Haila asegura que tanto ella como su esposo han intentado conseguir trabajos, pero, por desgracia, el hecho de que no disponen del permiso necesario les está poniendo las cosas muy difíciles.

Y, al mismo tiempo, cuando más tiempo pase sin que sus hijos vayan a la escuela, más les costará reincorporarse.

Según estipula la ley jordana, cualquier niño que se pierda más de tres años de clase no podrá tener acceso a una formación convencional. Lo cierto es que niños como Ibrahim, que llevan tanto tiempo lejos del colegio, tienen muy pocas probabilidades de regresar.

En imágenes: cocinando falafels en el campo de refugiados sirios de Zaatari. Leer más aquí.

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"Esa falta de perspectivas es lo más duro para los padres y para los hijos, pues les impide proyectarse en el futuro. Y, a consecuencia de ello, muchos terminan arrojando la toalla.

"Hoy los estudiantes más competitivos compiten con posgrados, así que la idea de no haber completado ni la educación primara ni la secundaria es desastrosa", señala Etyemezian. Y mientras los padres se quedan de brazos cruzados contemplando a sus hijos perder el hilo de una educación, el sentimiento de impotencia se agudiza.

"Un refugiado me dijo una vez: "estamos muriendo lentamente, así que lo mismo regresemos a Siria, que al menos es nuestra tierra, para vivir o morir deprisa".

Y por mucho que el horizonte tenga un aspecto tan desalentador, Etyemezian asegura que las tornas están cambiando lentamente. En su reciente visita al campamento de refugiados de Zaatari, el secretario general de Naciones Unidas, el general Ban Ki-moon y el presidente del Banco Mundial, el doctor Jim Yong Kim estuvieron discutiendo sobre la expansión de la economía jordana. Uno de los temas fundamentales que la conversación abordó es que se abra el mercado laboral a los sirios, una medida que podría combatir los grotescos límites de empleo infantil y evitar que sean estos los únicos miembros de sus familias capaces de conseguir un sustento. Igualmente se ha discutido la posibilidad de crear nuevas escuelas en Amán para los miles de niños que actualmente no tienen acceso a la educación.

Y mientras tanto, jóvenes como Ibrahim y Chaled están viendo pasar el tren de su educación y la posibilidad de alimentar algunos de los aspectos fundamentales de su temprano aprendizaje. Cuanto más tiempo pasen fuera de la escuela, menos desearán regresar a sus clases. Cuando se le pregunta qué le gustaría ser cuando sea mayor, Chaled sonríe y dice orgullosamente que le gustaría crecer y seguir trabajando en la construcción. Y por mucho que Haila se muestra agradecida de que su pequeño pueda aprender un oficio, también asegura que haría todo lo posible por ofrecerle un futuro mejor, para ahorrarse la imagen de ver cómo su hijo se despierta cada día a las 6 y media de la mañana para ir a trabajar.

En última instancia, asegura, el objetivo es regresar a Siria, matricular de nuevo a los niños en la escuela y recoger los añicos de sus vidas resquebrajadas. "Yo lo único que quiero es volver a mi casa", asegura Haila. Y una lágrima enorme le sale del ojo y estalla en el suelo.

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