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Una noche en 'Cracolandia', el último reducto del crack en Sao Paulo

Se estima que hay un millón de consumidores de crack en Brasil, el mayor número en el mundo, y para muchos políticos y votantes, Cracolandia en Sao Paulo es el símbolo de la epidemia de drogas en el país.
Imagen por Almudena Toral
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Priscila Carolino estaba a punto de dar a luz a su quinto hijo, cuando se dirigió al hospital público donde le esperaba su chequeo semanal. Estaba nerviosa y dicharachera, y enseguida se hizo notar en la sala de espera. Les preguntó a otras embarazadas si podía acariciar sus barrigas. Y luego se interesó por sus vidas amorosas. Priscila salió de la consulta cabizbaja y mientras se distanciaba por el pasillo escuchó los gritos del doctor: "eres una vaca gorda", le chilló.

Al igual que otras muchas mujeres en la sala de espera, Priscila, que entonces tenía 29 años, llevaba consigo un volante que advertía que el suyo era un embarazo de alto riesgo. Y es que Priscila vive en una zona de Sao Paulo densamente poblada. Se la conoce como Cracolandia — la ciudad del Crack. Priscila asegura que siempre ha dejado de consumir crack durante sus embarazos, aunque no se abstiene de fumar tabaco y marihuana.

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Se estima que en Brasil hay un millón de adictos al crack, una estadística que le sitúa en cabeza del ranking mundial. Cracolandia es una barriada y es también una palabra que delata la escala del problema. Está ubicado en el centro de la ciudad más grande de Sudamérica, e integrada por apenas siete bloques de viviendas. A lo largo de su accidentada historia Cracolandia ha llegado a tener un población de unas dos mil personas. Todas comparten lo mismo: buscan vender o comprar crack.

Comoquiera que la zona en que está ubicado es visible y políticamente sensible. Cracolandia se ha convertido en el escenario de varios despliegues gubernamentales. Durante gran parte de las dos últimas décadas, los políticos brasileños y las fuerzas del orden han combatido la situación con mano de hierro. Han detenido a traficantes y han clausurado calles enteras. Sin embargo, habida cuenta del fracaso sistemático de todas las iniciativas, el ejecutivo brasileño ha decidido adoptar ahora un nuevo método.

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Priscila Xavier Carolina, de 29 años, que está de nueve meses, casi a punto de parir a su quinto hijo, posa en la habitación de hotel de Cracolandia que le ha facilitado el programa de Brazos Abiertos. Al igual que sucede con todas las embarazadas de aquí, se considera que la de Priscila, es una gestación de alto riesgo.

Priscila Pareschi muestra la tarjeta que la acredita como miembro de Braços Abertos. Trabaja un mínimo de dos horas diarias barriendo las calles del centro de Sao Paulo, como parte de las obligaciones de su programa.

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A diferencia de la estrategia seguida en Estados Unidos en los años ochenta, Brasil ofrece recursos que buscan rehabilitar a sus adictos en lugar de estigmatizarlos como delincuentes. El teniente William Thomaz, que patrulla las calles de Cracolandia, confiesa que en su departamento se considera que los adictos al crack "son personas enfermas que necesitan el apoyo de los servicios sociales". No se les trata como a delincuentes (la venta de drogas, a pesar de todo, sigue siendo estrictamente ilegal). Thomaz también ha comentado con los miembros de su unidad policial los grandes desafíos a que se enfrentan las mujeres en Cracolandia.

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Thomaz y sus compañeros están en disposición de ofrecer a los adictos que se inscriban al programa De Brazos Abiertos, que se puso en funcionamiento en 2014. Se trata de una iniciativa basada en el principio filosófico de ahorrar cuantos más daños mejor y funciona en alrededor de 400 de los residentes de Cracolandia, Priscila incluida.

El programa Brazos Abiertos es pionero y único en Sudamérica y está diseñado para combatir la adicción al crack — aunque no necesariamente a través de una abstinencia completa. Los participantes reciben comida, son alojados en hoteles de los alrededores y tienen acceso a servicios médicos mínimos, a cambio de trabajar. El alcalde de San Pablo, Fernando Haddad está convencido de que estos servicios básicos pueden reducir los factores de riesgo, las circunstancias que llevan a la gente a buscar droga.

Lo más sorprendente de todo, es que el programa Brazos Abiertos propone a sus participantes que trabajen barriendo las calles del vecindario. Haddad considera que los trabajos custodiados forman parte de un "proceso terapéutico cuyo objetivo es recuperar la ciudadanía".

Todos los inscritos en el programa cobran cada viernes y son libres de hacer lo que les venga en gana con el dinero. Si quieren comprar crack, nadie se lo impide. Los detractores del sistema consideran que el planteamiento es un error y que solo conseguirá que los inscritos caigan en un círculo vicioso de adicción y pobreza. Por su parte, los partidarios del programa de reducción de daños consideran que la nueva situación también puede cambiar la manera en que los adictos se relacionan con las drogas.

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Cracolandia nació a finales de los años 80. Todo empezó después de que se cerrara una estación de autobuses del centro de Sano Paulo. De manera paulatina, la gente empezó a congregarse allí para comprar y vender crack. Los comercios del centro empezaron a desaparecer lentamente y el negocio del crack empezó a consolidarse. Los traficantes empezaron a controlar toda la actividad de la zona. Se encargaban incluso, de repartir castigos.

"Llegó un momento en que la policía dejó de patrullar algunas de sus calles", explica Francisco Inácio Bastos, que trabaja como investigador del crack para la fundación Osvaldo Cruz. "De manera que estas calles se convirtieron en una zona de tráfico de crack a la que acudían consumidores de todos los barrios de la ciudad".

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Después de trabajar muchos de los adictos de Brazos Abiertos se dirigen a un lugar conocido como "el Flujo". Aquí se ve el lugar fotografiado en un día de lluvia. Allí los asistentes consumen crack. En Cracolandia se puede conseguir crack fácilmente y su precio es asequible — una dosis cuesta 5 reales brasileños, algo así como un euro y medio — para así satisfacer la demanda. Sus consumidores son gente con muy pocos recursos.

Un adicto al crack camina entre los coches en Cracolandia, San Pablo.

Brasil está separado de Colombia, Perú y Bolivia por una frontera gigantesca que, a menudo, es un territorio sin ley. En las pequeñas fabricas de algunos pueblos del campo brasileño — y, a veces, también, en cocinas — los cocineros cristalizan la pasta de coca hasta conseguir una sustancia muy barata. La droga se distribuye entonces hasta San Pablo con la ayuda de pequeños traficantes, que transportan cantidades discretas de crack por la ciudad. Se trata de una cadena de producción que es casi imposible de detectar. Y, a consecuencia de ello, el crack abunda y es muy barato por todo Cracolandia — una dosis no cuesta más de dólar y medio, lo justo para satisfacer la demanda de los consumidores con menos recursos.

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La policía comunicó hace unos meses que la población de Cracolandia había disminuido en 500 habitantes — en parte debido a la instauración de programas gubernamentales como Brazos Abiertos. Los representantes del programa reivindican, basados en la recolección azarosa de evidencias, que el consumo de drogas en Cracolandia ha disminuido desde que su iniciativa se puso en marcha. Y aún así, los traficantes sigan siendo las presencias más habituales en el día a día del lugar. El hotel de Carolino, sin ir más lejos, es conocido por ser un pequeño bastión de la ilegalidad donde la policía solo está autorizada a entrar si lo hace con una orden de registro.

Se estima que el 30 por ciento de los residentes de Cracolandia son mujeres y se trata de un colectivo especialmente marginado. "Las mujeres adictas al crack están en una posición todavía más vulnerable porque, a menudo, consiguen el crack a cambio de sexo", explica Bruno Gomes, director de la organización sin ánimo de lucro É de Lei, que opera en Cracolandia. "A muchos hombres les gusta [ir a Cracolandia] porque allí las mujeres son fáciles y baratas y puedes hacer lo que quieras con ellas. Así que están expuestas a elevados grados de violencia".

Isabelly Santana, una transexual que lleva dos años viviendo en Cracolandia, lo ha visto de primera mano. "Aquí nadie trata bien a las mujeres", explica ella. "Tenemos que estar tranquilas. Y es mejor que no digamos nada a la policía [si somos víctimas de la violencia], porque eso es algo que solo hacen los chivatos".

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Los representantes de Brazos Abiertos aseguran que los salarios que pagan a las mujeres podrían disminuir su búsqueda de sexo. Claro que Santana me cuenta que ella cobra más por prostituirse que por barrer. En realidad solo se presenta de vez en cuando a su trabajo custodiado, a pesar de que asegura que la rutina le ha conferido una estabilidad a sus días que antes no tenía y ha disminuido su deseo por drogarse.

Tanto ella como Carolino se mostraron especialmente agradecidas después de que se les ofrecieran sus respectivas habitaciones de hotel. Para las mujeres de Cracolandia, acostumbradas a las vejaciones callejeras, la privacidad es fundamental.

A primera vista, Carolino no parece reunir ninguno de los típicos rasgos con que se asocia a las mujeres marginales. A pesar de que ser menuda, no vacila a la hora de lucir su sentido de la justicia. La primera vez que quedé con ella, corría detrás de un tipo que iba con bastón. Entonces, en plena carrera, la camiseta se le replegó hasta revelar un embarazo bastante avanzado. Por lo visto el tipo del bastón había incumplido una de sus promesas y ella tenía que darle su merecido.

Más allá de su aplomo, una mirada a su vida, descubre que Carolino tiene un oscuro pasado, algo bastante habitual entre las mujeres de Cracolandia. Sus hermanos murieron cuando ella era joven. Sufrió los maltratos de dos de sus primeras parejas, hasta que, finalmente, decidió huir de su ciudad natal, Río de Janeiro. No consiguió ninguna protección legal para defenderse de sus maltratadores, así que huyó bien lejos, hasta dar con un lugar anónimo.

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Cracolandia es un lugar donde abundan las embarazadas — muy posiblemente, una siniestra consecuencia de los elevados índices de violencia de género, de las precarias medidas de protección y de la ausencia de un política de abortos. Pese a todo, la ausencia de niños es asombrosa. Los hoteles de Cracolandia no merecen la consideración de hogares y a los niños de la zona no se les permite quedarse con madres vagabundas. De tal manera, la mayoría de los niños nacidos en Cracolandia se enfrentan a dos destinos: o son dados en adopción; o se les envía a las residencias de familiares de la madre que sí puedan hacer cargo de ellos. A Carolino se le explicó que tendría que entregar a su hijo, a pesar de los esfuerzos por ayudar a las embarazadas.

"La gente se cree que[las mujeres en Cracolandia] serán malas madres", explica Dartiu Xavier da Silveira, un investigador en drogodependencias de la universidad Federal de San Pablo. "Eso no es cierto. El alcohol es mucho agresivo para el cerebro del niño que el crack. Es algo inexplicable, pero es cierto. Yo creo que la mayoría de ellas, si reciben la ayuda necesaria, pueden terminar quedándose con sus hijos".

Una revista con un artículo sobre el crack en su portada, yace tendida sobre el sofá de un reverendo que vive y trabaja en Cracolandia.

Una pareja de agentes de policía se toman un descanso. Están en el interior de una furgoneta, desde donde monitorizan la actividad de Cracolandia, Sao Paulo.

Claro que no cabe duda que si las mujeres se quedan con sus hijos en Cracolandia, eso significa que crecerán en uno de los escenarios más denigrados de la sociedad brasileña. Los adultos mantienen una ley no escrita que consiste en no fumar crack delante de los niños. O a los anjos (ángeles), que es como les llaman. Sin embargo, algunos residentes me han contado las historias de niños que se quedaron aquí y que a los ocho años ya eran adictos al crack.

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A pesar del programa Brazos Abiertos, la mayor los que están familiarizados con la zona están convencidos de que Cracolandia continuara existiendo — a pesar de que podría cambiar de manera dramática en los próximos años. Hay rumores que apuntan a planes de construir edificios de viviendas. Eso podría provocar que el tráfico de drogas se desplazara a zonas más marginales. Lo cierto es que los recientes programas sociales desarrollados en Cracolandia han tenido bastantes beneficios en el vecindario. Sin embargo, los desafíos siguen estando a la orden del día. Los traficantes de drogas tienen enormes intereses en la zona y parece que algunos políticos tienen más intereses en revitalizar la zona que en curar las adicciones.

Un reverendo local que ha conseguido que Carolino pueda conservar al bebé junto a ella, es muestra moderadamente optimista con el futuro del lugar. Solo el tiempo dirá si Carolino encontrará la manera de calmar su temperamento y se convierte en la buena madre que sueña con ser — y si el bebé cuenta con alguna posibilidad de vivir alejado de las drogas.

"Quiero que mi hijo se quede conmigo", cuenta Carolino, todavía embarazada. Mueve su pequeño carrito adelante y hacia atrás. "He dejado de fumar crack por él".

Todas las fotos de Almudena Toral

Este artículo se publicó en el número de febrero de la revista VICE

Sarika Bansal Y Almudena Toral viajaron a Brasil gracias a una beca concedida por el International Reporting Project.