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Rusia hace la guerra en Siria y el amor en Egipto

Rusia sigue buscando desarrollar asociaciones comerciales para eludir las sanciones de Occidente. Ahora, ha encontrado en Egipto un destino cuyo enclave estratégico es crucial para recuperar su posición en el escenario mundial.
Imagen vía Kremlin
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Rusia sigue buscando desarrollar asociaciones comerciales para eludir las sanciones de Occidente. Ahora, ha encontrado en Egipto un destino cuyo enclave estratégico es crucial para recuperar su posición en el escenario mundial.

Después de armar sólidamente su carrera militar en Siria para incrementar su presencia en Oriente Medio, Rusia empezó a bombardear la castigada nación de Bashar al-Assad la semana pasada. Ahora que el Kremlin ha demostrado su fidelidad al gobierno del presidente sirio, es el momento de abrazar a un nuevo aliado en la zona. Rusia busca ahora estrechar lazos diplomáticos y comerciales con Egipto, una alianza que pueda ayudar a ambos estados tanto política como económicamente.

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Egipto todavía tiene que manifestarse diplomáticamente sobre los bombardeos de Siria en Egipto. La relación económica, militar y política entre ambos países ha sido de lo más turbulenta desde la caída del presidente Mohamed Morsi en el golpe de Estado de 2013. El interés de Egipto por hacerse con los cazas rusos MiG-35 ha desembocado en un súper negocio en toda regla de más de 46 aeronaves que costarán alrededor de 2.200 millones de dólares — que constituyen la última conquista de una cadena de empujoncitos a nivel económico y de seguridad, de la flamante pareja.

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Ambos países tienen una larga historia a sus espaldas. La cumbre de su asociación y de su incuestionable fortaleza se alcanzó durante la Guerra Fría. Fueron los tiempos en que Abdel Nasser era el implacable presidente Egipto, la época en que la Unión Soviética decidió apoyar la campaña militar de Nasser en el Yemen, en los años 60. (A día de hoy Moscú es mucho menos partidaria de la coalición internacional liderada por los saudíes en Yemen, en la que Egipto también está implicado).

Un memorándum de la CIA de 1972 ya subrayaba la profundidad de los lazos entre ambas naciones. El informe, de hecho, subrayaba que a la muerte de Nasser, con la ascensión de Anwar Sadat a la presidencia, el vínculo se hizo todavía más fuerte. El documento titulado "La difícil alianza entre Soviéticos y Egipcios", incidía en que mientras ambos bandos sentían el peso de su asociación diplomática, ambos estaban dispuestos a abrazar la fricción en nombre de sus "innegables beneficios económicos". Durante aquel mes de julio, escaldado por el rol soviético en Egipto, Sadat expulsó a más de 15.000 consejeros militares soviéticos por un escándalo de piezas de maquinaria militar robada. Las relaciones entre ambos siguieron enfriándose en los años posteriores, hasta que Sada anuló el acuerdo de amistad de 1976.

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A día de hoy su asociación no está exenta de fricciones, sin embargo, ambos se siguen beneficiando de su vínculo, una razón de peso para seguir construyendo sobre lo que ya tienen.

"Lo que está sucediendo es el lógico desarrollo de las relaciones entre Rusia y Egipto tras la caída de la Unión Soviética", expresa Nikolay Kozhanov, miembro de la think tank británica Chatham House.

Sobre la superficie, su relación supone apuntalar un vínculo que no necesita del apoyo occidental y una posibilidad para diversificar sus respectivas economías. En términos puramente transaccionales, Rusia necesita influencia política y Egipto, un peso pesado y el estado más poblado del mundo árabe, es un aliado ideal. Es una de las potencias militares de la zona y comparte un legado histórico político y cultural. A Egipto, por su parte, le complace ser el ojito derecho de Rusia en Oriente Medio.

Rusia "no tiene demasiados aliados en el mundo, en general", comenta Jenny Mathers, profesora de política internacional en la universidad de Aberystwyth. Y los que tiene son bastante débiles. De manera que "todo lo que pueda hacer por apuntalar relaciones con regímenes o países que le puedan ofrecer un vínculo nuevo es algo por lo que tendrá que esforzarse, dentro de sus motivaciones".

Egipto lleva convertido en uno de los países estratégicos en la zona desde hace años. La influencia y la cooperación con el Cairo y con el gobierno del presidente Abdel Fattah el-Sisi encajan con una serie de intereses y de deseos muy específicos que Rusia tiene en Oriente Medio, como la seguridad. Egipto y Rusia pueden fácilmente compartir espacio retórico y político cuando se trata de antiterrorismo.

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Egipto también "encaja bien dentro de la estrategia económica rusa", señala Kozhanov. Según declaraciones del presidente Vladimir Putin, las transacciones comerciales entre ambos países facturaron más de 4.500 millones de dólares en en 2014, un 80 por ciento más que en 2013. Kozhanov advierte que Moscú se está concentrando en cuatro intereses en Oriente Medio: agricultura, armamento, energía nuclear y tecnología.

Las evidencias de la sustancial cooperación económica entre ambos países están al orden del día, y suman demasiados ejemplos como para ser todos enumerados. Egipto es el mayor importador de trigo del mundo. Y una cuarta parte de esa producción viene de Rusia. Ambos estados sellaron un acuerdo preliminar valorado en 3.500 millones para que Egipto compre armamento procedente del Kremlin. En cuanto a energía y tecnología, la asociación implica a la corporación pública de energía atómica en Rusia, Rosatom. La súper compañía ha sido obsequiada con el contrato para construir un reactor nuclear en Dabaa. Además, la petrolífera Rosneft ha conseguido los contratos que le permitirán suministrar petróleo y gas natural a Egipto.

Para al-Sisi la inversión rusa es un elemento fundamental para estabilizar la economía egipcia. Es una maniobra que evoca, inevitablemente, a las históricas ayudas que la Unión Soviética brindó a Egipto durante las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado. Entonces la financiación rusa ayudó a construir la presa de Asuán, los astilleros de Alejandría, la fábrica metalúrgica de Helwan y la fundidora de aluminio de Nag Hammadi. Ahora, como quien retoma aquella proverbial y fértil relación, Rusia se dispone a añadir una central nuclear a la lista.

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La central nuclear, que será levantada al este del puerto de Alejandría, donde ya existe un reactor de investigación nuclear, será la primera de Egipto. El proyecto fue anunciado tras la visita de Putin en febrero al país de las pirámides. Entonces el periódico estatal egipcio Al-Ahram expresó que "es un momento inmejorable para romper la incapacidad tácita de Egipto para hacerse con las riendas de la energía nuclear. Ahora el futuro y la prosperidad del pueblo egipcio están asegurados".

Paralelamente, la compra de armamento incluye cazas Mikoyan MiG-29, sistemas de defensa aérea y lanzadores de misiles Tor-M1 y Buk, sistemas antimisiles Antey-2500 y las corbetas provistas de lanzamisiles Molnya En junio, ambos países condujeron sus primeras perforaciones navales — bautizadas como "el puente de la amistad 2015 — en el Mediterráneo.

Kozhanov advierte que existe "cierta química entre Putin y el actual ejecutivo egipcio". Durante la visita de Estado a Egipto en febrero, la primera de la década, Putin le regaló a al-Sisi un Kalashnikov. El arma, una ofrenda inmejorable para un ex militar, es también un longevo símbolo de la potencia militar rusa y soviética.

"En los últimos meses Putin ha expresado su apoyo a Egipto en la lucha antiterrorista y ha demostrado interés en la realidad del país", proclamó al-Sisi durante la visita del líder ruso. "Nuestras relaciones serán apuntaladas en base a tal entendimiento".

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Para Rusia el vínculo con Egipto tiene una dimensión económica incuestionable. Aunque lo cierto es que su ubicación geofísica es igualmente fundamental en el deseo de Moscú por afianzarse estratégicamente en el escenario mundial.

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Además, ambos países desean distanciarse de Occidente, cuyas sanciones económicos les han obligado, especialmente a Rusia, a buscar aliados comerciales en otros lugares. En su inmersión en Oriente Medio, Rusia busca eludir y distraer la atención que ha despertado y que sigue despertando su inquietante papel en la guerra de Ucrania.

Por su parte, Egipto también ha visto como su relación con Europa y con Estados Unidos se desinflaba después de la destitución de Morsi, primer presidente elegido democráticamente en la historia del país, y de su brazo político, la Hermandad Musulmana. Desde entonces, el régimen egipcio ha vuelto a perseguir tanto a las libertades civiles como a la disidencia. Así que en el Kremlin ha encontrado a un aliado que no le juzga.

"A los egipcios les encantaría diversificar su política exterior", señaló Kozhanov. "Tras la caída de Mubarak ya no están interesados en depender de Occidente, como su valedor principal. Dada la experiencia rusa en Siria, donde Moscú ha demostrado que puede ser un aliado leal, los egipcios están interesados en prevenir todos los riesgos".

En lo que respecta a Siria, señala Kozhanov "los egipcios se están moviendo en el mismo marco de intereses que los rusos". El gobierno de al-Sisi, en su afán por no perturbar a Rusia, ha promovido soluciones no militares y más moderadas a la guerra civil que está destruyendo Siria. A diferencia de Arabia Saudí, que ha proclamado abiertamente su deseo de abatir el régimen de Assad, Egipto ha auspiciado otras soluciones, y casi todas incluyen al actual presidente.

Pese a todo, el resultado sigue siendo imperfecto. A pesar del repentino y demoledor impulso ruso en la batalla campal siria, lo cierto es que las relaciones diplomáticas entre Siria y Egipto siguen sin existir. Con Morsi en el poder, de hecho, se recrudecieron. Además, Egipto también está presionado, hasta cierto punto, por Riad, cuyas relaciones con el Kremlin están maltrechas. A pesar de que Egipto participa en la actual guerra de Arabia Saudí contra los rebeldes houtíes en Yemen, la intervención ha sido objeto de fricciones entre Riad y Moscú. El Kremlin ya ha proclamado sus suspicacias y su preocupación por la soberanía yemení.

Las relaciones entre Egipto y Rusia son solo una hebra en una enredadera de alianzas que se solapan y se deshilachan por todo Oriente Medio. El lenguaje de las superpotencias y de la indiscriminada competitividad internacional de la Guerra Fría está enterrado desde hace décadas, sin embargo parece que tanto el Cairo como Moscú están recuperando el estimulante sabor de aquella remota alianza.

Sigue a Torie Rose DeGhett en Twitter: @trdeghett