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Cuando Rusia se rearma, la recesión no cuenta

En Siria, los rusos han demostrado a la comunidad internacional que pueden luchar lejos de casa y ganar. Pero, en plena recesión, el país caucásico sigue con su costosa apuesta por modernizar el ejército.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, visita el Salón Internacional de Aviación de Moscú MAKS-2015 en agosto de 2015. (Imagen por Kyrill Kudryavtsev/EPA)
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Vladimir Putin anunció a principios de mes la retirada parcial de las fuerzas aéreas rusas de Siria, un país en el que desembarcaron en septiembre para proteger al debilitado ejército del presidente y proverbial aliado del Kremlin, el dictador Bashar al-Assad. Pero lo cierto es que después de anunciar su retirada tras una campaña de bombardeos que empezó en septiembre del año pasado, Putin no se va a ir.

Rusia va a seguir manteniendo la base aérea de Latakia, y ha prometido que piensa castigar a todos aquellos que no respeten el alto el fuego en vigor. Putin ha anunciado que se va mientras se prepara para reconquistar Palmira, su enésima ofensiva y un nuevo golpe asestado a rebeldes y a civiles a partes iguales.

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Lo cierto es que su campaña por defender al depauperado ejército de Assad ha sido todo un éxito y que ahora acaba de conseguir otro objetivo sin precedentes para Moscú: ha demostrado al mundo que su programa económico para reconstruir a sus fuerzas armadas está funcionando.

El impacto del nuevo armamento y del entrenamiento en el uso del mismo ya se hizo evidente durante la gratuita invasión de Crimea en 2014. Y ahora está volviendo a brillar sobre el cielo del este y del centro de Siria, un cielo que sus cazas han surcado durante seis meses de matanzas por doquier que muchas organizaciones humanitarias, con Amnistía Internacional a la cabeza, ya han denunciado que serían constitutivas de crímenes de guerra.

En Crimea las tropas rusas (unas tropas que, paradójicamente, Putin siempre negó haber destacado) demostraron que Moscú puede utilizar a soldados altamente entrenados y aun más disciplinados para orquestar una campaña implacable y efectiva, suficiente como para hacerse con el control de un gran pedazo de territorio.

Mientras, en Siria, Rusia ha demostrado un crecimiento muy significativo en su capacidad de proyectar su fuerza más allá de sus fronteras; por no hablar de la eficacia de un arsenal armamentístico que hoy es sustancialmente distinto e igualmente demoledor.

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Lo cierto es que a lo largo de los últimos años, Rusia ya había demostrado su capacidad para batallar con solvencia en el extranjero. Lo hizo durante la invasión de Georgia, en 2008. Su ejército y sus fuerzas aéreas apabullaron a los georgianos.

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Claro que durante la fulminante invasión el ejército ruso adoleció de graves problemas en cuestiones de mando, de control, de inteligencia y de organización. De hecho, incluso llegó a perder varios aviones en algún que otro intercambio de fuego amigo. Y todo ello sucedió en menos de una semana.

Durante los seis meses que llevan en Siria, sin embargo, las fuerzas de Putin solo han perdido un caza, el que derribaron las fuerzas aéreas turcas.

Michale Kofmann, un analista de la CNA Corporation y miembro del instituto Kennan del Wilson Center, un organismo especializado en Rusia, lo relata con precisión: "Si alguien les hubiera dicho entonces, durante la guerra de Crimea, que en 2016 destacarían sus fuerzas en Siria, mucho más lejos, y con unas fuerzas aéreas mucho más modernizadas, y que desplegarían una campaña aérea durante medio año sin perder un solo caza bajo el fuego de la artillería enemiga… les hubiese sonado a ciencia ficción".

Poco después de la guerra entre Rusia y Georgia, el entonces ministro de Defensa del Kremlin, Anatoly Serdyukov formuló un ambicioso programa para la reforma y mejorar del ejército ruso. El plan consistía en invertir 20 trillones de rublos [700 mil millones de dólares] en sistemas de armamento entre 2011 y 2020 con el objetivo de modernizar el 70 por ciento de las fuerzas armadas del país para el final de esta década.

No se trataba de una ambición fundada en el mero regodeo. Se trataba de una inversión crucial en la política exterior de uno de los mayores países del planeta, un país que había sido una superpotencia. Y un país que, sin embargo, desde la caída de la Unión Soviética en 1991, no había sido capaz de demostrar que era capaz de enfrentarse a cualquiera, en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento. Y claro. Eso es algo que Putin quería cambiar; recuperar el siniestro esplendor de antaño.

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Un caza ruso Su-34 sobrevuela el cielo exsoviético durante el Salón Internacional de la Aviación y del Espacio de Moscú, en la ciudad de Zhukovsky, a las afueras de Moscú, el 30 de agosto de 2013. (Imagen por Sergei Chirikov/EPA)

"Si Putin tenía un objetivo como presidente este no era otro que devolver a Rusia al firmamento de las superpotencias", cuenta la doctora Nina Khrushcheva, profesora en el instituto de Relaciones Internacionales de Nueva York.

En Rusia, la dirección del Kremlin no cree que su voz pueda ser escuchada con la autoridad suficiente si no dispone de un poder militar exorbitante, cuenta Khruscheva — cuyo abuelo, Nikita Khruschev fue, curiosamente, el líder ruso que llevó el poder militar de su país hasta el séptimo cielo, un cielo atómico y perturbador, el día que plantó sus misiles en la puerta de Estados Unidos, en Cuba, durante la legendaria e inquietante crisis de 1962.

"Desde el punto de vista ruso hay que advertir", cuenta Dimitry Gorenburg, un veterano científico que trabaja en la división de Estudios Estratégicos de la universidad de Harvard, y que es experto en cuestiones militares rusas, "que ellos se creen rodeados por adversarios potencialmente hostiles todo el tiempo".

Para Gorenburg la modernización del ejército "es una forma de expresar su naturaleza defensiva. Ahora están concentrados en fortalecer sus infraestructuras, de tal manera que no sea Georgia quien deba temerles, sino también la OTAN y China".

Rusia ha tenido un éxito significativo en su proyecto de crear una ejército más ejecutivo y organizado, gracias a su poder aéreo y al incremento de sus virtudes defensivas. En Siria ha demostrado de manera pavorosa la eficacia y la fiabilidad de sus cazas de largo alcance, y ha defendido el espacio aéreo del país con misiles sofisticados y cazabombarderos implacables.

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"El gran cambio", señala Gorenburg "ha sido el viraje hacia una capacidad de reacción militar mucho más versátil. Es algo que la intervención en Siria ha probado — hasta el año pasado la gran mayoría de los analistas te hubiese dicho que Rusia no estaba en disposición de sacar a pasear a su ejército más allá de Crimea o de Ucrania; y mucho menos, de hacerlo en una misión internacional de tan alto nivel".

El incremento de la movilidad es quizá el cambio de mayor envergadura en la reforma militar rusa, además de una mejor y menos burocrática gestión del control y del mando de sus tropas. Y eso es algo que se atribuye al sucesor de Serdyukov y actual ministro de Defensa, Sergei Shorgu, quien ha sido el responsable de engrasar el plan.

De Shorgu es el mérito de haber concentrado el trabajo en el entrenamiento y en la puesta a punto de sus aparatos, y en haber intensificado la mecánica militar y las inspecciones para mejorar la potencia de sus enormes infraestructuras.

La capacidad de desplazar a sus fuerzas con rapidez le ha conferido a Rusia la herramienta militar por la que Putin suspiraba. En sus primeras intervenciones para anunciar que el Kremlin iba a destacar a sus fuerzas aéreas en Siria, el líder ruso ya vaticinó ante la comunidad internacional que Rusia podría regresar en un abrir y cerrar de ojos al campo de batalla, incluso después de haberlo abandonado.

"En caso necesario, literalmente en unas horas, Rusia puede desplegar a su contingente en el terreno y responder proporcionalmente a la situación con que se encuentre, además de emplear el enorme arsenal de habilidades armamentísticas a su disposición", proclamó ante el público que había asistido a la ceremonia de entrega de los premios militares.

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Sin embargo, la modernización militar es cara y la economía rusa no está en su momento más boyante. Cuando el Kremlin anunció sus planes en 2011, los planes ya mencionados de invertir 20 trillones de rublos (o sea, 700 mil millones de dólares) en su modernización, el rublo valía mucho más. A día de hoy 20 trillones de rublos no llegan a los 300 mil millones de dólares.

La comparación entre el antes y el ahora es la principal prueba de los desafíos a los que se enfrenta Rusia si quiere continuar con sus ambiciosos programas militares. Especialmente, si quiere hacerlo en un momento en que su economía se encuentra sumida en tamaña recesión.

"Decir que la modernización del 70 por ciento del ejército es de lo más flexible", señala Kofman, "no es una declaración objetiva. Es una declaración de principios. Y puede ser redefinida".

Si la recesión se prolonga, el Kremlin podría beneficiarse de la misma en un solo frente: en el incremento del número de soldados profesionales a reclutar. Y es que en tiempos de vacas flacas, no hay nada tan inspirador como un buen servicio militar.

Sin embargo, una mirada más amplia delata que una economía en recesión no es el escenario más adecuado para nadie que necesita invertir en material extremadamente caro. Y nadie dijo que los últimos gritos en tecnología fuesen baratos ni para la mayor superpotencia.

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Rusia "cuenta todavía en su poder con una monumental cantidad de equipamiento de la era soviética", relata Kofman. Y lo cierto es que los antiguos sistemas necesitan ser reemplazados.

La herramienta más clásica para cualquier ejército que planee una proyección de poder es su flota naval. Se necesitan buques y portaviones de garantías, aparatos que puedan surcar en condiciones los mares de todo el mundo. Y es en ese frente donde Rusia está más rezagada. "No cabe duda de que la industria más precaria y anticuada de Rusia, la que funciona peor, es la industria de la construcción naval", comenta Kofman.

Rusia siempre había delegado en Ucrania la construcción de sus preciados motores militares, algo que Ucrania, castigada como esta, ya no está en disposición de producir. Lo cual plantea el mismo desafío para ambos países: el de reparar navíos antiguos e intentar construir otros nuevos. Últimamente, en Rusia, las labores de mejora de las nuevas superficies navales, desde un dragaminas hasta una fragata, se han estado demorando. Y se trata de embarcaciones que deberían de ser instrumentales en la armada rusa de la próxima década.

Pese a todo, "para los rusos", señala Khruschveva, "nunca se trata de una cuestión de números… se trata de honrar la idea que todos tienen de que Rusia es un gran país".

El vínculo entre la imagen pública de Rusia y el desarrollo arsenal armamentístico fue evidente hace un año, durante la celebración del desfile del día de la Victoria, que conmemoraba los 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. El desfile fue una buena prueba de la necesidad de Rusia de proyectarse como una superpotencia a la que es mejor no enfrentarse.

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Durante el evento, sin embargo, Rusia asistió a uno de los momentos más embarazosos de su historia militar reciente. Entonces el flamante y elogiado tanque T-14 de su armada, al que se había reverenciado como al mejor del mundo, se rompió durante un ensayo y tuvo que ser remolcado.

Un general ruso da instrucciones frente al quebrado tanque de última generación T-14, durante los ensayos del desfile militar en la plaza Roja de Moscú, Rusia, el 7 de mayo de 2015. Imagen por Yuri Kohetkov/EPA

A pesar del estrepitoso episodio, las celebraciones del aniversario se desplegaron con los fastos proverbiales: los cazabombarderos sobrevolaron el cielo de la plaza Roja y los flamantes misiles nucleares fueron expuestos al público, en otra excelente muestra del valor nacionalista e ideológico que tiene para el país la modernización de sus fuerzas armadas.

"La Segunda Guerra Mundial significó la más grande de las victorias de Rusia en la era moderna", relata Khruschveva. "Y eso muestra de manera inmejorable lo que Rusia es capaz de hacer cuando se la obliga a enfrentarse a un enemigo. Putin ha sabido manipular eso como ningún otro líder".

Los siguientes pasos en la misión rearmamentística serán mucho más complicados de los que Putin ha dado hasta la fecha. El camino hacia la modernización del ejército ruso será largo y extremadamente caro.

El éxito de la intervención en Siria es, sin embargo, una prueba de lo mucho que ha conseguido hasta la fecha. Como dice Kofman comparar al ejército de 2008 con el que ha intervenido en Siria en 2016 es como hablar de "la noche y el día".

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