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VICE World News

Sobre cómo el petróleo se convirtió en el combustible perfecto para la corrupción

La industria del petróleo está cambiando con una gran cantidad de nuevos jugadores que quieren beneficiarse del dinero sucio que ofrece el negocio.
Imagen por Nestor Gallina

Dos escándalos recientes han subrayado el papel que una nueva estirpe empresarial está jugando en la tradicionalmente impune industria del petróleo. A principios de abril, el tesorero del Partido de los Trabajadores brasileño, Joao Vaccari, tuvo que dimitir después de ser detenido y acusado de haber participado en una trama con Petrobras, la enorme petrolífera del gobierno brasileño que genera más de 100 mil millones de dólares de beneficios al año. Varios políticos de los distintos grandes partidos políticos brasileños recibieron, presuntamente, dinero sucio procedente de varios abultados acuerdos suscritos entre la petrolífera y algunas constructoras; multitud de diputados, senadores y empresarios están siendo investigados actualmente.

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El 22 de abril, después de que Petrobras publicara sus retrasadísimas cuentas auditadas del año pasado, los resultados del escándalo salieron a la luz. La corrupción ha costado a la compañía la exorbitante cifra de 2.1 mil millones de dólares. Lo cual, combinado con la caída de los precios del petróleo, ha provocado que la situación financiera de la compañía se haya revertido dramáticamente: ha pasado de unos beneficios netos de 8.5 millones de dólares en 2013 a una pérdida neta de 7.37 mil millones de dólares en 2014.

Sigue siendo un misterio saber cuánto tardará el escándalo en salpicar a la presidenta del país Dilma Rousseff — como ministra de energía y secretaria de Gobierno de la legislatura anterior fue la máxima responsable de la junta directiva de Petrobras durante siete años. La acusación señala que se desviaron cientos de millones de dólares de los contratos de construcción de Petrobras a los bolsillos de algunos políticos, especialmente a compañeros de partido de Rousseff durante su etapa en Petrobras. El escándalo seguirá trayendo cola y, de momento, ya ha menoscabado los índices de valoración de la presidenta, que también ha sido afectada por el esfuerzo coordinado de sus rivales políticos, quienes están exigiendo su destitución. Cientos de miles de personas se han lanzado a las calles a manifestarse contra la corrupción, mientras la cotización de la petrolífera ha bajado en varios miles de millones de dólares.

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Al mismo tiempo, en China, arrancó, a principios de mes, el juicio al antiguo director de la Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC), Jiang Jiemin, que lleva detenido desde 2013, y al que se acusa de soborno y corrupción. ¿A nadie le suena el CNPC, verdad? Pues eso es, simplemente, porqué se trata de un gigante petrolífero más del que la gente jamás ha oído nada. Según la legendaria lista de la revista Fortune del año pasado sobre las 500 fortunas más influyentes globalmente, Sinopec (otra petrolífera china) y CNPC ocupan el tercer y el cuarto lugar, respectivamente, a nivel mundial — por detrás de Walmart y de Shell, pero por delante de cualquier otro productor de petróleo norteamericano, y muy por delante de Petrobras, auténticamente rezagada, que ocupa el 28 lugar entre las mayores petrolíferas del planeta.

En tiempos remotos el mundo del petróleo acostumbraba a dividirse educadamente entre dos tipos de jugadores [tres, si se mira de cerca]. En primer lugar, estaban los tipos que poseían y producían la mayor parte del petróleo, pero que no se aventuraban demasiado más allá de las fronteras de sus países — las petrolíferas de estados tales como Arabia Saudí, Rusia, Irán, Irak, Venezuela, Nigeria. Luego estaban las grandes multinacionales como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron, que hacían dinero gracias a grandes operaciones petrolíferas y vendiendo a los surtidores de las gasolineras, pero que hace ya muchos años que no son los pesos pesados en la producción global de petróleo. Y finalmente, si se hace un zoom radical, existía un tercer tipo de compañía: un pequeño número de turbios comerciantes de materias primas [como Glencore, Vitol y Trafalgura, por ejemplo] que actuaban, básicamente, como intermediarios entre las otras dos.

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Sin embargo, durante la década pasada, asistimos a la ascensión de un nuevo tipo de jugador. O, al menos, a una mutación de lo que sería el primer jugador, el de los gobiernos propietarios, la división de los gigantes en la producción de petróleo. Las petrolíferas estatales juegan ahora más allá de las fronteras de sus países y compiten, directamente, con las multinacionales. Esa clase de compañías — como la CNPC China, la brasileña Petrobras, la india ONGC, la malaisia Petronas o la noruega Statoil, por nombrar unas cuantas —, lideran ahora proyectos en cada rincón imaginable del globo. Y la tendencia está en alza.

Al margen de Noruega y Statoil ¿por qué existe tanta corrupción alrededor de esta industria? En parte porque genera auténticas cantidades mastodónticas de dinero sin necesidad de ocupar un espacio físico exagerado [de hecho, gran parte de ellas están lejos de la costa] y sin necesidad de emplear a un número desorbitado de trabajadores. Controlar el negocio del petróleo requiere controlar a mucha menos gente, tierra e infraestructuras de lo que exigen la mayoría de las grandes industrias.

El otro gran factor que está llevando la corrupción a la industria petrolífera es el hecho de que se manejan grandes cantidades de dinero que quedan repartidas entre un número relativamente pequeño de impuestos y proyectos. Cuando el flujo de dinero está tan concentrado, usurpar regularmente una parte ínfima, apenas unas cuantas inocuas fracciones de un porcentaje mucho mayor, te convierten en un empresario o político extremadamente rico al cabo de un tiempo.

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El problema es tan endémico y brutal en muchos países antiguamente ricos por su petróleo, que ahora están sufriendo la llamada "maldición de los recursos". A largo plazo, los países desarrollados que han sido bendecidos con recursos económicos tan valiosos como el petróleo seacostumbran a terminar empobrecidos, más corruptos y con bastantes más probabilidades de saltar a la yugular de sus competidores, con un cuchillo en la mano. Toda la élite corrupta de las autocracias del mundo que se han enriquecido a base de petróleo, ya sean reyes, príncipes, mulás o sombríos dictadores, solo existen [en parte] porqué pueden mantener a los ciudadanos a raya. Pueden, prácticamente, ignorar a los ciudadanos porqué no necesitan gravarles con demasiados impuestos — los varios grandes mandamases pueden simplemente alimentarse de sus beneficios en combustible fósil, en una suerte de negocio "sin impuestos ni representación". Basta con mirar la lista de jefes de estado que llevan más años en su puesto, para descubrir petróleo en abundancia — Brunei, Bahrein, Omán, Camerún, Guinea Ecuatorial, Angola e Irán, por nombrar solo a unos cuantos.

Mientras, en el lado de las empresas, algunos han llegado a convencerse que lo que tienen que hacer es ser los primeros en disparar en la guerra contra la corrupción. Si tu petrolífera no juega sucio, pues entonces otras lo harán por ella, y terminarán en lo alto del escalafón gracias a sus negocios sucios. Como dice el personaje de Syriana, Danny Dalton. "La corrupción es nuestra protección… La corrupción es la razón de nuestra victoria". Lo que Dalton [basado relativamente en el empresario James Giffen y en su papel en el escándalo kazako] señala aquí son los deprimentes hechos que acompañan a la corrupción — los beneficios llegan por adelantado [o te llevas el contrato o eludes pagar impuestos], y los riesgos [que te descubran] serían solo un motivo de preocupación en un futuro tan remoto como lejano. Por desgracia, quienes terminan quedándose cortos de cambio son los ciudadanos de los países que, realmente, poseen el petróleo.

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Teniendo en cuenta que actualmente se paga a 55 dólares el barril, uno pensaría que el negocio del petróleo no es tan astronómicamente rico y que cada vez estará menos presente. A fin de cuentas, hay plataformas petrolíferas desplegadas por todo el planeta. Pero esto no es así precisamente. Para empezar, a la que empiezas a deshacerte de miles de empleados, todos tus sucios trapos empiezan a airearse. Y los que todavía siguen en el partido, se encuentran con que ese suculento pastel que una vez sirvió para alimentar a todo el mundo es ahora mucho más pequeño. Lo que significa que no debería extrañarnos demasiado observar cómo un buen número de los grandes acuerdos de otra época, empiezan a disolverse.

Conforme los precios del petróleo vayan bajando y los márgenes de beneficio se vayan encogiendo, las petrolíferas se van a inquietar cada vez más. De modo que no deberíamos tardar demasiado en empezar a ver comportamientos barriobajeros y maniobras desesperadas dirigidas a los legisladores, los reguladores y los recaudadores de impuestos. Acatar la ley, pagar tus honorarios y tus impuestos son todas cosas bonitas y fáciles de hacer cuando corren buenos tiempos. Pero en épocas de vacas flacas, las compañías desesperadas incurrirán en maniobras desesperadas, lo cual redoblará la presión sobre los legisladores para recortar impuestos y obligará a los reguladores a ceder.

Así que lo que ha estado pasando en países como Brasil o China podría ser solo un primer bocado de lo que se nos viene encima. Es de esperarse seguir descubriendo negocios turbios en el futuro. Y también puede esperarse que procedan de empresas de las que nunca antes hayan oído hablar.

Sigue a Sefton Darby en Twitter: @SeftonDarby

Imagen via Flickr