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Politică

'Soy una niña robada': hablamos con una mexicana a la que sus padres compraron en España

El robo de bebés fue una práctica habitual en algunos hospitales españoles durante casi medio siglo. Conocemos el testimonio de Lily, una niña robada en 1968 y "entregada" a una familia acomodada de México
Imagen vía Diana Ortiz

Lily tenía tres hijos y 33 años el día que descubrió que en realidad no era Lily. Y su vida, la de una niña bien, nieta de Agustín Franco Aguilar, el gobernador de Yucatán, en México, no era la vida que tendría que haber vivido.

A Ligia Graciela Ceballos Franco la habían "conseguido" en España por mediación de un arzobispo. Sus padres viajaron a Madrid en 1968 donde según recuerda su padre, les dijeron al llegar: "Os tenemos preparado algo especial. Pero aún no ha nacido". Viajaron dos meses por Europa y cuando ella nació les avisaron del obispado. "Ya está la niña". Era blanquita y rubita, como ellos querían.

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Fue en el año 2000 cuando a Lily le contaron esta historia y empezó a buscar quién era realmente. Tardó cinco años en conseguir la primera pista: su nombre, o al menos el que figuraba en su partida de bautizo: María Diana Ortiz Ramírez.

En ella, aparecían como sus padres dos nombres sin apellidos: Rafael y Marta. Y una descripción: "Camisa, jubón, pico, faja, toalla de felpa, jersey de lana blanca y mantita de color rosa".

Esas 16 palabras le atormentan. Es lo único real que ha sabido en estos años sobre aquella niña.

Viajó a España en 2005 para rastrear su historia. Fue un viaje en el tiempo infructuoso. En 2012 regresó incluso con su padre adoptivo como cicerone. 15 años y varios viajes después aún no sabe de dónde vino, ni por qué. En su mente, muchas preguntas sin respuesta. Todas confluyen en una sola desde que salieron los primeros casos de tráfico de bebés en España: "¿Soy un bebé robado?".

El robo de bebés fue una práctica en algunos hospitales españoles durante casi medio siglo. Comenzó durante el franquismo: a las mujeres republicanas les arrebataban a sus hijos en las cárceles para exterminar "el gen rojo".

La práctica continuó durante décadas en las que las víctimas pasaron a ser madres solteras de extracción humilde, sirvientas embarazadas por los señoritos, o mujeres que simplemente tuvieron la mala suerte de caer en un hospital donde alguien estaba dispuesto a pagar por el niño que no podía tener.

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A ello contribuyó un caldo de cultivo social basado en el autoritarismo y la impunidad de las clases dominantes — burguesía, terratenientes, la Iglesia y el Ejército. Se creó así una red informal en la que religiosas actuaban como enlace con las víctimas, contactaban con los adoptantes — casi siempre familias acomodadas o bien relacionadas — y trasladaban a los bebés en función de la oferta y la demanda.

La cifra real de bebés robados es incalculable. Algunas asociaciones de víctimas aseguran que puede alcanzar los 40.000, pero es prácticamente imposible de demostrar. Hay 26 agrupaciones de presuntos afectados que reclaman justicia para miles de víctimas del tráfico de bebés, aunque la mayoría de denuncias se archivan por falta de pruebas.

La trama salió a la luz en 2010 cuando varios bebés robados descubrieron su historia y decidieron contarla públicamente. Aún hoy miles de familias españolas rastrean hospitales, registros civiles y cementerios en busca de los bebés que les robaron al nacer de 1936 a 1990 en algunos casos diciendo a las familias que sus niños habían muerto.

'Quemad el pasaporte y los papeles de la niña al llegar a México'.

La historia de Lily, o Diana, como prefiere que le llamen ahora, se remonta a 1968. Sus padres no podían tener hijos, y la adopción era casi desconocida en México en aquel entonces. Por mediación del arzobispo de Yucatán, Fernando Ruiz Solórzano, contactaron con el arzobispo primado de Madrid Casimiro Morcillo González.

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Varias cartas después viajaron a Madrid para recoger a una niña española en prohijamiento. "Tenían dinero, poder político, contactos e influencia, les abrieron las puertas", dice Diana a VICE News. El abuelo dio un agradecimiento en especie al arzobispo por facilitar la entrega varios centenarios mexicanos (monedas de oro). "Además, mi padre, estando en España, pagó por los trámites aunque no recordaba si 6.000 o 60.000 pesetas (36 euros o 360 euros) de la época", recuerda.

Se la llevaron después de un cursillo de 15 días en Santa Cristina, la institución que recogía niños abandonados, sobre cómo cuidar a un recién nacido. Y un mensaje claro: "Quemad el pasaporte y los papeles de la niña al llegar a México".

Pensaron en la desesperación que podía llevar a alguien a abandonar a su hijo y en el riesgo de que lo reclamara. Y siguieron el consejo, aunque incumplía el contrato de prohijamiento en el que se comprometían a acudir con la niña ante las instituciones españolas cada año.

Así pasaron tres décadas, en las que Lily creció ajena a esta historia en un mundo de ayas, fiestas de alta sociedad y una vida de apariencias en la que nunca llegó a encajar.

'Tardé cinco años en localizar mi documentación y descubrir mi nombre real'.

Pero el mundo de Lily, broker y licenciada en Comunicación Social, cambió durante una discusión en el año 2000. "Pero si ni siquiera eres hija de tus padres, adoptada de mierda", le espetó su marido borracho. "Mamá, ¿soy adoptada?". Al otro lado de la línea, 40 segundos de silencio. "Sí, ¿Estás bien, hijita?".

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La llamada se cortó. Días después hablaron tres horas sobre aquel secreto familiar. Nunca más volvieron a hacerlo.

Al principio Diana se sintió afortunada y agradecida por la "linda vida" que sus padres adoptivos le habían dado. Pero luego surgieron más preguntas, y ahí comenzaron las dificultades: documentación que no aparecía, datos contradictorios y oscuridad.

"Tardé cinco años en localizar mi documentación y descubrir mi nombre real", dice Diana a VICE News. Hasta cinco veces tuvo que viajar a España para conseguir el papel que acreditaba que Ligia Graciela Ceballos era la misma persona que María Diana Ortiz.

Para las autoridades españolas, esto no es suficiente para que a Diana le entreguen su ansiado DNI español.

Otros datos hacen pensar a Diana que su entrega en la inclusa no fue tan accidental como dice la versión oficial. "No figuraba el consentimiento de mi madre para darme en adopción, ni los nombres de mi padre, ni de mi madre" señala. Esto sería compatible con la versión de que fue una niña a la que abandonaron en la inclusa, pero a Diana algo no le cuadra.

"¿Por qué sabía el obispo entonces cuándo iba a nacer y que sería blanquita y rubia como habían pedido mis padres?", apunta. También le escama que a sus padres les pidieran que quemaran la documentación al llegar a México. "¿Qué escondían?", se pregunta.

Tuvo que reclamar hasta cuatro veces su partida de nacimiento hasta que se la dieron casi por accidente. Fue cuando el responsable del arzobispado que se la había negado hasta entonces marchó de vacaciones y su sustituto se la entregó.

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En el archivo regional de Madrid, más obstáculos: le advirtieron de que había cartas que no podían entregarle por la ley de Protección de Datos, ya que sin un DNI de Diana, Lily no puede acreditar que ella es la misma persona de los documentos.

"Cuando pasen 50 años de mi nacimiento, en mayo de 2018, podré acceder a ese material, que quizá me dé alguna pista sobre de dónde procedo", explica.

Las firmas que figuran en sus documentos, de Sor Irene Jabat, la religiosa que firmó su salida de la Inclusa, del abogado, Pedro del Rosal, que gestionó su prohijamiento, y del sacerdote del Opus que la bautizó, Ladislao López Izquierdo, se repiten en varios casos denunciados de posibles bebés robados, pero también en los de otros bebés entregados en adopción desde la inclusa. "Para mí que se conocían todos y trabajaban en equipo", apunta Diana.

Quizá ella nunca descubra quién es o si se trata de un bebé robado. Pero siempre le acompañará la sensación de haber sido un títere: "Me dejaron sin identidad, fui su marioneta a la que arrancaron de su país para complacer a unos niños ricos, y me llevaron como mercancía, de un sitio a otro. A España se le perdió una ciudadana en 1968, se incumplió el contrato de prohijamiento y nunca se le dio ningún seguimiento…Y los únicos que podían darme respuesta son mis padres: mi madre ya no está y la relación con mi padre se deterioró a raíz de mi búsqueda…".

A veces dice que preferiría no haberse enterado nunca. La búsqueda de la verdad destruyó su relación con sus padres y le sumió en la incertidumbre. "A quien está empezando una búsqueda así les he recomendado que lo dejen, ya nadie nos va a devolver el tiempo y he perdido tanto por el camino sin apenas encontrar nada…".

Pero entonces una anécdota le hace reponerse. "Me estaba bañando mi aya y pasó mi mamá y le dije "Mami no me gusta mi nombre, no siento que sea el mío. Ella le preguntó ¿Por qué lo dices mi niña?¿Y cómo te gustaría llamarte? No sé, pero es como que no me llamara Lily.

"'Cuando seas mayor, te lo podrás cambiar', me dijo. A esa niña que sentía que algo fallaba, a esa niña se lo debo", concluye.

Sigue a Beatriz Lucas en Twitter: @beitalucas