Imagen por María Cervantes
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"Antes de que viviéramos aquí, en la pampa se producían violaciones. Los mototaxistas traían aquí a sus pasajeras y abusaban de ellas aprovechando que estaba desolado", cuenta Ofelia de Cárdenas, presidenta del comedor popular. "Incluso hace unos días intentaron violar a una chica. Al escuchar los gritos todos los vecinos salimos, pero el mototaxista escapó", continúa.La pampa, que se encuentra en la parte baja del cerro, es la única zona recreativa para los niños y jóvenes. Un arenal con dos arcos que hace las veces de campo deportivo. Desde ahí se tiene un buen panorama de Nadine Heredia. Hileras verticales de chozas erigidas sobre llantas. Escaleras empinadas, y a lo lejos se ve a un abuelo bajando lentamente, despacio porque no hay barandales donde apoyarse. Varios perros callejeros merodean a los comensales del comedor popular. Este es el sitio de encuentro de los vecinos y el mejor lugar para indagar sobre los orígenes del pueblo.El área estaba destinada a la ampliación del cementerio de la ciudad, pero fue invadida en el 2012 por los ahora pobladores, muchos de los cuales son madres solteras.'Hace unos días intentaron violar a una chica… pero el mototaxista escapó'.
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Giovanna Sandoval fue repudiada por su familia cuando quedó embarazada. Ella aún no había terminado sus estudios superiores, por lo que su "metida de pata" fue una decepción para su padre. Su pareja quería concluir la universidad así que le pidió abortar. Cuando Giovanna se negó, él la dejó."Crié sola a mi hijo, como él era enfermizo tuve que dejar mi trabajo para atenderlo. Por mi idiotez inicié una segunda relación, pero luego dejé a mi pareja porque me maltrataba. Mi padres tienen una casa grande pero como no me apoyaban tuve que alquilar un cuarto. Luego invadí este lugar para tener un terreno", recuerda Giovanna.
Lady, quien prefiere no dar su apellido, nació en una región del sur del país, emigró a la capital muy pequeña para vivir en la casa de sus tías. Cuando terminó el colegio quedó embarazada. Hace cuatro años vino a este lugar por el sueño de la casa propia. Hoy tiene un pequeño que sufre desnutrición. Sus vecinas cuentan que el esposo ha desaparecido.Mujeres como ellas invadieron el área en 2012, pero la policía llegó a los pocos días con caballos. Los serenos y los antimotines corretearon a los pobladores por toda la pampa, quemaron sus chozas y los sacaron a la fuerza. Los medios que cubrieron el enfrentamiento informaron que los pobladores estaban "armados hasta los dientes".'Crié sola a mi hijo, y luego invadí este lugar para tener un terreno'.
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Los habitantes de Nadine Heredia creen que eran sus "vecinos" ricos los que presionaban a las autoridades y promovían las acciones policiales. "Ellos tenían miedo de que invadiéramos su zona", dice Giovanna.No obstante, tras el desalojo de la mañana, regresaron en la misma noche. Pero esta vez los invasores tuvieron que dejar de trabajar para cuidar sus terrenos, subían a la parte más alta del cerro para vigilar a la policía. Desde ahí también miraban otra realidad, cercana pero distante: la vida en Las Casuarinas.'Ellos (los ricos) tenían miedo de que invadiéramos su zona'.
"Nosotras bromeábamos. Las llamábamos nuestras vecinas. Decíamos que íbamos a construir una casa igual a la que ellas tienen, con piscina grande y parque", cuenta Giovanna.Durante ese tiempo los residentes de Las Casuarinas construyeron el último tramo del "muro de la vergüenza", que separó definitivamente a estas dos clases sociales. Desde entonces el alcalde de San Juan de Miraflores, Adolfo Ocampo, y la policía los ha dejado vivir tranquilos."Ahora incluso tenemos nuestra constancia de propiedad", dice Giovanna mientras lava ropa a mano en la puerta de su casa. No puede usar lavadora porque no tiene luz. El agua es un lujo. Los camiones cisterna vienen dos veces al día para vender el agua más cara de Lima. Al mes ella gasta unos 60 dólares, la cuarta parte de su sueldo.
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Su primera casa en este asentamiento humano lo conformaban cuatro palos y costales. Luego levantó un cuartito de triplay. De noche servía de dormitorio para ella y sus hijos, de día volteaban la cama y el área se convertía en sala y cocina. Ahora tiene una casa de madera que ha levantado antes de que llegue el invierno. El techo es de calamina, que siempre amenaza con salir volando. "Algunas veces, el fuerte viento se lo ha llevado y hemos tenido que ir a recogerlo", cuenta uno de sus cuatro hijos.Desde sus ventanas, sin vidrio, se observa la inmensidad del sur de Lima, cerros inundados de casas y casas rodeadas de polvo. Áreas improvisadas, barrios que salieron de la nada, donde no se planificó la urbanización, ni se pensó en pistas para el transporte.'Bromeábamos… decíamos que íbamos a construir una casa igual a la de ellas, con piscina grande'.
Todo es diametralmente opuesto en el otro lado del cerro. Para ingresar a Las Casuarinas hay que pasar por una estricta vigilancia. Primero, hay pasar el face control. Si lo pasas, te preguntan a qué familia visitas y te piden el documento de identidad. Un letrero advierte que las cámaras de seguridad están grabando. Una vez dentro se puede observar las fachadas de las mansiones, la mayoría cercadas por frondosos árboles que impiden la vista al interior. Cualquiera de estas casas está valuada en millones de dólares. Aquí vive la crema y nata de la sociedad peruana.'Algunas veces el fuerte viento se ha llevado el techo y hemos tenido que ir a recogerlo'.
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Todavía queda espacio
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La hija de Ofelia no quiere decir su nombre. Le pregunto cómo harán para comprar una casa si no trabajan. Entre risas señala la punta de los cerros que aún lucen vacíos. "Todavía queda espacio", dice.Ofelia, ofuscada, señala a Sofía. "Ella tiene treinta y tantos años y tiene nueve hijos. Su esposo viene de vez en cuando, le da 30 soles (9 dólares) o 50 soles (15 dólares) y ella queda feliz", dice indignada.Bromean, se gritan, se insultan y ríen. "Por eso estamos en extrema pobreza, porque hay mucha vulgaridad", dicen. La mayoría se toma la vida de forma ligera, menos Ofelia, quien fundó el comedor popular que alimenta a toda la población. Ella llama la atención a todos, los regaña, espera que ellos aspiren a una vida mejor.'¡A qué idiota se le habrá ocurrido! Pensamos que si poníamos el nombre de la primera dama, nos iba a dar títulos de propiedad'.
Ellos son los 12 más pobres de México: la cara opuesta a la lista Forbes. Leer más aquí.
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