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Túnez

Árboles ilegales: la trama clandestina tunecina de la que nunca habías escuchado hablar

A 40 kilómetros de la frontera argelina se levanta la aldea montañosa de El Kef, en Túnez, un lugar en cuyas cumbres se ha denunciado la existencia de células yihadistas. Lo que se esconde allí, sin embargo, es un negocio de contrabando de árboles.
Dos de los 237 vehículos que transportan ilegalmente madera decomisada desde 2011. Imagen por Nikolaos Symeonidis
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Este artículo fue publicado originalmente en Motherboard.

La historia política de el Kef, una población de montaña tunecina situada a 40 kilómetros de la frontera argelina, podría ser desentrañada con un repaso escrupuloso a sus zonas verdes.

Primero se ven los pinos de Alepo, luego los juníperos, ambos árboles autóctonos de la costa del Mediterráneo, y tan antiguos como la ciudad misma. Y luego están los olivos, plantados por los granjeros hace cientos de años, achaparrados y prácticamente recortados contra el suelo.

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Los franceses invadieron y colonizaron Túnez en 1881, y se dedicaron a embellecer sus calles — las calles de el Kef todavía lucen engalanadas por esbeltas hileras de árboles ornamentales. Cuando Zine El Abidine Ben Ali, el hoy ya derrocado dictador tunecino, estaba en el poder, ordenó la plantación de palmeras, que habitualmente solo crecen en el sur, y que no soportan bien el clima subhúmedo de la ciudad.

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Claro que el razonamiento de Ben Ali no era precisamente ecológico: en su cabeza, los turistas que acudían a Túnez lo hacían esperando ver palmeras. Así que se las concedió, muy a pesar de las palmeras.

Y luego están los árboles muertos: las cumbres chamuscadas de las montañas, punteadas por troncos ennegrecidos, eucaliptos arrancados de sus raíces, montones de hileras de madera de olivo que humea, que se van transformando, lentamente, en pedazos de carbón.

El 29 por ciento del distrito de Kef está cubierto de bosques, y está considerado como una de las regiones más verdes de Túnez, un país mayormente conocido por sus cactus y por sus dunas de arena. Los bosques están regulados por el departamento de Bosques del ministerio de agricultura, y el código legal prohíbe expresamente que se tale o se corte árbol alguno.

A pesar de ello, desde de la encarnizada revolución de 2011, Kef ha perdido más de 7.000 árboles bajo el yugo de las hachas. Así lo cuenta Habib Abid, director del departamento de Bosques del ministerio de Agricultura tunecino. Una parte de esos árboles ha sido talada o quemada en un intento por vaciar los bosques montañosos de los terroristas que se parapetan en su interior.

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En los últimos años, la cordillera montañosa que separa Túnez de Argelia ha sido sede de varias células terroristas, como las de Ansar al-Sharia y las de Al-Qaeda en el Magreb islámico. Los árboles también han sido talados en rotondas y en determinadas carreteras para aumentar la visibilidad de los soldados de las Guarda Nacional.

Los deshechos, entre los que se cuentan árboles chamuscados, son incinerados en las parcelas de tierra que circundan El Kef. (Imagen por Nikolaos Symeonidis)

Sin embargo, un pujante mercado negro, que responde a la demanda en aumento de leña y de carbón, parece ser el auténtico responsable de la paulatina deforestación de Kef.

Abid cuenta a Motherboard que se "trata de una zona más pequeña que este distrito. Y señala a la ventana de su oficina, que ofrece una panorámica de Túnez". Sin embargo, para los vecinos de Kef, la imparable deforestación, aún cuando solo sea en cifras pequeñas, equivale a destrucción medioambiental y a corrupción.

"Yo lo vivo a diario", cuenta Murad, un campesino local, desde la terraza de una cafetería de El Kef. Da un sorbito a su café y dice: "se ha convertido en mi problema".

*

Yo me enteré del problema del tráfico de árboles en Kef cuando me llegó una circular en la universidad de Túnez escrita por un joven estudiante que denunciaba la situación. La petición solo consiguió un puñado de firmas, pero pese a todo despertó mi interés.

La corrupción y el mercado negro no son una excepción en Túnez — prácticamente la mitad del producto interior bruto procede de la economía sumergida, y la corrupción se ha multiplicado desde la revolución.

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Claro que…¿árboles? Traficar con hachís o con petróleo es un negocio seguro, pero la madera parece un cantar aparatoso y complicado.

Cuando visité El Kerf a finales de octubre, la ciudad estaba en pleno esplendor. Las marquesinas de las cafeterías estaban sepultadas bajo sus enredaderas verde eléctrico, descolgadas salvajemente por los cables del alumbrado público, y los troncos de los árboles parecían resquebrajar el pavimento.

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Dos días antes de mi llegada, la Guardia Nacional se había incautado de sendos camiones que transportaban cuatro esteras (cada estera equivale a un metro cúbico de madera) de madera. Los camiones languidecían en una enfermería que es propiedad del departamento de bosques, donde serían vendidos a razón de cuatro dólares la estera.

"Desde la revolución hemos interceptado 237 camiones", relata a Motherboard un empleado del departamento, antes de que el departamento decida oficialmente no responder a ninguna pregunta más.

Una vez en la enfermería se nos muestra un listado de los camiones interceptados en los últimos meses —salía a razón de un camión confiscado por semana —. La naturaleza del contrabando es tal, que las estadísticas oficiales no pueden ser contrastadas, pero los vecinos nos cuentan que 237 es un número irrisorio. "Se llevan un camión de cada diez", contaría más tarde Murad.

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Montones de madera cortada ilegalmente por el gobierno de Kef. (Imagen por Nikolaos Symeonidis)

El transporte es solo una parte minúscula del negocio del contrabando. Lo primero es talar los árboles.

"Viene sucediendo, especialmente desde después de la revolución", cuenta Ali, un pastor de la zona que tiene un bosquecillo de olivos en su tierra. Ahora solo hay dos o tres guardas forestales protegiendo miles de hectáreas de tierra; es una tarea tan hercúlea como tediosa, que se paga a razón de entre 134 y 180 dólares al mes.

Los guardias forestales no están sistemáticamente ayudados por la Guardia Nacional o por la policía, quienes a menudo no se atreven a meterse en los bosques por miedo a actividad terrorista. La presencia de células yihadistas y los atentados dirigidos en los dos últimos años contra los turistas han puesto al descubierto la precariedad del sistema de seguridad del país.

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Los civiles parecen menos asustados y, a menudo, al caer la noche, irrumpen en los bosques para talar y llevarse decenas de árboles. Así lo cuentan los vecinos y los funcionarios del departamento de policía de El Kef.

Las autoridades se han referido a la escasa seguridad de la ciudad para declinar la petición de Motherboard de ser escoltados hasta la cumbre de las montañas y exigir que esta reportera no vaya a la zona, ni siquiera de día.

Hay contrabandistas que trabajan a tiempo parcial, que se dedican a talar árboles para uso personal, como calentar sus casas o hacerse sus propios muebles. "Nunca me los he cruzado, pero si me encontrara con alguien que lo está haciendo, pensaría que tiene sus motivos", explica Ali, quien ha cortado decenas de árboles de sus propiedad en los últimos cinco años.

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En su lugar, los vecinos de El Kef señalan a emprendedores que operan a escala mayor, ante quienes aseguran que el gobierno local hace la vista gorda.

"Todo el mundo trabaja con la corrupción"

Un empleado de baja estofa del gobierno local, que exige hablar a condición de hacerlo anónimamente, y que solo se aviene a hablar en la cumbre de una colina de las afueras de la ciudad, nos cuenta que individuos de mucha plata o empresas se dedican a adquirir pequeñas parcelas de tierra de manos del ayuntamiento.

El gobierno local tiene derecho a talar hasta 1.000 árboles; claro que a cambio de un pequeño soborno, cortan 2.000 sin problema y falsean los números. Desde allí, la madera es enviada hasta fábricas en ciudades enclavadas en ciudades más grandes, como Sfax y Soussa, done es transformado en mobiliario.

Hay dos principales rutas de salida de El Kef por las que circulan los contrabandistas. Los vecinos explican que primero se manda un camión como señuelo para rastrear la carretera. Si se encuentra con algún control, llaman por teléfono y sugieren un cambio de trayectoria. De otro modo, basta con pagar un pequeño soborno a los guardas.

Por lo general resulta imposible saber qué camiones transportan troncos cortado legalmente y cuáles no. Según los vecinos y el funcionario del ayuntamiento, los contrabandistas pueden levantarse en una noche talando árboles alrededor de 450 dólares.

Varias de las cumbres de las montañas de la región de Kef han sido calcinadas, y ahora dibujan un panorama antinatural. (Imagen por Nikoalaos Symeonidis)

Talar árboles para revenderlos es una actividad que ha sido denunciada en otras partes del país. A finales de enero, en la pequeña ciudad de Menzel Bourguiba, ocho eucaliptos fueron cortados ilegalmente por una empresa privada en el bulevar principal de la ciudad. En lugar de tomar acciones legales, las autoridades dieron luz verde a la empresa que reclamaba la madera: cada árbol sería vendido más tarde por 44 dólares la unidad.

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Los árboles medían cuatro metros y tenían, al menos, 100 años de vida, según informó France 24. Los vecinos acusaron al ayuntamiento de corrupción, una denuncia que se escucha a menudo en las calles de El Kef.

"Todo el mundo trabaja con la corrupción", me cuenta un empleado del gobierno de el Kef. Las autoridades locales niegan sistemáticamente que el gobierno se esté aprovechando de ninguna manera de la trama, y aseguran estar trabajando para combatir a estos "delincuentes".

Pese a todo, no se ha detenido a ningún contrabandista. Mientras los bienes y los camiones son interceptados, los transportistas tan solo son amonestados verbalmente frente a un tribunal que les exige pagar una multa de 135 dólares. Y luego, vuelven a las andadas.

El gobierno también consigue vender fácilmente la tierra quemada, lo que ha provocado que muchos residentes estén denunciando que el discurso de quemar tierras para interceptar a terroristas es solo una cortina de humo. En su lugar, el gobierno quema la tierra deliberadamente, a sabiendas de que será adquirida más adelante. Obviamente, Túnez también es un país donde se declaran incendios forestales, y normalmente cuesta encontrar el agua suficiente para apaivagarlos.

"Solo podemos contemplar cómo se queman", cuenta Abid.

*

Los árboles quemados alcanzan un valor sorprendentemente alto en Túnez, habida cuenta de que la madera se puede transformar en carbón. Resulta surreal conducir por las montañas verdes de la región de Kef, y observar cómo ascienden pequeñas e infinitas columnas de humo de todos los valles.

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Dependiendo de a calidad de la madera (la madera de olivo se prefiere a la corteza astillada del eucalipto), una bolsa de 12 kilos de carbón se puede vender a 5 dólares, lo que se traduce en 44 centavos el kilo. "Es el mismo precio que el azúcar", asegura Murad.

La demanda de carbón es muy elevada, especialmente para las shishas y las barbacoas, y decenas de familias de los alrededores de Kef compran madera de contrabando, y producen su propio carbón para vender.

La acción de producir el carbón y de comprar la madera de contrabando es ilegal. Pero debido a un giro kafkiano, uno puede vender legalmente el producto final — suministrado, por supuesto, si dispone de la licencia adecuada del ministerio de agricultura, según explica Murad.

Un niño pequeño junto a una producción de carbón familiar. (Imagen por Nikolaos Symeonidis)

Los campesinos de la zona se quejan de que el aumento en la producción de carbón está causando estragos medioambientales en las tierras de cultivo. El carbón es transportado desde los bosques infestado de insectos que devoran sus cosechas, y que les obligan a emplear pesticidas muy agresivos. La deforestación también está empezando a secar la tierra y los pozos.

Hace décadas el agua se extraía de los pozos durante cuatro horas al día. Hoy apenas durante veinte minutos, nos cuenta Murad. Estos fabricantes a tiempo parcial de carbón, pese a todo, están lejos de enriquecerse con su actividad, y se sienten encajonados en su propio trabajo.

A unos diez kilómetros de El Kef, Motherboard se topa con familias que producen carbón entre pilas perfectamente dispuestas de madera ennegrecida. El patriarca de la familia lleva diez años quemando carbón; con lo que ganan apenas les da para pagar la factura de la electricidad. La familia, de seis miembros, duermen en la misma habitación. Se quejan de que no pueden costearse una intervención quirúrgica para la madre.

"Trabajamos muy duro", cuenta Mohammed, el hijo mayor. "Pero no tenemos otra alternativa. El estado nos ignora", dice. Y se encoge de hombros.

Durante el largo recorrido en auto que nos separa de Túnez, nos cruzamos con un camión que transporta varios troncos de madera recién cortada. Apestamos a carbón. Lo haremos durante días

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