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Por qué estos isleños ecuatorianos se niegan a ser reubicados pese al riesgo de tsunami

Hace un año un terremoto de 7,8 grados agitó la tierra y los planes de futuro de la Isla de Muisne. Hoy esta comunidad de casi 9.000 habitantes se resiste a ser reubicada por el gobierno, pese a un potencial peligro. Ese pedazo de tierra es su hogar.
Imagen vía Ricardo Grande/VICE News
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La nueva casa de Yixon, de momento, sólo tiene dos paredes. Un año después del terremoto, este pescador ecuatoriano recicla maderas viejas y aprovecha la ayuda de su familia, de sus amigos, del que se preste a echar una mano para levantar su vivienda. "Un amigo me regala unas cañas de bambú", explica desde el colegio abandonado que le sirve, mientras tanto, de refugio. "No sé cómo voy a traerlas hasta acá".

Si quiere contar con el apoyo del gobierno para reconstruir su vida, Yixon deberá abandonar su tierra, la Isla de Muisne. Pero eso no está en sus planes: "Aquí nací y aquí me quedo". El problema, explica, es que en esta comunidad, que muchos llaman la Isla del Encanto, está prohibido construir vivienda.

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Los escombros y los edificios amputados aún recuerdan a la Isla de Muisne qué pasó el 16 de abril de 2016. Aquella tarde, un terremoto de 7,8 grados agitó la tierra y los planes de futuro de esta isla, situada a 350 metros de la costa norte de Ecuador. Mientras que en el resto de zonas costeras afectadas por el sismo los andamios y la maquinaria estatal cicatrizan las heridas materiales del terremoto, en la isla el proyecto gubernamental es distinto.

Apenas dos meses después del temblor, el presidente Rafael Correa declaró que la zona era de "alto riesgo" y no apta para los asentamientos humanos. La amenaza de un futuro tsunami, como contempla la Secretaría de Gestión de Riesgos (SRG), apartó a la isla de la agenda de reconstrucción. "El gobierno no va a dar incentivos para que la gente viva ahí", aseguraba Correa el pasado julio.

La Isla de Muisne está situada a poco 350 metros de la costa norte de Ecuador (Imagen vía Clementina León/ VICE News).

A escasos tres kilómetros de la isla, en el continente, el gobierno construye casas a la entrada del municipio de Bunche para reubicar a los que acepten irse. Sin embargo, esta pequeña comunidad de cerca de 8.800 habitantes se resiste a ser desplazada. Las nuevas casas de madera, pintadas de colores luminosos y levantadas por los propios vecinos, son testimonio de que muchos muisneños siguen considerando que la isla es su hogar.

En las calles principales de Muisne, muchas de ellas sin asfaltar, trabajan pequeños comerciantes y conductores de mototaxis. La mayoría, sin embargo, son pescadores artesanales y recolectores que viven del manglar. Se mueven sin dificultad en este laberinto de ramas, entre las raíces que se retuercen para hundirse en el agua y el lodo. Buscan conchas —conchean, en el argot del oficio para sacarse un dólar, o incluso menos, por cada pieza desenterrada. Pero cada vez es más difícil.

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Desde la década de 1980, las camaroneras han destrozado más del 90 por cientodel manglar que protegía la isla. Con sus lanchas cargadas de pescado, conchas o camarones, muchos pescadores viajan al continente para vender la mercancía a otras ciudades del país. "El consumo interno en la isla es muy pequeño", explica Julio Vega, que vive del mar y del turismo, una actividad en declive en la isla. "Necesitamos ampliar la comercialización y la distribución", apunta.

"Nosotros tenemos concha, pescado, buena playa, buen mar… ¿cómo vas a irte de una ciudad así?", dice riéndose Líder Góngora, uno de los isleños más activos a la hora de cuestionar la decisión del gobierno.

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Los habitantes de la Isla de Muisne nunca han tenido agua potable. Los vecinos llenan sus garrafas con el agua entubada que colectan en la orilla de la isla. (Imagen vía Ricardo Grande/VICE News).

Cuando el sismo rompió la vida en Muisne sin previo aviso, Fanny Mina, como cerca del 50 por ciento de la población, perdió su casa. Esta vendedora de morocho, una bebida dulce preparada con maíz, aún recuerda cómo el suelo se transformó en una gran ola. "El pavimento se alzaba, los adoquines… todo", rememora. Fanny siguió el consejo de un salvavidas: "Negra, corre. En minutos puede venir un tsunami porque el terremoto ha sido en el agua". Pese a que era difícil mantenerse en pie, Fanny consiguió subirse a una lancha, rumbo al continente. En la isla no hubo muertos pero, tras el sismo y la amenaza de tsunami, quedó casi vacía durante semanas.

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Pocas viviendas de cemento quedaron en pie. Dicen los que viven aquí que las casas hechas con materiales autóctonos —madera o caña guadua— son las que mejor resistieron la embestida de la tierra. "El terremoto desnudó las falencias de la isla: suelo blando, licuefacción, problemas de mala calidad de vivienda, falta de acceso a servicios básicos: agua y luz", enumera el viceministro de la SGR, Ricardo Peñaherrera.

Los muisneños, a su vuelta, encontraron sus viviendas destruidas y hasta saqueadas.

Muchos habían edificado sin permiso; ni siquiera podían reclamar legalmente el terreno. "Al principio, nos dieron carpas, hasta que el gobierno lo prohibió. Si no ibas a albergues, no había ninguna clase de ayuda", recuerda Fanny, que aún vive en uno de estos campamentos ubicados en el continente. Estas tiendas azules aún acogen a cerca de 3.600 personas en todo Ecuador. Otros, como Yixon, buscaron aquellos edificios que aún seguían en pie para no abandonar la isla.

'Tenemos concha, pescado, bue mar… ¿cómo vas a irte de un lugar así?'

Para Correa, a punto de dejar la presidencia, la isla es de "alto riesgo". Las tierras en las que se asienta son sedimentos y su ubicación es inferior a 30 metros sobre el nivel del mar, por lo que un tsunami sería devastador, asegura. "Los servicios públicos van a pasar al continente porque la isla es demasiado peligrosa", afirmaba casi tres meses después del sismo.

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Desde que esta isla se convirtiera en paraíso no habitable, la zona está en "abandono institucional", cuenta Líder. La mala hierba crece en las fachadas de algunos edificios públicos y los colegios son ahora zona de pasto para el ganado. La única escuela que permanece abierta es privada. Nachita Bautista no puede pagar los 90 dólares anuales que cuesta. "Soy madre soltera", cuenta. Todos los días, sus hijos cruzan en barcaza la distancia entre la isla y el continente. Llegar hasta allí cuesta normalmente 25 centavos de dólar estadounidense, la moneda oficial de Ecuador.

La única inversión en la zona es la construcción de una pasarela, casi terminada, que la une al continente. "Vamos a hacer un puente peatonal y para tricimotos fomentando el turismo, pero no fomentando la vivienda", aseguró Correa.

'De aquí me iré cuando Dios quiera'

La isla, sin embargo, sigue viva. Más del 90 por ciento de los que se marcharon por miedo a las réplicas y al tsunami, explican sus habitantes, han vuelto. Reconstruyen el pueblo con lo que tienen a mano. A los que se quedan, les toca hacer lo que han hecho siempre: buscarse la vida. "El terremoto solo mostró la pobreza y el abandono histórico de este pueblo, nada más", cuenta Nachita frente a su nueva casa, donada por una organización internacional.

Algunas paredes se han convertido en pancartas: "No nos vamos, aquí nos quedamos". Es el lema que repiten muchos. Otros, como Víctor Caicedo, que ha vivido una larga vida en esta isla, dicen lo mismo, pero a su manera: "De aquí me iré cuando Dios quiera".

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Muisneños, como Fanny o Nachita, se han organizado en torno a la Mesa de Comunidades y organizaciones civiles. Preparan una propuesta para reducir los riesgos de la isla y levantar el veto habitacional del gobierno. El viceministro Peñaherrera afirma que ninguna resolución de la SGR "está escrita en piedra". Sin embargo, apunta que la reubicación de los muisneños es, además de por seguridad, un "tema de costo-beneficio". Peñaherrera subraya que la calidad del suelo encarecería "extremadamente" construir reglamentariamente en la isla.

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Muchos habitantes de la Isla de Muisne no quieren abandonar su tierra pese a que el gobierno de Ecuador la ha declarado zona de alto riesgo. (Imagen vía Ricardo Grande/VICE News).

En el colegio donde vive Yixon, convertido en albergue comunitario desde el pasado abril, Patricia aún no se ve con fuerza para hablar del terremoto. Ella y sus hijos hicieron de un aula su nueva casa. Aunque sonríe, su mirada se entristece cuando le preguntan si se va a quedar: "Yo a mi isla la adoro, pero si me toca irme, me toca… porque no tengo dónde vivir". Fanny, que está a su lado, le hace la conversación más fácil: "¿Tú estás en el padrón único de damnificados?". Patricia duda. Para dejarla más tranquila, Fanny le explica qué debe hacer. De los consejos burocráticos, la charla salta a Correa, a los anticorreístas, a los rumores sobre planes megaturísticos para la isla. Solo un niño de menos de diez años, que juega colgándose de unas barras oxidadas, consigue parar la tertulia del patio: "¡Eduardo, bájate de ahí!".

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El gobierno insiste en que abandonar la isla es una decisión voluntaria. "No vamos a reubicar al que no quiera moverse" declaraba Correa el pasado julio. La SGR corrobora que "no existe ninguna ley que nos ampare para desalojar a la gente que viva en zonas de riesgo". Su viceministro, Peñaherrera, explica que "la gente que decide quedarse en su casa está en su derecho; eso sí, bajo su responsabilidad". Pero matiza: "Lo que no se puede hacer son construcciones nuevas".

Muchos muisneños como Líder, sin embargo, hablan de "desplazamiento forzoso":

—Nos dicen 'no te voy a dar agua, no te voy a dar alcantarillado'… Las instituciones están fuera de la isla, las han obligado a salir. Es una forma de despojo, te están dejando sin nada. Los que nos quedamos tenemos el mismo derecho que aquellos que están en otras ciudades.

"No hay agua potable, nunca tuvimos. Esto —dice Nachita, mientras señala a unas mangueras que sobresalen en la orilla— es agua entubada". Ahí, hombres y niños llenan sus recipientes de plástico. "Desde que pasó el terremoto no nos abrían el agua", cuenta Eduardo Genaro, sin perder de vista su garrafa amarilla. "Hace dos meses solo podíamos comprarla de un pozo que destrozaron o de los aljibes", lamenta. "Ya nadie se acordaba de que existíamos en Muisne. Como cada día hay un alcalde…".

El abandono de la isla es también fruto del caos municipal. Han pasado largas temporadas sin alcalde, otras con dos. Unos fueron expulsados por supuesta corrupción, otros murieron en el cargo, como es el caso de Walker Vera, quien fue asesinado en 2014. Se baraja que el narcotráfico pudiera estar detrás.

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Los muisnen?os viven principalmente de la pesca artesanal y del manglar. (Imagen vía Ricardo Grande/VICE News).

Muchos habitantes se han organizado porque creen que el informe que elaboró la SGR carece de un "adecuado sustento técnico". Basándose en un estudio del Doctor por la Universidad de Berkeley (EEUU) en Ingeniería Civil, Kashyapa Yapa, estos muisneños destacan que el mapa de inundaciones del informe oficial se basa en una tesis académica sobre el riesgo de tsunami en la ciudad vecina de Esmeraldas y elaborado con datos de 1906, fecha del último gran tsunami. Por ello, reclaman al gobierno un nuevo estudio "imparcial", la instalación de un sistema de alerta temprana y más medidas de evacuación.

El Instituto Oceanográfico de la Armada (INOCAR), encargado de emitir la alerta de tsunami y analizar qué constituye una amenaza, realiza un estudio que determinará cómo afectaría este fenómeno a la costa ecuatoriana. "El riesgo de tsunami es relativamente alto", explica el Capitán Edwin Pinto, director de Oceanografía Naval en este organismo, que confirma que el sismo produjo un pequeño "tsunami no destructivo". Por suerte, la marea estaba baja.

Pese a que el INOCAR aún no puede pronunciarse sobre el caso de la Isla de Muisne, dibuja dos escenarios. El primero daría la razón a la decisión del gobierno de reubicar a los isleños. "Es una posible solución", señala Pinto, "pero no puedo decir en este momento si es la mejor, porque no hemos hecho un análisis para ello".

'Yo a mi isla la adoro, pero si me toca irme, me toca… porque no tengo dónde vivir'.

El segundo escenario incluiría algunas medidas que los muisneños reclaman al gobierno. Una de ellas apuesta por construcciones sismorresistentes a una adecuada altura para que la población se refugie y quede fuera del alcance de la ola. Se llama "evacuación vertical", usada en islas del Pacífico con alto riesgo de tsunami. "También podrían servir como algo turístico", cuenta Líder, mientras explica que su propuesta contempla un plan de turismo comunitario para reactivar su maltratada economía. No olvida mencionar la necesidad de recuperar hectáreas de manglar, una buena barrera vegetal que para ellos es un símbolo de identidad y fuente de vida.

—Son opciones costosas e ingenierilmente complicadas. No es una solución sencilla, definitivamente, pero mover a toda una población tampoco lo es— reflexiona Pinto.

Mientras el gobierno sigue construyendo el Nuevo Muisne a la entrada del municipio de Bunche, en el continente, muchos fieles a la isla levantan la comunidad donde han vivido siempre. Algunos esperarán ansiosos un nuevo informe, una propuesta que rebaje el riesgo de la isla. Otros harán las maletas y cambiarán su domicilio aunque, como cuentan los muisneños, habrá quien sea "pilas" y acepte la vivienda estatal, pero no abandone la isla. Aseguran sus habitantes que este lugar ha estado habitado por más de 400 años. "La Isla de Muisne es un pueblo guerrero. El isleño es soñador porque tenemos seguridad y soberanía sobre nuestro territorio— explica Líder—. Hay una historia, una raíz que no podemos abandonar porque nos digan 'riesgo'".

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