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Violentas ocupaciones de tierras en Nicaragua — ‘Igual que durante la colonización española’

A lo largo de los 10 últimos años, cerca de 100 personas han sido asesinadas en la costa atlántica de Nicaragua. Los enfrentamientos entre los vecinos y los colonos que quieren arrebatarles sus tierras han desencadenado una crisis humanitaria.
Imagen por Ray Downs
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El sol de junio se alza sobre Angloamérica — un minúsculo pueblo formado por cabañas de madera que desfilan junto al río Grande de Matagalpa, al sur de la costa atlántica — y Pablo Francisco Moncado desenfunda su pistola. Moncado lleva varias semanas levantándose cada mañana convencido de que se producirá un tiroteo. Finalmente, los disparos han arreciado hoy,

Moncado es un granjero de 46 años. Tiene cuatro hijos y todavía ignora cómo es posible que alguien le estuviese observando mientras descendía por la desvencijada escalera que conduce a su elevada cabaña. Al igual que sucede con las residencias de sus vecinos, el hogar de Moncado se alza sobre largos zancos de madera. Es la única manera de prevenir las inundaciones que golpean anualmente la orilla del río. Hoy, al salir de casa, varios hombres armados con rifles y con cuchillos, han irrumpido por detrás de la frondosa vegetación de árboles tropicales. Uno de los hombres le ha apuntado y ha apretado el gatillo.

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El proyectil ha perforado la carne de Moncado. El campesino prorrumpe en un alarido y contraataca con varios disparos más. En el interior de su casa, su hijo Armando, de 21 años, se despierta estremecido.

"Llegaron los colonos", pensó Armando. VICE News le ha pedido que reconstruya los sucesos de aquel día y Armando se acuerda de la tragedia como si fuera ayer.

Cuando Armando se refiere a los "colonos", está pensando en los migrantes mestizos que cada vez alcanzan con más frecuencias las frondosas y fértiles costas de la costa atlántica nicaragüense. Aquí la tierra es patrimonio de los indígenas y de las comunidades de ascendencia africana. La ley — basada en un emblemático caso de 2001 exige que los visitantes, una categoría que incluye también a los representantes del gobierno, pidan permiso a los residentes antes de que puedan comprar tierras en la zona. Ahora los vecinos relatan cómo algunos no solo ignoran la ley, sino que se hacen con sus tierras a punta de pistola.

Un canal podría acabar con poblaciones indígenas y de jaguares en Nicaragua. Leer más aquí.

Armando — cuya familia ha vivido durante generaciones en Angloamérica — dice que la mañana en que advirtió que su hogar estaba siendo atacado, se incorporó de su cama de un salto, agarró su pistola, salió de su casa y disparó a discreción contra los invasores. Estos contraatacaron. Armando se parapetó detrás de un árbol y escrutó el vecindario en busca de su padre. Finalmente, le descubrió tendido en el suelo con una pistola a su lado. Unos cincuenta metros más allá, otro de los invasores yacía igualmente tendido sobre el fangoso suelo.

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"¡Regresaremos por la cabeza de tu padre y quemaremos la casa con todo el mundo dentro!", gritaron los colonos mientras se retiraban. Al menos, así lo cuenta Armando.

Una vez se aseguró de que los invasores se habían ido, Armando corrió a toda prisa hasta el cuerpo de su padre. Pablo estaba muerto. Tenía el torso y el pecho acribillados. El hombre tendido algunos metros más allá de él también estaba muerto. Su pecho estaba igualmente gratinado por los orificios de bala.

Armando se dirigió entonces a su casa, donde estaba su madre con José, el más joven de los hermanos, quien emitía alaridos de dolor: había sido alcanzado por un disparo en la cabeza, aunque seguía con vida.

Armando mide alrededor de 1'70 y es de complexión delgada. Cuando se encontró con su hermano herido alzó su largo cuerpo en brazos y corrió tan deprisa como pudo hasta la escarpada y enfangada orilla del río. Colocó a José sobre las tablas de madera que forman el suelo de su panga, prendió el motor y salió rumbo a Río Grande de la Cruz, el pueblo más cercano, de cuyo hospital le separaba todavía una hora.

Mientras la canoa surcaba las plácidas aguas verdes del río a toda velocidad, Armando asegura que rezó por su hermano, que yacía inconsciente y desangrado junto a él. Y entonces, en aquel preciso instante de invocación a los Dioses y de reflexión, la adrenalina se sosegó e irrumpió un fulminante dolor. Armando advirtió entonces que él también había sido disparado — en cuatro ocasiones, nada menos, todas alrededor de su hombro derecho.

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Cuando Armando llegó al hospital, el personal médico se encargó de mandar a José en helicóptero hasta Managua, la capital del país. El adolescente, que había soñado con expandir los dominios de la granja familiar, estuvo 21 días debatiéndose entre la vida y la muerte, hasta que sucumbió.

El asalto a la familia Moncado no es un incidente aislado.

En la última década, alrededor de 100 personas — muchos de ellas líderes de sus vecindarios — han sido asesinadas mientras se defendían de los ataques de los colonos. Así lo ha suscrito el Centro por la Justicia y los Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (CEJUDCHAN), una organización pro derechos humanos radicada en la ciudad de Bilwi, la capital de la Región Autónoma de la Costa Caribe Norte. La ciudad está situada cerca de la frontera con Honduras y también se la conoce por el nombre de Puerto Cabezas. Más de la mitad de las víctimas de la violencia han muerto este año — de momento, 2015 ha dejado un reguero de 54 cadáveres.

"Se trata de un genocidio a pequeña escala", asegura Dolene Miller, representante de la Comisión Nacional de la Demarcación y Titulación (Concadeti), quien lleva tiempo luchando por trazar un método más severo para reivindicar las propiedades territoriales de los indígenas y de los habitantes de ascendencia africana. "De la misma manera en que los españoles invadieron esta zona hace años e infligieron un atroz genocidio contra los nativos, los mestizos son ahora quienes se quieren deshacer de nosotros para colonizar la tierra".

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Los motivos que se esconden detrás de la súbita escalada de violencia siguen sin estar claros, aunque los activistas lo achacan al aumento de migrantes. Estos habrían puesto rumbo a la costa Atlántica, debido a las severas sequías que padecen los territorios del oeste, que han complicado severamente las condiciones para el cultivo de la tierra y la cría de ganado. En 2014, el gobierno nacional saltó a las portadas de todos los periódicos cuando aconsejó a los nicaragüenses que comieran iguanas en lugar de carne de ternera, debido a la escasez de agua para criar ganado.

En el este, sin embargo, las lluvias posibilitan que las tierras sean frondosas y abundantes, perfectas para la agricultura a gran escala y para la cría de ganado. Los ataques se han concentrado fundamentalmente en la región noroeste, y en las inmediaciones de la ciudad de Bluefields, en el sur.

Mapa vía Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales

"Aquí la tierra es fértil y crece casi todo. Pero allí las condiciones son mucho peores. De ahí que quieran venir y arrebatarnos la tierra", explica Miller. "El problema es que también quieren fiscalizar nuestros beneficios, de manera que toda la riqueza sea desviada hacia los mestizos y hacia el gobierno. Y eso es un atropello".

Además del ascenso en el índice de asesinatos, la gente está siendo desplazada de sus comunidades. Según los medios de comunicación de la zona, bandidos armados han irrumpido en varias aldeas y han obligado a sus residentes a huir, y a buscar la seguridad en ciudades más grandes hasta que sea seguro volver a casa.

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"Estamos ante una crisis humanitaria", exclama Lottie Cunningham, directora del CEJUDHCAN, quien asegura que muchos de los desplazados, casi 1.000, están viviendo actualmente en campamentos improvisados en la ciudad. "Estas personas están viviendo ahora sin acceso a la sanidad y apenas protegidas por refugios precarios. No pueden seguir viviendo así indefinidamente, lo que quieren es volver a sus hogares, pero todavía no saben si es seguro hacerlo".

En la cercana población de Waspam, centenares de desplazados más buscan lugares donde estar seguros. Allí, en Waspam, el pasado 14 de septiembre se registró el ataque más sangriento hasta la fecha: 10 personas fueron asesinadas y otras tantas heridas.

Según Armstrong Wiggins, director del Indian Law Resource Center, un grupo de borrachos y de personajes de baja estofa afiliado al partido sandinista, decidió coordinar un ataque contra la sede del partido indígena de la oposición llamado Yatama — hijos de la Madre Tierra en miskito, una lengua local que hablan muchos indígenas de la zona.

Según cuenta Wiggins, los maleantes irrumpieron en la sede del partido y se pusieron a abrir fuego a discreción, acribillando a nueve personas. Entre las víctimas, se contaba Mario Leman Muller, un eminente líder local. Muller murió en el avión que le transportaba a Managua para ser tratado de sus heridas.

La mascare de Waspam disparó las elucubraciones en la región, donde ahora se sospecha que el gobierno está consintiendo que ocurran las invasiones

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'Nadie quiere una guerra. Nadie ganará. Pero, al mismo tiempo, no podemos seguir siendo desplazados y asesinados'.

Algunos consideran que el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) contempla repoblar la zona de la costa atlántica, un proverbial enclave de tradición anti-sandinista durante la guerra civil de los años 80. Su propósito no sería otro que acceder a los abundantes recursos naturales de la zona — tales como la madera y el oro.

Otra teoría que está siendo propagada entre los vecinos es que el precio de la tierra se cotizará muy al alza si el canal inter-oceánico financiado por China llega a ser construido. La construcción contempla levantar puertos marítimos y aeropuertos alrededor del inmenso canal, de manera que la tierra que se levanta en sus inmediaciones debería de revalorizarse.

"Los colonos tienen muchas armas. Disponen de mucha munición y de Kalashnikovs, y los están obteniendo de alguien", comenta el portavoz de los Miskito, Carlos Rivas Thomas, durante una entrevista en Miami. "Y el atentado contra nuestros líderes infligido por la mafia en Waspam apunta claramente a que el gobierno está detrás de los asesinatos".

"Nadie quiere una guerra. Nadie la ganará", reflexiona Rivas. "Claro que, al mismo tiempo, no podemos seguir siendo desplazados y asesinados".

La escalada de tensión, las masacres cometidas y las denuncias a la pasividad del gobierno ante el baño de sangre han provocado que, finalmente, las autoridades empiecen a admitir la gravedad de la situación.

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El pasado 23 de septiembre, el Tribunal Supremo de Nicaragua, suspendió las licencias legales de cinco abogados, de quienes se sospecha que han estado repartiendo títulos sobre las tierras indígenas a individuos poderosos. Los abogados no han sido acusado de delito alguno, según informan los medios locales.

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Aquella misma semana, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, expresó su simpatía por los indígenas y apoyó su derecho a reclamar una tierra que les pertenece. Ortega anunció entonces los hallazgos de una comisión que ha denunciado que hay una masiva operación en curso para arrebatar las propiedades y las tierras de manos los indígenas.

La comisión informó que se han presentado 339 quejas ante la policía. Estas señalan que los colonos están robando las tierras de los indígenas en el noroeste desde 2010. Sin embargo, las denuncias no han sido suficientes para que se investigue por qué la policía sigue sin intervenir en un tema tan comprometido.

Lenin Simon, presidente de la provincia de Alwatara, donde se encuentra Angloamérica, arroja un informe de 10 páginas sobre su escritorio, en su oficina, en Bluefields. El informe denuncia los presuntos asesinatos que manchan de sangre las manos de los colonos.

"Esto prueba quienes son los asesinos, cómo se llaman y cuales son sus deiitos", cuenta Simon, un tipo robusto y directo que ronda los 50 años. "Le hemos facilitado al gobierno toda la información necesaria para que detengan a los culpables, pero todavía es hora de que muevan un dedo. La gente tiene miedo. Yo tengo miedo. No me extrañaría que alguien fuera a por mí por todo lo que he dicho".

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Uno de los delitos enumerados en el informe es el asesinato de Ronal Davis en septiembre de 2013. Davis era un líder de la aldea de Betania, en la provincia de Alwatara, que fue asesinado durante una visita a Bluefields. La policía arrestó poco después del crimen a 6 colonos que vivían cerca de la aldea de Davis, como presuntos autores del asesinato. Sin embargo, estos fueron liberados poco después. Desde entonces no se han producido más detenciones y el caso ha sido engullido por el frío silencio de la impunidad.

Residentes de Angloamérica. (Imagen por Ray Downs)

La casa de Pablo Moncado en Angloamérica está hoy vacía. En una de las habitaciones los rayos de sol se filtran a través de los orificios de bala que rodean la ventana. Aquí es donde José fue abatido. En otra de las estancias, un bloc de notas yace sobre una esquina. El cuaderno contiene oraciones escritas a mano para la clase escolar del domingo.

Afuera, se advierte una cruz de madera que se levanta de las húmedas entrañas del fango. Aquí, cuentan los aldeanos, es donde murió Pablo Moncado. Apenas unos metros más allá, se abre una tumba poco profunda. Lo único que permite distinguirla como tal es el pequeño montículo de barro que la cubre. Aquí es donde se enterró el cuerpo de uno de los invasores. Los vecinos de Angloamérica aseguran que han enterrado el cadáver en otro lugar.

Días después del asesinato de Moncado, los aldeanos exigieron la presencia del ejército nacional de Nicaragua en sus tierras. Querían que se personaran allí y que persiguieran a los culpables. Una delegación de líderes de Angloamérica zarpó en canoa rumbo Karawala, una aldea sensiblemente mayor, que hace las veces de capital de Alwatara y donde, a diferencia de lo que sucede en Angloamérica, hay cobertura para llamar por teléfono móvil.

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Los vecinos contactaron con el ejército y contaron que sabían donde localizar a los asesinos. Una delegación de soldados se personó en el lugar señalado brevemente, pero recularon poco después de escuchar una ráfaga de detonaciones de advertencia.

"Lo último que querían era tener que intervenir", cuenta Celestino Almendárez, uno de los líderes de la aldea. "Ni siquiera creo que estuviesen asustados. Más bien, les daba igual".

Desde el ataque contra la granja familiar del pasado mes de junio, los tres hermanos restantes de la familia Moncado viven semi-ocultos. Relatan que han recibido amenazas de muerte de los colonos, que algunos de sus parientes en Angloamérica así se lo han hecho saber.

Conforme se acerca al final de su historia, Armando se hunde en la silla. Lleva una gorra de béisbol y gafas de sol.

"Ignoro cuándo podremos volver", cuenta el joven de 21 años. A Armando se le está haciendo muy cuesta arriba encontrar lugares en los que vivir y reunir el dinero suficiente para poder alimentar a sus hermanos. "Pero volveremos. Es la tierra de nuestra familia. Y no tenemos ningún otro lugar adonde ir".

Ray Downs es un corresponsal freelance que fue galardonado con una beca por el Centro Internacional para Periodistas para cubrir el conflict nicaragüense

Sigue a Ray Downs en Twitter: @raydowns

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