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Una visita a los rastros de México: aún vivos, degüellan, hierven y martillan animales

VICE News conversó con una investigadora de la ONG Mercy for Animals, quien pasó varios meses filmando la tortura cotidiana que hay en los mataderos municipales. Una ley que actualmente analiza el Congreso busca poner fin a esos actos crueles.
Imagen por VICE News
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Este artículo contiene imágenes de violencia explícita contra animales.

Es de noche. Llueve. Una plasta de nubes grises amenaza un páramo alejado de la ciudad. En el descampado hay un edificio con fachada de bodega vieja y muros sucios. Adentro, el piso es un espejo viscoso de sangre. Y afuera, a varios metros de distancia, se escuchan unos chillidos que la caída del agua no puede silenciar.

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En la entrada de la construcción está estacionado un camión. Por varios kilómetros, transportó a las nuevas víctimas. Las sacaron de algún rancho para meterlas en jaulas donde apenas pueden moverse. Por minutos u horas —sólo el conductor sabe— aguantaron erguidas, incapaces de acostarse, pisándose entre ellas, luchando por cada centímetro libre.

Del camión desciende una rampa. La tabla conduce a un canal dentro del matadero. Las vacas parecen oler la sangre, porque incluso hacinadas y con las pezuñas heridas pelean por mantenerse en el fondo de la caja de redilas. Pero no lo logran. Varios hombres las golpean con palos y les doblan las colas para obligarlas a avanzar hacia el primer paso de lo que, en los rastros municipales de México, se llama fríamente "el proceso".

Una joven treintañera observa todo. Quiere voltear los ojos, pero no puede. "Esto se tiene que saber", y apuntará su cámara de video en dirección a las primeras cinco vacas formadas en hilera. A cuatro las hacen esperar su turno detrás de una curva para que no vean lo que pasará con la que va al frente del grupo. Entre varios hombres la amarran de las patas y de los cuernos. Cuando resiste, la apalean. Con angustia mira hacia todos lados. Si el matadero fuera uno de los 124 rastros TIF (Tipo Inspección Federal) en el país, es decir, los certificados por la Secretaría de Agricultura, la matarían con una pistola que hace estallar una "bala de aire" en la nuca para que se corte el sistema nervioso central y el animal no sienta dolor. Pero en los rastros municipales no es así. Por lo general, el instrumento es un mazo de unos 20 kilos que obsesivamente se utiliza para matar a un animal de media tonelada. También es útil una daga filosa, ninguna anestesia y una frialdad absoluta.

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Un primer hombre toma ese mazo y lo estrella contra el cráneo de la vaca. Es un golpe seco y trepidatorio. El animal cae inmediatamente, pero su instinto la hace levantarse de nuevo, probablemente con la testa ya quebrada. Cae un segundo mazazo. Aturdida, incapaz de defenderse, trastabilla para erguirse. El tercer mazazo lo propina otro hombre, uno joven, que pide el martillo para aprender a matar. Da un cuarto, quinto, hasta un sexto martillazo. Su torpeza alarga el sufrimiento del animal por varios minutos hasta que alguien dice que ya, que se acabó. Este paso del proceso ha terminado.

La vaca está tendida, rota. Le quitan las cuerdas y un denso hilo de saliva y sangre se le escapa por el hocico. Mueve un poco las patas. Jadea. La vida se le va lentamente. Alguien le encadena una pata a una grúa. Es arrastrada y levantada con un movimiento que le descoyunta la cadera. Aún viva, alguien le clava una daga y empieza a degollara. Muge. Patea. Pelea. Luego de varios minutos, muere, al fin.

La desollarán, la desmembrarán, y finalmente la colocarán por partes en pequeños platos de unicel, que pondrán a la venta en algún mercado aleñado a ese rastro de Nuevo León, un estado fronterizo al norte de México, donde la carne es como una religión y cada habitante consume unos 30 kilos de res cada año, según la Asociación de Engordadores de Ganado Bovino del Noreste.

Mientras al cadáver se le vacían las venas, la segunda vaca ya está luchando para que no la amarren. Afuera sigue lloviendo; y la cámara de video registrará que el proceso se repetirá toda la tarde.

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Aún faltan los cerdos.

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Mientras una vaca muere lentamente desangrándose en el piso, otras son acuchilladas para acelerar el proceso. (Imagen por Mercy for Animals)

La mujer que hizo las grabaciones dentro del rastro lleva una década sin comer carne. Ahora, ni siquiera bebe leche de vaca. Eso no impide que durante varios meses entre a rastros municipales en Puebla, Nayarit, Veracruz, Jalisco, Guanajuato, Hidalgo y Nuevo León con una cámara de video para registrar la tortura cotidiana que hay en esos lugares.

La tarde que nos hemos citado para conversar usa una gorra y lentes oscuros. Pide que su identidad se oculte, ya que su éxito como investigadora depende del anonimato. A su lado, su compañera Blanka Alfaro, la vicepresidenta en México de la ONG internacional Mercy for Animals, la escucha mientras cuenta todo lo que vio cuando filmó con permiso de los rastros el trabajo de los empleados, quienes no sintieron la necesidad de disimular el sadismo de su oficio.

"Es como una película de terror. Desde lejos uno escucha los chillidos de los animales… todo huele a sangre, es un olor horrible", dice I., la investigadora, cuando recuerda lo que vio. "Ahí no importa el sufrimiento. Un ser vivo agonizando es lo más normal del mundo".

El trabajo de I., y de más investigadores, dio pie a la campaña contra los maltratos en mataderos que lanzó Mercy for Animals México el año pasado. El trabajo de video y documental en once rastros municipales en ocho entidades revivió un tema escondido en el fondo de la cocina de los mexicanos: la crueldad con la que son tratados los animales de granjas.

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Hoy, en 17 entidades en México, torturar un animal sólo tiene como sanción una multa económica. En los 15 estados restantes, sí se castiga con prisión, pero sólo si es animal doméstico. Es decir, si alguien amartilla o acuchilla un perro, podría pasar hasta dos años en prisión. Pero si le hace lo mismo a un cerdo o un becerro, el agresor quedará sin castigo, porque los animales de granja —vacas, pollos y terneros, entre otros— no están contemplados en esa ley.

Para ellos, hay una normatividad distinta que los pone en desventaja: como esos animales son aptos para consumo humano, su muerte puede ser tan violenta como sea necesaria, siempre y cuando sean aturdidos antes, para que no sufran tanto. La NOM-033-SAG/ZOO-2014 lo explica así: "A ningún animal se le dará muerte por envenenamiento, drogas, paralizantes musculares, asfixia, inmersión en agua, por golpes o por cualquier otro procedimiento que les cause sufrimiento, dolor, ansiedad o que prolongue su agonía". También prohíbe que ahí trabajen novatos sin capacitación, movilizarlos con golpes y que entre el aturdimiento y el desangrado pasen más de 60 segundos.

Sin embargo, por años, los rastros municipales han ignorado esa disposición. Lo común es que ahí los animales mueran apaleados, ahogados en su propia sangre, fracturados o con dolorosos choques hipovolémicos a causa de las venas vaciadas de sangre. Así, los "procesos" son más baratos y más rápidos.

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Sin embargo, eso podría cambiar a partir de esta semana, cuando en la Cámara de Diputados se discuta una propuesta de ley que sancionaría con cárcel a quienes no aturdan a los animales de granja antes de sacrificarlos.

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Millones de cerdos son sacrificados cada año con filosas dagas. (Imagen por Mercy for Animals)

Los cerdos también caminan hacia su muerte por unas canaletas. Si se resisten, los patean desde la batea o los avientan hacia un corral que huele a hierro, la señal de un denso charco de sangre. Ahí, los trabajadores de los rastros municipales suelen usar tres técnicas para matarlos.

A unos, les ponen una soga al cuello y el otro extremo lo amarran a un palo clavado en medio del ruedo. A otros, los amarran de una pata y con una grúa los cuelgan boca abajo. A unos más, les clavan un filoso gancho en el hocico para terminar colgados en una especie de perchero pegado a la pared. De cualquier modo, el cerdo queda a merced del empleado.

En un rastro TIF, los trabajadores usarían un insensibilizador, es decir, una pistola que se coloca en la cabeza, descarga cientos de voltios y duerme al animal para que sea sacrificado sin dolor. En un rastro municipal, si ese aparato existe se suele colocar en los ojos y se electrocutan las pupilas, lo cual está prohibido por la Norma Oficial Mexicana. Otra práctica es el uso de cables expuestos, directamente en los globos oculares. O en el vientre. O el recto.

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Los cerdos intentan huir, pero resbalan con las vísceras. Patalean en el aire. Se ahorcan queriendo romper la cuerda que los atrapa. Hasta que un empleado les clava un cuchillo que les perfora los órganos. Se desangran, algunos por goteo y otros a presión. El resto son acuchillados tan rápido como pueden los demás empleados. En minutos, puede haber decenas de cerdos agonizantes. Si ese día el trabajo se acumula en el rastro, los trabajadores no tendrán paciencia para esperar a que mueran en el ruedo. Aún vivos, los avientan a una pileta con agua hirviendo para que sea más fácil cortar su piel.

Desde hace una década, esa tortura la pasan un promedio anual de 7 millones de animales de granja —bovinos, ovinos, porcinos, caprinos— en los rastros municipales, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

"El sonido que hacen no te lo puedes imaginar. En un rastro se hace un eco que te eriza todo", sigue la investigadora I. "Recuerdo el sonido… es de esas cosas que nunca se te van a quitar de la mente".

En la memoria, I. aún tiene a los niños que veía jugar en los rastros municipales. Muchos son empresas familiares, así que su cámara captó en distintos mataderos a varios menores. Ahí juegan, hacen la tarea y aprenden a matar incluso antes de terminar la secundaria. "Les enseñan a degollar, aprenden cómo se arranca una tráquea. Esos niños desde ahora ven con normalidad la crueldad", piensa I. sobre esa otra violación a la NOM-033.

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En 2013, el científico Timothy Pachirat escribió uno de los libros fundamentales para entender cómo afecta no sólo a los animales, sino a las personas, esas matanzas rutinarias. La obra se tituló "Every Twelve Seconds" ("Cada 12 segundos") por el ritmo de vacas torturadas y asesinadas cada día en el rastro estadounidense en el que Pachirat trabajó como infiltrado por cinco meses.

En una parte del libro, reproducido por la revista The Atlantic, el autor transcribe un diálogo con un compañero de trabajo: "Cuando le dije a Tyler que el día anterior había disparado a tres animales con un 'pistola noqueadora', me pidió parar. 'Hombre, eso te va a afectar. Los 'noqueadores' deben ver al psicólogo o psiquiatra o lo que sea cada tres meses'. '¿De verdad? ¿por qué?'. 'Porque, hombre, ¡estás matando!, respondió Tyler. 'esa mierda te va a joder de verdad'".

Para Mónica Ramírez Cano, doctora en Criminología y Delincuencia Juvenil por la Universidad de Castilla la Mancha, España, el problema con los rastros no es tanto el aprendizaje de la violencia que adquieren sus empleados y los niños que ahí se encuentran, sino la desensibilización que causa torturar todos los días a un animal indefenso.

"Es altamente probable que estas personas exploren sus límites violentos con los animales que tienen a su cargo, dado que no hay consecuencias que los obliguen a controlarse. En mi opinión, torturar animales —una conducta ya considerada por el FBI como una señal previa a la comisión de actos más violentos— es uno de los primeros síntomas de una mente insensible que puede o no, continuar por la vía criminal".

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En México, VICE News preguntó a la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación cuántos rastros municipales existían y la respuesta fue que no conocían el dato. Tampoco tenían claro cómo se supervisaban. El estimado es que hay cerca de 2.500. A esos, dijeron en la dependencia, hay que sumar los clandestinos que ofrecen el mismo trabajo que los municipales, pero a menos precio y con mayores dosis de crueldad.

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La NOM-33 establece que los animales deben ser sacrificados sólo después de estar aturdidos, una ley que no se cumple en los rastros municipales. (Imagen por Mercy for Animals)

El año pasado, otra ONG a favor de los derechos de los animales, Igualdad Animal, también realizó una investigación en los rastros municipales de México. La investigación documentó lo que pasa dentro de 31 mataderos y halló que a los chivos se les mata con hachas, a las cabras se les decapita vivas, y que muchos empleados pisan a los cerdos para acelerar que se desangren, entre otras torturas.

La investigación fue publicada con una petición que cualquiera podía firmar dirigida al presidente Enrique Peña Nieto y a seis senadores, líderes de bancadas en la Cámara Alta. A ellos se les pedía modificar las leyes para castigar con cárcel a quienes no sigan al pie de la letra las normas oficiales de sacrificio a animales de granja, incluido el cumplimiento del aturdimiento. Sin embargo, hasta el momento, el Senado no se ha comprometido a una fecha definitiva para votar la propuesta, dijo la vocera de Igualdad Animal México, Dulce Ramírez.

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El mismo tema ha sido sujeto de investigaciones en todo el mundo. Organizaciones como PETA o Anima Naturalis han hecho pesquisas similares en mataderos desde Estados Unidos hasta China. Y esta semana, el tema tiene una nueva oportunidad en México: fuentes allegadas a la Cámara de Diputados aseguraron a VICE News que este jueves se podría votar una iniciativa de ley impulsada por Mercy for Animals para hacer que el no aturdimiento se castigue con prisión de seis meses a dos años.

No te pierdas la más reciente investigación de VICE News en Español sobre el trato a los animales en México: — VICE News en español (@VICEnewsES)April 26, 2017

El documento reposa en la Comisión de Ganadería, presidida por el diputado Oswaldo Cházaro, quien declinó dar una entrevista sobre el tema. Cházaro es un líder ganadero que estudió hasta secundaria, y que es el presidente de la Confederación Nacional de Organizaciones Ganaderas, un organismo simpatizante del oficialista Partido Revolucionario Institucional con el peso de 800.000 ganaderos. Él tendrá la responsabilidad de impulsar o cortar la propuesta que busca cambiar la Ley de Sanidad Animal y el Código Penal.

"Aturdido significa que el animal debe estar inconsciente e insensible, previo a que lo maten. Y como pudimos ver en toda la documentación que hicimos, los animales estaban conscientes cuando se les mataba", explicó Blanka Alfaro, la vicepresidenta en la ONG. "Hoy, lo que dice la ley sobre las multas, por la manera en que está redactado, sólo abarca a los animales de compañía y los animales de granja quedan fuera de la ley. Tenemos que cambiar eso para que quede claro que abarca todo tipo de animales".

El día de la votación, la investigadora I. estará en la Cámara de Diputados. Desde las gradas del Congreso, esperará la votación. Ella cree que ese día volverá el recuerdo de los chillidos de los animales, el piso rojo, la bodega vieja convertida en matadero, las nubes grises y el diluvio.

Pero si la votación les favorece, habrá un cambio en ese recuerdo: no será de noche. Será como si amaneciera para los animales de granja en México.

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