Los restos de la Clínica San Rafael

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Los restos de la Clínica San Rafael

Donde alguna vez se buscaba preservar la vida por medio de la salud mental, hoy encontramos vacío, silencio y muerte.

Construida en la segunda mitad de los años 40 por los Religiosos de San Juan de Dios, a un costado de la avenida Insurgentes yacen los restos de la Clínica San Rafael. Destinada a la atención de pacientes con enfermedades mentales, dicha clínica fue foco de grandes controversias, como el particular caso de Mario Cantú. Curioseando en internet, encontré su historia: en pocas palabras, Mario fue encerrado en la clínica debido a un conflicto de intereses con su madre, quien le mandó a unos enfermeros de la institución para que lo anestesiaran y encerraran en contra de su voluntad.

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En 2013 se ordenó la demolición de la clínica, sin dar explicación alguna. Algunos mitos urbanos explican cual fue el motivo de clausura del inmueble, y van desde aburridas demandas, hasta teorías de conspiración, pasando por historias de asesinatos.

Antes de que concluya por completo la vida de este icónico y tenebroso lugar, me adentré en el edificio para documentar lo que queda de este conjunto de muros y pasillos.


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La primera vez que escuché hablar acerca del lugar, fue por unos amigos que asisten a una escuela cercana al edificio. Es un lugar bastante sonado entre los adolescentes de la preparatoria, y se podría decir que mucho en parte por la cercanía que tiene la escuela con la clínica, dándo pie a los alumnos para crear historias y leyendas urbanas respecto al tema, generando curiosidad entre ellos mismos, para saber qué es lo que se encuentra detrás des esas paredes mohosas.

Entré a la clínica acompañado, temblando con cada paso que daba. También recuerdo la curiosidad que nos impulsaba a adentrarnos cada vez más en el edificio, esa típica curiosidad que tiene un joven de diecisiete años que lo lleva a romper con su rutina y probar cosas nuevas, sin importarnos que tan peligrosas o poco planeadas sean.

Las paredes desgastadas, mismas que han llegado casi al fin de sus días, le dan vida a la humedad. Los rayos de sol, que entran por un vitral, bañan la pared de una luz colorida que delimita la oscuridad. Dentro del edificio se respira tensión. La oscuridad del inmueble sumada al atardecer nublado que había ese día, te da la impresión de estar protagonizando una película de terror. Debió haber sido por el mismo motivo que meses después lanzaron una película de terror que tiene lugar en el siquiátrico. La idea de estar en un hospital mental abandonado me persigue en la cabeza.

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Mientras el flash alumbra la habitación, los rincones oscuros se iluminan, haciendo notorio el deterioro del edificio. Al mismo tiempo pone a temblar a los que me acompañan, ya que no se habían percatado que tomaría una foto.

Seguimos caminando por los oscuros pasillos, iluminados únicamente por la luz de nuestros teléfonos, y vamos encontrando varios cuartos, consultorios, salas de espera, baños, etcétera. Lo que eran pruebas sicológicas en su momento, ahora son simples papeles bañados en sangre seca y cristales provenientes de los tubos de ensayo rotos que tapizan el suelo por el que caminas. Donde alguna vez se buscaba preservar la vida por medio de la salud mental, hoy encontramos vacío, silencio y muerte.