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cultura pop

Mi vida con las villanas

Entrañables momentos al lado de mi abuela los pasé mirando telenovelas e infringiendo las reglas de mi madre.

Lo sabemos: la televisión te idiotiza. La mayoría no considera las telenovelas mexicanas como una parte fundamental de la cultura popular. Son el paraíso machista. Claro, me sé todo el discurso político. Pero ahí les va mi historia: Crecí en un hogar donde se prohibía ver telenovelas. Vaya que digo telenovelas, también se prohibía ver la televisión. Por lo mismo, en mi casa sólo había una televisión. Pero por otro lado, recuerdo que mi casa estaba llena de radios: en la cocina, los cuartos, la sala, hasta en el baño. Mi mamá me ponía a escuchar música todo el día pero nada de telenovelas.

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Las novelas (como se les dice sin referirse a un libro que corresponda al homónimo género literario) eran tan penadas que me resultaban irresistibles, y se me hacía muy emocionante investigar más de ellas. Cuando mis padres salían a reuniones con amigos, me dejaban sola en casa a cargo de mi hermana y sabía que ésa era mi oportunidad. Un día que salieron fui a la sala y prendí la televisión, me topé con un programa que me empapó de cultura popular y farándula mexicana: Mala noche, ¡no!, conducido por Verónica Castro.

Gracias a ese programa le puse cara a los artistas (Mecano, Juan Gabriel, José José, Enrique Guzmán, entre muchos otros) que mi madre escuchaba todo el día en la radio. Por fin los conocí. Según yo, en mi descubrimiento de la farándula, había alcanzado un logro. Sin embargo, a esa hora de la noche no había telenovelas. Seguía sin ver una.

Fue durante las vacaciones de verano, cuando visitaba a mi abuela y mis tías, que por fin logré ver telenovelas. Como en la mayoría de los hogares mexicanos, ellas se reunían en la sala para ver la novela del momento. Yo, una chamaca babosa, me aproveché de la ocasión y me uní a ellas. Y fue ahí ­que —como decía mi abuela—me piqué.

La trama estaba muy apegada a la filosofía Disney: la muchacha de barrio conoce a chico millonario, se enamoran, la villana impide que ese amor llegue a satisfactoria culminación (y que no pase del cockblock), pero a pesar de las adversidades triunfa el amor, se casan, ¿son felices? Y pues ya nadie nos cuenta cómo les fue después.

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Por fin había logrado ver telenovelas, pero no fueron las actrices voluptuosas ni los nombres pseudoburgueses de los personajes que me llamó la atención; descubrí que había algo más allá de las tramas obsoletas, había una construcción de identidad. Mi abuela y mis tías, mujeres mexicanas, se reapropiaban de la telenovela para construir de eso un momento sagrado. Después de una larga jornada de tareas del hogar, la hora frente al televisor se convertía en un espacio de reunión para mujeres. Nada muy diferente a cuando tus compas se reúnen para fumar mota y jugar FIFA. Bueno, en la última hay más testosterona que en la primera.

Y es que en ese espacio no había diálogo acerca de que si lo que la telenovela fomentaba era una estructura social o el patriarcado que regula conductas. Era un espacio para tomarse un descanso de la chinga del día y convivir con otras mujeres.  Muchos las pueden considerar las viejas chismosas. Para mí, eran las mujeres chingonas que tenían que limpiar la casa, lavar las nalgas de los hijos y tener la comida en la mesa. No tenían Twitter como para quejarse de temas tan egocéntricos y elitistas. Ni mucho menos iPhones como para subir selfies a Instagram cada 15 minutos.

De esas experiencias me llevo el alumbrador descubrimiento de la vida cotidiana de la mujer mexicana, y por qué no, también las cinco villanas más chingonas de la televisión.

Itatí Cantoral interpretó el papel de Soraya Montenegro de la Vega, en María la del Barrio, y se adjudicó una de las frases más memorables de la televisión mexicana: “¡MALDITA LISIADA!”

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Gabriela Spanic como Paola Bracho en La Usurpadora. Hasta la fecha me sigo cortando el cabello como ella.

Cynthia Klitbo como Tamara de la Colina de Duval, en El privilegio de amar. Y claro, las villanas no podían sobrevivir, siempre morían o en el caso de Tamara mejor se rapó la cabeza tipo Sinéad O’Connor.

María Rubio como Catalina Creel. Ella y su parche no necesitan presentación.

Chantal Andere como Angélica de Santibáñez, en Marimar. La recuerdo especialmente por esa escena traumática cuando visita a Marimar, le lanza una pulsera a un charco de lodo, y le dice que puede ser suya si la recoge con los dientes. ¡Y claro, Marimar lo hace!

Gracias, chicas, por haberme dado tantos buenos momentos en compañía de las mujeres de mi familia, y algunos buenos cortes de cabello.

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@martypreciado