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Un neonazi insultó a una periodista chocoana: bienvenidos a una nueva era de racismo

OPINIÓN | Los discursos de la “limpieza racial” y la “supremacía blanca” nunca se fueron de Estados Unidos, solo no habían podido salir a las calles.
Still vía Univisión

Aceptémoslo de una vez: en Estados Unidos el racismo está vivo y la gente cada vez tiene menos miedo de confesarlo.

Desde la campaña que llevó a Donald Trump a la Presidencia, los supremacistas blancos han empezado a tomarse las calles con mayor confianza que nunca. Ya hace unos meses habíamos visto el funesto regreso de las banderas confederadas y las esvásticas a las manos, chaquetas y gorras de neonazis de todo el país. Ya habíamos visto también el renacer de las túnicas, las antorchas y los capirotes blancos en ciudades como Charlottesville (Virginia), epicentro de sistemáticas concentraciones supremacistas que derivaron en las violentas confrontaciones del sábado pasado y que dejaron un saldo funesto: 19 heridos y una activista antirracista asesinada por el impacto premeditado de un carro.

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Hoy Univisión reportó un caso más de esa ola desatada de racismo público, directo y sin resquemores. Ilia Calderón, una periodista chocoana que desde hace algunos años trabaja en esa cadena, aceptó entrevistar a Chris Barker, líder de los "Leales caballeros blancos", una rama del Ku Klux Klan en Carolina del Norte. Para sorpresa de la cadena, Barker no se negó (aun cuando, dicen los productores, fue advertido de que su entrevistadora era una mujer latina y "de color"). El encuentro fue el pasado 24 de julio, pero solo hasta esta semana Ilia Calderón y Univisión denunciaron la violencia verbal y las amenazas de las que fueron víctimas durante la entrevista, que saldrá al aire este domingo.

—No se imaginaba quién era yo, cómo era yo, y lo primero que me dijo fue que yo era la primera persona negra que pisaba su propiedad —dijo Calderón en el teaser del programa "La boca del lobo"—. Yo sabía que me iban a insultar, yo sabía que me iban a tratar mal. Pero nunca me imaginé el nivel.

Barker le dijo "negra", "mongoloide", amenazó con irse de la entrevista y, según reportó, hasta la amenazó con inmolarla: "Yo no te voy a echar del país, sino que te voy a quemar viva". Calderón, aunque con miedo y sintiendo el odio desmedido de su interlocutor, no se retiró del lugar, terminó con sus preguntas y hasta vio en vivo un ritual de la secta con antorchas y brillantes túnicas rojas, blancas y moradas.

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Aunque alarmantes, el episodio de Ilia Calderón y la concentración supremacista de Charlottesville son apenas la superficie de un cauce más espeso. El discurso de la "limpieza racial" y la "supremacía blanca" está, de nuevo, ocupando sin pudor el espacio público, luchando con fiereza por asediar no solo los cuerpos que no caben en él, sino las memorias de esos cuerpos 'indeseados'. Desde que el Presidente Trump instauró su retórica de odio y discriminación (o la de la evasión), ese racismo vertebral que había habitado en silencio ciertos sectores de la sociedad norteamericana se destapó, se reveló en su verdadera forma. En pocas palabras, salió del clóset.

"Salió del clóset con Trump" y no "empezó con Trump" —como algunos liberales entusiastas se apresuraron a decir cuando Obama llegó a la Presidencia y se acuñó la idea de unos Estados Unidos 'posraciales'— porque, en realidad, nunca se fue. Sus efectos siempre habían sido silenciosos, subrepticios: asesinatos, discriminación, división racial del trabajo. La gente se sentía observada, fiscalizada y condenada por su racismo pero, aun así, lo ejercía: solo hay que ver los innumerables casos de persecución y acoso policial a los negros por ser negros que, entre otras, detonaron la aparición de movimientos como Black Lives Matter.

Aunque no se dijera en público, los efectos violentos sobre los cuerpos negros nunca cesaron. Y sobre ese mito vivió durante años la democracia "abierta", "incluyente" y "liberal" de los Estados Unidos.

Desde que el Presidente Trump instauró su retórica de odio y discriminación (o la de la evasión), ese racismo vertebral que había habitado en silencio ciertos sectores de la sociedad norteamericana se destapó, se reveló en su verdadera forma

Pero ya vemos sus verdaderos colores. Cuando Trump condenó la violencia "de muchos lados" en Charlottesville y no condenó de frente el neonazismo, abrió más la puerta de ese clóset. Ya el racismo gringo se dejó de eufemismos y de tapujos. Ya los supremacistas dicen que odian a los negros y a los migrantes, ya dicen que quieren un 'etnoestado' blanco. Ya expresan lo que añoran de forma cruda, sin miedo a las consecuencias, como en mayo pasado, cuando el Museo Nacional de Historia Afroamericana amaneció con una soga —el símbolo por excelencia de los linchamientos negros en plena era segregacionista— colgada del segundo piso. Una amenaza de muerte. Y luego vinieron otros dos en dos museos distintos.

Esa ocupación del espacio público de los supremacistas blancos, su salida a las calles, sus intervenciones en museos y la aceptación pública de su odio están dándole por fin un rostro transparente a los hilos que siempre han estado ahí y que el liberalismo gringo negaba: el racismo que ha movido durante décadas la estructura social estadounidense. Por fin los neonazis pudieron desempolvar las banderas confederadas, los trajes blancos de capota puntiaguda, las amenazas de quemar periodistas negras vivas. Y por eso, hoy más que nunca, alzar la voz contra ellos es una obligación. Las resistencias (en los medios, en las calles) son no solo urgentes sino indispensables. Como previó Žižek, nuestras luchas políticas deben ser más radicales ahora que Trump abrió la puerta a decir en público lo que a cualquiera le dé la gana. Incluso a un asesino racista frente a las cámaras de Univisión.

Sí: ahora más que nunca hay que combatir las violencias racistas que se quitaron la máscara (o, de hecho, se la pusieron de nuevo). Urge radicalizar formas de lucha y denuncia antirracista que, sin duda, se ha vuelto mucho más peligrosa, porque ya no combate una mera cifra o una intuición vaga. Ahora lo sabemos: el supremacismo blanco y el neonazismo no tienen miedo de hablarse por su nombre, se dejaron de eufemismos como "alt-right" o "nacionalismo blanco". Y nosotros deberíamos hacer lo mismo y condenarlos con firmeza, denunciar sus contradicciones y decirles: no, ese supuesto "genocidio blanco" del que hablan es pura mierda. No los aceptamos, infames racistas, nosotros optamos por la democracia, por la diferencia y por la vida.