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lateros

Pasé una noche con los lateros del centro de Madrid

Nos hablan sobre cubos de basura y alcantarillas.
Todas las imágenes por la autora excepto la señalada

Abbas tiene 31 años. Hace 9 que no ve a su familia, los mismos que han pasado desde que salió de Bangladesh, donde nació y donde trabajaba en la farmacia de su tío mientras estudiaba. Ha vivido en Italia, Grecia, Francia, Dinamarca y Turquía, siempre sin papeles. Siempre escondiéndose de las autoridades y siempre con miedo a la deportación. Cuando llegó a Madrid, en 2014, pasó una semana durmiendo en la calle, en Plaza Castilla, hasta que un hombre se acercó a hablarle y, cuando le contó que era bangladesí, le dijo que podía ayudarle a encontrar a sus paisanos. Lo llevó hasta Lavapiés, donde uno de sus compatriotas le ofreció alojamiento.

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Buscó trabajo en tiendas y bares del barrio, pero nadie le contrataba sin papeles. La única oferta que recibió fue en la tienda de un hombre de su misma nacionalidad, de 10 a 21, todos los días de la semana y por 300 euros. La rechazó. No le daba ni para pagar una habitación. "Tenía miedo cuando salía a la calle. Me habían dicho que, si la policía me pillaba sin papeles, me mandarían de vuelta a mi país. Pero tenía que buscar trabajo para vivir y ayudar a mi familia en Bangladesh", me cuenta. Decidió entonces hacerse latero, como muchos de sus coterráneos en la capital. Durante tres años, vendió cervezas en el centro de Madrid.

lateros centro madrid

Sayed llegó a España hace tres meses y, desde entonces, vende latas en el centro de Madrid

Quedo con él un lunes a las 23 en Sol, donde hasta hace poco pasaba noches enteras con su bolsa verde llena de latas de Mahou. Tiene cara de niño y los dientes muy blancos. Abbas va a llevarme con sus compatriotas a vender cervezas en la calle. Él ya no las vende. Consiguió trabajo gracias a un chaval peruano que conoció una noche en la plaza. Se hicieron amigos y, cuando hubo un puesto en el restaurante en el que trabajaba, insistió a su jefa para que lo contratara. Desde hace dos meses tiene trabajo y ha podido conseguir papeles. Nunca le había contado a sus padres que era latero, así que ahora tampoco puede decirles que ya no lo es.

"A nadie le gusta este trabajo, a nadie le gusta que le persiga la policía y poder acabar en comisaría o que te quiten la mercancía"

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Aunque ha cambiado las latas por comandas y bandejas, Abbas sigue comprometido con el gremio de lateros, que tiene su propio sindicato en Madrid. Se reúnen en un Centro Cultural Okupa todas las semanas para debatir y poner en común sus problemas. Me va hablando de un encuentro que tuvieron este invierno con Manuela Carmena para contarle la situación de los lateros mientras subimos Carretas hacia la Plaza de Jacinto Benavente para llegar a Tirso de Molina. Aunque es lunes y es agosto, son las fiestas de Lavapiés, y allí nos esperan Sayed y Ali, naturales también de Bangladesh, como Abbas y como muchos lateros del centro, "aunque también hay chinos y marroquís, pero muy pocos", me dice.

Sayed llegó a España hace tres meses y apenas se maneja en español. Abbas ejerce de traductor. Empezó a estudiar castellano con una organización para inmigrantes de Lavapiés cuando empezó a vender cervezas. Sabía que tenía que dominar el idioma si un día quería dejar de ser latero. Sayed me cuenta que, en las dos horas que lleva en la calle, ha vendido tres cervezas. "La gente piensa que vendemos mucho, pero somos muchos también, y ganamos muy poco por cada una". Dudo que lleve solamente tres latas vendidas, pero, cuando miro alrededor, veo gente con tercios de cristal de Desperados, botellas de vodka con zumo de naranja, tercios que han sacado del bar de al lado… "Si lo compras en un chino pero te lo bebes en la calle, está bien. Pero si nos lo compras a nosotros, estás comprando a la mafia", me dice indignado Sayed.

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Ganan unos 20 euros limpios al día. "Vendemos a un euro, pero hay veces que hacemos ofertas y otras que la Policía nos quita las latas y perdemos dinero"

Que les acusen de mafia es una de las cosas que más les duelen. "Podríamos estar vendiendo droga, podríamos estar robando y eso sí que sería formar parte de una mafia. Pero solo estamos vendiendo latas de cerveza para poder comer", dice Ali, que tenía una tienda de ropa en Bangladesh que empezó a dar más pérdidas que ganancias. "A nadie le gusta este trabajo, a nadie le gusta que le persiga la policía y poder acabar en comisaría, o que le quite la mercancía la Policía, que es lo que pasa la mayoría de las veces", añade Abbas, que insiste en que me fije en lo poco que venden.

Es cierto. La mayoría de la gente declina las ofertas de Sayed y Ali, que tienen que competir, además, con los otros cinco lateros que hay en la calle Encomienda. De media, me cuentan, ganan unos 20 euros limpios al día. "Porque vendemos a un euro, pero hay veces que hacemos ofertas y otras que la Policía nos quita las latas y perdemos dinero", me dice Ali.

lateros centro madrid

20 euros es la cantidad media que gana un latero cada noche

Antes de darle la razón a Abbas en lo poco que venden, le pregunto por sus compañeros de la Plaza del dos de mayo, uno de los epicentros de venta de cerveza de lata en Madrid. En esa plaza de Malasaña hay incluso personajes célebres, como Susana, que lleva más de 10 años en el oficio y que regala pipas a quien le compra más de tres cervezas. "Empecé a vender en Tribunal, pero me fui a Sol porque allí éramos demasiados", me cuenta Abbas. Cuando le saco el tema de los "pisos lanzadera" para guardar el género a los que apuntan los reportajes que los tachan de mafia, me responde que no sabe de qué le hablo.

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Susana lleva más de 10 años en el oficio y regala pipas a quien le compra más de tres cervezas

"La mayoría de las noches no hace falta reponer, tú lo estás viendo. Se vende muy poco. Llevamos las bolsas de las latas con planchas de hielo para que se conserven frías o si hay mucha suerte volvemos a casa a por más", me dice, y llama a Ali para que me lo demuestre. También desmiente que dejen la mercancía en cubos de basura o alcantarillas, como apunta la leyenda urbana. Cuando le pregunto dónde compraba las latas me responde que en Mercadona. "Pago impuestos cuando compro comida, pago impuestos por mi habitación, al tener un teléfono,… Los inmigrantes somos personas igual que vosotros los españoles, pero no somos como vosotros", añade.

Las multas por vender latas en la calle oscilan entre los 150 y los 1.200 euros. Imagen via Policía Municipal de Madrid

La jornada laboral de un latero puede durar entre toda la noche y unos minutos, dependiendo de la eficacia policial y del ánimo de la gente que ande por la calle. Le pido a Abbas que me cuente cómo se las apañaba para vender en Sol, al lado de la Comisaría de la Calle Montera y me responde sonriendo que "corriendo mucho". Eso explica también que los que despachan allí no lleven carrito como los de la plaza del Dos de mayo, sino bolsas o mochilas. Tras unos 45 minutos observando mucho regateo y poca venta, dejamos atrás a Sayed y a Ali, que se quedan en Lavapiés, y desandamos nuestros pasos hasta Sol, donde nos espera un amigo de Abbas. De camino nos encontramos con Saju, otro latero de Bangladesh. Como Sayed, Said y Abbas se niega a que les fotografíe. "La Policía sabe que me pongo aquí cada noche", se excusa, "pero podemos hablar".

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Compran las latas en Mercadona y desmienten que dejen la mercancía en cubos de basura o alcantarillas, como apunta la leyenda urbana

Saju no lleva bolsa ni se va moviendo entre la multitud. Una caja de cartón con tres latas, de Coca-Cola, Fanta y cerveza, hace las veces de barra desde la que despacha. La de cerveza está abierta. La miro y Saju se da cuenta. "Por cada una de estas que vendo, me bebo dos. No hago negocio", se ríe. Prefiere hablar en inglés porque no domina el castellano aunque lleva 10 años aquí. Tiene 40. No tiene papeles. "Estudié un máster de literatura inglesa en mi país, pero allí las cosas no estaban bien, ni política ni económicamente. Cuando llegué a España nadie me contrataba porque no tenía papeles. Y, sin un contrato de trabajo, no podía regularizar mi situación. Así sigo. Es un círculo".

Saju me dice que desconfía de mi porque ha visto reportajes en los que les acusan de venta ilegal, de ser una mafia, de arruinar a los bares, y que ninguno se interesa por ellos, por la razones que les llevan a vender en la calle. También despacha con la Policía. Me habla de multas que nunca podrá pagar. De detenciones por no tener papeles. "Tengo 3.000 euros acumulados en multas". La venta callejera de productos alimenticios infringe la Ordenanza Municipal de Venta Ambulante, está catalogada como infracción grave y las multas van de los 150 a los 1.200 euros. Nos despedimos de Saju, que me dice que, si alguna otra noche quiero hablar con él, estará en ese mismo sitio para recibirme. "Escribe en tu artículo que al final la vida consiste en no morirse. Por eso vendemos latas", me grita en inglés mientras nos alejamos.

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lateros centro madrid

La jornada laboral de un latero puede durar entre toda una noche y unos minutos

Le pregunto a Abbas cómo era su vida cuando era latero y qué ha cambiado ahora que tiene trabajo. "Dormía por el día y trabajaba toda la noche, como siguen haciendo mis compañeros. Había noches que no vendía nada porque hacía frío o llovía, pero si no salía de casa sí que no iba a vender nada y tenía que intentarlo. Tenía que vivir. Tampoco quedaba con mis amigos ni podía hacer planes porque mis horarios no eran los normales, siempre estaba de turno de noche. Ahora tengo un horario y mi sueldo no depende de la lluvia", me dice.

Estamos de nuevo en Sol. Nos sentamos en la fuente que preside la explanada y noto que se pone nervioso cuando ve los destellos azules que llegan de la comisaría de enfrente. "¿Todavía tienes miedo a la Policía!?", le pregunto. Me responde que sí, que sólo hace dos meses que corría delante de ellos. "Me acostaba y me despertaba pensando en ellos, en que podían cogerme en cualquier momento. He llorado muchas veces". Y entonces llega Nain. Tiene 27 años y vino a Madrid hace uno porque tiene un hermano viviendo aquí. Sol y las calles colindantes son su zona de actuación.

"Me acostaba y me despertaba pensando en la Policía, en que podían cogerme en cualquier momento. He llorado muchas veces"

Nain me está contando que él tampoco descansa ninguna noche cuando se le acerca un anciano y empieza a echarle la bronca por vender. Le responde que no le entiende y el señor frunce el ceño. Me acerco y le digo que yo sí que entiendo lo que dice. Cambia de tema. "Esto es habitual pero también hay muchos españoles que nos ayudan". En el Sindicato de manteros y lateros al que pertenecen hay gente española que les asiste y orienta, sobre todo en lo relativo a las multas y al trámite de papeles.

Nuestra conversación se interrumpe cada vez que un coche de los Municipales cruza la plaza y Nain hace ademán de esconderse, como los otros cuatro lateros de la plaza. También cuando algún borracho les molesta, como un chaval rubio que se acerca demasiado a la barba de Nain con un mechero en la mano. Nain le aparta la mano. El chaval se aleja riéndose.

Aparece un chico muy joven y saluda a Abbas. Le pregunta qué tal y le pide una lata a Nain. Es el amigo peruano que le enchufó en el restaurante en el que ahora trabaja. Cuando se despiden, se abrazan, lo mismo que cuando Nain decide irse a casa porque no está vendiendo nada. Son las 3.45 AM. Mañana será otro día, y Nain, Saju, Sayed y Said volverán a esconderse de los Nacionales.

Abbas me acompaña hasta casa y me cuenta que está muy feliz porque ahora que tiene papeles puede volver a visitar a su familia en Bangladesh, tras 9 años sin verlos. Antes de decirme adiós, me pide que cambie los nombres cuando escriba sobre esta noche. "¿A ti también? Si ya tienes papeles", le digo. Me responde que sí, que la Policía ya se sabe su nombre y tiene muchas multas. Me apunta varios nombres bangladesíes en el móvil para que tenga donde elegir. Cuando subo a casa, tengo una notificación en WhatsApp. Es Abbas. Su mensaje dice "Gracias por querer oír sobre nosotros".