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Fui aislado por Hezbolá en el lugar del atentado en Beirut

No es una buena idea olvidar tu acreditación de prensa cuando cubres un conflicto en Oriente Medio.

El ejército libanés en la embajada iraní después del atentado. Fotos por Sam Tarling.

El martes de esta semana, a las 9:30 de la mañana dos atacantes suicidas se hicieron estallar en la embajada iraní en Beirut. El edificio está en Bir Hassan, un suburbio controlado por Hezbolá en el sur de la capital de Líbano. El ataque a la embajada iraní envió un mensaje claro: Irán es aliado del presidente sirio Bashar al Asad al igual que el grupo fundamentalista chiíta Hezbolá. Por lo menos 25 personas murieron en el ataque, entre un agregado cultural iraní, Ebrahim Ansari. Hubo 145 personas heridas.

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Después de unas horas de bombardeo, las Brigadas de Abdalá Azzam —grupo yihadista libanés vinculado a Al Qaeda— asumió la responsabilidad de los ataques vía Twitter. Sheikh Sirajeddine Zuraiqat, la guía del grupo religioso, describió el doble atentado como “una doble operación de mártires de dos de los héroes suníes de Líbano”. El atentado fue el tercero de este tipo en lo que va del año, los otros dos fueron el 9 de julio y 15 de agosto y murieron un total de 27 personas.

Mientras me acercaba a la escena de la explosión, tanques militares libaneses y ambulancias con las sirenas encendidas pasaban a un lado. Mientras tanto, los combatientes de Hezbolá, muchos con AK-47, y Amal —representantes del partido chiíta— se veían algo ocupados en sus walkie-talkies y revisaban las identificaciones de todos los que pasaban, incluyendo a los niños camino a la escuela.

El lugar fue rodeado de tanques militares, dificultando la visión para alcanzar a calcular el daño al edificio. Muchas personas en el lugar parecían estar en estado de shock, intentado asimilar lo ocurrido. “Yo estaba llegando de trabajar de Ouzai”, dijo Khodr Ali, dueño de una tienda de teléfonos móviles cerca de la embajada. “De inmediato subí al coche y conduje aquí. Mi familia entera vive en esta área. He hablado con mi familia, todos están bien, pero no logro localizar a mi tía”.

Alí continuó explicando, muy preocupado: “ Hay países apoyando estos ataques terroristas y trayéndolos a Líbano”.

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Nabil Houwary, un trabajador del municipio de 27 años de edad, estaba en casa a la hora de los bombardeos. Después de escuchar las explosiones, corrió al lugar. Houwary rápido supo que había un vínculo entre los ataques y la guerra civil de Siria, “Claro, estos ataques son un resultado de lo que está ocurriendo en Siria”.

El gobierno sirio apoyado por Hezbolá está luchando contra el Ejército Libre de Siria en Qalamoun, un pueblo en la frontera este con el Líbano. En la última semana, más de diez mil refugiados sirios han llegado a este pueblo a Líbano, y medios de comunicación libaneses han reportado un incremento en muertes entre los combatientes en Hezbolá luchando en el área.

Antes de mediodía, las cintas del área acordonada fueron rotas por los vehículos militares que abandonaron la escena. Esta vigilancia fue reemplazada por una gran presencia de Hezbolá, evidente por la exorbitante cantidad de hombres con bandas amarillas con el emblema del partido en el brazo. Los civiles en la escena sentían un gran recelo hacia mí, minutos después uno de los hombres con banda en el brazo me gritó: “¿Qué haces aquí?”. El hombre se llamaba Alí y no parecía tener más de 21 años de edad. Expliqué que yo era un periodista reporteando el antentado, él me pidió mi acreditación de prensa. Metí la mano a mi bolsillo y no encontré nada: había dejado mi gafete en casa. Alí me llevó a su superior —un hombre en lentes aviadores y una barba gris— que me llevó a una camioneta sin placas. Un par de miembros del ejército libanés intentó ayudarme, pero fueron ignorados. Era obvio quién estaba a cargo.

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En la camioneta, Alí estaba sentado justo a mi lado; tomó mi gorra y me tapó los ojos. Pasamos un retén operado por el ejercito libanés, pero una vez más Hezbolá pasó el retén desapercibido, mostrando que tienen poder. La camioneta siguió por unas curvas y mi playera fue puesta sobre mi cabeza, yo no podía ver hacia dónde íbamos. Alí me guió a una silla de plástico arrinconada en un cuarto. Él me susurró al oído: “Ma bitkhafy” [No temas].

Claro, uno no siente tranquilo ni aliviado cuando un extraño le susurra al odio.

Después de 45 minutos de estar sentando con mi cara tapada, Alí regresó y explicó que mi acreditación de prensa había sido verificada. Me quitó la playera de la cara y me dejó salir.

“Allah ma’ak”, [Dios te bendiga ] dijo Alí mientras abandoné el lugar. Cerca de la entrada, algunos locales me echaron miradas extrañas. Conseguí señas de cómo salir del lugar y tomé un taxi al centro de Beirut.

“Diez mil libras libanesas”, dijo el taxista, incrementando el precio ridículamente. Le dije que sólo pagaría una tarifa normal. “Después de lo que sucedió hoy,  no habrá trabajo porque bajará el turismo”, se quejó el taxista. “Este no es el fin” dijo. Y aceptó hacerme un descuento.