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Las ganancias del tráfico de drogas en un pequeño pueblo de Nicaragua

Al igual que en México, muchas personas de escasos recursos ven en los capos una figura paternalista.

Una mansión que es propiedad de Ted Hayman, uno de los cabecillas más conocidos en Bluefields, Nicaragua. Tras su captura el año pasado, algunas personas tomaron la calle para protestar.

Algunos nombres en esta historia han sido cambiados por la seguridad de los involucrados.

Bluefields, el puerto más grande de la costa caribeña de Nicaragua, se parece en muchos aspectos a una pequeña ciudad costera estadunidense, (pero pobre); es un centro natural para todo tipo de comercio, legal o ilegal. Si andas por la bahía verás barcos de carga entrar y botes de pasajeros que recorren los pueblos de los alrededores, algunos de los cuales son inalcanzables por rutas terrestres. De día, las calles se llenan con taxis decorados chillones, perros callejeros y gente vendiendo mangos y piñas. De noche, unos pocos bares del centro permanecen abiertos hasta tarde para servir cerveza y tocar reggae, bachata y música country.

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La mayoría de los hombres que no son policías o dueños de comercios trabajan en botes, mientras que las mujeres frecuentemente convierten sus salas en restaurantes o venden carne asada y tortillas afuera de sus casa. No hay muchas opciones para los mayoritariamente negros o población indígena que conforman los 90 mil habitantes, no hay carretera que conecte Bluefuelds con la parte más rica del país, y sin infraestructura hay pocas probabilidades de inversión extranjera.

La única industria que parece traer dinero de fuera a la economía local es el tráfico de drogas.

Cuando Bluefields y la zona circundante de la Región Autónoma del Pacífico Sur (RAPS) era un centro de traficantes de cocaína embarcando cargas al norte de Colombia, la mayoría de las ganancias eran para los cabecillas, y la violencia y homicidios aumentaron, pero algo del dinero logró derramarse a los locales. Y cada partecita ayuda aquí en la región más pobre del segundo país más pobre del hemisferio occidental.

El status quo está cambiando, sin embargo. En los últimos años, Nicaragua ha recibido millones en asistencia de Rusia y EU para sacar a los narcos de ahí. En esto punto, claro, nadie tiene ilusiones sobre "ganar" la guerra contra las drogas. El plan es tratar de que los traficantes cambien de rutas. Como resultado, muchos contrabandistas se han movido dentro del país o empezaron a usar la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN) como una ruta en su lugar. Con los traficantes fuera, muchos residentes de la RAPS han perdido un muy necesitado ingreso, y hasta ahora nada lo ha remplazado.

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Una manera en la que el dinero de las drogas beneficiaba a los residentes de Bluefields era a través de las cabecillas como Ted Hayman, que hasta su arresto en 2012 dio apoyo logístico a los cárteles que traficaban drogas de a RAPS a la frontera con Honduras. Sus empleados llenaban los botes de gasolina y guiaban a los traficantes por terrenos escondidos. También manejaba un tipo de operación de inteligencia pagando a los pescadores para ver dónde estaban localizados la marina de Nicaragua o los guardacostas. Encima de eso, operaba un sustancial negocio doméstico de venta de drogas que era lo suficientemente grande para cubrir negocios como el Hotel Hooters en Managua, la capital de Nicaragua.

En el pico de su carrera Hayman construyó una mansión de un millón de dólares en un Bluefields guiado por la pobreza y otra generosa casa en su aún más pobre pueblo de Tasbapounie, que ignoró las chozas con techos de lámina. Estos eran símbolos grotescos de inequidad, pero también proveían de valiosos trabajos de construcción, de los que no se han visto ya que no todos los residentes tienen el dinero para construir algo.

El dinero también fluía a comunidades pequeñas como Tasbapounie y Pearl Lagoon cuando Hayman daba generosas fiestas. La residente de Bluefields, Aracely Thompson, me dijo que Hayman pagaba a todos los dueños de tiendas una jugosa suma para que los que llegaran pudieran tomar lo que quisieran, incluidas carnes, arroz y chupe. La gente venía de horas de distancia solo para ser parte de las festividades y obtener algunas necesidades. Thompson incluso admitió ir una o dos veces.

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"Las fiestas eran geniales", me dijo. "Si escuchábamos que iban a suceder, íbamos".

Hayman también usó su riqueza para comprar el consejo de la comunidad local y escogió gente que él quería a cargo, que es una táctica típica usada por los grandes traficantes en áreas empobrecidas. El dinero habla, y en lugares extremadamente pobres habla muy, muy fuerte. Su poder significaba que podía hacer cosas como garantizar licencias de pesca, que normalmente tienen un proceso burocrático costoso. Thompson dijo que a veces también debían llenar motores de lancha.

Naturalmente, este tipo de sobornos casuales y esparcidos hicieron a Hayman increíblemente popular. Cuando lo arrestaron en junio de 2012, gente protestó en las calles. Pregunté a un taxista lo que pensaba de Hayman, y el conductor me sonrió y dijo: "¡Es un buen tipo! Lástima que lo agarraron".

Otro cabecilla de Bluefields, Frank Zeledon, quien la gente cree que es más poderoso y que está más ligado a los políticos, no fue tocado durante la serie de arrestos en los que se llevaron a Hayman. De hecho, el último capitán de policía que trató de arrestarlo fue movido rápidamente a otra parte del país. Que la policía haya capturado a un cabecilla pero no al más poderoso ha erosionado la poca confianza que la gente tiene en la policía de la ciudad.

Hombres montan guardia en una estación de gasolina cerca de Bluefields, Nicaragua. Comprar barriles de gasolina y llenar los botes de los contrabandistas es una buena manera de hacer dinero.

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Monkey Point es una aldea a lado del mar de al rededor de 280 personas, localizada a 51 kilómetros al sur de Bluefields. Es casi imposible salir sin un bote, y los traficantes de drogas en camino a Colombia lo han usado como una estación para rellenar combustible, lo que creó una micro industria completa.

Cuando visité ese sitio, la gasolina en Bluefields, el pueblo más cerca con gasolineras, costaba seis dólares el galón, y no puedes comprar más de un barril ni mostrar una identificación con foto, una medida que el gobierno ha adoptado para combatir el tráfico de drogas. Aquellos que ganan dinero vendiendo gasolina a los traficantes en Monkey Point se salen con la suya usando diferentes personas para comprar barriles al mismo tiempo, que luego son llevados por el río a los puntos de reunión lejanos.

De acuerdo con Jack Carter, un residente de Monkey Point, los traficantes pagan entre dos mil y tres mil dólares por bote para este servicio, después de sustraer el costo de los barriles y la gasolina usada para transportarlo, las flotillas de relleno de combustible se quedan con 200 dólares cada una por bote. "La gente no está haciendo mucho dinero de esto", me dijo Carter. "Pero es algo, ¿sabes?"

Me explicó que la gente en Monkey Point vive primordialmente de la pesca y ganadería de pequeña escala, que no da mucho dinero, si acaso da algo. El dinero ganado por rellenar puede ser usado para comprar suministros, gasolina, ropa, arroz, harina y materiales para reparar botes, que es extremadamente importante en un área sin carreteras. Hay muchos puestos de relleno en la costa y los traficantes generalmente cambian entre ellos para evadir a las autoridades (usan Monkey Point con menos frecuencia que antes) pero a pesar de la inconsistencia, la dificultad y la naturaleza ilegal del trabajo, la gente aún se amontona por hacerlo. Están así de necesitados de dinero.

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"A la gente no le gusta hacerlo. No quieren hacerlo", dijo Carter. "Pero no hay caminos, no hay trabajo, todo lo que hace la gente es pescar plantar. Así que tienen que tomar lo que pueden".

Los efectos económicos benéficos del tráfico de drogas para las comunidades a lo largo de la costa eran esporádicos y no confiables —tal vez encuentres unos kilos de coca en la playa, tal vez Hayman te de una propina generosa por tu servicio— pero eran reales. "Veías a gente en la playa haciendo grandes apuestas para el juego de béisbol, dijo Thompson. "Podías ver a gente comprando cosas como estufas. Pero ahora, no. No más de eso".

El problema no es que la guerra contra las drogas haya tomado dinero de Bluefields y los alrededores, sino que nada ha remplazado ese dinero. EU dona cerca de 3.5 millones de dólares al año en ayuda militar y policiaca a Nicaragua, además de regalar nuevos botes para la marina y paracaídas para el ejército. Rusia da dinero para ayudar además de eso, tal vez, han especulado analistas, que para incrementar la venta de armas y debilitar la influencia de EU en Latinoamérica.

Pero nada de ese dinero acaba en las manos de nadie en Bluefields.

A Nicaragua no parece importarle construir más infraestructura para atraer la inversión en la costa del Caribe, residentes con los que hablé conversaban sobre sus planes de persuadir a los oficiales de poner una industria pesquera aquí para crear una economía más confiable, pero el gobierno es notorio por ignorar a la población mayormente negra e indígena; si la pesca ocurre, será la excepción a la regla. Por mientras, un canal controversial como rival del de Panamá ha llamado la atención de la prensa, pero muchos dudan que algún día sea construido, y los líderes indígenas locales dicen que haría más mal que bien.

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Charles Bell, un activista social de Bluefields, cree fuertemente que el gobierno explota e ignora a los negros y a los indígenas. Pero también teme que los traficantes mayores hayan jugado el mismo juego, pero no tienen interés en arreglar los problemas que infestan a las comunidades locales.

"La gente se queda pobre sin importar lo que sea", dijo Bell. "[Los cárteles] no hacen nada por esta gente, solo les dan cosas gratis de vez en cuando".

Como ejemplo, señaló a Little Corn Island, un lugar turístico popular localizado a unas millas de la costa y que se rumora que sea un tipo de cielo de lavado de dinero para los traficantes. "Tienen hermosos hoteles ahí. Todos tienen una bonita casa, también", dijo. "Pero mira la escuela: nada". Al mismo tiempo, admite que algo de dinero es mejor que nada de dinero.

"La gente necesita algo. ¿Qué más van a hacer?", dijo.

La actitud de aceptación de los beneficios económicos del tráfico de drogas era compartido por mucha gente con la que hablé. A nadie realmente le gusta el tráfico de drogas, claro. Genera miseria, adicción y violencia, y estar involucrado con éste podría dejarte en prisión o en el lado de los cárteles. Pero como los gobiernos de Nicaragua y EU han escogido gastar millones en pelear la guerra contra las drogas en lugar de construir caminos y otras mejoras en una región que está en una necesidad extrema de infraestructura, residentes tienen pocas opciones. Los traficantes de drogas no son chicos buenos en Bluefields, pero la triste realidad es que son los únicos viendo por las necesidades inmediatas de la gente.