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Cultură

Chuck Palahniuk sigue haciendo de Portland un lugar extraño

El autor nos habló de los “sucesos liminoides”, la pornografía de su padre y la secuela de "El Club de la lucha"

Muchas ciudades intentan parecer únicas, pero Portland es extraña de verdad. Durante mi visita, de diez días, los cuervos fueron prácticamente las únicas aves que vi en el cielo. En el piso en el que me quedé, mis viejos colegas de la universidad tenían varias máquinas de sueños funcionando en todo momento. Y doblando la esquina había una tienda donde vendían huesos de animales.

Otra cosa que aumenta el nivel de rareza de Portland es que podrías toparte por casualidad con el autor de El club de la lucha, Chuck Palahniuk. El sábado se tomó un descanso de ir a cada supermercado Safeway existente en 50 millas a la redonda para charlar conmigo. Chuck estaba buscando una caja de chocolates en concreto, de 20 centímetros y forma de corazón, para incluir en los envíos promocionales a las librerías independientes, con la esperanza de aumentar las ventas de la nueva novela de su amiga Suzy Vitello, The Moment Before. Entre una y otra visita a Safeways, Chuck quedó conmigo en el barrio de Albina, en Portland. Echó una mirada a la cafetería que sugerí –llena de jóvenes bizqueando antes sus laptops– y decidió que el lugar no serviría. “Conozco un sitio”, dijo.

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Chuck conoce Portland. Ha vivido más de dos décadas en la ciudad y sigue regresando con periodicidad para revisitar viejos recuerdos. Su cuaderno de viajes sobre Portland, Fugitivos y refugiados, publicado en 2003, está un poco anticuado pero repleto de sitios singulares de los que no te hablarán las guías Lonely Planet.

“El norte de Portland era antes la zona por la que no querrías pasar”, comentó Chuck sobre el barrio, recientemente gentrificado, mientras nos dirigíamos al cercano Overlook Restaurant. “Te saltabas todas las señales de stop. No podías detenerte sin que un camello o una prostituta se acercara al coche”.

Apenas pasaba un poco de las 2 de la tarde, pero Chuck aprovechó para zamparse un filete en el poco iluminado comedor. Yo picoteé un poco de pastel, sorbí de un taza de café sin fondo y escuché al autor ponerse poético acerca de Stumptown, hablar de los “sucesos liminoides” y la pornografía de su padre. Empecé preguntándole sobre una misteriosa panda de bromistas con la que iba en Portland y que fue la inspiración para El club de la lucha.

VICE: Háblame de la Sociedad de la Cacofonía.

Chuck Palahniuk: Comenzó en San Francisco en los años 70. Estaba basada en un cuento de Robert Louis Stevenson titulado “El club de los suicidas”. En él, los personajes comprenden que no van a ir vivir para siempre, así que deciden tomar parte en una diversa serie de experiencias peligrosas, emocionantes. El Club del Suicidio empezó haciendo eso y poco a poco se convirtió en la Sociedad de la Cacofonía. Era una organización muy relajada en la que los miembros con un concepto para una aventura, una broma o una treta artística podían promoverla a través de un boletín y cualquiera que quisiese participar en un enorme acto de caos temático podía participar y desempeñar un papel. Apenas había guion, sólo lo necesario para poner en marcha a la gente.

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Empezó en San Francisco, pero se extendió a Portland. Parece como una especie de sindicato.

Tuvo ramas en Seattle, Portland y Los Ángeles. También era una oportunidad de ser anónimo, porque en muchas de las acciones se llevaban disfraces. Muchas se hicieron en colaboración, porque eran grandes espectáculos. Como Santa Rampage, en la que 1.800 tipos iban disfrazados de Santa Claus.

En Nueva York tenemos ahora algo parecido, pero se lo han apropiado los niñatos universitarios.

Exacto. Cacofonía también empezó el Burning Man, que está ahora dominado por una especie de cultura niñata, gente que va sólo por la fiesta. No están creando el evento tanto como se están aprovechando de él. En cierto sentido, es como una metáfora de Portland. Portland era antes una ciudad DIY donde la gente tenía libertad y podía vivir con poco dinero. Estaban fuera de la atención pública, así que podían permitirse fallar muchas veces o poner en práctica alguna idea increíble.

He leído que te mudaste aquí por la lluvia. ¿Es cierto?

Es una excusa para quedarme en casa y trabajar. También fomenta una vida social más intencionada. Cuando la gente sale, lo hace porque ha estado entre cuatro paredes todo el día. Las reuniones son un poco más intensas.

En Fugitivos y refugiados hablas de que los habitantes de Portland llevan tres vidas. ¿Tú tienes tres vidas?

Escribir sin duda sería una de ellas. Después estaría realizar actos yendo de gira, lo que viene a convertirse en promoción.

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Describe esos actos. ¿Se trata de lecturas o algo así?

No… El pasado octubre salí de gira para presentar mi libro Condenada. Representamos fiestas adultas de cuentos para antes de dormir. A estos actos yo llevaba pelotas de playa de 60 centímetros. Cada pelota iba acompañada de una barra fluorescente. A las personas que esperaba para entrar les pedía que cada una hinchara su correspondiente pelota de playa y pusiera dentro la barra luminosa. Cuando todo estaba listo, había en la sala un montón de brillantes orbes con diferentes colores fluorescentes. Durante los actos, mientras leíamos o representábamos algún juego o arrojábamos cosas al público, apagábamos todas las luces, sonaba algún tipo de música idiota y todo el mundo participaba en un juego de esquivar pelotas que brillaban en la oscuridad. Todo lo que podías ver eran esas cosas brillando desde dentro, hermosas. Visualmente era arrebatador.

¿Te inspiraste en aquellos días de Cacofonía?

La falta de pretensiones era parte integral de Cacofonía. Cuando eres joven, tener buen aspecto es de lo más importante. Tu único recurso es tu físico, tu atractivo. Tratas en todo momento de acentuar esas cosas. Cacofonía te permitía alejarte de eso y ser un idiota, un idiota que parecía realmente ridículo y patético.

Gran parte de mi trabajo va de darle a la gente una oportunidad de fracasar. Esa era una de las tareas que mandaban en El club de la lucha. Se le decía a la gente que saliera, provocara una pelea y la perdiera. Perderla de la peor manera. Es todo un ejercicio cuando fracasas, cuando eres expulsado, cuando eres rechazado, y te das cuenta de que eso no te va a matar.

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Es un rito de iniciación.

Exacto.

En tu trabajo te has centrado mucho en los personajes limítrofes, en aquellos que no encajan en las excepciones sociales que estipula la sociedad. ¿De dónde viene eso?

El hombre que me enseñó a escribir, Tom Spanbauer, dice que los escritores escriben porque no fueron invitados a una fiesta. En algún punto de su infancia les dejaron fuera de la lista de invitados, así que se cerraron para volver a entretenerse ellos mismos. Puede que ese aspecto [de mi trabajo] proceda del hecho de que soy escritor y los escritores no están seguros de cuáles son las reglas del juego, así que una y otra vez inventan el suyo propio. En Cacofonía mucha gente era así: casi autistas a nivel social y nunca seguros del todo de cuál era el guion.

Así que escribían el suyo.

Y en cada ocasión escribían uno distinto, para así poder experimentar con diferentes modelos sociales y formas de ser.

¿Hay una dinámica política en tu trabajo?

No de forma abierta. No con relación a la política actual.

Una de las personas a las que más me gusta leer es un hombre llamado Victor Turner, un sociólogo cultural que escribió acerca de lo que él llamaba “eventos liminoides”. Son actos de corta vida en los que acostumbras a pagar por participar y donde no hay una jerarquía social. Todo el mundo entra siendo igual. Podría ser un concierto de rock. Podría ser el Burning Man.

Los llamaba eventos liminoides para diferenciarlos de los eventos liminales. Los eventos liminales son acontecimientos culturalmente institucionalizados, como la Navidad, Halloween o una luna de miel. Halloween, antiguamente, era un evento liminal de inversión cultural en el que, por lo general, la gente desposeída, gente sin ningún poder –habitualmente niños, aunque no siempre– iba de puerta en puerta reclamando un tributo. Si no les pagabas ese tributo, tu propiedad sería destruida. Lo mismo pasaba con los villancicos navideños. En origen, los campesinos iban a las casas de la gente rica para cantarles villancicos. Si los ricos no salían y les pagaban un tributo, los pobres tenían permiso para derribar las cercas y rajarles las ruedas.

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No es muy navideño.

Bueno, pues era todo un movimiento allá hacia los años 20. En Halloween se provocaban tantos destrozos que los fabricantes de caramelos se aliaron con los periódicos para promover la idea de dar caramelos como tributo. El truco-o-trato se convirtió en lo que es hoy, en lugar de un ritual de inversión del poder social. También lo era la Cuaresma. La iglesia católica renunciaba al poder, al menos durante el martes de carnaval, y permitía que la gente hiciera cosas profanas durante un breve período de tiempo de modo que, cuando el poder volviera a ellos, se mantuviera el status quo.

La congregación dejaría sus pulsiones decadentes fuera del sistema.

Exacto. Como hacen los amish durante el Rumspringa.

Encuentro fascinantes estos rituales de inversión cultural. Están diseñados para que la cultura reprimida no lo acabe poniendo todo patas arriba. Un día al año, o varios días al año, les dejan probar un pequeño sorbo del poder. Son eventos liminales porque suelen caer en los umbrales del año.

Los eventos liminoides, como los que hizo Cacofonía, pueden realizarse en cualquier momento, pero lo típico es que sucedan sólo una vez. Es una especie de laboratorio social, permitiendo a la gente comportarse de un modo diferente. Si algo realmente sirve de ayuda, será adoptado como el siguiente acto institucionalizado. El Burning Man funciona ahora por sí solo. Santa Rampage funciona ahora por sí solo. Hay unos anuncios de Bacardi en los que sale una gente disfrazada de salmón corriendo en dirección contraria durante la maratón Bay to Breakers. Eso fue originalmente un evento de Cacofonía.

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¿Qué pensaste cuando empezaron a crearse clubes de lucha en todo el país?

Pensé que eso era exactamente lo que un evento liminoide debería hacer: ofrecer y modelar una forma atractiva de ser y ver si la gente la acepta.

Parece que era algo bastante diluido. Que lo llevaban tíos que lo único que querían era descargar algo de testosterona.

Halloween está diluido. Las canciones navideñas están diluidas. Eso siempre forma parte del proceso. He estado muy intrigado en… ¿Cómo se llamaba lo de Wall St.?

¿Occupy?

Pensé que a estas alturas Occupy habría vuelto en una forma más y más diluida hasta convertirse en una especie de acampada comunitaria de fin de semana.

Actualmente, cada vez que las autoridades ven una tienda de campaña, se ponen como las furias.

Yo creo que, para que un evento liminoide funcione, debe tener un elemento de diversión. No puede ser abiertamente político. Tiene que ser algo hecho por la pura diversión de hacerlo y de estar con otras personas. A Occupy lo desgastó la política. Puede que esta sea una de las razones por las que no ha vuelto.

Sin embargo, propugnaba una política bastante peligrosa. Lo de la quita del 1 por ciento.

Pero eso no es igual a diversión.

Podría serlo.

Pero para que la gente entregue su tiempo libre para hacer algo, ha de tener un componente recreativo que lo haga más divertido que cualquier otra cosa que pudieran estar haciendo. Dar a las personas un modelo que les proporcione alegría, en contraposición a una política rígida, es una forma más efectiva de servir a la gente. Es la alegría lo que hace que regresen.

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Nuestra cultura dominante también proporciona modelos de distracción, como la televisión. Hay que presentar algo más divertido, ¿no?

También la iglesia era algo gozoso. La iglesia era el lugar al que podías acudir y presentar tu peor yo, confesarte en voz alta ante tu comunidad, y se te aceptaría de nuevo a pesar de tu comportamiento. Pero la iglesia ha perdido esa función. Ha perdido la alegría que solía estar asociada con esa libertad. Los grupos de 12 pasos son tan populares porque han sustituido a la iglesia en esa función.

¿Qué diría de Occupy el antihéroe de El club de la lucha, Tyler Durden?

Diría que funcionó exactamente como debía. En esta clase de experimentos sociales, las personas empiezan a identificarse a sí mismas como líderes. La organización en sí misma se desmorona y desaparece a medida que deja atrás a la gente que tiene un concepto mayor de su propio potencial y se marcha para hacer otras cosas.

He visto que hay una secuela de El club de la lucha en preparación.

Una novela gráfica. Tengo contacto con muchos artistas gráficos que viven en Portland. Hemos hecho las suficientes fiestas como para finalmente convencer a algunos de ellos y montar algo.

¿Qué va a pasar?

No quiero hablar de ello, porque podría cambiar mucho.

¿Cómo has evolucionado desde que escribiste el original?

Tengo un entendimiento mucho mayor de lo que hice. Con una novela, en especial si es la primera, trabajas de forma intuitiva, sin comprender totalmente tus propios motivos. Y muchas veces ni siquiera sabes a ciencia cierta de qué va hasta que vas por ahí a presentarla y te das cuenta de que has contado un secreto profundo, oscuro y terrible a millones de personas. Te seduces a ti mismo para que reveles cosas con las que no te puedes enfrentar de forma consciente.

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En la secuela explico la clase de cosas sobre Joseph Campbell y Robert Bly que entraron el El club de la lucha sin darme yo cuenta del todo. También estoy llevando los personajes a otro nivel, con una diferente resolución.

El club de la lucha caló mucho. Vi en Twitter que unos soldados estadounidenses en Afganistán dibujaron con una plantilla imágenes de Tyler Durden en una pared.

Eso es algo liminoide. Creas un personaje o un modelo social en el que la gente desea vivir. Les da otra opción. Es como cuando creas una expresión y oyes a la gente usándola. No te puedo ni decir la de veces que he oído “La primera regla de lo-que-sea es no hablar de lo-que-sea”. Te da una fantástica sensación de poder. Pero también produce cierta tristeza… Este invento retórico que he hecho va a vivir más que yo.

Diste a luz a algo. Ahora está ahí, por el mundo.

El próximo reto es crear algo diferente que sea más efectivo y eclipse lo hecho anteriormente.

¿No crees que lo hayas conseguido ya?

Lo conseguirá el libro del año que viene. Es completamente asqueroso de un modo exagerado. Yo lo describo como “erótica gonzo”.

Cuando era pequeño me pidieron que llevara algo del armario de mis padres, un par de zapatos o algo. Y yo fui con esos libros que se llamaban cosas como Los sementales del rancho chica-con-chica y El campo de coños de la Gestapo. Tenían esos títulos tan sugerentes y unas portadas morbosas. Empecé a leerlos y no tenían ningún sentido. No lograba entender nada de lo que pasaba en ellos, pero eso era una de las cosas que los hacía tan atractivos. Al final se los llevé a mi madre y dije, “¿De qué van estos libros?” Se puso furiosa. Pero, al mismo tiempo, ella leía novelas románticas que tampoco tenían ningún sentido. Sus eufemismos me resultaban totalmente extraños.

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Se me ocurrió, ¿Y si pudieras escribir la clase de pornografía del Marqués de Sade, cosas verdaderamente brutales, pero con los eufemismos de Barbara Cartland, de modo que pudieras presentar cosas increíblemente exageradas pero con un enfoque muy blando? Me pareció un acercamiento muy divertido. La erótica pobremente escrita es divertida hasta hacerte reír a carcajadas. Y ese será el libro del año que viene, Beautiful You.

¿Ha cambiado Portland desde que escribiste Fugitivos y refugiados?

En el barrio de Sellwood, al sureste de Portland, está el Colombia Memorial Mausoleum. Es un enorme complejo de edificios, por encima y por debajo del suelo. Antes era donde podías ir en cualquier momento y nunca había nadie. Estaba vacío, era vasto y confuso; millas y millas de pasillos con tumbas alineadas.

En Fugitivos mencionabas que escribiste allí parte de tu novela Superviviente.

Después de que lo pusiera en el libro de viajes se convirtió en un sitio popular donde ir a tener sexo gótico y cometer suicidio. Como es tan grande, la gente se podía esconder en esas alcobas cubiertas con cortinas. Podías esperar hasta avanzada la noche, cuando no había servicio de seguridad, y todo el lugar pasaba a ser tuyo. La gente podía matarse y ser encontrada a la mañana siguiente, o tener sexo y disparar las alarmas al abandonar el edificio.

Supongo que ese es el lado oscuro de un evento liminoide.

Eliminan de una cultura a las personas disfuncionales, como la gente que va al Burning Man y sufre una sobredosis.

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Los liminoides eliminan a aquellos que van demasiado lejos.

La gente extrema.

En Portland parecen acumularse.

Yo me tengo que preguntar por esta especie de mentalidad a lo Portlandia.

¿Qué piensas de la serie?

He visto un episodio. Me gusta lo que están intentando hacer, pero alargan demasiado las situaciones chistes. Puede que el tema me resulte demasiado cercano para disfrutarlo.

Hace que la ciudad parezca algo kitsch, una curiosidad.

En el mismo sentido que Austin o Lincoln, Nebraska, quiere ser una curiosidad. Muchos pueblos y ciudades apuestan por eso, ya sabes, “Mantened rara Lincoln, Nebraska”. Pero con la actual cosecha de gente, me pregunto si, a medida que sus padres envejecen, no tendrán más remedio que volver a casa para cuidar de ellos. O si volverán a casa una vez tengan hijos y necesiten que la vieja generación los ayude a cuidarlos. Ese es el modelo histórico.

Para más fácil sobrevivir en Portland que en otros núcleos de la contracultura.

Pero también es más fácil ser arrastrado al vórtice del micro abierto, donde en realidad nunca haces nada con tu vida. Es como, “Hice una proyección en esta cafetería. Mis pinturas están colgadas en la oficina de este veterinario”.

Tú rompiste con todo.

Todavía no formo parte del panteón de escritores famosos. Creo que estar en Portland siempre me dará estatus de persona al margen.

¿Quieres venir a ver una máquina de sueños?

Tengo que ir al Safeway.

@JohnReedsTomb