I
II
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III
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"Toda la vida me hablaron del Señor Caído y, vea, lo voy a conocer el mismo día que al papa. Es un día muy pleno", dice, con alegría contenida, Fray Tomás. Los demás se ríen, con algo de ternura, y le dan un abrazo. Se abren las puertas del funicular, sale un grupo de turistas australianas y, después, salimos nosotros. Los frailes caminan lento, se desplazan sin prisa, como arrastrando las plantas de sus pies llagados. Y no solo los pies, sino las rodillas, los músculos del muslo, los dedos. Suben los primeros escalones y se detienen en la primera estación del viacrucis: cuando Jesucristo es condenado a muerte. Se persignan, cierran los ojos y rezan en voz baja. La multitud de turistas es lo único que se interpone entre ellos y el silencio que persiguen. Eso y el sonido del viento.
IV
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Caminamos sin afán, viendo las esculturas que vigilan el camino pedregoso. Nos detenemos en la sexta estación, frente a la imagen de Verónica sosteniendo el paño con el que limpió el sudor de Jesús, en el que quedó grabado el Santo Rostro. Los frailes miran, Fray Luis se limpia su propia frente con la manga de la túnica. "Qué solazo, ¿no? Píntese a usted en este clima y con una cruz encima. Muy arrecho eso". Saca una botella de agua y la ofrece a sus hermanos. Toman todos un sorbo rápido, minúsculo. Se inclinan en señal de agradecimiento. El cansancio se les ve en los ojos, como los del Cristo desplomado a su derecha.—Hermano, toca apurarle, no vaya a ser que se nos haga tarde —le escucho susurrar a Fray Rodrigo.
—Yo sé, pero tengo como hambre y me duele el tobillo —responde Fray Lorenzo—. Me toca suavecito.
—Póngase una gasa o lo que sea, pero tenemos que llegar ya. No le llegamos tarde a Francisco ni por el carajo.
V
—Yo sé, pero tengo como hambre y me duele el tobillo —responde Fray Lorenzo—. Me toca suavecito.
—Póngase una gasa o lo que sea, pero tenemos que llegar ya. No le llegamos tarde a Francisco ni por el carajo.
VI
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.Al llegar a la cima, a las puertas de la Basílica del Señor de Monserrate, Fray Tomás recita ese fragmento del Cántico al hermano sol de San Francisco de Asís. Compra una almojábana y la comparte con la fraternidad. "Esta vaina sí es cara aquí", se queja. Toman fotos de la ciudad y de la fachada del templo. "Desplazarnos desde Buenaventura hasta aquí es nuestra manera de ser cristianos. Desplazarnos y peregrinar es caminar detrás del pastor universal. Ahora que oremos frente a Cristo vamos a tener todas las energías para la llegada de Su Santidad", dice Fray Rodrigo. "Porque no es a cualquiera al que recibimos: es el vicario de Cristo que, además, es Jefe de Estado del Vaticano".
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Les pregunto que por qué se someten a una peregrinación tan intensa, tan estricta. Les pregunto que por qué no se ponen unos zapatos más cómodos que esas sandalias, que si vale la pena el esfuerzo. "Dios ampara al peregrino, lo bendice. Este dolor y este cansancio que tenemos no son nada comparado con el favor espiritual que recibimos", contesta Fray Luis. Y Fray Lorenzo complementa: "Uno debe hacer sacrificios y nosotros decidimos vivir en la pobreza franciscana, para servir. Digamos, entonces, que la llegada del Santo Padre Francisco hace que valga la pena cierto grado de incomodidad; porque él es un servidor de Cristo, humilde como pocos, que se ha entregado a la gente. Eso queremos nosotros, eso nos mueve".
VII
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VIII
XIX
Lea todo nuestro especial sobre la venida del papa Francisco. #ElPapaXVICE