brazo tatuado en la cárcel
Todas las fotos por Mike Conrath
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Esta es la única prisión del mundo con un estudio de tatuajes autorizado

El estudio ayuda a prevenir el contagio de VIH y hepatitis.

En los viejos tiempos, si estabas en la cárcel y querías hacerte un tatuaje, le quitabas el motor a una máquina de afeitar eléctrica o a un reproductor de CD, lo unías a un bolígrafo al que habías insertado una aguja de coser y te lo pasabas reiteradamente por la piel. Un proceso doloroso, a menudo insalubre y, hasta hace poco, la única alternativa que tenían los presos de Schrassig, la única cárcel de Luxemburgo.

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“Los presos usaban todo lo que tenían a mano”, dice Mike Conrath, trabajador de la clínica del centro de 45 años. Además de las máquinas chapuceras, Conrath dice que se les ocurrían “muy malas ideas” a la hora de crear la tinta: “Fundían el tapón de la botella de gel de ducha y, cuando se disipaba el vapor, quedaba el color; o mezclaban ceniza de cigarrillos con saliva y agua”.

En 2010 se realizó un análisis de 124 estudios en 30 países, cuyos resultados vinculaban los tatuajes en prisión con un alto riesgo de contraer VIH, hepatitis y tuberculosis. Hace cuatro años, una antigua compañera de Conrath entrevistó a presidiarios para su tesis y descubrió que 100 reclusos de Schrassig se habían tatuado mientras cumplían su condena.

Das Talent der Knast-Tätowierer sei sehr unterschiedlich, sagt Mike Conrath.

Un tatuaje hecho en el estudio de prisión

Preocupado por el alcance del problema, a Conrath y sus compañeros se les ocurrió la idea de crear el estudio Inmates Tattoo. Solo les costó media hora convencer a los directivos del centro, ya que el coste total del proyecto ⎯unos 50 000 euros⎯ es el mismo que el de tratar a un prisionero con hepatitis C.

Sin idea de por dónde empezar, Conrath buscó artistas de tatuaje locales en internet y encontró a alguien que se mostró entusiasmado con el proyecto. “Vino al centro y nos enseñó todo lo necesario”, dice Conrath, quien añade que también les ayudó a realizar el pedido a Francia de las agujas, máquinas, tintas y plantillas.



En el estudio no dan clases de tatuaje. “Simplemente ofrecemos material esterilizado y un entorno limpio”, señala Conrath. Siempre va haber reclusos que se tatúen, por lo que al menos se pueden minimizar los riesgos favoreciendo que se haga en un lugar más seguro: “Si repartimos condones y jeringuillas, también deberíamos dar agujas para tatuar”.

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En febrero de 2017, los primeros reclusos comenzaron la formación básica, en la que aprendieron qué enfermedades eran transmisibles y cómo mantener un entorno de trabajo estéril. Los presos enferman con más frecuencia que una persona media, por lo que Conrath procura minimizar los riesgos envolviendo el equipo con plástico y limpiando dos veces cada herramienta. “Como se infecte aunque sea una persona, voy a quedar en ridículo”, me cuenta. Según Conrath, Inmates Tattoo es, por el momento, el único estudio de tatuajes oficial de todo el mundo establecido en un centro penitenciario. Se iniciaron proyectos similares en Canadá y Barcelona, pero no llegaron a materializarse.

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Conrath es un experto en tatuajes carcelarios

Conrath asegura que entre el 17 y el 19 por ciento de los reclusos tiene hepatitis, de la cual el tipo C es la más transmitida en las cárceles. Sin embargo, puesto que en Schrassig solo se hacen análisis a los presos en el momento de su ingreso, no saben cuántos de ellos se han contagiado de hepatitis C durante su estancia ni si se ha reducido el índice de infecciones. Conrath dice que lo único que él pretende es evitar las infecciones en la medida de lo posible.

Cuando el estudio abrió sus puertas en abril de 2017, le llovieron las solicitudes. A finales de 2018, habían pasado por el estudio 140 reclusos. Conrath cuenta que suelen pedir los nombres de sus hijos o parejas, aunque hay peticiones mucho más siniestras, como la de cubrir el nombre de la mujer a la que han asesinado y por la que han acabado en la cárcel. Están permitidos todo tipo de tatuajes en cualquier parte del cuerpo. Esto incluye el más infame de los tatuajes carcelarios: la lágrima bajo el ojo. Los únicos dibujos no permitidos son los xenófobos, como las esvásticas.

El estudio cuenta con 19 artistas de tatuaje, todos con habilidades distintas. Algunos son tan buenos como cualquier profesional, otros “no son tan buenos, pero lo suficiente para contentar a los reclusos”, dice Conrath. Por lo general, les pagan con paquetes de tabaco de liar y a veces de pasta. Algunos reclusos acuden al estudio justo antes de cumplir su condena para ahorrarse el dinero, aunque Conrath les aconseja que esperen a hacérselo con un profesional.