¿Cómo fue que el 'vestido pitillo' se convirtió en el look de las uniformadas
Ilustración por Melissa Vásquez.

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Μodă

¿Cómo fue que el 'vestido pitillo' se convirtió en el look de las uniformadas

Un vestido ajustado, de rayas y más o menos hasta la rodilla que nació en París hace 25 años y murió en San Victorino en 2016.

Jamás subestimen el papel que juega la moda femenina en las conversaciones de nosotros los hombres heterosexuales. Tomen, por ejemplo, una conversación que tuve a mitad de año con un par de colegas: tres tipos tomando cerveza, rascándonos los huevos y hablando sobre vestidos de mujer. Específicamente nos interesaba un tipo de vestido —ceñido, ligero y usualmente a rayas horizontales—que, sentíamos, estaba por todo Bogotá y merecía estar en la categoría de "importante hallazgo".

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Sin saberlo, nos estábamos uniendo a una conversación más grande y muy distinta: entre febrero y agosto de este año, twitteros y memeros locales con alguna vena fashionista dedicaron líneas y memes en contra del mismo vestido —que usualmente veíamos combinado con tenis blancos y una chaqueta de jean o de cuero––. Mientras mis colegas y yo celebrábamos el vestido por su corte ajustado y el sugestivo juego de "no ves nada, y a la vez todo" que proponía, en otros círculos la misma prenda era condenada por su naturaleza masiva y las mujeres que la usaban, rotuladas con la palabra "uniformadas".

¿Y qué si todos los involucrados en la conversación estábamos llegando tarde a una tendencia que el primer mundo superó hace ya un par de años? El hecho de que una prenda se venda y se use tanto como para colarse en conversaciones tan distintas, generando en el proceso odios, amores y dejando en el imaginario una cosa llamada el uniforme de las viejas en 2016, es suficiente pretexto para hablar un poco acerca de la manera en la que algunas ––no todas–– de las tendencias se filtran de arriba hacia abajo como entre goteras, y la frívola lucha por mantenerse en la corriente y a la vez original en la era de Forever 21, Pull &Bear, Bershkka y todo eso que llaman fast fashion.

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Antes de que la hija del vecino se lo pusiera con unos superstar y una chaqueta de jean, antes de que el primer container cargado de vestidos rf- 201 llegara a Buenaventura con la tienda de Forever 21 de Titan Plaza como destino final, y antes de que Kim Kardashian posara con uno puesto para una de sus bottom selfies, el vestido simple y ajustado que inspiró la pinta del fincho de muchas en Bogotá (estamos pendientes de datos de otros municipios) fue una pieza de alta costura cuya autoría se debate entre dos diseñadores igualmente importantes.

Se trata de Herve Leger, quien en 1989 lanzó al mundo algo acordemente llamado el Bandage Dress (que traduce algo así como vestido-vendaje y por eso ha sido rara vez traducido) y su maestro tunecino Azzedine Alaia, quien para ese año ya ostentaba el apodo de 'King of Cling' (el rey de lo pegadito). Independientemente de quien lo haya hecho primero, el caso es que los vestidos ceñidos que Leger y Alaia diseñaron se convirtieron en toda una tendencia llamada Body Conscious (traduce algo como consciente de tu cuerpo) que luego fue abreviada como Bodycon, un término más amigable.

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Durante la transición entre los 80 y los 90, las telas elásticas, los diseños pegaditos de Leger, Alaia y sus imitadores, en compañía de las curvas de mujeres voluptousas como Cindy Crawford, Pamela Anderson y Victoria Beckham formaron una trinidad que fue venerada en las alfombras rojas (que, intuyo, eran el Instagram de de la época).

Independientemente de cuál diseñador se lleve el crédito por llevar el bodycon a ser la tendencia dominante en las galas de principios de los 90, lo que está claro es que el bodycon no surgió de la nada—puede trazarse una línea evolutiva que pasa por los wiggle dresses que podemos ver en el vestuario de las secretarias setenteras de Mad Men y viene desde el sheath dress (vestido envoltura) que Marilyn Monroe popularizó en los años cincuenta—, que el bodycon no murió con la celebridad de las voluptousas bellezas de la era baywatch.

La persona encargada de llevar el "vestido pitillo" de las alfombras rojas del teatro Kodak a la era de Instragram y el street style no podía ser otra distinta a Kim Kardashian. Caderona y culona ––como muchas en Colombia–– Kardashian nació para el vestido pitillo: sus 88 .9 millones de seguidores de Instagram lo saben. En noviembre de 2014 Kardashian colaboró con la revista InStyle para hacer una guía de tips para usar vestidos Bodycon. Curiosamente dos de los consejos eran evitar los vestidos con rayas horizontales (consejo del cual las colombianas han hecho caso omiso) y combinarlo con chaquetas cortas (cosa que sí pegó acá). Según Ebay, las ventas de vestidos bodycon habían aumentado en un 200% durante el segundo trimestre del mismo año y artículos con tips para usar "la nueva tendencia del verano" aparecen en docenas de blogs de moda en países donde las estaciones son un fenómeno climatológico y no un nombre para las colecciones.

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La referencia 516 llegó en abril a San Victorino. Fotos por Daniela Echeverry.

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En el proceso de investigar para este artículo me acerqué a varias mujeres que tenían puesto el vestido para preguntarles dónde y hace cuánto lo habían comprado.

Ximena, actriz, 25 años, usa una variación completamente negra que compró hace un año en Forever 21 combinada con Adidas Superstar blancas y una chaqueta de cuero negro; Alisson, 21 años, estudiante de publicidad en la Escuela de Artes y Letras, usa el de rayas blancas y negras que compró hace ocho meses en Bershka y "se ve muy bien una chaqueta de jean y tennis"; Luisa, 20 años, estudiante de historia, usa uno de rayas blancas y rojas que su hermana mayor compró hace más o menos dos años en una tienda de diseño llamada La Percha; Juliette, 21 años, estudiante de fotografía, compró su vestido tubo de rayas blancas y negras más o menos por la misma época en Forever 21.

Fast Fashion: los sospechosos de siempre

"Uf, eso se vende un montón", me dijo la encargada de uno de los cuatro puntos de venta que Pull&Bear tiene en Bogotá y sus alrededores ––hace un año, eran la mitad––. Según la encargada, quien prefirió reservar su identidad por políticas corporativas, el vestido del que estamos hablando es "un básico", lo que significa que la misma prenda se ha mantenido en varias temporadas con ligeras variaciones, como estampado, ancho del cuello y largo de manga. Para ella, el éxito del vestido pitillo radica en su versatilidad (se puede combinar con tennis o zapatos) y su precio que es de 80 mil pesos. La mujer también afirmó que esta clase de vestido ya se encontraba en la tienda cuando ella asumió su cargo en noviembre del año pasado.

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Según Mónica Medina, quien trabaja en el departamento de marketing de Forever 21, el vestido en cuestión hace parte de una colección llamada Marketing Trend que la marca lanzó para la colección de otoño de 2015. La prenda llegó a las tiendas de Forever 21 Colombia en agosto del mismo año y se mantuvo como "una prenda hot" (en términos de ventas) desde ese momento, hasta mediados de 2016, especialmente en las tiendas de Titan Plaza, en Bogotá y Santafe, en Medellín. Sin embargo, a partir de mayo de este año, la marca ha "generado inventarios mínimos" de esta prenda con destino a Colombia y "ya no protagoniza ninguna de las esencias actuales de nuestros nichos de producto interno o concepto de chica".

El vestido pitillo parece haber sido víctima de su propio éxito. "Cuando lo compré no estaba tan de moda", me decía Allison ––una de las mujeres que lo portan–– mientras navegaba por un carrusel de camisetas en un punto de Pull&Bear: "luego lo empecé a ver en todas partes y fue como 'arghh'". Igual como todos, pues todos los de mi edad, venimos a estas tiendas terminamos como …

––¿Cómo uniformados?–– le le pregunté.

(Risas).

––Exacto–– me respondió.

Caminado por los barrios y centros comerciales en los que se concentra el puñado de marcas de fast fashion que operan en Colombia me llevé la impresión de haber visto más vestidos pitillo puestos que colgados. En el punto de la calle 82 de Forever 21 solo quedan un puñado de variantes grises del vestido pitillo que han sido relegadas a un perechero contiguo a las cajas. Parece ser que hace un año las mujeres compraban el vestido pitillo un martes para ponérselo el sábado y hoy se lo ponen el martes para ir a comprar la pinta nueva del sábado.

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Las voluptuosas maniquís de San Victorino aún no se percatan de que alguien las ha vestido con moda de la temporada pasada. Según una dependiente de Sanzo, el vestido pitillo que ayer se vende hoy en esa tienda por 39.999: "llegó hace no más de dos meses". Liseth, dependiente de Vestitodo, asegura que el vestido ceñido de algodón y elastano hecho en Cali que aquí se vende por 36 mil pesos, llegó a la tienda hace dos meses y "casi no se vende". Según Liseth, por esta época del año "la gente viene es a buscar la nueva moda".

Antes de lanzar una de sus cuatro colecciones anuales, el personal de Sfiler, una empresa de confecciones que surte a varios locales de San Victorino, se fijan bien en las líneas de moda que proponen "las grandes marcas como Zara ", afirma su dueña Mónica González. Así fue como en abril de este año fue concebida la referencia 516 de su segunda colección de 2016, un vestido ceñido y de rayas rojas y blancas bastante parecido que la hermana mayor de Luisa compró "hace como dos años" en una tienda de diseño del norte de la ciudad.

Sin embargo, las ventas de la referencia 516 no fueron las que González esperaba. "Este vestido es de 48 mil, pero los quedan los estamos botando a 25 ", me dijo el encargado de uno de los locales que vende las prendas de Sfiler en el barrio más comercial del centro de Bogotá.

González no es la única que se ha visto decepcionada por el vestido pitillo en 2016. Hace dos meses Kanye West llevó a varias docenas de reporteros hasta un parque a las afueras de Nueva York para la presentación de su nueva colección en le marco de la semana de la moda. West ––quien en 2012 visitó la casa de su pareja, Kim Kardashian, y, con la ayuda de una estIlista, depuró el closet de Kardashian— presentó una colección que incluía varios bodycon dresses. En respuesta, Vanessa Friedman, crítica de moda del New York Times, escribió "no es que (las prendas) fueran terribles. No eran lo suficientemente arriesgadas y originales para ser terribles. Solo eran aburridas".

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Pero la historia del vestido pitillo cuenta más que el arco de cómo una tendencia surge, se masifica y, según indica mi investigación, muere.

Independientemente de si compramos o no el vestido, es imposible no sentirse identificado con la contradicción que sienten las uniformadas, quienes, por un lado, pueden adquirir las últimas tendencias a un precio asequible en su ciudad ––a diferencia de las generaciones anteriores–– y, por el otro, están condenadas a darse cuenta de que todo el mundo puede comprar lo último.

Esa sensación de novedad que se escapa como arena entre los dedos cuando vemos a alguien con la misma chaqueta Zara (¿pero cómo? Si solo había 50 en el perchero y otras 500 en la bodega). Y sobre todo, la presión de pertenecer a la corriente y a la vez mantenerse único y diferente, que pesa, en distinta medida, sobre todos nosotros.

Enredada entre las fibras de cada vestido pitillo está también la historia de sus clientes, las uniformadas, y de quienes les pusieron este rótulo despectivo, y la mía y las de mis colegas buscando la pinta sexy del año.

De cierta forma, todos esos somos también las uniformadas.