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Cultură

¡Pacifista!: La paz esté con vosotros

Es probable que a las nuevas generaciones no les diga nada el nombre de Óscar Romero, el religioso salvadoreño asesinado hace 35 años. PACIFISTA viajó hasta El Salvador y presenta hoy el perfil del nuevo santo de los pobres y de las víctimas del...

Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez observa el golfo de Fonseca, en La Unión, al oriente de El Salvador a finales de los años 50's. Hace cinco años, el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) recuperó la colección de fotografías personales de Romero.Fotos: José Rodrigo Baires.

"Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla"
Monseñor Romero, homilía del 23 de marzo de 1980. Un día antes de su muerte.

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Los escépticos, los ateos y los romeristas de cepa se rascan las cabezas tratando de entender cómo hoy, después de 35 años, esto es una fiesta que parece un concierto. Recuerdan que una multitud igual de inmensa se reunió en 1980 a despedirlo durante su funeral en la Plaza frente a la Catedral de San Salvador y varias explosiones despertaron el pánico que dejaron un saldo de 40 muertos y más de 200 heridos.

Instrumentos de iglesia y un animador entusiasta resuenan en esta Plaza del Divino Salvador del Mundo repleta de feligreses. Han pasado un par de horas desde que amaneció en San Salvador. El volcán se arropa en una espesa neblina, resabio de una noche de lluvia. "Romero valiente, tu pueblo está presente", grita el maestro de esta ceremonia que desembocará en la beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

En febrero de este año la iglesia católica liderada por el Papa Francisco decidió reconocer el trabajo que hizo Romero por la búsqueda de la justicia y por las víctimas de la oligarquía y el conflicto armado salvadoreño. Han reconocido que su asesinato fue por odio a la fe y los que antes renegaron de su legado y lo condenaron a muerte, hoy rezan en su nombre y escriben piadosas editoriales en los principales medios de El Salvador.

"Qué vivan las comunidades eclesiales de base", gritan y luego suena una samba mainstream que acompaña el llamado de los vendedores de camisetas y gorras que dicen: "Romero, el santo de América", mientras algunos terminan de despertar en sus sleeping bags sobre el suelo aún encharcado. Vienen llegando desde hace un par de días para coger buen puesto y ser testigos de este, el momento histórico en el que mundo pone los ojos – por unos segundos – sobre El Salvador.

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Cuando Óscar llegó al lugar de la cita, el cadáver de su amigo, el cura jesuita Rutilio Grande, aún sangraba llenó de agujeros. Habían pasado unas horas desde que lo mataran a balazos a él y a sus dos acompañantes, un hombre mayor y un chico de 16 años. Dice una creencia muy arraigada a los jesuitas que aquel 12 de marzo de 1977 Óscar Arnulfo Romero, mejor conocido como Monseñor Romero, se convirtió. Pasó de ser el cura que solo reza a ser el cura que denuncia.

Romero medía 1.75 de estatura, piel blanca, ojos negros, 80 kilos, mirada cándida y cadencia tranquila. Desde muy niño supo que quería ser cura. Se lo declaró un obispo que visitó su pueblo natal, Ciudad Barrios, cuando aún no cumplía la edad de la conciencia. Óscar dijo que deseaba ser padre y el Obispo le tocó la frente y le dijo: "Obispo vas a ser". Desde los 8 años fue seminarista.

Su fe era clara. Dedicó toda su vida al sacerdocio, siempre muy conservador, muy piadoso, muy callado. Esas cualidades le llevaron a ser arzobispado de San Salvador en febrero de 1977. El Salvador era un país convulso, cargado de la violencia e injusticia antesala de una Guerra Civil de 12 años que dejó 75 mil muertos, según cifras oficiales. El inicio de esa guerra fue, precisamente, el asesinato de Romero.

Su cuerpo descansa en la Catedral Metropolitana de San Salvador, ubicada en el centro de la ciudad que hoy es gobernado por las pandillas. Ellos son los protagonistas del conflicto contemporáneo, que en estos días deja un saldo promedio superior a 20 muertos diarios en el país que apenas supera los 6 millones de habitantes (menor a la población de Bogotá). Su cripta es una escultura metálica color marrón en la que Romero está acostado con su atuendo sacerdotico, rodeado por cuatro pilares evangélicos. En el centro del pecho tiene una pequeña pelota roja que simboliza la bala calibre 25 explosiva y expansiva que le atravesó el pecho aquel 24 de marzo de 1980 y le reventó el pecho.

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Es la tarde caliente de un martes de mayo y un grupo de feligreses visitan la cripta. Es una escena recurrente, según cuentan los vigilantes. Un tur de romeristas provenientes de Perú, Bolivia y Ecuador recorre el espacio con emoción. Se toman "selfies", le rezan despacio, sollozan. Dentro del grupo hay una mujer blanca de unos 40 años, pelo ondulado, pantalones de licra y zapatos de escarcha fucsia. Llora emocionada mientras camina por todos lados y hace pausas para estirarse como haciendo yoga. Dice que Romero ha obrado en ella con un milagro: desde que entró a la sala ya no le duele la pierna.

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Marisa tiene estatura media, cabello gris, ojos marrón claro y la ansiedad propia de quien no descansa, de quien tiene todo por hacer. Ha llegado de afán a la cita, son las 4pm del domingo previo a la ceremonia. El lugar: la zona de comidas del Centro Comercial Galerías. Mira a todos lados aturdida por la bulla natural del sitio. Una vez en la mesa se pide un sanduche y un jugo de papaya. Se entiende que solo dará a esta reunión el tiempo que dure en llegar el pedido y comer.

Ella es una de las fundadoras de la Fundación Romero, que desde 1995 trabaja para reivindicar la memoria de Monseñor. "La obra de Romero es masiva y bien conocida dentro de los sectores populares de El Salvador, ellos son los que lo han estudiado desde el día de su muerte", dice Marisa.

Para dar más contexto, habla del Concilio Vaticano II, de la Teología de la Liberación y del Documento de Medellín que salió de la Conferencia Latinoamericana de Obispos de 1968, y que dice que la iglesia debe dar opción preferencial y solidaria por los pobres para ayudar a liberarlos de sus carencias.

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En un país del que se dice que, en esos años, 14 familias eran dueñas de todas las tierras cultivables, hablar de Teología de la Liberación era hablar de comunismo. Ser un campesino con una Bíblia debajo del brazo era una amenaza para la estabilidad económica de los que llevaban el control. Monseñor Romero se convirtió sin pretenderlo en el representante de la Teología de la Liberación en territorio salvadoreño. "Todos sabían que lo iban a matar", dice.

Cuenta que "el peligro de beatificar a Romero radicaba en la idea generalizada y fortalecida por la ultra derecha del país de que Romero era comunista. Para poder avanzar en el proceso se realizó un trabajo riguroso de lectura de todos sus escritos, sus cuatro cartas pastorales y de la escucha de sus homilías. Palabra por palabra. No encontraron nada". Uno de los grandes frenos de la beatificación de Romero por varias décadas, fue cardenal colombiano, Alfonso López Trujillo, fallecido en 2008. Y una vez entra en el gobierno el partido de izquierda, FMLN en 2009, ya no hubo obstáculo para empujar el proceso.

Marisa tiene un apellido interesante, un apellido que resuena en la política latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Ella es D'Aubuisson, como Roberto, su hermano mayor y autor intelectual del magnicidio de Romero, según se recoge en las conclusiones de la Comisión de la Verdad, creada por Naciones Unidas tras el fin del conflicto armado. La reacción de Marisa cuando se le habla de Roberto es bastante tranquila, ya está acostumbrada. Se refiere a él como si fuera ajeno, como si una cosa fuera el personaje público y otra el familiar. De cualquier manera, cuando se menciona el nombre, ella da el último bocado a su sanduche. La entrevista ha terminado.

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Las campanas resuenan victoriosas dando inicio a la ceremonia religiosa, llega la procesión de sacerdotes de todo el país caminando hacía el escenario. Los fieles, brillantes de sudor y aplastados contra las barandas, los saludan como si fueran rockstars. Gritan sus nombres, aplauden, saludan a los helicópteros que pasan por encima de sus cabezas. Un hombre mayor, delgado, con ojos claros y un sobrero como el de un vaquero, se agacha ante el paso de la nave que lleva un periodista con una cámara apuntando a las masas. Luego se levanta, sonríe y dice: "Mejor prevenir. ¿Qué tal que nos lancen metralla?"

Jesús Delgado lee una carta del Papa mientras una monja emocionada frente a una pantalla aplaude con los ojos encharcados: Monseñor Romero ya es beato.

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Antes del asesinato de Monseñor Romero, Roberto D'Aubuisson era un chico guapo y carismático de una familia clase media alta que se hizo agente de la inteligencia nacional entrenado en Estados Unidos, Taiwán y Suramérica. Una vez en la Guardia Nacional se vuelve el encargado del programa de torturas, según testimonio de guerrilleros desmovilizados.

En 1979, D'Aubuisson sale del Ejército y arma su grupo de seguridad independiente formado por soldados que luego se conocen como Escuadrones de la Muerte. Según un texto publicado por el periódico digital El Faro en 2010, "Así matamos a Monseñor Romero", D'Aubuisson recibía ordenes directas de algunos coroneles y empresarios que estaban en Miami, llamados los "Miami 6". Sus nombres aparecieron en correspondencia desclasificada de la Embajada de Estados Unidos. Entre ellos, el dueño del periódico de ultra derecha, El Diario de Hoy, Enrique Altamirano.

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En aquellos días, Romero fortaleció lo que se convertiría en el gran proyecto de su vida: El Socorro Jurídico del Arzobispado. Un proyecto que comienzan los Jesuitas y que él asume una vez llega al arzobispado. La entidad documentaba muertos y desaparecidos campesinos. Junto a un equipo de abogados, Romero construye un instrumento que le ayuda crear cifras y a recuperar secuestrados. Lo hacía a través de las denuncias que hacía en sus homilías, transmitidas por la radio de la iglesia: YSAX. A la hora de la misa el país entero se paralizaba. Entre 1977 y 1980 la misa de Monseñor Romero se escuchaban al unísono en las calles de El Salvador, tanto por sus seguidores, como por sus enemigos.

Así como Romero denunciaba desapariciones en sus misas, D'Aubuisson aparecía con frecuencia en programas de televisión donde denunciaba a "comunistas". Daba nombres, señalaba atropellos de la izquierda y al poco tiempo, algunos de los denunciados amanecían muertos.

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Una mujer rolliza entrada en los 50, que lleva un sombrero de paja pide silencio y constricción. Son las 10 de la mañana y quiere escuchar la misa que está por comenzar. Desde este sitio, justo frente a la tarima, se pueden ver los grandes invitados del evento, entre ellos el presidente ecuatoriano, Rafael Correa; el presidente panameño, Juan Carlos Varela; y Roberto D'Aubuisson hijo, que se ha negado a darle una entrevista a PACIFISTA porque la agenda no le dio. D'Aubuisson junior milita en el partido creado por su padre en 1981, ARENA, representantes de la ultraderecha del país que aún está en ejercicio político.

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Héctor Dada Hirezi es un hombre de 77 años con ojos azules desalineados y sonrientes. Tiene una carrera enmarcada dentro de principios católicos. Fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Cristiano. Desde sus primeros años de militancia política conoció a Romero, por lo que da fe de sus cualidades: "No siempre estaba de acuerdo con Monseñor. Una de sus grandes virtudes era que uno podía no estar de acuerdo con él y lo que pedía era saber las razones por las que no estaban de acuerdo", dice con admiración.

Héctor vivió en Medellín por seis meses durante el año 63. Ahí se hizo amigo de Camilo Torres cuando aún era un sacerdote. "En Colombia había gente muy progresista, uno de esos era Camilo. Él decía que no podía seguir siendo sacerdote mientras en Colombia hubiera tanta desigualdad. Entonces tomó las armas y se metió a pelear desde la guerrilla, pero nunca pudo dejar de ser sacerdote, no pudo darle el tiro de gracia al militar que luego lo mató de un tiro" recuerda.

Camilo Torres también era parte de la Teología de la Liberación, igual que Gerardo Valencia Cano, obispo de Buenaventura asesinado en 1972, Tiberio Fernando, cura del Valle del Cauca asesinado hace 25 años en manos del paramilitarismo y muchos otros más. Colombia es uno de los países con más religiosos asesinados y desaparecidos de Latinoamérica. Para Héctor, el mensaje de la beatificación es poderoso no solo para El Salvador, sino para toda la curía latinoamericana que ha dado su vida por la defensa de los derechos humanos en la historia pasada y reciente de la región.

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Dada se volvió peligroso para el gobierno de El Salvador cuando se va en contra de la política que imponían los norteamericanos en las leyes agrarias de su país. Un compañero de lucha, Mario Zamora, es asesinado exactamente un mes antes de la muerte de Monseñor Romero. Roberto D'Aubuisson los había denunciado cuatro días antes en su programa de televisión.

Héctor se exilió en México. Se fue con su esposa, dejando a sus cuatro hijos en San Salvador con familiares, mientras se alistaban en la nueva ciudad. Pasado casi un mes, Gloria, su mujer, se desesperó y quiso regresar a El Salvador por los niños, pero Monseñor Romero llamó a Héctor y le dijo que escondiera el pasaporte de ella, que si ellos iban a El Salvador los iban a matar. Eso fue el 23 de marzo, al día siguiente pasadas las 6 de la tarde, un francotirador de los Escuadrones de la Muerte al que le pagan mil colones por el trabajo, dispara un solo tiro contra el pecho de Monseñor Romero. Lo asesinan oficiando una misa en la capilla del Hospital Divina Providencia.

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La misa de beatificación termina pasado el mediodía y San Salvador ya es un infierno irrespirable. El calor hace imposible caminar más de tres pasos sin perder el aliento. Sin embargo, los cientos de miles de congregados han mirado las pantallas instaladas en todas las calles hasta el último segundo.

Con el fin de la actividad todos se van dispersando y volviendo a su normalidad, no menos rara, ni menos densa que la de los días de Romero. Pero esta es otra. Vincenzo Paglia, el arzobispo italiano, ha clausurado la actividad diciendo que Romero debe estar festejando desde el cielo por este día histórico. Lo cierto es que mayo de 2015 está por cerrar con más de 500 asesinatos en El Salvador, una cifra nunca antes alcanzada en el presente siglo. La mayoría de las víctimas son consecuencia directa del mal manejo del fenómeno de las maras, formadas por chicos jóvenes que no tienen otro motivo para vivir más que la violencia. Hoy, sin embargo, no hay un Monseñor Romero que hable sobre eso.

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Este artículo hace parte de ¡Pacifista! Una plataforma para la generación de paz: un proyecto de VICE enfocado en contenidos sobre la terminación del conflicto armado y la construcción de paz en Colombia.