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Cultură

El caso de un ermitaño contemporáneo

¿La soledad destruye la psique humana o permite ver el mundo con claridad?

La cabaña de Virgil Snyder en Arizona. Todas las fotografías fueron tomadas por el autor.

Hace años, vivía en una casa en Nueva York con varios compañeros de cuarto que parecían haberse mudado a la ciudad con el mismo objetivo en mente: destrozarse lo más que pudieran cada noche. Se metían cualquier droga que llegaba a sus manos, cambiaban de mujeres como un bebé de pañales y convirtieron nuestra casa de piedra rojiza en un lugar de tanta miseria que era difícil identificar dónde terminaba la banqueta y comenzaba la casa. A pesar de que todos me caían muy bien, vivir en ese lugar era una pesadilla. La fiesta 24/7 no era lo que me molestaba, sino la incapacidad para escapar de ella.

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Desde entonces, he aprendido a apreciar la soledad. En un algún momento incluso me puse a escribir un libro sobre eso, razón por la que surgió mi interés por estudiar a los ermitaños —personas que se comprometen con la soledad, lejos de los demás, para vivir su vida en paz. Mientras más tiempo pasaba en ese tugurio que llamaba casa, más atractiva me parecía la posibilidad de salirme e irme a buscar un hogar en la naturaleza.

Y así sucedió que un invierno, llegué al aeropuerto de Nueva York con un boleto de avión para viajar a Arizona. Había elegido Arizona porque iba a ser como un alivio, relativamente caluroso, del invierno de Nueva York, y porque el estado tenía en su pasado ermitaños, los cuales se habían asentado en pueblos fantasmas que el boom de la extracción de cobre en Arizona dejó atrás.

Un historiador de Phoenix me contó algunas historias de estos ermitaños y me sugirió que buscara en las colinas y cañones de alrededor. Él me llevó a un pueblo llamado Cleator, que no era más que unas cuantas cabañas con techo de hojalata a una hora al oeste de la autopista I-17. Ya estaba oscuro cuando llegué allí y de no haber sido por la luz brillante del televisor que salía por las ventanas del bar de la ciudad, me hubiera perdido.

El cantinero, un hombre corpulento con una cara pálida, estaba viendo la serie Lost. Puso una cerveza frente a mí y señaló la etiqueta donde decía que todos los ingredientes eran naturales. "No lo olvides: el arsénico es natural", me dijo.

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Bebí mi cerveza y pedí otra. En algún momento me armé de valor y le conté por qué estaba ahí. Durante todo el viaje le había estado preguntado a varias personas si sabían de algún ermitaño que viviera por ahí y siempre me miraban como si fuera un completo idiota. "¿Qué intenta hacer?", deben haberse preguntado. ¿Que no el punto de ser ermitaño es que nadie los moleste? Pero después de una pausa, el barman empezó a contarme de un anciano que vivía solo en una choza destartalada a unas pocas millas fuera de la ciudad. La cabaña estaba en la tierra de una antigua mina de plata y el hombre, cuyo nombre era Virgil Snyder, había estado cuidando la mina durante los últimos 20 años.

El barman me mostró la foto del hombre. Si alguien me hubiera pedido que hiciera un dibujo de un ermitaño, seguramente habría llegado a algo muy parecido al hombre de la foto. Era pequeño —"No creo que llegase a pesar más de 50 kilogramos"— me dijo el cantinero, con larga barba blanca, sosteniendo la piel de una serpiente en la mano.

"Llévale cerveza si piensas visitarlo", me dijo el cantinero cuando iba de salida. "Y si no le caes bien, te vas a dar cuenta muy fácilmente".

Virgil Snyder, afuera de su cabaña.

Desde que ha existido la civilización, han existido personas que quieren alejarse de ella. En el cristianismo, la tradición del ermitaño inició con los Padres del desierto, un movimiento de ascéticos que se fueron a vivir al desierto de Egipto porque estaban en contra de la riqueza y los excesos de la iglesia primitiva.

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Muchos artistas y pensadores a lo largo de los años han sido partidarios de la idea de huir de una sociedad corrupta para vivir una vida más simple y mejor en la naturaleza. En 1845, el famoso Henry Thoreau decidió irse a vivir solo a una cabaña en Massachusetts con el fin de "revertir el mandato bíblico y laboral; trabajar sólo un día y los otros seis que sean el 'tiempo libre'". Durante su estancia, que Thoreau inmortalizó en el libro Walden (cuya veracidad se cuestiona), fue arrestado y encarcelado durante una noche por negarse a pagar sus impuestos. En ese entonces, escribió en su diario: "Al único bandolero que he conocido es al propio Estado… Me encanta la humanidad. Odio a la institución de sus antepasados".

Esta idea del ermitaño como un rebelde noble —no muy por encima de la ley, pero que responde a una ley mayor— tiene un atractivo seductor. Pero también puede tener consecuencias desastrosas. En 1990, Chris McCandless, un joven idealista, cortó todo contacto con sus padres y donó su fondo para la universidad de 25 mil dólares a la caridad antes de embarcarse en un viaje de auto-descubrimiento. McCandless, fan de Thoreau, se fue al extremo en búsqueda de soledad; se sumergió en las tierras salvajes de Alaska con un poco de arroz y un rifle para cazar. Poco tiempo después encontraron su cuerpo en el interior de un autobús abandonado, al parecer había muerto de hambre o envenenado por accidente.

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Además de los peligros físicos, también está la cuestión de si la soledad es psicológicamente saludable. La mayoría de los estudios sugieren que no lo es. El profesor Craig Haney, un psicólogo de la Universidad de California, quien evaluó a más de un centenar de detenidos en prisiones de máxima seguridad en Estados Unidos, escribió que "muchos de los presos en régimen de aislamiento tienen riesgo de sufrir daño emocional e incluso físico con el tiempo". Otra investigación, también basada en presos en régimen de aislamiento (los estudios de aislamiento fuera de la cárcel son poco frecuentes, sobre todo por motivos de ética de la investigación), sugiere que la soledad extrema puede hacer que la gente delire, se vuelva paranoica, se deprima y llegue a suicidarse.

"Lo que se puede ver en estos estudios es que padecen la misma constelación de síntomas en diferentes casos, y son demasiado comunes como para que no sea una patología derivada del aislamiento", dijo Laura Rovner, profesora de Derecho en la Universidad de Denver, quien ha representado a varios detenidos en régimen de aislamiento en sus juicios.

Estos síntomas incluyen un comportamiento perturbador y autodestructivo, ansiedad e hipersensibilidad, alucinaciones auditivas y visuales, y, en algunos casos, una intolerancia permanente a estar cerca de otros.

Sin embargo, aunque todo esto puede ser cierto, también hay casos en los que algunas personas no sólo prosperan en soledad, sino que además, al estar solos, le encuentran un nuevo sentido a su vida. Por ejemplo, Richard E. Byrd fue un oficial de la marina británica y tripuló por sí solo una base en la Antártida durante el invierno de 1934. Durante el largo invierno polar desarrolló una intensa sensación de unidad con el universo. En sus memorias escribió: "Es un sentimiento que trasciende la razón. El universo es un cosmos, no un caos; el hombre forma parte de ese cosmos, al igual que el día y la noche".

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Entonces cómo está la cosa: ¿La soledad destruye la psique humana o nos permite ver el mundo con claridad? Estos puntos de vista contrastantes quizá queden más claros con la historia de dos competidores que participaron en un carrera de yates en 1968 para ver quién podía convertirse en el primer navegante solitario que le diera la vuelta al mundo sin parar. El primero de ellos, el francés Bernard Moitissier, se enamoró tanto de la soledad que abandonó la carrera para navegar a través del océano Antártico y llegar a Tahití. Para él, estar solo era su premio.

El otro competidor, Donald Crowhurst, tuvo una reacción totalmente diferente. Tuvo problemas con su barco no mucho después de que inició la carrera y navegó sin rumbo por el Atlántico durante meses, dando informes falsos de su posición. Después de que ya no hubo contacto por radio, encontraron su barco abandonado en el mar de los Sargazos. Dejó un diario en el que escribía 25 mil palabras diarias con las que documentó su camino a la locura. Al parecer, la soledad lo había hecho perder la cabeza.

Una camioneta destartalada y oxidada frente a la cabaña de Virgil Snyder.

Siguiendo las instrucciones del cantinero, me dirigí a la mina para visitar a Virgil. Tuve que caminar como tres kilómetros desde la carretera por un sendero empinado. De pronto vi una cabaña abandonada junto al sendero. Detrás de la cabaña, la mitad de una camioneta oxidada estaba frente a la entrada de la mina y lo que quedaba de carrocería estaba plagada de agujeros de bala.

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A lo lejos vi una sombra, comencé a acercarme para poder verla mejor. Vi a un hombre de pie junto al sendero. Era Virgil. Su barba estaba más corta que en la foto y traía puesta una sudadera gris que parecía quedarle grande. Quería saber si le había llevado cerveza y cuando le dije que sí, me dijo que sabía que le iba a caer bien desde el momento en que me vio. Le conté que una mujer que conocí en Cleator me había dicho que pensaba que él era más libre de lo que nadie se podía imaginar. Se encogió de hombros y dijo que no le podía importar menos lo que los demás pensaran.

"No estoy aquí para demostrar algo", dijo. "La mayoría de la gente nunca me ha visto sobrio. No es broma. Yo soy el tonto del pueblo".

Me invitó a que me quedara y a que platicáramos. Durante las siguientes semanas, intenté reunir todas las piezas que pude de su historia. Se crió en un barrio obrero en Phoenix; era el mayor de seis hermanos, hijo de un conductor de camiones de ascendencia alemana y una mujer Cherokee. Se casó joven, tuvo dos hijos, autos, perros —"toda esa mierda", como él decía. Luego, durante el mandato de Reagan, esa vida terminó. Su esposa lo echó de su casa y sus hijos lo repudiaban. No me dijo cuál había sido la causa del conflicto, pero negó que fuera por su forma de beber. Pese a eso, vivió borracho en las calles durante dos años.

Fue su padre quien lo encontró sin un quinto y en la miseria, lo llevó a vivir con él en la mina, donde trabajaba como cuidador. Virgil vio a su padre alcoholizarse hasta morir. Después de eso, decidió quedarse aquí solo.

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Han pasado 27 años desde que vio a sus hijos por última vez, quienes probablemente ya andan en los 40. Le pregunté si alguna vez ha pensado en ir a buscarlos.

"Supongo que eso es lo que tú harías", me respondió, "yo no".

Podía percibir un profundo enojo en él. En algunas ocasiones llegó a explotar estando yo ahí, especialmente cuando estaba borracho. En una ocasión, mientras hablábamos de política de pronto se alteró y comenzó a lanzar latas de cerveza y a pegar con los pies en el piso.

Pero la impresión más fuerte que me dejó fue la de alguien cuya vida emocional estaba a flor de piel. Una vez, comenzó a llorar sin ninguna explicación cuando le pregunté sobre los sombreros de paja que estaban colgados en la pared de su cuarto. Ahora me pregunto si esa hipersensibilidad era un síntoma de la soledad, como en el caso de los presos en régimen de aislamiento, o si era parte de su naturaleza.

Hay una frase muy conocida de una película de culto de los años 80 que dice "Dondequiera que vayas, ahí estás". En otras palabras, es posible que puedas esconderte del mundo, pero no te puedes esconder de ti mismo. También, Thomas Merton, un monje trapense que vivió durante muchos años como ermitaño y que publicó varios libros sobre la soledad, escribió: "Si vas al desierto simplemente para escapar de la gente que no te agrada, no encontrarás paz ni soledad; sólo te aislarás con un montón de demonios".

La última vez que vi a Virgil, bebimos cerveza y nos sentamos a platicar en su cabaña. En ese entonces ya era marzo y vimos a un pájaro carpintero paseándose por una olla oxidada. Virgil me preguntó si yo sabía cómo el pájaro sabía dónde buscar comida.

"Solía preguntármelo a menudo", me dijo. "Un día noté que este cabrón se la pasaba en la ramas como de perfil viendo hacia otro lado como si buscara algo. Entonces me cayó el veinte de que más bien se guiaba por el sonido de las larvas, por eso parece que mira hacia otro lado. Me imagino que hay gente inteligente que aprende esto por que lo lee o ve en algún documental. ¿Pero cuántos de ellos lo aprendieron por que lo vieron con sus propios ojos?".

Asentí con la cabeza. En el apuro por llenar nuestros días con cosas pseudo-importantes, la mayoría de nosotros pasamos por alto la simple verdad. Allá en su colina en Arizona, Virgil podría haber estado atormentado por sus demonios, pero sabía que de una manera u otra, todo es lo mismo.

"Puedes quemarte la cabeza pensando mil cosas. Yo prefiero tener los pies en la tierra, vivir un día a la vez", me dijo al final de mi visita.

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