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Por qué nos sorprende que Pablo Iglesias estuviese a favor de las armas

En un vídeo de 2012, defiende la Segunda Enmienda americana, lo que no debería parecernos raro.

Esta mañana, Twitter (esa cámara de eco a la que los españoles y los medios de comunicación le otorgamos poderes casi oraculares a la hora de determinar nuestros destinos) ha amanecido con un vídeo de Pablo Iglesias alabando la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que para el que no lo sepa, es la que otorga a la ciudadanía el derecho a portar armas.

El vídeo, que es el del 2012, ha reflotado oportunamente tras las declaraciones de Abascal en las que hablaba abiertamente de darle a “los españoles honrados”, derecho a portar armas como hace la Segunda Enmienda norteamericana, algo que Salvini ha llevado ya a Italia con su ley de protección ciudadana. Obviamente, la difusión del vídeo seguramente se la debamos a la derecha, a alguien que lleve desde ayer buscando sacar algo de la hemeroteca con lo que pasarle la patata caliente a otro o, como ha pasado en este caso, señalar que los que ayer se escandalizaban de la propuesta de VOX, antes de ayer estaban en las mismas.

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Pero más allá de todo esto, lo más sorprendente es la respuesta de ciertos sectores de la izquierda a que Pablo Iglesias defendiese el derecho a portar armas hace no tanto tiempo, sectores que consideran la violencia (y por lo tanto, las armas) como algo impropio, ilegítimo e indigno. Digo sorprendente porque no es nada nuevo: Marx decía que los obreros tenían que resistirse a cualquier intento por parte del Estado a quitarles las armas, Juan García Oliver, dirigente de la CNT y ministro de Justicia durante la Guerra Civil, afirmaba con orgullo haber formado parte del más importante grupo de terrorismo anarquista y decía que en él se reunieron “los reyes de la pistola obrera de Barcelona”, la misma Guerra Civil hubiese acabado rápidamente si sindicatos y partidos de izquierda no hubiesen tenido almacenadas armas que fueron clave a la hora de frenar el golpe de Estado y un largo etcétera de ejemplos que van hasta las Panteras Negras y su defensa armada de las comunidades negras en los Estados Unidos, que Iglesias alaba específicamente en el vídeo, aunque ahora se haya desdicho.


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Lo cierto es que, independientemente de la postura personal que uno tenga respecto al derecho a portar armas, la izquierda siempre ha tenido muy claro que si la violencia era monopolio del Estado —y por tanto, del sistema capitalista—, el Estado siempre podría ejercerla unilateralmente para acabar con cualquier movimiento que pretenda hacer saltar las bases de ese sistema, sobre todo cuando la participación electoral en el mismo está cada vez más restringida a pequeños grupos de poder endogámicos y que, además, en no pocos casos deben sus decisiones a actores ajenos. ¿O no nos acordamos ya de todas las veces en las que los grandes poderes económicos han bloqueado el avance de políticas sociales?

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El derecho a portar armas desde la izquierda se concebía como un elemento de contrapeso a ese monopolio, algo así como “quizás no podemos echaros, pero no vamos a dejar que nos pisoteéis y no estaréis tranquilos cuando lo hagáis”. ¿Bonito? No, pero la opresión y la represión a la que muchas veces han estado sometidas (y seguimos estando, aunque el mantenimiento de un mínimo común denominador de comodidad nos haga pensar lo contrario) las clases trabajadoras tampoco lo ha sido y la izquierda entendía que era legítimo, como mínimo, sacar músculo.

Hasta que las políticas neoliberales (y los cambios culturales, económicos, psicológicos y sociales que impusieron) se asentaron en el poder, la izquierda, en general, no veía con malos ojos la violencia. De hecho, cientos de episodios violentos se han convertido en parte del imaginario común de la izquierda: las huelgas obreras, las luchas anticoloniales, antirracistas o por los derechos de las personas LGBTQ e incluso ciertos grupos terroristas contaban con el apoyo no solo de los intelectuales, sino de grandes capas de la población. Por ejemplo, en 1969 Marlon Brando protagonizo Queimada ( Burn! En inglés), una película en la que, a través de una rebelión ficticia en una isla ficticia del Caribe real, se debatía sobre la legitimidad de la lucha armada, y la respuesta era “positiva” para los amantes de pegar tiros.

Parece como si en el Occidente d. T. (después de Tatcher) la izquierda (siempre hablando en términos generales, claro), igual que se acomodó al sistema político neoliberal con la “tercera vía” y el auge del socioliberalismo, también se hubiese acomodado existencialmente. “¿Por qué luchar por no vivir de rodillas cuando podemos conseguir que nos dejen vivir de cuclillas?”, algo así.

En el fondo, las propuestas de Abascal y la del Iglesias de hace siete años no son tan diferentes porque ambos desconfían del aparato del Estado y creen que una ciudadanía armada sería más difícil de doblegar; soldados de la revolución al estilo americano que ambos tienen como referencia a la hora de proponer el derecho a portar armas. Un derecho que, aunque menos conocido, también existe en Suiza y la República Checa, que nos pillan mucho más cerca y con una realidad totalmente diferente a la estadounidense.

La respuesta al debate no es sencilla —y quizás a la hora de dar una habría que tener en cuenta al Iglesias de 2012 cuando dice que los tiroteos masivos son un producto de sociedades enfermas— y parte de las estadísticas que nos llegan desde los Estados Unidos que hacen que, por empatía y humanitarismo, rechacemos las armas dentro de nuestro rechazo generalizado a la violencia y a la guerra, pero quizás —al menos como recordatorio— habría que tener en mente que las armas, las guerras y la violencia en general han estado en el centro de todo gran desarrollo histórico y han sido —y son— la base de todo lo que disfrutamos y sufrimos hoy en día, lo que nos gusta y lo que no, y negarlo categóricamente, cerrarse a ese aspecto de la realidad con el que necesariamente tenemos que interactuar —que es lo que, si se quiere, filosóficamente plantea el derecho a las armas— es imposible.