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Anarquistas alemanes buscan pueblo en España

No les gusta la sociedad alemana. No encajan en las comunidades intencionales que han probado. Por eso han creado la suya propia, que planean instalar en España.

Al cumplir los treinta, una presión acecha. Encuentra un trabajo, compra una casa, cásate, ten hijos. Es la secuencia vital que se repite generación tras generación como garantía de éxito y felicidad. «Otra gente lucha por conseguir una buena carrera, hacer un montón de dinero y encontrar al amor de su vida. ¡Argh! Yo quiero vivir de acuerdo a mi ideología y mis valores», cuenta Caris, de 28 años.

«Quiero dejar atrás el aislamiento en el que vive la mayor parte de la gente después de la universidad», añade Sarah, de treinta. Y remata su manifiesto: «cuando tienes treinta, has acabado los estudios y el espíritu libre se ha ido. Hagamos algo loco, una era sin responsabilidades».

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Para los cinco jóvenes alemanes inmersos en la Gemeinschaft Tortuga (Comunidad Tortuga), una comunidad intencional es el medio para prolongar la libertad. «Las comunidades intencionales se forman cuando las personas deciden vivir con otros para desarrollar un estilo de vida compartido, con una cultura común y un mismo propósito», define Bill Metcalf en The Findhorn Book of Community Living (no traducido al español).

Un terreno o casa compartida es la base de la mayoría de comunidades intencionales y la democracia participativa su forma de autogobierno. No obstante, existen distintos tipos de comunidades intencionales según su fin.

Están las ecoaldeas, que persiguen una forma de vida sostenible basada en energías renovables y cultivos orgánicos. Similar objetivo comparte el movimiento Back to the land, cuyos integrantes son urbanitas renegados que promulgan una vuelta a lo rural.

Otra variante son las comunidades espirituales. En una base más económica se apoya la covivienda: barrios construidos y gestionados por los propios residentes. Las comunidades de ingresos compartidos trascienden el plano de la vivienda y exploran la fórmula 'techo y comida'. Los miembros forman parte de negocios colectivos, concebidos como una suerte de cooperativas de la que participa toda la comunidad.

Caris y Elia pasaron por varias de estas comunidades intencionales y ninguna encajó en sus anhelos. «Todas tienen defectos que me alejan de querer vivir en ellas. Hay dos razones: no tienen unas estructuras pensadas, por ejemplo para tomar decisiones, o bien carecen de un contrato acerca del dinero», cuenta Caris. «Desde hace un par de años he estado pensando en vivir en una comunidad intencional. Al final, decidí fundar una yo misma», sentencia Elia, de 33 años.

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Susan, en su huerto de calabacines

Estos dos jóvenes son los ideólogos de un proyecto que comenzó a forjarse en 2014. Actualmente ambos residen en Leipzig, antigua ciudad del bloque soviético que año tras año repite a la cabeza del ranking de las mejores ciudades del mundo para vivir.

De ese reducto en el este de Alemania, considerado como centro artístico del país y valorado entre los propios germanos por sus gentes pacíficas y amables, quieren escapar los cinco miembros fundadores de la gemeinschaft.

Mientras, los jóvenes españoles suspiran por un trabajo en Alemania. Paraíso del empleo, la formación con salidas laborales y los sueldos dignos. Una visión que desmitifica Markus (31), licenciado en Ciencias Políticas. «La riqueza de Alemania no está beneficiando a la gente normal, los que idealizan este país seguramente no serían los que se llevasen un trozo del pastel», apunta.

«Hay muy poca gente rica, algunos de clase media y luego ya un montón de trabajadores pobres, desempleados y personas sin hogar», abunda Markus sobre la estructura social de su país. «Con menos calidad en los servicios, menores libertades y derechos, así es como se están incrementando los beneficios de los ricos y poderosos», critica Elia, que actualmente es trabajador social.

Markus construye el retrete de compostaje

Para superar la que consideran una sociedad injusta, los promotores de Tortuga no dan la espalda a la política, sino que exploran su propia vía. Precisamente, el componente político es el que diferencia a la Comunidad Tortuga de las demás comunidades intencionales. Los cinco promotores de la gemeinschaft se declaran anarquistas. «Anarquistas en el sentido de que aborrecemos la jerarquía y la dominación. Para demostrarlo no necesitamos llevar ropa negra ni ondear banderas», precisa Caris.

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La plasmación del anarquismo que proclaman se sustenta en las normas. Puede parecer contradictorio, pues la anarquía se ha asentado en el imaginario colectivo como libre albedrío. Al contrario que la anomia, ausencia de toda regulación, lo que el anarquismo rechaza es el Estado. «No tener reglas implica la dominación del más cruel, del más fuerte o del más palabrero. Esto es, del que se mueva en el nivel más bajo. Eso es lo que no queremos», puntualiza Caris. «Somos anarquistas, así que estamos de acuerdo con tener normas. Lo único que deseamos es elegirlas libremente, que no vengan impuestas por sistemas o grupos de gente ajenos», explica Ben (26).

De hecho, es una retahíla de normas las que plantean. Económicas para regular el origen y destino de los ingresos. De gobernabilidad interna, de toma de decisiones o de adhesión de nuevos miembros. También de comportamiento. En este apartado las normas van desde la regulación del nudismo al volumen al que se puede escuchar música.

Elia en sus labores de carpintería

En el plano personal, libertad absoluta siempre que no afecte a la convivencia. Ben, por ejemplo, se declara "poliamoroso". Es decir, partidario de mantener más de una relación afectiva de forma simultánea, siempre con el consentimiento de los involucrados.

La razón y el sentido común son las bases en las que sustentan la coexistencia armónica. «No hay ningún grupo que se asiente en esa idea, que creemos es vital para el funcionamiento de la comunidad intencional a largo plazo», explica Caris.

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Actualmente, a los cinco promotores de la gemeinschaft se suman otras 40 personas interesadas en el proyecto. El proceso de adhesión a la Comunidad Tortuga pasa por tres fases. En la tercera se decide si el grupo acepta al interesado. Quienes ya han superado este trámite, se reúnen mensualmente en Leipzig. «Los encuentros del grupo son una o dos veces al mes y los subgrupos o comités se reúnen más a menudo. Además, mantenemos una comunicación constante por teléfono o e-mail y usamos la plataforma Weriseup para trabajar de forma conjunta», especifica Caris.

«No tener reglas implica la dominación del más cruel, del más fuerte o del más palabrero. Esto es, del que se mueva en el nivel más bajo. Eso es lo que no queremos»

Además de compartir las ideas del grupo, los miembros deben contribuir económicamente a la construcción de la comunidad. Para ello, cada integrante cede gradualmente su dinero y propiedades (casa, coche, etc.) a la comunidad. «No hay una cantidad de euros fija», explica Caris. Esos fondos se invertirán en la compra de terrenos en los que asentar a la comunidad.

Baja densidad de población, lejos de la ciudad pero cerca del mar, clima húmedo, sin industrias contaminantes, tierra barata y buena comunicación por carretera son los requisitos que ponen a la ubicación de su futura gemeinschaft. Por el momento, barajan varios emplazamientos en la cornisa cantábrica. Somiedo, Redes o los Picos de Europa en Asturias. Liébana, el valle del Besaya y Fuentes Carrionas en Cantabria. Urdabai o Gorbeia en Euskadi.

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Del norte de España les atrae el clima y, sobre todo, el precio de los terrenos en comparación con Alemania. «Estamos buscando 25 hectáreas y estaría bien que esas tierras ya tuvieran algo, árboles frutales o la estructura para una casa», explica Caris.

Daniel construye una cúpula geodésica

Una escolarización más laxa que en Alemania es el segundo motivo que les hace inclinarse por España. «En Alemania la escolarización es obligatoria. Los padres que no mandan a sus hijos al colegio se enfrentan a elevadas multas o a la pérdida de la custodia», dice Elia. Ni él ni sus compañeros fundadores tienen hijos, pero saben cómo van a educar a los menores de la gemeinschaft. «No queremos que nos obliguen a mandar a nuestros hijos al colegio», afirma.

En España, la educación en el hogar se mueve en la ambigüedad legal. Está permitida según la constitución, pero es ilegal según la normativa de educación. No obstante, una sentencia dictada por el Tribunal Constitucional en 2010 negó el amparo a unos padres que pretendían educar a sus hijos en casa.

Una escolarización más laxa que en Alemania es otro de los motivos que les hace inclinarse por España

Antes de preocuparse por hipotéticas represalias a causa de la educación de los pequeños de Tortuga, los promotores tienen otras prioridades en su hoja de ruta. Cómo generar ingresos económicos una vez en España. A qué se dedicarán, dicen, dependerá de los integrantes y será consensuado por el grupo.

Entre los cinco fundadores, hay perfiles diversos. Caris practica la medicina alternativa. Elia es trabajador social. Markus está empleado a tiempo parcial en las juventudes de una organización política. Sarah es jardinera y Ben estudia permacultura.

«Puede que empiece con una granja de insectos», planea Ben sobre su futuro en España. Por el momento, la meticulosidad alemana marca ritmos pausados al proyecto. «Cuando seamos doce personas comprometidas y tengamos un buen modelo de ingresos, hayamos comprado la propiedad y tengamos una estructura legal que nos dé amparo, entonces iremos a España», explica Elia.

Requisitos que traducidos a tiempo, implican dos o tres años más de planificación. De esa calma nace su nombre. «Tortuga es un animal lento, pero determinado. Duro como su caparazón y que llega a ser muy viejo. Eso es lo que pretendemos conseguir como grupo», expresa Caris.

Las ideas locas se forjan en la mente germana a otro ritmo.