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Hoteles con encanto en Desproposistán

“¿Y dónde duermes cuando vas por ahí?” Siempre me preguntan lo mismo cuando vuelvo de uno de mis viajes de trabajo por Irak, Afganistán, Libia o Pakistán. Y ahora os lo voy a contar...

“¿Y dónde duermes cuando vas por ahí?” Siempre me preguntan lo mismo cuando vuelvo de uno de mis viajes de trabajo por Irak, Afganistán, Libia o Pakistán. Y ahora os lo voy a contar.

Hotel Sabeel, Bagdad. 50 euros/noche en AD. Wi-fi.

Vista macabra desde el hotel Sabeel.

Si bien Bagdad sigue siendo una de las zonas más chungas de Irak, el riesgo de secuestro ha disminuido considerablemente en los últimos dos años. Así las cosas, el pasado febrero me apalanqué durante varios días en el Sabeel con relativas garantías de no convertirme en una estrella (decapitada) de Youtube. Lo dicho, Bagdad ya no es lo que era pero la sensación de que nunca sabes lo que pasa realmente a tu alrededor es constante. En la foto tenéis la vista desde mi suite (no es coña, realmente lo era). Esa columna de humo que veis en la imagen puede pertenecer a los restos calcinados de un coche bomba; a la refinería de Dora o, simplemente, a un grupo de chavales que acaba de prender fuego a una montaña de neumáticos.

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A la noche pasa lo mismo. A veces uno escucha tiros que, o bien obedecen a un asesinato “selectivo”, o simplemente a una razzia de la policía sobre los perros del barrio. El gatillo fácil de los uniformados iraquíes unido a lo poco que les gustan los pobres chuchos a los árabes hace que la segunda opción sea la más plausible.

A día de hoy se sigue recomendando cambiar frecuentemente de hotel en Bagdad para evitar secuestros. Mi consejo es que no vayáis a Bagdad ni aunque seáis periodistas free; Irak ya no vende y es caro de cojones.

Casa de huéspedes del gobernador de Helmand (Afganistán). 50 dólares en MP.

Lo bueno de quedarse aquí es que tienes al gobernador de la provincia más jodida de Afganistán a huevo para entrevistarle; lo malo, que duermes a escasos metros del objetivo número uno de unos barbudos en chanclas que, ríete tú, han dado por culo al mayor entramado militar del mundo. En previsión de posibles ataques de mortero, uno se aloja en el sótano y con el ventanuco al patio interior.

Supongo que ya os habréis dado cuenta de que, últimamente, hay espantada de tropas extranjeras en Afganistán. Los últimos en largarse han sido los canadienses (la semana pasada) y, según escribo estas líneas, me entero de que “la Coalición Internacional ha transferido el control de Lashkar Gah (capital del Helmand) al ejército afgano”. O lo que es lo mismo, “mariquita el último”, y fiambre el que se quede (los afganos, claro).

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Cada vez tengo más ganas de volver a Afganistán, más que nada porque, a medida que pasan los meses (incluso las semanas), se reducen exponencialmente las opciones de poder disfrutar una vez más del viaje por el país.

El Mustafá, todo un clásico en Kabul.

Hasta que los talibanes vuelvan a echar el cerrojo me seguiré alojando el mítico hotel Mustafá de Kabul, con sus habitaciones con ventanales enrejados que cierran puertas hierro con candado; eso es seguridad y lo demás son tonterías. Son 20 euros la noche en este hotel que, según reza un cartel a la entrada, está recomendado por la “Lonely Plonet” (no es una errata). Céntrico, a dos pasos de la calle de los pollos donde las horas transcurren fluidas entre souvenirs afganos como burkas, alfombras con detalles de lanzagranadas RPG y Kalashnikovs y, atención frikis, ¡relojes digitales rusos de los ochenta!

Residencia VIP de Nalut (Libia). 0 euros en “todo incluido”

Vale, no había agua, ni luz y los cohetes de Gadafi te daban la noche pero decidme cuando fue la última vez que dormisteis en una “cama-trasatlántico” (o más bien “galeón”), y gratis. Ya os contaba el mes pasado que los rebeldes libios hacen lo imposible para facilitar el trabajo a la prensa internacional. Y es que esta gente está obsesionada con demostrar que no son ni drogadictos ni de al Qaeda, por mucho que insista Gadafi.

Mi inseparable trolley posa junto a una colección de GRAD y katiushas jubilados.

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No obstante, el complejo donde hasta hace pocos meses se alojaban los huéspedes más excelsos en Nalut me resultó un poco lúgubre al saberme el único inquilino de un complejo con capacidad para 500. Cada vez que me levantaba a mear por la noche con mi frontal en la cabeza me sentía como Sean Connery en “Atmósfera O”, orbitando solitario sobre un trozo de chatarra mientras esperaba a los malos. Tras dos noches de interplanetaria soledad decidí acomodarme en el Media Centre de Nalut, entre los restos de los cohetes GRAD y Katiusha caídos en las últimas semanas. Eso sí, con acceso a Internet vía satélite pagado por la generosa diáspora libia.

Hotel Japan, Quetta (Pakistán). 5 euros/noche por una suite con peces tropicales.

El Japan es, sin duda alguna, mi favorito del mundo mundial. Mohamed (el de la recepción) me dijo que si me quedaba más de una semana me daba la habitación “de los peces”. No lo dudé ni un instante. Reconozco que los primeros días me molestaba un poco que Mohamed entrara en la habitación a las 7am para dar de comer a los peces pero, qué cojones, ¿te vas a quedar todo el día en la cama estando en Quetta? Por si no lo sabíais, esta ciudad justo en la frontera con Afganistán es el hogar del mulá Omar, el mismísimo líder de los barbudos de Afganistán que echaron los yanquis en 2001; el que se cepilló los budas gigantes de Bamiyán por “indecorosos”, así como a unos cuantos “infieles” a los que tiraba a una piscina sin agua (o lapidaba, o ahorcaba, o les echaba un muro encima…).

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Lo jodido de Quetta no es que esté llena de barbudos ultrasunítas, sino que también hay baluches marxistas, hazaras chiítas, cristianos punyabíes… y, claro, se llevan a matar. Literalmente.

Si bien durante el día todos se cruzan por las callejuelas del bazar, por las noches ajustan sus cuentas a tiros. Generalmente se suelen oír tres seguidos, signo casi inequívoco de asesinato selectivo: dos a la cabeza y uno al pecho (igual es al revés, no sé). Al día siguiente escuchas el parte de bajas mientras te desayunas con un té verde casi incoloro y una sopa de lentejas: “Esta noche han matado a Mohamed XXX, líder tribal de los YYY”. Así que uno se ha de currar ipso facto una entrevista con el siguiente Mohamed en la lista antes de que la próxima noche le acabe pasando factura.

Me acuerdo especialmente de una en la que, en vez de la habitual serie de tres tiros, aquello parecía la Tercera Guerra Mundial. “¡Joder, habrá que salir a ver que pasa!”, pensé, pero no había huevos para levantarse de la cama. En vez documentar en directo el Armagedon, la “madre de todas las batallas”, o lo que fuera que estuviera pasando, me quedé embobado mirando a los pececillos de colores justo al lado. ¿Podían oír la ensalada de tiros y los coches derrapando desde allí dentro? ¿Qué opinaban de la endémica espiral de violencia sobre Af-Pak? ¿Les gustaba el menú que Mohamed les dispensaba cada día a las 7 am?

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“Mohamed, ¿qué coño ha pasado esta noche?”, le pregunté al pastún desde la cama mientras el hombre alimentaba a mis compañeros de habitación.

“Algo grande, Mr Karlos, muy grande”, me respondió con gran ceremonia. Contra todo pronóstico, Pakistán había ganado el campeonato del mundo de cricket en una final jugada en Londres contra Sri Lanka y, claro, había que celebrarlo como se merecía: a base de tiros y trompos desde y con las Toyota pick up.

Un consejo final

Vete a Fuerteventura. ¿Que te parece aburrido? Piensa en el paradigma de la especulación urbanística y la destrucción del patrimonio natural más salvajes, y todo ello al amparo de un caciquismo que creías desaparecido hace décadas. Lo que oyes. Preguntad por el Marqués de la Oliva (24 años en la alcaldía de La Oliva) y su sucesora en el cargo, Claudina Morales (alias “La Marquesita”). Seguro que Karzai les hacía un hueco en su equipo de Gobierno junto los señores de la guerra, el opio y la “reconstrucción”. Y eso tras haber dejado temblando las cuentas y las costas de Gadafi.

TEXTO Y FOTOS DE KARLOS ZURUTUZA