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Cultură

Tres historias de paranoia en Washington

Así le fue a la Caravana por la Paz el 11 de Septiembre en el congreso gringo.

Capitol Hill, enWashington, D.C. es el corazón político de Estados Unidos y, por lo tanto, el punto de encuentro de al menos 11,500 personas registradas para ejercer la función del lobbying —cabildeo— ante los 535 oficiales electos en el senado y la cámara de representantes federal.

Así que es normal ver a cientos de cabilderos —vestidos con finos trajes y corbatas, y cargando portafolios de piel— recorrer los edificios contiguos al Capitolio donde los legisladores despachan los asuntos más trascendentes para Estados Unidos. Las firmas y empresas dedicadas a la "persuasión política" en Washington declaran un gasto anual de 1.66 billones de dólares para cumplir con sus funciones.

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Pero este 11 de septiembre, medio centenar de cabilderos ciudadanos —vestidos con morrales, huaraches, sombreros, pantalones de mezclilla deslavados, shorts, mochilas y cargando pancartas con las fotos de personas a las que han perdido en la violenta guerra contra las drogas en México— compitieron por la atención de los staffers del Capitolio, para solicitar al congreso de Estados Unidos buscar alternativas de paz para detener esta brutal contienda en nuestro país.

"Dejamos trabajos y familia para venir a hacer diplomacia ciudadana; venimos a hacer el trabajo que ni el gobierno de México, ni el de Estados Unidos están haciendo bien", dijo Javier Sicilia durante la reunión con el embajador mexicano Arturo Sarukhán para adelantarle que sostendrían reuniones con asistentes y equipo técnico de al menos 50 legisladores estadunidenses, tanto demócratas como republicanos.

La Caravana por la Paz llegó con ese objetivo a Washington, tras recorrer 9,446 kilómetros y 26 ciudades de Estados Unidos, en la víspera del aniversario número once del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y, pese a venir con las mejores intenciones, varios caravaneros comprobaron que las heridas del 11/S siguen abiertas.

En el Capitolio, prohibido correr.

A Arturo Malvido Conway nadie en la caravana lo llama por su nombre. Todos le dicen Árbol.

Diariamente, Árbol lleva en la cabeza un pañuelo verde, un pantalón marrón y una camisa verde claro con varias hojas de plantas artificiales cosidas a la tela. Por cuestiones prácticas, para esta caravana por Estados Unidos, Árbol consiguió un segundo atuendo, similar al que utilizan los cazadores para mimetizarse con la vegetación y evitar ser detectados por los animales. “Pero éste no es un disfraz de cazador. Yo soy el árbol de la paz”, corrigió Árbol cuando le comentaron sobre el uso que regularmente se le da a esa vestimenta.

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En la caravana por Estados Unidos, Árbol ha cargado en cada evento un estandarte con una paloma blanca de estambre, como símbolo de la búsqueda de paz del movimiento. Antes o después de cualquier marcha, misa o reunión, es común que Árbol le pida a distintas personas fotografiarse a un lado de la paloma.

Árbol habla bien inglés, y eso le permitió dialogar —sin ayuda de los intérpretes caravaneros— con cientos de personas a lo largo de las 27 ciudades visitadas en el trajín de la caravana dentro de territorio estadunidense. Platicó con blancos, musulmanes, hispanos, luteranos, negros, asiáticos, católicos, metodistas, protestantes y ateos, y gracias a esa facilidad para hablar con la gente comenzó a acumular, durante el trayecto de la caravana, botonesy pinesde las diversas organizaciones que respaldaron al movimiento por la paz.

Por eso, cuando Árbol iba camino a la iglesia luterana de la renovación y recordó que los elementos de seguridad del Capitolio se habían quedado con sus pines en resguardo, la pareció muy fácil regresar corriendo a recuperarlos a la sede legislativa.

A los agentes del servicio secreto que patrullan el Capitolio, sin embargo, no les pareció común ver a un hombre vestido con traje de cazador y un estandarte de una paloma blanca corriendo desbocado por Capitol Hill, en pleno aniversario del 11 de septiembre.

En cuestión de minutos, Árbol fue detenido e interrogado para verificar que entre sus planes no estaba cometer algún atentado terrorista en el corazón de Washington.

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—¿Por qué corre, a dónde va?, preguntó uno de los oficiales.

—Voy a recoger mis pines, los dejé adentro del Capitolio, respondió Árbol.

—¿Y por qué andas camuflado?, cuestionó otro agente.

—No es camuflaje, soy el árbol de la paz y también traigo una paloma que fue bendecida en la Basílica de Guadalupe y en todas las iglesias de Estados Unidos. Después, el primer oficial preguntó sobre los cientos de fotos que Árbol tenía en su cámara. "Es gente quería tomarse fotos conmigo o con la paloma de la paz", replicó nuevamente Árbol. Cuando Árbol les dijo ser ciudadano estadunidense, los elementos del servicio secreto preguntaron su número de seguro social. Árbol dijo no recordarlo. Luego le preguntaron  sobre el gafete de “protesta” que colgaba de su cuello. Árbol les contó que era la identificación de la caravana y les pidió corroborar con sus colegas dentro del Capitolio sobre su presencia en una reunión con el staff de la representante de California, Jackie Speier, previo a la detención.

—Venimos a demandar y pedir al congreso que hagan algo para detener la guerra en México. Ojalá se le ablande el corazón a los señores de aquí y al de la Casa Blanca, y comprendan que las mismas balas que mataron a John F. Kennedy y a Lincoln, hoy están matando a cientos de miles de mexicanos.

"¿Y por qué corrías?", insistió el agente. Árbol le dijo, otra vez, que tenía prisa porque necesitaba ir por sus pinesy después reencontrarse con el resto de los caravaneros en la iglesia luterana de la renovación, ubicada a dos cuadras del Capitolio, para una conferencia de prensa. Después de 45 minutos de interrogatorio, los agentes del servicio secreto consideraron que el personaje disfrazado de Árbol no representaba riesgo alguno para la seguridad de la capital estadunidense. Lo dejaron ir.

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Antes de regresar por sus pines, Árbol les dejó una solicitud a los agentes encargados de la seguridad del edificio sede del poder legislativo norteamericano.

—Ya voy muy tarde, así que voy a salir corriendo. Por favor, avísele a los demás policías para que no me detengan otra vez.

Perdidos en el laberinto legislativo

Juan Carlos Trujillo, Estela Jiménez y Theresa Camoranesi llevan diez minutos siguiendo por los blancos pasillos de la sede legislativa a Wesley Dodd, miembro del staff de la representante demócrata de California, Bárbara Lee.

Toman un elevador. Suben. Luego Bajan. Dan vueltas por un pasillo. Regresan por otro. Pasan varias veces por las mismas oficinas. El joven asistente legislativo parece no tener idea de cómo llevar a la salida del Capitolio al grupo de cabilderos que hace unos minutos le contaron que la violencia en México está destruyendo más familias que el consumo de drogas que debería combatir.

“La posición de Barbara Lee es de las más progresistas en la casa de representantes y ella coincide con el tema de control de armas, lavado de dinero y regulación de drogas, pero ella es sólo una de 535 miembros del congreso. Además, aquí en Washington, el dinero de los grandes intereses es el que manda”, confesó Dodd, un poco apenado, al grupo de cabilderos enviados por la caravana a dialogar con los asistentes de diputados y senadores del congreso federal.

Juan Carlos Trujillo le dijo que él no era activista, ni luchador social.

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"Estoy aquí porque me desaparecieron a cuatro hermanos", le contó Juan Carlos a Dodd, y al mismo tiempo, desdobló sobre la mesa del comedor del edificio legislativo una manta que llevaba escondida en una bolsa. “Ellos son mis hermanos, y mi familia ha pasado tiempos muy difíciles desde que desaparecieron”, prosiguió Juan Carlos. Dodd sólo atinaba a poner cara de desconcierto ante la historia de los hermanos Trujillo Herrera de Pajuacarán, Michoacán.

"Sí puedes hacer algo", le dijo Juan Carlos a Dodd, utilizando la misma estrategia que en su natal Michoacán le sirvió en sus tiempos de comerciante. “Tienes que contarle a otros  trabajadores del congreso lo que realmente está pasando en México; no todos los muertos son narcotraficantes, hay gente inocente que se está muriendo y desde aquí, ustedes nos pueden ayudar a cambiar esas políticas de guerra que están matando a tantos mexicanos”.

El asesor de la representante Bárbara Lee se comprometió a transmitir la información a su jefa y, posteriormente, sensibilizar a otros posibles aliados progresistas en la cámara para empujar iniciativas encaminadas a detener el contrabando de armas de Estados Unidos a México, erradicar el lavado de dinero, y abrir el debate sobre una posible regulación sobre las drogas.

Ya van quince minutos en el laberinto de pasillos, y Dodd sigue buscando la salida para despedir a los cabilderos mexicanos que en nada se parecen a los que usualmente piden citas y se reúnen con los hacedores de leyes de Estados Unidos.

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Finalmente, una encargada de limpieza guía a un sonrojado Dodd y los caravaneros hasta la salida del Capitolio. Dodd y Juan Carlos se despiden con un abrazo y un compromiso de seguir en contacto para buscar caminos hacia la paz.

¿Seguro que esa arma no se puede ensamblar?

A Jorge Linares y Ricardo del Conde nunca les pasó por la mente que podría ser una pésima idea entrar al Capitolio de Washington con un bloque de cemento que llevaba “enterrado” un trozo de cargador para AK-47 y un fragmento de una pistola magnum .357.

El sociólogo y el documentalista llevaban esa pieza de arte —creada como símbolo de repudio a las armas en un evento en Houston— para entregarla durante una reunión de Javier Sicilia con el representante de Alabama, John Lewis, un líder del movimiento de derechos civiles que enfrentó al sistema y encaró la represión durante la lucha por los derechos de los afroamericanos junto a Martin Luther King.

Los activistas colocaron con calma la pieza de concreto en la máquina de rayos gama. El aparato emitió un sonido extraño. Y entonces, comenzó el rosario de cuestionamiento y acoso de los agentes de seguridad de la sede legislativa.

—Hay un arma adentro del bloque, ¿ustedes pueden asegurar que esas piezas no pueden ser ensambladas nuevamente? ¿con quién vienen? ¿cómo se les ocurre traer algo así justo el 11 de septiembre?

Linares y del Conde le contaron a los policías —para ese momento ya eran más de una docena— que las piezas no podían ensamblarse porque habían sido cortadas en pedazos por Javier Sicilia en la Plaza Guadalupe en Houston, Texas. Una vez destruidas, cuatro familiares de víctimas de la violencia en México las depositaron en nichos de madera, que después fueron cubiertos con cemento fresco, explicaron. Es imposible volver a armarlas, dijeron.

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—Si las armas pueden ser ensambladas nuevamente, son cinco años en una prisión federal, le advirtieron a los activistas. También les informaron que el protocolo establecido por el FBI para casos como éste, requería la destrucción del elemento sospechoso para después intentar unir los fragmentos de armas detectados. El proceso tomaría al menos dos horas. Mientras tanto, los mantendrían detenidos.

Linares, profesor de sociología, confiesa que al escuchar la amenaza comenzó a preocuparse. Él se sumó a la caravana en Chicago y no había atestiguado personalmente cómo la sierra eléctrica, operada por Sicilia, cortó en pedazos la cuerno de chivo y la magnum en Houston. Entonces, le pidió a Ricardo del Conde comunicarse con la coordinadora del tema de arte y acciones de resistencia pacífica, Laura Valencia, para ver si ella podía convencer a los agentes de seguridad de que todo era un malentendido.

Después de un rato, Linares optó por dialogar con los policías: les platicó del origen y objetivos de la Caravana por la Paz, y de los 80 mil muertos en México por culpa de una guerra contra las drogas mal implementada. Al policía de origen colombiano, le recordó que los procesos de construcción de paz desde la sociedad civil son fundamentales, tanto en México como en Colombia.

A otro oficial de origen afroamericano, Linares y Del Conde le contaron cómo la caravana había escuchado el dolor de las comunidades negras de Ohio, de Chicago, de Alabama o de Mississippi, asoladas por la criminalización y el encarcelamiento masivo de jóvenes y adultos de color. Le dijeron que el dolor de los niños afroamericanos que son separados de sus padres por estar en prisión, es similar al dolor de los niños mexicanos condenados a la orfandad por la violencia.

—Venimos a traer la primera piedra de un memorial para las víctimas de la guerra contra las drogas; traemos un símbolo de paz y ustedes lo destruyen, se lamentó Linares ante los oficiales.

Las horas pasaron y la tensión bajó. En algún lugar del Capitolio de Washington, expertos del FBI corroboraron que las armas contenidas en el bloque de cemento eran sólo trozos de metal inservible. Jorge Linares y Ricardo del Conde salieron del Capitolio con un comprobante del decomiso de la pieza artística y una probadita de que la paranoia estadunidense en la era posterior al 11 de septiembre de 2001.

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