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Estephan Wagner: Desde hace mucho estábamos interesados en este proyecto. En mi caso, es en parte por mi historia personal. Yo soy de Chile, pero mi papá es alemán. Nos abandonó cuando yo era niño y nos quedó el pasaporte alemán. Eso me posibilitó llegar aquí. Siempre he creído, y es en cierta medida injusto, que algunas personas son afortunadas y obtienen este pedazo de papel, mientras otras no lo son.
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Moritz Siebert: Conocimos a un periodista que vive y trabaja en Melilla. Por años, ha cubierto la situación de los refugiados. Lo contactamos y le dijimos: "Tenemos un proyecto. Queremos darle una cámara a un protagonista, ¿nos puede ayudar?". El hombre conocía a la gente de la comunidad de Malí que vivía en el Monte Gurugú, incluyendo a Sidibé, quien ya llevaba ahí catorce meses.Voy a hacer de abogado del diablo. ¿Creen que importa que hayan tenido un plan definido desde el principio? Más que ser objetivo, este es un documental hecho para probar algo.
Siebert: De alguna forma sí teníamos una agenda. Esta agenda tenía que ver con un punto de vista. Pero nosotros no vivimos en Melilla, no vivimos en el Monte Gurugú, y no contratamos propiamente a un camarógrafo para que capturara las imágenes que nosotros queríamos. Nosotros estábamos bastante lejos, en Copenhague y en Berlín. Sidibé podía hacer lo que quisiera. Claramente en la edición nosotros volvimos a tomar el control. Sin embargo, durante la filmación, no le dijimos "filma esto o aquello".
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Siebert: Al comienzo lo intentamos. Después de hacer la investigación escribimos una lista de escenas que pensamos serían ideales para la película. Sidibé filmó algunas, pero no se molestó en grabar todas y terminó filmando muchas otras cosas. Para nosotros eso fue parte del proceso: caer en cuenta de que lo que él filmaba era lo que le parecía interesante. Fue mucho mejor de lo que pensábamos y de lo que estaba en nuestra agenda. Pero sí, en un nivel conceptual, tuvimos un plan. Pienso que eso está bien.Wagner: Era parte de la idea, del concepto. No sólo estábamos dándole la cámara por una razón estética o para que la gente se identificara con más facilidad. Tomamos la decisión de darle la responsabilidad, otorgarle el poder para que él tuviera la oportunidad de hablarnos.
Siebert: Hicimos numerosas entrevistas con él. Algunas las hicimos unos días después de que hubiera saltado [el muro], otras cuando estaba ya en Madrid y varias aquí en Alemania. Las combinamos con sus diarios. Él había escrito su historia; el acercamiento no fue el de un periodista o un cineasta. No le pedimos una aclaración explícita de lo que estaba pasando para que la audiencia entendiera. Queríamos algo más intimo, una narración más esclarecedora. Obviamente Sidibé conocía su historia mejor que nadie, usamos sus fraseos en la voz en off para que pudiera moldear la historia como quisiera.Creo que al permitir esa distancia se abre un espacio para la reflexión y, por lo mismo, la posibilidad de crear una imagen distinta del migrante. Cuando se habla de refugiados, nos bombardean con esa imagen miserable del hombre pobre que necesita nuestra protección y ayuda, pero queríamos enfocarnos en la fuerza de la gente que está en esta situación. No queríamos contar [esta historia] desde la perspectiva del pesar.¿Le tuvieron que pagar a Sidibé por la película, cierto? En la narración él dice que si no le hubieran ofrecido dinero, habría vendido la cámara.
Siebert: Por ejemplo, para nosotros era importante dejar eso en la última edición. Demuestra que desconfiamos del protagonista en ese momento. No sabíamos si iba a vender la cámara. No sabíamos si de verdad iba a filmar. Ni lo conocíamos. La relación se fue construyendo en el proceso, así que fue importante demostrar que hubo una relación económica al comienzo.Tradicionalmente los documentales buscaban una verdad objetiva. Pero en años recientes, con el auge de personajes como Michael Moore y Morgan Spurlock, los documentales se han vuelto más subjetivos y se hacen para entretener. ¿Dónde ubicarían Those Who Jump en ese contexto?
Wagner: No creemos que tengamos la verdad ni que el documental la tenga. Tampoco queremos ver este largometraje de 80 minutos como puro entretenimiento. Es una oportunidad de abrir un diálogo sobre algo de lo que normalmente hablamos pero no escuchamos. Tenemos la oportunidad de escuchar a alguien que no nos habla en un tono activista sino en uno mucho más humano.