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Con frecuencia, se escucha que los responsables de esta situación somos todos, por no haber creado mecanismos sociales de resistencia efectiva, o de vigilancia de las autoridades. También está la tesis del ilustre teórico social Enrique Peña Nieto, según el cual la corrupción es un "tema cultural" y que todos somos poquito corruptos y por eso no tenemos autoridad moral. El error que cometen los ciudadanos de calle que se tragan y defienden esta línea de ideas no va tanto por el lado del masoquismo o de la complacencia. La bronca es que, para empezar, no ayudan ni madres a cambiar las cosas. Además limpian de responsabilidad a un aparato gubernamental que ha pulido sus métodos represivos durante largas, interminables décadas.A pesar de que Octavio Paz haya opinado cómodamente que el PRI no era una dictadura (porque las dictaduras militares tenían detallitos que las diferenciaban y otros argumentos de teletubi), lo cierto es que funcionaba como una. El control total del aparato político le hizo posible perfeccionar la técnica para deshacerse de opositores y hasta para evitar que surgieran, dentro de cierto margen. El hecho de que otros partidos pudieran llegar a los gobiernos estatales o al federal no hizo que esta situación cambiara demasiado y por mucho que se rezongue que hoy disfrutamos de libertades civiles maravillosas y que casi podría decirse que no las merecemos, la violencia contra la oposición sigue viéndose a diario. Peor, cambió de métodos y ahora son más diversos y agresivos. La violencia supuestamente producida por el narcotráfico se vuelve la explicación para cualquier muerte de personajes incómodos (en el caso de los asesinados en la Narvarte, ha habido varios intentos de sugerir que estaban involucrados con sus ejecutores, en la búsqueda de hacerlos pasar como cómplices de actividades criminales) y en medio de un número creciente de ejecuciones y desapariciones, casi cualquier caso puede ser abandonado sin consecuencias, o camuflado en la memoria (el olvido, mejor dicho).Todo esto suena de lo peor y como si fuera una pérdida de tiempo incluso pensarlo, por la impresión que da de ser imposible de enfrentar. Pero ni el PRI ni el Estado en su aparato represivo (dos cosas que tienen algunas diferencias entre sí, aunque no lo parezca) son monolíticos y de vez en cuando muestran sus fisuras. No vayan a creer que le tengo ni la mínima simpatía al optimismo gratuito en estos temas, como el de quienes ven cada semana un nuevo inicio de revolución. (Esos rollos acaban cumpliendo, involuntariamente, una tarea de lo más reaccionaria). Pero tampoco hay que ignorar que el PRI actual se enfrenta a un rechazo masivo por parte de sectores cada vez más amplios, y que en ocasiones como las movilizaciones del año pasado en rechazo a la desaparición de los 43 normalistas, puede funcionar como un peso político que el régimen se ve obligado a tomar en serio. Tal vez las manifestaciones no hayan logrado que se hiciera justicia (en el aparato judicial, quiero decir) respecto a ese crimen, pero sí logró crear lazos entre los participantes y en muchos de ellos se desarrolló una mayor conciencia crítica. En el caso de los crímenes de la Narvarte, la señal que se ha dado es que ya no hay operativo mediático que baste para deslindar a Duarte de estos asesinatos o de cualquier otro opositor que aparezca misteriosamente balaceado en su casa.Sigue a la única gatita que escribe para VICE:@infantasinalefa