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Cultură

Los esclavos de la isla de la felicidad

¿Son los grandes museos del mundo cómplices de la más infame explotación laboral en Medio Oriente?
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Todas las ilustraciones por la autora.

"Mi mensaje para los directivos del Louvre es que vengan y vean cómo estamos viviendo aquí", dice Tariq*, un carpintero que trabaja en la construcción del Louvre Abu Dhabi, una sucursal de 653 millones de dólares del icónico museo parisino en Emiratos Árabes Unidos. Su construcción se completará en 2015 y su colección incluirá una Tora del siglo XIX de Yemen y cuadros de Picasso y de Magritte.

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"Mira nuestras condiciones de vida y piensa en las cosas que nos prometieron", dice Tariq por medio de un traductor.

El año pasado, este obrero dejó su trabajo en una fábrica textil pakistaní para perseguir el sueño de ser un operador de grúas en el Golfo. Me muestra su certificado de manejo de estas máquinas, un pedazo desgastado de papel que se saca del bolsillo de su amarillento salwar kameez. Los reclutadores le prometieron un salario de 326 dólares al mes, por una tarifa de contratación de 1.776 dólares pagados por adelantado. Junto a un primo que lo guió en este proceso, Tariq viajó a Abu Dhabi a trabajar para la compañía Regal Construction, uno de los aproximadamente 900 equipos de construcción que contratan a trabajadores extranjeros en los Emiratos Árabes.

Cuando Tariq llegó, Regal no lo necesitaba. Durante 24 días esperó sin recibir dinero, viviendo en un miserable campamento de trabajadores. Cuando por fin apareció trabajo, se dio cuenta de que solo ganaría 176 dólares al mes. Su jefe le confiscó el pasaporte para que no pudiera cambiar de trabajo o salir del país. Tariq enviaba la mitad de su salario a su familia. Después de once meses en el Golfo, todavía no había podido pagar el préstamo que había sacado para llegar a Abu Dhabi.

"¿Cómo puedo estar feliz con un salario de 176 dólares al mes?", pregunta Tariq con una sonrisa incómoda.

Tariq es uno de las docenas de constructores que trabajan en la isla de Saadiyat. Sacó su teléfono y le tomó una foto al dibujo que hice de él. Tenía una mirada gentil que iluminaba su rostro cuando hablaba de cricket; dijo que usaría mi dibujo como foto de perfil en Facebook.

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Aunque ahora es solo una obra en construcción bajo un candente sol, Saadiyat, un atolón de diez kilómetros cuadrados a 500 metros de la costa de Abu Dhabi, será el hogar de las sucursales del Louvre, el Guggenheim y la Universidad de Nueva York, junto a hoteles, centros comerciales y viviendas de lujo. Será un paraíso cultural conjurado por la vasta riqueza petrolera del país, construido sobre las espaldas de hombres que no son más que esclavos.

Saadiyat será un paraíso cultural conjurado por la vasta riqueza petrolera del país, construido sobre las espaldas de hombres que no son más que esclavos.

Si bien no hay estadísticas, puede haber hasta un millón de trabajadores migrantes en los Emiratos Árabes Unidos en la actualidad. Al igual que Tariq, a los hombres con los que hablé también les confiscaron sus pasaportes y ganan entre 150 y 300 dólares al mes. Tendrán que pasar años trabajando para pagar la deuda que tienen con los reclutadores que les consiguieron este trabajo.

Los informes que denuncian las condiciones de los trabajadores en el Golfo son muy amplios. Estos artículos contrastan los relucientes rascacielos que construyen con los escasos salarios que reciben. De hecho, en mayo del año pasado, el New York Times publicó una mordaz denuncia de los abusos laborales cometidos en Abu Dhabi.

Pero lo que a menudo se pierde en gran parte de los informes sobre mano de obra extranjera en los Emiratos Árabes Unidos y Abu Dhabi, es la agencia de los propios trabajadores. Los hombres que conocí en el Golfo son valientes y ambiciosos, son los héroes de sus familias cuando vuelven a casa. Se atrevieron a buscar un futuro mejor y se encontraron con la represión. En un país en el que el más leve susurro de disidencia puede ocasionar una deportación, más de un centenar de huelgas han sacudido la industria de la construcción en los últimos tres años. Mientras que los trabajadores son engañados y obligados a vivir y a trabajar en condiciones brutales, también se están defendiendo.

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El Distrito Cultural de la Isla de Saadiyat es el proyecto emblemático de la TDIC (en español, Compañía de Desarrollo de Turismo e Inversión), una empresa estatal responsable de gran parte del desarrollo de Abu Dhabi. El proyecto fue anunciado en 2007 y tenía un presupuesto de 27 mil millones de dólares; de acuerdo con los informes de los medios, Saadiyat tendrá el mayor desarrollo de uso mixto en el Golfo Pérsico.

La página web de la TDIC promete todas las fantasías de la arquitectura contemporánea. Los planos muestran museos que parecen perforados por rayos de luna o plumas de pájaros gigantes. Después de un día cultural, los visitantes podrán relajarse en el hotel St. Regis o el Shangri-La; también jugar golf con estándares internacionales de calidad, o podrán pasar un rato en una serie de lagunas artificiales y bosques de manglares, y luego comer en uno de los muchos restaurantes gourmet que hoy están a cargo de reconocidos chefs internacionales. Mientras que la construcción de todos estos proyectos se va dando poco a poco, Saadiyat, según lo previsto por el Jeque Sultán bin Tahnoon al Nahyan, presidente de la TDIC y miembro de la familia real de Abu Dhabi, estará terminado en 2020. Esta isla necesitará un ejército de trabajadores, por lo menos unos cinco años más.

La primera vez que puse un pie en Saadiyat, hacía tanto calor que casi me desmayo.

Los periodistas no pueden visitar el lugar si no están acompañados por guardaespaldas del Gobierno, así que tuve que escabullirme. El suelo de Saadiyat parecía el de la luna. Bulldozers levantaban el polvo color perla; el polvo se secaba en mis ojos y luego salía por mi nariz. En trajes de marca de la compañía, los hombres trabajaban en turnos de 12 horas, soldaban y cargaban con mucho esfuerzo barras bajo el implacable sol.

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Ibrahim me sirvió de traductor. Tiene apenas 20 años. Con su pelo negro cuidadosamente peinado hacia atrás, se me parecía a un James Dean del sur de Asia. Ibrahim me pidió que evitará hablar de él por miedo a ser deportado, o algo peor. "Si hablo con los medios, me sacarán de mi habitación y me llevarán a un lugar donde nadie me encuentre", dijo. Ibrahim es astuto, un sarcástico de primera; es tan inteligente que trata de ocultarlo frente a sus jefes, hablando un inglés tosco. Sabe cinco idiomas, ama la poesía y sueña con tener un título de maestría.

En su país de origen, Ibrahim trabajaba como traductor en una ONG internacional. Pero un grupo radical comenzó a asesinar a quienes colaboraran con los extranjeros. Sus amigos, preocupados, le advirtieron que podría ser el próximo. La ONG le ofreció poca protección porque no era un empleado, entonces decidió irse de la ciudad. Al ver un anuncio en el periódico para trabajadores de construcción en Abu Dhabi, Ibrahim reunió 760 dólares junto a sus amigos para pagar un reclutador. Llegó a los Emiratos Árabes Unidos en el verano del 2013. "El sol es tan caliente", recuerda Ibrahim. "El sudor sale de tu cuerpo como si fuera lluvia".

"El infierno es mucho mejor que aquí", le dijo a su jefe días después de llegar a trabajar a Saadiyat.

"¡Jajajaja! Vete al infierno, entonces", le respondió su jefe.

Ibrahim disfrutó mucho describiendo a su jefe, un fanfarrón que reprende a sus trabajadores y, a menudo, los llama burros. Debido a las competencias lingüísticas de Ibrahim, los trabajadores le dicen que le diga al jefe que trabajan duro, que son hombres.

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Llegamos a Saadiyat en un carro rentado que chirriaba. En el sitio de NYU, avisos alegres invitaban a los trabajadores a compartir sus opiniones acerca de sus condiciones. Estaban en inglés, una lengua que pocos de ellos entienden. Luego llegamos al sitio del Louvre. TDIC tenía pancartas colgadas de la valla perimetral, mostrando el museo como sería en 2015; sin embargo, en el interior el edificio no era más que una cáscara de vigas de acero. Los trabajadores en el Louvre están empleados por una empresa llamada Arabtec, uno de los mayores equipos de construcción del Golfo. El Gobierno de Abu Dhabi tiene una participación del 20 por ciento en Arabtec, y los trabajadores han hecho huelgas contra ellos durante años.

En 2007, hasta 30 mil trabajadores de Arabtec se declararon en huelga en Dubai. Los hombres que estaban construyendo el Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo, dejaron sus herramientas a un lado. La huelga fue coordinada por teléfonos celulares para protestar por los bajos salarios y las pésimas condiciones de vida. La policía arrestó a cuatro mil huelguistas. Al cabo de diez días, Arabtec prometió un aumento de sueldo. El director Riad Kamal le dijo a Reuters que el impacto sobre los beneficios de la empresa sería de menos de uno por ciento.

Pero continuó la represión de las huelgas. Otros tres mil trabajadores se declararon en huelga en Dubai en 2011. Hacían 176 dólares al mes y querían un aumento de 41 dólares. La policía detuvo a 70 hombres que afirmaban eran cabecillas. "Su presencia en el país es peligrosa", el Coronel Mohammed al Murr, director de la Dirección General de la Policía de control legal y disciplinario de Dubai, le dijo a National, un periódico de propiedad estatal.

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Después de esto, los trabajadores de Bangladesh fueron acusados de haber ayudado a organizar las huelgas, y se les prohibió la entrada por tiempo indefinido a los Emiratos Árabes Unidos.

En mayo de 2013, miles de trabajadores de Arabtec dejaron de trabajar en Dubai y en Saadiyat, incluyendo en el Louvre. Exigieron un estipendio de 81 dólares al mes para la comida. Según una fuente que pidió anonimato: "Se llamó a la policía un día después. Se les pidió a los trabajadores que volvieran a las construcciones o serían devueltos a casa. En las semanas siguientes, al menos mil trabajadores de Arabtec solo en Abu Dhabi fueron detenidos y se les cancelaron las visas. La mayoría eran bengalíes".

En respuesta, Arabtec prometió un aumento salarial del 20 por ciento. Ningún trabajador que entrevisté había visto el dinero que se había prometido.

Arabtec reemplazó a los bangladesíes por pakistaníes. La estrategia clásica del Imperio británico: divide y reinarás. En agosto de 2013, la tensión estalló en disturbios entre pakistaníes y bengalíes en Saadiyat. Los trabajadores se enfrentaron con sus herramientas y los policías dispararon sus pistolas. Después de los disturbios, los trabajadores pakistaníes fueron enviados a otros campos.

Arabtec no es la única compañía que se ha visto envuelta en protestas. En mayo de 2014, el New York Times informó que cientos de trabajadores de BKGulf (que está construyendo la NYU Abu Dhabi) fueron deportados por hacer huelga. Los administradores fingieron querer negociar, pero la policía rompió las puertas de los trabajadores. Ellos aseguraron que los policías los habían golpeado para obligarlos a confesar.

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Ibrahim me habló de desobediencias más pequeñas. En la villa Bani Yas, a 15 kilómetros tierra adentro desde la ciudad de Abu Dhabi, los trabajadores habían organizado un brutal golpe para destituir a un ingeniero abusivo. Para protestar por la falta de aire acondicionado en los buses, los trabajadores habían organizado partidos de fútbol improvisados con sus cascos para evitar que los buses salieran.

Mientras que los salarios a veces suben, los Emiratos no permiten que los trabajadores se organicen formalmente. Los consejos de trabajadores, o cualquier forma de sindicalización, están estrictamente prohibidos.

Parqueamos el carro en un lugar desde el que se podía ver el sitio del Louvre de Saadiyat. Ibrahim y yo entramos en el calor alucinatorio y caminamos hasta donde estaban dos trabajadores, que parecían estar en descanso.

Nos aseguramos de que ningún supervisor estuviera en la zona, y luego le pregunté a los trabajadores cuánto dinero ganaban. Ellos respondieron con gusto.

Uno dijo que 200 dólares al mes; otro dijo que 175 dólares al mes. Y sí, sus jefes tenían sus pasaportes.

***

Ibrahim vive en uno de los campos de Abu Dhabi, en un edificio de poca altura situado entre filas y filas de bloques idénticos. Como la mayoría de los campamentos, se ocultan en el desierto, lejos del centro de Abu Dhabi. Cuarenta mil hombres pueden vivir en un solo campamento; son de Nepal, Bangladesh, Pakistán y la India, y trabajan para una gran variedad de empresas. Como la mayoría no habla inglés, muchas veces no saben en qué proyecto están trabajando.

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Los autobuses corporativos transportan a los obreros a sus lugares de trabajo. En estos casi no se puede respirar por el calor. A pesar de las leyes, muchos autobuses no tienen aire acondicionado. Los recorridos duran hasta dos horas y las temperaturas suelen llegar a más de 38 grados Celsius.

Ibrahim me mostró un video en su celular donde aparecía el dormitorio sin ventanas que comparte con otros diez hombres. Afuera no hay nada más que una mezquita, un hipermercado y sol.

En su único día libre, me dijo que quería dar un paseo por el Corniche de Abu Dhabi; pero no había transporte. Ibrahim es un prisionero virtual en una ciudad de trabajadores.

Además de algunas cajeras, en los campos no hay mujeres. Los obreros ahorran para las visitas ocasionales de las prostitutas etíopes. También son migrantes, a veces antiguas sirvientas que han huido de empleadores abusivos. Debido a su piel oscura, las prostitutas etíopes no son apetecidas por la élite del país y tienen que cobrar precios que los obreros pueden permitirse.

"Estamos muy aburridos y llevamos mucho tiempo fuera de casa", Ibrahim me dijo cuando le pregunté sobre las mujeres. "Nos sentamos en esta habitación todo el día. No podemos salir a la calle por el calor, ni siquiera nos podemos dar el lujo de ir a la playa o a un centro comercial".

Algunos trabajadores tienen sexo entre ellos. Algunos compañeros de Ibrahim han sido encarcelados por sostener relaciones amorosas con otros hombres. Para evitarse la vergüenza, un pashtún (tribu de pastores de Afganistán), le dijo a su familia que lo habían acusado de asesinato.

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Algunos trabajadores tienen sexo entre ellos. Compañeros de Ibrahim han sido encarcelados por sostener relaciones amorosas con otros hombres.

"Un niño bonito es como una novia", dijo Ibrahim. Los conductores de bus, que están entre los trabajadores mejor pagados, cortejan hombres guapos y jóvenes con promesas de comidas en restaurantes y crédito para teléfonos celulares. Un conductor le ofreció a Ibrahim 20 dirhams para que le encontrara un novio. Después de una semana, llamó a Ibrahim y nadie había aparecido. Prometiendo ser más eficaz en su búsqueda, Ibrahim le pidió 10 dirhams más.

Si Ibrahim se demora mucho en enviar dinero a casa, su madre lo llama con desagrado: "¿Qué estás haciendo?, ¿beber en los clubes de Dubai?", grita Ibrahim imitando a su madre. "Si no vas a enviar dinero, ¡vuelve a casa!".

"Si le preguntas a mil obreros", dice Ibrahim, "ninguno te dirá que somos felices". *** Aproximadamente el 10 por ciento de los 9.2 millones de residentes de los Emiratos Árabes Unidos son ciudadanos. El resto son "expatriados" (si son profesionales de cuello blanco) o "mano de obra migrante" (si son de la clase trabajadora). Los extranjeros pueden vivir en los Emiratos durante generaciones, pero como prueba de la herencia de los Emiratos, no hay manera alguna de obtener la residencia. Pueden ser deportados cuando se les dé la gana.

En medio de esta privación de derechos, los emiratíes son los aristócratas para los extranjeros. De hecho, pueden ser arrestados hasta por empujarlos sin culpa en medio del tráfico.

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Pravasalokam es un exitoso programa de televisión en Kerala, India. Un reality show cuyo nombre significa "El mundial de los trabajadores" en malayalam; el show narra el rescate de los trabajadores que han desaparecido (en la cárcel, por la pobreza o el abuso en el Golfo). La pesadilla del Golfo es muy bien conocida, sin embargo, los inmigrantes siguen llegando. Los 14 mil millones de dólares al año en remesas que envían a sus hogares es parte integral de la economía de Nepal y Bangladesh (en Bangladesh las dos mayores fuentes de divisas son la mano de obra migrante y prendas de vestir). Pero los migrantes son empujados por la guerra como por el dinero en efectivo. Muchos trabajadores vienen de Cachemira, de la provincia paquistaní de Khyber-Pakhtunkhwa, y otras zonas de crisis en el sur de Asia.

Sea cual sea su país de origen, cualquier migrante casi siempre tiene que pagar una cuota a su reclutador (que luego se reparte entre los subcontratistas dentro de los Emiratos). Mientras que las empresas que contratan pretenden cubrir con gastos como tiquetes de avión, visas y exámenes médicos, los reclutadores y sus socios en EAU a menudo le quitan el salario potencial de un año al trabajador. En algunos países, los reclutadores esquivan las leyes laborales locales mediante la contratación de subcontratistas, que rastrean pueblos de analfabetas, desesperados o de hombres suficientemente frustrados para arriesgarse a los peligros del Golfo. Los trabajadores piden préstamos, vacían los ahorros de sus familias, o permutan sus tierras como garantía.

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En Mafraq, un campo de trabajo a 23 millas del centro de Abu Dhabi, entrevisté a dos trabajadores que se cortaban el pelo afuera de una barbería improvisada. Se reunieron en torno a mí y me contaron de sus salarios de entre 150 a 300 dólares por mes, y de la policía que se molestaría si se atrevían a ir a la playa en su Salwar Kameez. Los emiratíes dependen de la mano de obra migrante, pero prefieren que sean invisibles en sus horas libres.

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Además de los grandes cajones de arena y grúas de construcción, la isla de Saadiyat es también el hogar de lo que se conoce como el campo de trabajo humano más grande de todo el Golfo. En respuesta a la presión internacional, el TDIC creó lo que se llama el Alojamiento rural de Saadiyat para albergar a todos los trabajadores que construyen instituciones culturales occidentales. En palabras de su creador "proporciona un estándar de vida internacionalmente reconocido". Tiene un campo de cricket gigante, clases de escritura y una biblioteca que contiene Steinbeck, todo lo que un dignatario visitante podría necesitar.

Pero a pesar de las afirmaciones del TDIC, muchos trabajadores viven en otros lugares como conventos en ruinas en el centro de Abu Dhabi. Y la villa de Saadiyat es casi un paraíso.

Tariq, el trabajador del Louvre, me dijo: "Los jardines son lo único bueno. Todo lo demás es horrible. Ni siquiera hay puertas y la comida que dan no es comestible".

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Andrew Ross es un profesor de la NYU y un activista del Gulf Labor, una coalición de artistas que abogan por los derechos de los trabajadores que construyen instituciones culturales en Saadiyat. En mayo, el TDIC invitó a Gulf Labor a que recorriera la villa de Saadiyat. Pero cuando los activistas visitaron otros campos de trabajo sin supervisión, se dieron cuenta de que los estaban siguiendo. La vigilancia solo se detuvo cuando dejaron sus celulares a un lado.

Según Ross, la villa de Saadiyat es "una zona de alta seguridad", donde se vigila constantemente a los trabajadores.

Los trabajadores viven un kilómetro y medio más allá de un punto de control que tienen prohibido recorrer. Su única vía de escape es un bus que pasa una vez a la semana y va hacia Abu Dhabi. A raíz de la Primavera árabe, los problemas de seguridad son la justificación del por qué la fuerza de trabajo se encuentra aislada. Pero si el control y el aislamiento de los trabajadores ayuda al TDIC a gestionar las consecuencias de la presión internacional, también produce un efecto secundario para la presión de los emiratíes: ayuda a que los trabajadores se organicen y resistan.

*** En 2006, tres inminentes figuras del mundo del arte francés escribieron una carta abierta al periódico Le Monde, titulada "Los museos no están en venta". Françoise Cachin, Jean Clair y Roland Recht denunciaron los vínculos del Louvre con Abu Dhabi. "¿No es eso vender su alma?", dijeron.

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La acusación más simplista contra Abu Dhabi es que mediante la construcción de las extensiones del Louvre o el Guggenheim, la ciudad está comprando la cultura. Esta lógica supone que la Aguja de Cleopatra termine en París por medio de la bondad de los corazones de Egipto, o que Lord Elgin no saqueó las piedras preciosas que llevan su nombre.

Esas acusaciones también perpetúan otro mito: los Emiratos Árabes Unidos no tiene cultura propia.

Haces dos generaciones, los emiratíes era beduinos, un pueblo nómada del desierto, cuya principal actividad económica era la pesca de perlas. Construyeron molinos de viento, adiestraron halcones y componían poesía de capa y espada. La cultura emiratí era rica, pero ellos eran pobres. Ahora son ricos. Desde la perspectiva del dominio europeo, los emiratíes pueden parecer unos señores incultos.

O tal vez los europeos están celosos. El dinero del petróleo de los EAU podría haber desaparecido en las arcas de las compañías energéticas occidentales, o en las manos de los corruptos. En su lugar, el jeque Zayed bin Sultan al Nahyan, el padre fundador de los Emiratos Árabes Unidos, construyó un estado de bienestar. Los ciudadanos emiratíes reciben educación gratuita, salud, electricidad, así como salarios generosos subsidiados por el Gobierno. No pagan impuestos; pero, los extranjeros que componen el 90 por ciento de la población no gozan de esta generosidad.

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A veces el sueño de Abu Dhabi me deja sin aliento. Un tarde me paré dentro de la gran mezquita Cheikn Zayed, en el centro de Abu Dhabi. Construida en 2007, la hermosa estructura gigantesca me dejó con la boca abierta. Su diseño abarca la amplitud del arte musulmán: las cúpulas parecían sacadas del Taj Mahal, el estuco era marroquí, los azulejos turcos y las columnas de palma de oro parecían del futuro. Encarna el cosmopolitismo del mundo musulmán, vital como la energía joven de este país.

Para este reportaje, me reuní con varios emiratíes involucrados en la cultura. Ninguno permitió que lo citara. Eran encantadores, apasionados por el arte y orgullosos de su país. Pero cuando les pregunté por los trabajadores, fruncieron el ceño con rabia. ¿Por qué la prensa sigue hablando de ellos?

Ellos prefieren hablar de la caridad: películas de Bollywood gratis y canastas de comida gratis para el Ramadán. El proyecto Box del Radisson Blu distribuye cajas de artículos de aseo. Su página de Facebook muestra un emiratí sombrío entregando una caja a un trabajador bangladesí. Y el logotipo totalmente visible para el espectador.

La caridad puede que consiga más fotos baratas en Facebook. Pero, ¿qué arregla eso si a los trabajadores no se les paga lo suficiente como para un jabón para bañarse?

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El equipo de relaciones públicas del Museo Guggenheim afirma, equivocadamente, que el trabajo no es un problema porque la construcción aún no ha comenzado en el sitio que le corresponde en Abu Dhabi. Por el contrario, NYU afirma que el trabajo no es un problema porque la construcción está técnicamente terminada. Sin embargo, vi a hombres trabajando en los dos lugares.

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Andrew Ross, del Gulf Labor, destaca que las responsabilidades de una institución no terminan en la construcción. "Si uno visita Saadiyat, ve que el NYU es el único edificio terminado. A parte de la aldea de los trabajadores, está rodeado de nada. La construcción seguirá por, al menos, veinte años más".

Cuando le pedí al Guggenheim que hiciera comentarios sobre las condiciones de los trabajadores, Richard Armstrong, el director, no respondió a mis preguntas. La directora de comunicaciones globales, Eleanor R. Goldhar, me dijo que los trabajadores de las construcciones estaban subcontratados.

"El contrato principal de la construcción aún no ha sido indemnizado por el Guggenheim de Abu Dhabi. Estamos trabajando junto al TDIC para que las leyes laborales existentes y los altos estándares se apliquen en todos los aspectos del proyecto", escribió Goldhar.

Este mundo se rige por los contratistas. ¿Cómo podría cualquier cliente saber lo que está haciendo, excepto que todo es demasiado barato para ser verdad?

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"Ford decía que podías tener el carro que quisieras, siempre y cuando fuera negro. En los EAU se puede hacer lo que se quiera, siempre y cuando se trate de un edificio. No hay libertad de expresión o derechos humanos", me dijo Ahmed Mansoor en el cuarto en la parte trasera de un restaurante de Dubai.

Mansoor, un ingeniero de profesión, en 2011 pasó cerca de ocho meses en la cárcel por tener una página web que le permitía a los que viven en los Emiratos hablar francamente sobre política, religión y cultura. Este fue, durante un tiempo, el foro público más popular del país.

Mansoor y sus coacusados, conocidos como el UAE5, fueron arrestados por "insultar públicamente" al presidente, al vicepresidente y al príncipe heredero de Abu Dhabi. Al mismo tiempo, el Gobierno montó una campaña de desprestigio con la que presuntamente se sobornaron a los jeques para que hicieran denuncias contra Mansoor. Uno de ellos era profesor de la Sorbona.

En la cárcel, los guardias pusieron a Mansoor en una silla de ruedas y lo forraron en tela infectada. Se contagió de sarna. Los guardias le negaron el acceso a un dermatólogo por meses. Después de casi ocho meses de encarcelamiento, Mansoor y sus coacusados comenzaron una huelga de hambre que duró 16 días, pero finalmente lograron que los perdonaran. Mansoor todavía no tiene su pasaporte.

Desde que Mansoor fue liberado, ha sufrido coincidencias desafortunadas. Lo atacaron dos veces: una vez, lo golpearon brutalmente en la cabeza. Ciento cuarenta mil dólares desaparecieron de su cuenta bancaria y se robaron su carro. La policía no ha encontrado a los culpables de estos delitos.

Cuando le pregunté sobre las instituciones culturales occidentales que se están construyendo en Saadiyat, me dijo: "Todos estos edificios brillantes y esos grandes nombres están ahí para ocultar la mala cara… artistas de todo el mundo aprecian la idea de la libertad. En los Emiratos Árabes Unidos, solo se está comprando esa imagen".

¿Se puede tener arte sin libertad? Le hice esta pregunta a un joven artista nacido en los Emiratos Árabes Unidos. Él me dijo: "Para mantener una imagen de metrópolis comprometida culturalmente, EAU ha abierto la caja de Pandora. La cultura crítica se está forzando hacia un estadio más subversivo. La subversión por sí misma puede ser poesía. Tengo que pensar así porque vivo aquí, y tengo que sobrevivir a las consecuencias de mis propios pensamientos".

El artista está bien pero no es un ciudadano. Tiene miedo de ser deportado y me pidió que no usara su nombre.

Una mañana Ibrahim me llevó a un mercado cerca de Musaffah, una ciudad portuaria al sureste de Abu Dhabi. Los trabajadores de la construcción que sudando se ganan 170 dólares mensuales, pasaron su día libre yendo a Dubai a comprar sandías o memorias USB, que luego le venden a otros trabajadores en los mercados de Musaffah. Así se ganan 10 dólares extras en el día. Un hombre vende muñecas a los trabajadores para que las lleven a casa y reemplacen a los hijos que dejaron atrás. Todos los vendedores dijeron que estaban ahí porque sus sueldos eran muy bajos. No, no tenían descanso. Y, sí, estaban cansados.

Fuimos más lejos, pasamos las ruletas y el porno hecho en casa. El mercado era ilegal pero se toleraba. Mientras hablaba con los proveedores, más hombres me rodeaban. En Musaffah, un territorio exclusivamente masculino, una chica blanca es como un alien.

Le pregunté a un carnicero el precio de la cabeza de una vaca. La multitud gritó cuando unos policías encubiertos le arrancaron los ojos. El carnicero fue detenido porque había hablado con un occidental, al parecer. Aterrorizado y pensando que también podía arrestarlo, Ibrahim me dijo que nos fuéramos del mercado.

"Voy a dejar este país de mierda. No quiero volver al Medio Oriente en mi vida", Ibrahim me decía mientras nos alejábamos del mercado. "Esto es una prisión. La gente ve el edificio más grande del mundo, no a las personas que lo construyeron".

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