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Hoteles con encanto en zonas de conflicto (II)

Dónde duermo cuando estoy en Desproposistán.

El otro día vi que seguía rulando por Internet un artículo que escribí allá por 2011 en el que intentaba responder a una de las preguntas que más me han hecho desde que me dedico a esto del reporterismo: “Oye, ¿y dónde duermes cuando estás por allí?”.

Durante estos últimos tres años he seguido explorando parajes insólitos así que, a petición popular, me lanzo con una nueva entrega.

Chez Hawkar. Afueras de Kirkuk, Irak. Aire acondicionado y música en directo

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Ya me jode, pero los precios de los hoteles y, sobre todo, la burocracia unida a la corrupción hacen que Bagdad haya dejado de ser uno de mis destinos favoritos. Para currar prefiero Kirkuk, que es como un Irak en miniatura: están todos (árabes, kurdos, turcomanos, siríacos…), es violenta y yace sobre una de las mayores reservas de petróleo del mundo.

Mueren unos mil iraquíes cada mes por violencia pero uno ya solo vende historias de Irak cuando cuadra un sonoro aniversario (los diez años de la invasión del país, en la primavera de 2013), o unas elecciones generales como las del mes pasado. Así que volví a Kirkuk a preguntar a los sufridos kirkukíes por su intención de voto.

Tras un día de trabajo con una ciática que no me dejaba estar de pie, ni sentado, ni entrar en el coche, ni salir de él, etc., acabé invitado a una boda kurda ante la insistencia de mi amigo Falah. Allí, entre el mogollón, dimos con Hawkar, que insistió en que fuéramos a su casa a oírle cantar. Dicen que el flamenco hunde sus raíces en la música que trajeron algunos kurdos de entre los musulmanes que llegaron a la península Ibérica en el siglo VIII. Oyéndole no me extrañó nada.

Después de un atracón de cordero a pesar de la ciática, que no me dejaba sentarme a comer, ni levantarme para saludar, etc., dormimos en el tejado porque en Kirkuk ya empieza a hacer un calor importante.

Al día siguiente vuelta al tajo para comprobar, una vez más, que los iraquíes de la calle (en general, digo) no odian a su vecino por ser sunita o chiita; que hay kurdos que se casan con árabes, turcomanos que votan a un partido kurdo y que todos compran sus birras a los cristianos, los únicos con derecho a vender alcohol en Irak. Eso sí, el país sigue hecho mierda.

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Jaima de la milicia bereber en la planta petrolífera de Mellitah. Zwara, Libia. Ambiente exótico con vistas al Mediterráneo

El pasado noviembre volví a Libia después de tres años. Lo primero que hice nada más aterrizar en Trípoli fue llamar a mis colegas bereberes para ver qué tal les iba. “Llegas justo a tiempo porque estamos bloqueando la planta petrolífera de Mellitah para presionar al Gobierno”, me soltó mi colega Ismail por teléfono. “Te esperamos”.

A las dos horas ya estaba allí. Me emocionó volver a ver a la gente con la que pasé tanto tiempo durante la guerra en el frente de las montañas y comprobar que la mayoría de ellos seguían vivos. Eso sí, se quejaban de que la “nueva” Libia seguía sin reconocer sus derechos; que el país seguía estancado en “los mismos esquemas arabo-islamistas de Gadafi” (los bereberes no son árabes).

¿Que qué iban a hacer? Pues bloquear la planta de crudo y el flujo de gas a Europa hasta que el Gobierno, si es que lo hay, reconozca sus derechos. Con dos cojones.

La noche fue tranquila. Cenamos pescado y una especie de polvorones locales. Ismail nos contó su experiencia de coach surfing por Europa (gracias a una visa Schengen conseguida en Malta) entre tonadas bereberes con su guitarra española. Se la había traído junto con los RPG y los AK que, afortunadamente, no hubo que utilizar porque nadie vino a desalojarnos. Para hacerlo hace falta una policía, o un ejército, y en Libia todavía no hay de eso.

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Residencia del gobernador de Mosul, Irak. Céntrico pero sin Wi-Fi

Estuve por última vez en Mosul en marzo de 2013 para cubrir unas manifestaciones masivas de las que nadie estaba hablando. Casi todos en Mosul son sunitas, lo que les convierte en parias en un país hoy gobernado por chiitas.

Además de periodistas locales amenazados de muerte, familiares de gente encarcelada sin motivo aparente y gente que había sido torturada (también sin motivo aparente), entrevisté a Atheel al Nujaifi, gobernador de la provincia. Me pareció muy interesante que el tipo defendiera abiertamente a los manifestantes.

Nujaifi me invitó a pasar la noche en su residencia, en una habitación gigante con vistas al Tigris, que pasa justo por mitad de la ciudad. La temperatura era cojonuda así que me acerqué a la orilla del río a charlar con un tipo que estaba pescando carpas. Me dijo que echaba de menos a Saddam, “un líder justo porque, a diferencia de Maliki –el actual Primer Ministro iraquí–, era cruel con todos, sin hacer distinciones”.

A eso de las 10 pm oímos un “bouuummm”. Al día siguiente me contaron que había sido un petardo en la casa de uno de los periodistas que había entrevistado. Era el número 51 de los informadores asesinados en Mosul desde el comienzo de la guerra.

Hotel Nínive. Derik, Siria. Excelente terraza y actividades al aire libre

Viajo regularmente al noreste de Siria para seguir contando cómo gestionan la guerra los kurdos del país. En su día ya os expliqué lo de su “tercera” vía (ni con el Gobierno ni con la oposición).

En Siria sigue habiendo hoteles cojonudos pero todos tienen la obligación de mandar una fotocopia del pasaporte de sus huéspedes a la policía. La Embajada siria en Madrid sigue negándome el visado por lo que mi pasaporte es garantía de arresto seguro “por entrar ilegalmente en el país” (yo lo suelo hacer desde Irak). Como no quiero empezar la serie “Cárceles con encanto en Desproposistán”, me quedo siempre en casas de colegas, pero en agosto de 2012 me acerqué al hotel Nínive para entrevistar a su dueño, un cristiano local que se llamaba Marcos. Me dijo lo que la mayoría de los cristianos con los que me he topado en Siria: que los islamistas les odian (hasta el punto de cortarles la cabeza on the spot, in situ) y que se alinearán con Assad, con los kurdos, o con cualquiera que garantice su supervivencia. Me pareció lo más lógico del mundo.

A unos cinco kilómetros de allí, las milicias kurdas se zumbaban con los islamistas mientras yo tomaba mis notas desde la terraza del hotel, entre el jaleo de los críos bañándose en la piscina. Tras la entrevista, Marcos pidió a uno de sus camareros que me trajera un bañador para unirme a la chavalería. Desde entonces, cada vez que me adjudican la etiqueta de “corresponsal de guerra” me acuerdo de ese momento, con el agua a la altura de la cintura y un bañador de propaganda de Bacardi.

@karloszurutuza