Así luchan los guiris contra la ola de calor de Madrid

FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Así luchan los guiris contra la ola de calor de Madrid

Hemos intentado seguir su ritmo de vida por el centro de la ciudad y es imposible. Su pasión por aprovechar cada minuto roza lo temerario.

Ya habíamos pasado alguna noche con los guiris que pululan en verano por las calles del centro de Madrid. Habíamos descubierto una particular liturgia que incluye flyers, chupitos y borracheras en una yincana que arranca en el kilómetro 0 de la Puerta del Sol. Para los jóvenes que vienen desde fuera a pasar aquí el verano, ésta es una gran atracción turística.

Pero, hasta que cae la noche, ¿qué coño hacen los guiris durante todo el día? ¿cómo superan los 35 grados que alcanzan las calles (del asfalto, ni hablamos) de Madrid un día de julio? ¿cómo sobreviven a esta verdadera jungla de asfalto, recuerdos horteras y monumentos?

Publicidad

Los turistas extranjeros vienen a Madrid —tercera ciudad más cara de España tras San Sebastián y Barcelona— atraídos por la historia, el shopping, lo que les han vendido como gastronomía típica, las tradiciones más rancias, los monumentos, Goya y El Prado.

Pero lo primero que se llevan nada más bajar de la avión es una hostia a mano abierta en forma de bocanada de calor. Una forma de subir la temperatura muy loca, que convierte a Madrid en verano en un verdadero secarral castellano. Sin posibilidad de ponerse a remojo, más que si uno mete los pies en una fuente pública, algo poco recomendable si no quiere tener un multa a su vuelta a casa.

¿Cómo es una jornada de un turista estándar en la capital? Pues comienza pronto, antes de las nueve de la mañana, con la clásica llamada a filas. Si uno viaja con un grupo organizado, la cita se produce cerca de la Puerta del Sol. Reunión de las tropas, y rápidamente a comenzar un slalom esquivando camiones de reparto para ver la Catedral, el barrio de la Letras, la Plaza de Santa Ana y a plantarse pronto en la cola de los museos. Sobre todo Thyssen y El Prado. En el camino, un montón de selfies y varias reagrupaciones para no ir perdiendo efectivos por el camino.

Si la aventura es en solitario, la perspectiva cambia, mapa en mano, los turistas buscan la Gran Vía —con todas sus macrotiendas, que tienen más adeptos que la Plaza de Las Ventas— y la estatua del Oso y el Madroño que, a pesar de ser pequeña, causa mucho furor. Ya teníamos admiración por los guiris, pero cuando llega la hora de comer, la admiración se torna en RESPETO.

Publicidad

Sí, porque Madrid para comer si eres de fuera es un lugar de riesgo. Un auténtico sálvese quién pueda que incluye ofertas de sangría y paella recalentada. Platos típicos, que no están elaborados con mimo y una buena cantidad de cerveza low-cost servida a granel y cobrada como si fuera premium. Más o menos, lo mismo que tienen que enfrentar cada día los nativos, pero con la inevitable barrera del idioma que hace mucho más fácil que el incauto caiga en la trampa gastronómica.

En nuestro vagar por las calles siguiendo las rutas diurnas que realizan los guiris, nos hemos encontrado con un lugar muy peculiar, el epicentro de todo: la Plaza Mayor. Hay que ser muy valiente (tenerlos cuadrados, que se dice) para buscar una foto a las tres de la tarde a 40 grados entre los cuatro lados que arropan la estatua ecuestre de Felipe III. Sobre todo después de haber caído en la trampa de sentarse en una de esas terrazas, que más que la zona chill out de una piscina parecen el solarium. Lo dicho, verdadera admiración. Y como nos parecen una gente extraordinaria y con mucha valentía, con sangre de hielo, aquí va nuestro cariñoso homenaje en forma de fotos a los guiris que recorren las calles de Madrid a la hora en que el Sol le pega más fuerte al asfalto.